domingo, 28 de abril de 2013

Donde las montañas lloran. Si puedo estar sola en esta inmensidad, entonces ya no tengo miedo. Y si no tengo miedo, puedo amar a los árboles que, aun estando sin hojas, son el preludio de lo que mañana será la Primavera.

jueves, 18 de abril de 2013




Ir al cine sola, tiene sus ventajas. La vida en solitario, también.

miércoles, 17 de abril de 2013



Lo que más me aterrorizaba de estar sola, era ponerme enferma. Bueno, pues ya está, ya lo he pasado. Para mí la enfermedad tiene muchas caras, y en general creo que puedo aguantarlas bastante bien. Cuando me enfrento al dolor intento recurrir al estoicismo: por lo general o lo ignoro -con catástróficos resultados, la mayoría de las veces- o intento combatirlo aferrándome a la rutina o a cualquier cosa que mantenga mi mente ocupada. En casos extremos, recurro al sueño, que todo lo cura. Pero solo hay una cosa que me desequilibra hasta el punto de sollozar de impotencia o no ser capaz de levantarme de la cama en un día, y es cuando caigo -desgraciadamente- enferma del estómago.

Es como si el centro de mi equilibrio físico residiera en esa parte del cuerpo, y al tenerla tocada, todo se desestabilizara en todos los sentidos. Tenía miedo de que me pasara sola, pero mira por donde sí que ha pasado y aquí estoy. Aún en vías de recuperación -simplemente cansancio físico, es lo que más tarda en irse- pero viva.

¿Ahora sí puedo disfrutar de la Primavera?

domingo, 7 de abril de 2013




No salía de casa. No recibía a nadie, ni siquiera a la hora del té. Prefería disfrutar de una taza de chai en silencio; si acaso con la conversación muda de un libro interesante. Desde el Imperio, los escritores hablaban de lugares cada vez más remotos, no solo presentes en sus historias sino hechos líquido también en la taza que se bebía.

Si tenía ganas de estirar las piernas, simplemente se dedicaba a subir y bajar las escaleras de caracol, deteniéndose en cada planta., hasta llegar a lo más alto, la azotea. Allí su mirada paseaba por las intrincadas calles de la ciudad hasta llegar al templo sagrado sobre Caltón Hill, las estatuas de mirada triste del cementerio, la misteriosa cumbre de Arthur's Seat, los Pentlands nevados, incluso el mar, envuelto en brumas... Todo estaba a sus pies, incluso el orgulloso castillo se empequeñecía, como un animalillo acorralado.

Pero lo que más le gustaba era la pequeña habitación edificada en lo alto del torreón. Iba allí todos los días, a encontrarse con otros miembros del género humano, a realizar esa necesidad inevitable de relacionarse, de encontrar personas en medio de la soledad de la piedra y los libros. Entraba en la pequeña estancia circular y se sentaba en uno de los asientos acolchados frente al inmenso óvalo blanco. Y de repente ahí estaba el mundo entero y todos sus habitantes, a un solo tirón  de la palanca.

Cámara oscura.

Le gustaba observar las pequeñas personas en la explanada del castillo, como hormigas diminutas danzando alrededor del hormiguero. Muchas veces buscaba sus rostros, sus rasgos, aquellos pequeños detalles que las hacían individuales: las mujeres de vestidos sobrios pero sombreros recargados; las jóvenes con Biblia en mano pero desordenadas faldas manchadas de barro; matrimonios ancianos, muchachos inquietos que correteaban de un lado al otro de la plaza con sus pañuelos al viento...

Los ladrones que aguardaban en un callejón oscuro, tras la taberna, esperando a los desprevenidos atrapados en la confusión del alcohol.

Las parejas de jóvenes alocados que preferían pasar por el cementerio a esconderse en uno de los mausoleos antes que por el altar de la capilla en la iglesia.

El pintor que abocetaba la grandeza de la Royal Mail sentado en los escalones de Sant Gil Cathedral.

El joven empleado de banca que grita al cochero que ha manchado su ropa de barro en un descuido.


Cada día había mil historias, mil personas que, sin saberlo, compartían con ella sus secretos.

Sin embargo, había un lugar que le era imposible visitar, un misterio que se le escapaba. Habia una casa en frente, al lado del castillo, de fachada blanca que, en aquellos raros momentos en los que el sol se reflejaba, brillaba como una joya exótica. Y sin embargo, las ventanas eran demasiado pequeñas, oscuras, no daban si quiera una pista del interior de tan atrayente lugar.

Muchas veces intentaba esquivarla, ignorarla, incluso fingir que no estaba ahí. Pero cuando menos se lo esperaba la casa blanca aparecía, irrumpiendo la tranquilidad de sus visitas al mundo.

Así que un día, cansada de ver el mutismo de la casa blanca, que ya aparecía hasta para enturbiar sus sueños, se decidió a hacer algo que nunca hacía: invitó a su propietario a tomar el té en el saloncito más pequeño de la segunda planta.

Cuando al fin lo tuvo ante sí sus ojos intentaron absorver hasta el más mínimo detalle, pero el solo le devolvió una sonrisa pícara.

-Tengo entendido que jamás sale de aquí -comentó él en un momento determinado.

-No lo necesito -contestó ella con honestidad.

El miró hacia arriba, como si con los ojos pudiera atravesar los techos de las diversas plantas hasta llegar aquella que contenía la cámara oscura.

-Entiendo -acabó reconociendo, mientras cogía de nuevo los guantes, el sombrero y el bastón, y se disponía a marcharse-. Pero si quiere visitarme, conocerme... mucho me temo que no hay otra manera que la de pasar por la puerta.

Y con un guiño misterioso, la dejó de nuevo sola, en la incertidumbre que aquella atrevida invitación le provocaba.


sábado, 6 de abril de 2013





La primavera ha llegado a Edimburgo, quizá. Las calles se empapan de luz caramelo. La gente sale en manga corta, con ropas de colores, enfrentándose a los poco más de siete grados con sonrisas y carne liberada. Los niños corretean y en las calles principales se forman muchedumbres que en algo recuerdan a Madrid. Hay festivales al aire libre: música, magos que buscan el sonido de los aplausos y el de las monedas al caer en el sombrero del conejo. Cenas a la luz del día. Y en el aire se huele el campo: prímulas, geranios, heno dulce y todas esas plantas que aparecen descritas en los jardines de Austen, en los campos de alguna de las Brontë. Los árboles no tienen hojas pero el optimismo que ahora siento me da el poder de imaginarlas.

miércoles, 3 de abril de 2013

Jugando con las acuarelas. A ver si es verdad que son terapéuticas.


Qué, Wendy, ¿te apuntas?

martes, 2 de abril de 2013





El cielo brillaba en lo alto y aún así había una tristeza en el ambiente, como una niebla invisible. Intenté ignorar el hecho de que comía en un lugar atestado de gente pero sola. Luego me puse el ordenador consolándome al pensar que dentro de poco tendría una clase. Hay días en los que es mejor evitar plantearse el sentido de la vida: en esa clase de días toda distracción es bienvenida.

Pero han cancelado la clase.

No sabía qué hacer. Daba vueltas por el Internet, este espacio infinito y al mismo tiempo tan opresivo. Es como un agujero negro que nunca termina de expandirse... pero que crece a base de devorar tiempo, nuestro tiempo, esos preciosos minutos, horas y días que nos separan de la muerte.

Fuera hacia frío. Camino. Hay sol en los Meadows, todo es hermoso. Familias con niños y parejas. Pero eso me hace sentir nostálgica porque yo estoy sola. Perdida, de alguna manera, en Edimburgo. Siempre esperando, esperando y buscando.

Caminé hasta perderme en un mar infinito de adosados y casas idénticas. No había nada reconocible, solo tejados y piedra ennegrecidos por la humedad. A penas me cruzaba por gente. Todo era silencioso. Qué silencio reinaba en Edimburgo esta tarde. Incluso los coches parecían moverse con ek volumen al mínimo. Luz y silencio. Un contraste relajante.

Pero volvamos a la gente. No había mucha por esas calles. Y yo estaba perdida. Hasta que, de improviso, reconocí a un chaval que caminaba a buen paso delante de mí. Pelirrojo, con gafas y cara de duende. Un empleado del lugar donde vivo. Al principio tuve mis dudas, pero luego pude distinguir sin problemas el color del unifirme bajo el chaquetón color verde pantano. Así que le seguí, sabiendo que nos dirigíamos al mismo sitio. Hasta que la silueta de Arthur's Seat apareció en la lejania, semi cubierta de nieve. La caminata fue rápida, porque mi inesperado guía parecía tener tanta prisa que hasta corría en algunos tramos (para desgracia mía).

Pero finalmente mi lunes ha adquirido un sentido. Gracias.

Para Wendy F. (Spring is coming #2).



lunes, 1 de abril de 2013







Demasiado cansada para escribir nada decente. Hoy dejo mis pensamientos en boca de una mujer de apasionada pero trágica vida. La creatividad es un como un estanque lleno de peces, carpas de brillantes colores mostrando sus escamas relucientes. Pero cuando metes la mano, todas huyen esquivas, y solo te queda el agua que se escapa entre los dedos. O una semilla que espera una primavera que no parece llegar nunca.


Lo inefable
(En Cantos de la mañana, 1910)

Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,
No me mata la Muerte, no me mata el Amor;
Muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
De un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida,
Devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
Que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?...
¡Cumbre de los martirios!... Llevar eternamente
Desgarradora y árida, la trágica simiente
Clavada en las entrañas como un diente feroz!...
¡Pero arrancarla un día en una flor que abriera
Milagrosa, inviolable!... ¡Ah, más grande no fuera
Tener entre las manos la cabeza de Dios!

Delmira Agustini



For Wendy F. (Spring is coming #1)