viernes, 30 de agosto de 2013




Retomo de nuevo este espacio y espero hacerlo de una manera habitual. Aunque últimamente como parece que todo lo que tengo puede meterse en una maleta (no es broma) pues voy corriendo a todas partes.

Dos meses. He estado dos meses trabajando de becaria para el programa de radio más escuchado en toda España. Ha sido mi primera experiencia en una profesión que siempre tuve en el punto de mira. Porque el arte es un hobby, o al menos eso me recuerdan constantemente los que más me quieren, el arte es lo que haces cuando vuelves a casa, te quitas el uniforme y te duchas, y comes, o los fines de semana. Sin más.

De estos dos meses he sacado tanto... Ahora estoy en la redacción, pese a que hace horas que mi programa terminó y ya no volverán a sonar mis palabras en antena.

Ha habido momentos duros, pero no puedo recordarlos. De golpe y porrazo, como si un tifón mental hubiera barrido esa parte de mi cerebro, he olvidado todo eso. Y ya solo me quedo con los buenos, los instantes maravillosos, a veces escribiendo guiones (guionista en la sombra y productora, ese era muchas veces mi trabajo) pero sobre todo susurrándole al micro.

Porque la radio me ha dado muchas cosas. La primera, me ha hecho perder el miedo a preguntar. Por teléfono, en persona, por email... hay una parte bonita en eso de acosar personas, y es que de cien que quieren mandarte a freír espárragos uno se hace tu amigo. Y de otros tantos consigues momentos anecdóticos, como aquella vez que tuve que salir de un cine porque casi me pegan, pero eso es otra historia.

Y ha habido un regalo más, y es que la radio me ha ayudado a encontrar mi propia voz. Yo aprendí a juntar palabras mucho antes que a andar (y empecé a comerme el suelo a la edad normal en la que todos los niños lo hacen, tampoco os penséis que era retrasada). Desde siempre he tenido dentro de mí un ansia imparable por transmitir, por comunicar. Mi progenitora fue mi primera víctima, luego ya hubo otras. Hablaba y hablaba sin parar, de cualquier cosa, igual que otros respiran. Luego llegaron los silencios impuestos y el estigma de hablar tan rápido (porque mi cerebro era una tormenta de ideas, y las palabras brillaban con relámpagos en mis labios, confundiéndose en un tronar) que nadie me entendía. ¿Hay algo más triste que intentar relacionarse con otro ser humano, establecer un vínculo, una historia... y que de repente te interrumpan con un estéril 'no te entiendo'? Durante muchos años tuve esa queja hasta poco a poco se me fueron quitando las ganas de hablar. Eso, unido a una tartamudez incipiente (que aún conservo) cada vez que me emociono al hablar (puede ocurrir con bastante facilidad) hizo que acabara por tener una especie de vergüenza a hablar en alto.

Por no mencionar la voz aflautada envenenada de nervios, temblorosa, siempre recurriendo a la educación inglesa en un intento vano de justificarme.

Por eso me relegué a la palabra escrita, como este espacio en el que puedo escupir todo lo que me viene en gana, cincelar lo que quiero expresar a voluntad. Novelas, historias...

Aunque el sonido de la palabra es lo que más me ha emocionado.

Y aquí, rodeada de profesionales, he aprendido al fin a domar (un poco, aún me queda un largo camino por recorrer) mi pasión. Con trucos y paciencia he descubierto que puedo tener una voz aterciopelada, cálida, incluso me atrevería a decir bonita. Por primera vez me he escuchado en antena y me he sentido orgullosa. Puedo transmitir, hacer vibrar a otros. La radio me ha ayudado a encontrar mi propia voz y eso ha sido maravilloso. Ahora estoy mucho más tranquila. Seguiré hablando atropelladamente, tartamudeando cuando me toquen la vena sensible. Pero la próxima vez que alguien me espete 'no te entiendo, hablas muy rápido' yo pensaré: 'exacto, pero porque yo quiero'.