sábado, 18 de mayo de 2013



Hoy es uno de esos de esos días que me recuerdan por qué no quiero estar en Esocia. Ayer era todo felicidad y calor. Aunque tuviera que pasarme todo el día estudiando, bastaba con mirar por la ventana para ver las montañas verdes, el color de las flores, las gaviotas -las únicas nubes blancas sobre el cielo azul- las familias con niños, las barbacoas en los Meadows...

Me reencontré con personas que hacía tiempo no veía. Todos mis planes llegaron a buen puerto... incluso la noche era agradable, con tan solo una suave brisa primaveral.

Pero esta mañana me desperté, y no por los rayos de sol -inexistentes- sino por la obligación que el estudio impone. Fuera, el cielo no podía estar más negro, a una centésima de tono de la noche. Arthur Seat y los Pentlands -mis compañeros favoritos en estos días de soledad sobre los libros- han desaparecido tras la niebla. Solo hay lluvia, viento y frío.

Es un día triste. Y yo estoy cansada de estudiar. Bueno. Quizá mejore. Tal vez.

martes, 14 de mayo de 2013



He estado a punto de cerrar el blog. La verdad, la vida en internet cada vez me atrae menos. Al final va a ser cierto que Walter Scott y yo tenemos una cierta afinidad en cuanto resistencia al cambio se refiere. Porque el internet, la informático y todo ese mundo de datos invisibles pero veloces es puro cambio -con millones de posibilidades, eso no lo niego-. Pero no es mi mundo; al menos no el que me gustaría visitar ahora. Me atraen más muchas otras cosas, cosas que puedo tocar, cosas que puede transformar y luego apartarme para mirar con cierta perspectiva. Y si tengo que almacenar experiencias, que sean las de los viajes, esos que se realizan pisando fuerte la tierra, aunque también signifique mancharse de barro o sufrir la inclemencia de los elementos.

Así que muy gustosamente borraría este sitio (¡zas!) y mis cuatromil cuentas de correo. Sería como desaparecer, desvanecerse. Podría ser un fantasma, y eso también me atrae. Tantos meses leyendo literatura Gótica (de esa que se escribió hace siglos, no os confundáis) me ha hecho cogerle el gusto al dramatismo extremo y los lugares oscuros y húmedos como Escocia.

Pero por otro lado, hoy estaba releyendo algunas entradas de este particular diario que escribo en arranques pasajeros de algo que me gusta llamar inspiración pero que más que nada porque, como el hecho de respirar, es algo necesario para mí (e inconsciente) y me he dado cuenta de que, qué narices, basta de falsa modestia... ¡qué bien escribo! Pues sí, estoy convencida. Porque al menos mi prosa es más clara y con menos pretensiones que el mejunje indigesto de un señor llamado T.S. Elliot (no queréis saber de qué os hablo, creedme). Y, ¿cómo podría pues privaros de semejante regalo?

La Primavera ya ha llegado a Edimburgo, por cierto, y es irónio. Tantos meses ansiando esto y ahora resulta que simplemente es una mezcla de frío, lluvia y granizo aderezada con rayos de sol ocasionales y nubes color tormenta apocalíptica. Algunos árboles tienen hojas verde optimismo, pero entre el fuerte viento y el mencionado granizo, poco me temo que van a volver a quedarse desnudos otra vez en muy poco tiempo... ¿Tendrán capacidad regenerativa estas hojas? ¿Les quedarán ganas a los árboles de ofrecernos una segunda Primavera? Son preguntas que me inquietan, mucho más que los exámenes globales que estoy preparando en estos días.

Sea como sea, y aunque esta estación esté loca (como yo, para variar) está claro que no soy la misma persona que se fue hace ya casi nueve meses. Nueve meses precisamente es lo que tarda en fabricarse (perdonad por la expresión, me sale del alma) un ser humano, y eso es precisamente lo que me ha pasado a mí. El frío congeló mi antiguo yo y ahora el viento amenaza con llevárselo muy lejos. Aunque solo con el calor verano podremos ver lo que ha quedado debajo de la cáscara...

Estoy mirando los Pentlands ahora mismo. Me encantan. Son mis montañas favoritas. Arthur Seat tiene una energía violenta, pero los Pentlands me permiten conectarme con mi yo más elevado. Lástima que ahora casi no pueda caminar, porque si no, correría de nuevo a sus cumbres, al amparo del amor silencioso que el Royal Observatory me profesa.

En cualquier caso, feliz Primavera.