lunes, 30 de septiembre de 2013




Hoy en clase de inglés hablábamos del género. (Y mira que la profesora profetizó que acabaríamos hablando de su asignatura... y mira por donde, yo he tardado tres escasas semanas en hacer un post al respecto...) Hemos empezado con una frase.

'The American pioneers trekked across the prairies with their seed corn, their livestock 
and their wives'.

Los pioneros americanos atravesaron las llanuras con semillas de maíz, ganado y sus esposas.

No hay que ser muy agudo para ver los significados implícitos de esta frase que bien podría estar sacada de un libro de texto, de esos que llevan los niños a la escuela. Para empezar, que los pioneros americanos eran solo hombres y las mujeres (sus esposas, vaya) son una categoría a parte que entra dentro de sus pertenencias, tales como los granos de maíz y el ganado. Pero en esa enumeración de cosas que los pioneros americanos necesitan para subsistir, las esposas ocupan, además, una posición un tanto especial, detrás de los granos del maíz y el ganado. ¿Tengo que ser más explícita? Y este es, que conste, un ejemplo sacado de un documento real.

La profesora ha preguntado si alguien se sentía discriminado en clase. Con esa y otras frases como el habitual "buenos días chicos" de los profesores ante una clase de veinte chicas y un solo chico (algo muy habitual en mi facultad). Yo he dicho que sí. Que esa frase no me hacía sentir bien. La profesora ha preguntado si, entonces, considerábamos que se debía de cambiar a fin de que resultase menos ofensiva. Le he contestado que sí. He puesto el ejemplo de la palabra nigger, en inglés americano. Nigger empezó a usarse ya hace mucho tiempo, y era el nombre que se le daba a los esclavos negros en américa. Aparece registrada en muchos textos, como por ejemplo en Las aventuras de Huckleberry Finn para referirse a Jim, uno de los personajes, que es un esclavo negro. (Y los que hayan leído esta historia se darán cuenta de que Mark Twain hace apología de muchas cosas, pero el racismo no es una de ellas. Aún así, hoy en día la palabra  nigger se considera tan ofensiva (como en español "negrata") que ha sido censurada en muchísimos textos, incluido este que menciono. Y en esto han tenido mucho que ver los afroamericanos: se sentían molestos con el lenguaje y exigieron cambiarlo.

Pero cuando estaba haciendo mi exposición, enseguida un compañero me ha interrumpido. Según él, el periodista que había elaborado esta frase 'solo quería informar, sin más pretensiones'. Con periodista no sé muy bien a qué se refería, ya que en la época de los colonos dudo yo que hubiese alguna publicación que recogiese sus hazañas (aunque quién sabe). El caso es que la profesora, a partir de esa pregunta, ha lanzado una interrogación:

-¿Quién se considera feminista?

Ha habido un silencio. Creo que todas estábamos pensando en las connotaciones de esa palabra, y en si queríamos que los demás nos relacionaran con ella.

-Es que... feminista... -un murmullo general- feminista tiene connotaciones un poco...

-Yo me considero feminista... -una chica ha levantado tímidamente la mano-. Bueno... feminista... quiero decir... no hembrista... porque hembrista es un poco violento... y más que feminista... no bueno, lo que quiero decir... es que estoy a favor de los derechos de la mujer... eso...

-Vale, te hemos entendido -la profesora ha tenido que cortar su verborrea-. ¿Y quién más?

Servidora no ha levantado una mano.

-Es que feminista no es un término que tenga muy buenas connotaciones... -ha dicho en voz alta y clara una chica detrás de mí-. Yo creo que lo importante es defender la igualdad a secas, ni a un sexo ni a otro...

-Es curioso -dice la profesora-. Cuándo hacían esta pregunta en los tiempos que yo era estudiante, muchas chicas se definían como feministas sin dudarlo. ¿Y machistas? ¿Alguien se declara machista? -silencio absoluto-. Bueno, aunque hubiera machistas seguro que no lo dirían... Y menos de un tercio de la clase se ha declarado como feminista...

-Ese es precisamente el problema -ha saltado un chico en la última fila-.

Y me he sentido aludida. Porque después de mis quejas, y mis pretensiones, no me he atrevido, como todas las demás. Feminista. ¿A qué suena eso? A histeria, a locura, a lesbianismo, a vello creciendo libre, tetas caídas, gritos, protestas, insultos, a que nos llamen machorras, a que nos digan locas, necesitadas de sexo o de una polla, a que nos digan que estamos cabreadas porque somos feas y nadie nos encuentra atractivas, suciedad, mal olor....

Todo esto vomita mi cerebro en un arranque de honestidad en el espacio cibernético. No os asustéis, (si es eso a caso lo que os sugiere mi enumeración) pero que tan aterrorizada me siento yo también. ¿Qué ha ocurrido?

-¿Debe cambiar el lenguaje? -ha sugerido la profesora.

-No, déjalo como está... -dicen los alumnos- primero tiene que haber cambios en la sociedad... luego en el lenguaje...

Habrá cambios en la sociedad, claro que sí. Sobre todo mientras se sigan usando libros de texto como del que han sacado esa línea sobre los pioneros americanos. O mientras las chicas universitarias, inteligentes y creativas como yo, no levantemos la mano cuando nos hagan ciertas preguntas por miedo a lo que pensarán los demás.

-Bueno, que el lenguaje cambia es un hecho -ha dicho la profesora-. En mi diploma de carrera, yo soy "licenciado".

Todo el mundo ha puesto cara de extrañeza, la misma que se les pone, por cierto, al escuchar la palabra "miembra".

-Pero en vuestros diplomas del año que viene, vosotros seréis "graduadas" y "graduados".

Menos mal.

Sin embargo, necesito replantearme algunas cosas.

Buenas noches.

martes, 24 de septiembre de 2013




Hoy he tenido el placer de estar en un evento un tanto particular. Se celebraba un aniversario octogenario. Muchos pensamos que cumplir años es una derrota. Yo apenas llego a una cuarta parte de la cifra que acabo de mencionar; aún así sigo sintiendo penita por cada año más, cada escalón en la nuestra estructura temporal. Los treinta, los cuarenta... sombras amenazantes, umbrales que muchos no quieren cruzar. Ser anciano es perder facultades, lucidez. No se nos enseña a sentir respeto por los ancianos, a admirarles, a consultarles por su experiencia. En esta época de usar y tirar, de la última tendencia, el bótox y los tintes... ¿Qué es la vejez si no algo de lo que se huye? Como conejos escapando del aliento amenazador del lobo.

Y sin embargo, esta persona, que cumple esa cifra tan redonda, a penas veinte años de un siglo... Transmite el esplendor de quien se dedica a lo que más le gusta. De quien vive por y para la vida. 

Dudo que haya, no ancianos, sino personas (independientemente de su edad) que puedan presumir de esta facultad. 

Y sin embargo cada vez estoy más segura de que somos instrumentos de los que solo el viento adecuado puede sacar sonido.


lunes, 23 de septiembre de 2013




Las dos cosas que más me hacen transcender son los sueños y la música. A veces por separado, a veces en conjunto, ambas cosas son el punto de locura de mi vida, la puerta de escape. Siento que vivo tan inmersa en lo que ocurre a mi alrededor... En los objetos que puedo tocar, en las mil preocupaciones que taladran mi cabeza. Pero a veces es como si de repente se revelaran ante mis ojos verdades centelleantes: unos tornillos que sujetan el decorado, los travesaños empolvados de la escalera que conduce a la parte trasera del escenario, luces que iluminan, máscaras, actores secundarios... Todo es una obra perfectamente calculada, todo es ficción, entretenimiento, artificio, mentira. La realidad se desmorona y entonces yo puedo volar y observar esta maravillosa obra desde las alturas. Los pequeños puntos que configuran este cuadro impresionista se juntan formando figuras. Me deleito. Estar viva y estar muerta es la misma cosa. La existencia no tiene fin. Como ese universo en el que dicen que nadamos.

Instantes de lucidez en los que olvido mi papel y soy.

Esta noche he soñado que dos personas se introducían en mi casa. No es la primera vez que sueño algo parecido. Pero allí estaban. Un hombre y una mujer. Él era alto, a penas unas canas cubriéndole el cráneo, vientre blando, jersey rojo navidad. Ojos de perro abandonado, labios caídos por el hastío. Arrugas, producto de una edad que no ha conocido juventud. Se movía este hombre como un enorme globo que por no esforzarse se deja llevar al capricho del viento. Nada le importaba.

La mujer era de menor estatura. Cabello negro tan intenso que solo puede ser producto de los químicos de un tinte. Media melena con estilo: una mujer decente puede pemirtirse muchas cosas, pero estar desarreglada no es una de ellas. Piel morena, nariz larga, ojos saltones (un reflejo de la oscuridad de su cabello en la mirada). Mandíbula prominente. Había pasado los cincuenta, pero los sobrellevaba mejor que su compañero.

Estos dos individuos estaban en mi casa. ¿Por qué en mi casa? ¿Por qué invadiendo mis espacios íntimos, mis secretos, el único lugar donde puedo llorar y reír sin taparme la boca?

Quise preguntarles, pero me esquivaban. Con la altanería que a veces los mayores muestran a los jóvenes. Algunos piensan que aún tenemos que aprender a hablar para que ellos puedan escucharnos. Adaptarnos a sus tiempos, a sus modos de pensar. Y eso que dicen que la vida es cambio.

Me cansé de perseguirles por las habitaciones, los pasillos. Me ignoraban, y era tan absurdo que ellos parecieran los dueños de la casa y no al contrario que terminé por tomármelo a risa.

-¿Por qué están aquí? -siempre termino por preguntar a alguien, a mi progenitora, quizá, cuando gente extraña (no es la primera vez que ocurre) se cuela en mi casa.

-¿Quienes? ¿Quienes?

Veo cosas que nadie más puede ver. Y eso me aterra, me aterraba en el sueño. Los busqué, a la extraña pareja. La luz bajo la que se movían, como siempre, perdidos en sus cavilaciones, era diferente. Una luz tardía, apagada. Bajo aquella luz observé sus pieles, y por primera vez me parecieron pergamino mojado. La calavera se percibía allí debajo, blanca y diabólica. Estaban muertos.

¿Por qué hay muertos en mi casa? ¿Por qué han elegido mi hogar para visitarme?

Ahora estoy aterrada.

Mi madre me pidió que atravesara el pasillo interminable que une el salón con la habitación de mi abuela.

-No puedo -le dije, con el corazón tembloroso por el miedo. Podía entrever sus figuras ahí, suspendidas en las tinieblas, como dos globos a los que poco a poco se les escapa el helio, esos dos muertos mudos y tristes a los que solo yo podía ver.



martes, 10 de septiembre de 2013




Hace tiempo que no escribo (again). Pero es que mi vida no deja de cambiar. Ayer terminé el trabajo en la radio y hoy ya empiezo con un nuevo reto, que ya no es el de vivir sola, si no el de vivir sola compartiendo. Mis demonios interiores se resisten, pero bueno, aquí estoy yo, escribiéndoos mientras desde mi ventana observo la soberbia arquitectura de la parte más antigua de Madrid y una vírgen que me protege...

Ayer volví a ver a una amiga a la que no veía desde hacía varios meses. Cuando salíamos de una cafetería, me di cuenta de que yo tenía una heridita. No era nada grave, simplemente de esas cosas que te pasan cuando te rascas la costra de una pequeña picadura de mosquito...  Pero había una gotita de sangre resbalando por la curva de mi hombro, lo cual superaba todo los límites de la decencia (se sabe de que a mí me va lo gore, pero en público... una debe controlarse). Mi amiga lo vio y me dio un poco de vergüenza (yo quería jugar a que no pasaba nada, pero la sangre siempre llama la atención, qué cosas). Sin embargo ella, ni corta ni perezosa, se sacó unas toallitas perfumadas del bolso, me limpió con mucho mimo y finalmente me puso una tirita (que también sacó de su bolso sin fondo).

No sé por qué (en serio, ¿por qué será?) pero me pareció muy tierna su espontaneidad. Como ver una mama que lame a su cachorrito. Igual es que estoy sensiblera con tanto cambio.

Pero quería contarlo.

http://www.youtube.com/watch?v=70LN6j_gQSc