martes, 31 de mayo de 2011


Esta es mi última entrada de mayo. La primavera por fin se va apartando, poco a poco su estruendo comienza a debilitarse...

Hoy, la chica de Oriente y Occidente y yo nos hicimos un regalo mútuo con nuestra presencia. Y jugamos a ver.

¿Dónde están, oh dioses, aquellos tiempos en los que podías dedicarte única y exclusivamente a amar? Aquellos tiempos en los que solo existían dos ropas: una para el invierno y otra para el verano. Y el paso de las estaciones era una paciente reflexión. Las palabras el único fuego que realmente calentaba el alma y las noches, ah, las noches eran aún misteriosas y desconocidas. Esos tiempos en los que podías morír de un resfriado; lejos de ser esto tragedia daba verdadero significado a la vida, una suerte de urgencia por experimentar, por ser, por dejar huella antes de perderse para siempre y de manera irremediable entre los humos de la inconsciencia.

Y amar. Amar como único objeto y sin pensar si quiera en lo físico. La pura aceptación y unión con otro, sin preguntas, sin temor, el todo por el todo: te regalo el universo. ¿Es eso posible? Sí, dice ella, lo sé porque no deseo otra cosa. Puedo jugar, divertirme, pero en última instancia solo deseo eso, y si no puedo tenerlo no quiero nada.

No quiero nada.

Esas palabras me sobrecogen, me golpean como una inesperada tormenta de nieve en pleno verano. Enredan mi espíritu y avivan el nacimiento de nuevos colores.

Le cuento mi vida. Se ríe, se ríe mucho con mis historias, mis avatares, mis desgracias y mis triunfos. No entiende como puedo hablar de ello sin pudor, pero se maravilla a un tiempo. Es extraño.

Que no te importe nada, me aconseja, nada a parte de eso. Y si tienes dudas, escríbelo como si fuera una historia, en tercera persona, de manera que puedas contemplarlo todo desde la perspectiva adecuada y sin inmiscuirte. Deja entonces que las cosas fluyes y verás lo que tienes que hacer.

Asiento. Lo que ocurre es que ya he empezado a temblar. Pues mis argumentos siempre buscan lo extraño, experimentan con lo grotesco y lo inadmisible... ¿Será posible ofrecer mi carne a esa imaginación?

Soltar. Fluír. Soltar.

Qué maravillosas palabras...

lunes, 30 de mayo de 2011


Uno de los lectores de este blog se atrevió a insinuar que, después de tanto pajarillo deshecho, primaveras malditas y apretados vagones de tren, yo no sabía escribir nada gracioso. Y, obviamente, tenía al menos que intentarlo.

Recuerdo perfectamente a nuestro querido tutor del año pasado, ese hombre tan adorable y delicado que tantas alegrías me dio en su momento. Recuerdo en concreto una de sus tutorías, semanas antes de un junio especialmente traicionero: el junio de nuestra Selectividad. La tensión se palpaba ya en el ambiente y los ánimos agujereaban el techo o el suelo, no había término medio.

-Queeee... me han dicho los de dirección que tengo que leeros no sé qué panfleto de consejos antes de la Selectvidad... -nos comentó, con evidente desinterés, sentado en la mesa mientras balanceaba las piernas (no, desgradciadamente su estatura no era un rasgo destacable en su persona).- Pueeeees -se sacó un papelucho arrugado del bolsillo y empiezo a manosearlo mientras lo leía-. Que nada, que estéis tranquilos.. que no estudiéis más de una hora y media seguidas... que tengáis unas pautas de sueño... ¡Buah! -arrugó el papelillo y lo lanzó a uno que estaba hablando-. ¡Uysh! -erró por poco-. Pues eso, que os dejéis de consejos estúpidos y tontadas... que no... que si lo sabré yo... ¿sabéis lo que relaja de verdad antes de un exámen? Pues una bueeeena paja. Una buena paja como Dios manda, sí señor -dice entre risas moviendo mucho los brazos.


Y oh, hermanas y hermanos, yo escuché aquella escuché aquella sincera y descarnada revelación, observando como la luz del fluorescente se reflejaba en su pulida calva...

domingo, 29 de mayo de 2011


Camino por sendas embarradas en el único lugar donde siento que estoy sola y a salvo. Los árboles protegen de la humedad, el calor ardiente y el aire venenoso de la ciudad, tan abajo ahora, y sus hojas actúan de pantalla ante las miradas no siempre amables de sus habitantes.

Yo y yo misma, no es egoncentrismo, sino la humildad de encontrarse agusto consigo mismo, de reconocer que somos el único compañero de viaje que conoce hasta el más secreto de los atajos. Las amapolas han muerto ya con el calor, el impulso de la primavera ha acabado por devorarlas. Aún así descubro algunas que sobreviven bajo el frescor de las piedras, o en rincones particularmente escondidos que exhalan una calma que recuerda al silencioso invierno. Me divierto buscando sus cabecitas rojas que se mecen con el viento; las demás flores, amarillas, violetas y blancas, son atractivas y exhuberantes, sí, pero ninguna tiene la dulzura de la amapola, su tranquila reflexión, su misterioso encanto. ¿Será porque hay pocas y su vida es tan breve...?

Y entonces empiezo a observarlo. Pequeños cuerpecillos ennegrecidos, patitas dobladas que nunca han llegado a acariciar la tierra, alas tronchadas en un revuelto de plumas incapaces de conquistar el aire. Allá donde miro están: pequeños pajarillos muertos, caídos del nido; figuras frías, embarradas, lentamente devoradas por una ordenada fila de hormigas y otros insectos que no desaprovechan nada y hacen de la muerte súbita energía para continuar en movimiento.

Es la imágen más triste que he contemplado jamás. Y están por todas partes. ¿Es el viento, acaso, demasiado fuerte, que se atrevió a golpearlos cuando ellos a penas despertaban a la vida y no habían tenido tiempo de conocer sus secretos? Cruel viento pues, que se aprovechó de la vulnerabilidad implícita y quiso castigar a la naturaleza.

Y no puedo evitar preguntarme: ¿En qué clase de mundo vivimos, si es que antes de nacer ya estamos muertos?

jueves, 26 de mayo de 2011


Entre hacer daño y que te lo hagan, hacerlo es muchísimo más duro.

miércoles, 25 de mayo de 2011

                                  HARU 

               No me gusta la primavera. El sol regresa, caminante que retorna de nuevo al hogar abandonado para quedarse. Huésped inoportuno, extrañado pero a la vez de visita incómoda. No se puede obviar el hecho de que una vez se marchó, dejándolo todo a su suerte… ¿y ahora vuelve? ¿Ahora reclama de nuevo su lugar?
            Viento frío, hierba cálida. Las flores explotan, agonizantes extienden su perfume envenenado que se introduce en nuestra respiración y llega a la sangre. Y así empieza ese cansancio, ese fondo de tristeza mezclado con las ganas de terribles de reproducirse. Eso es la primavera. Barre la quietud del invierno, sus silenciosas noches y sus días blancos sin pretensiones. Se lleva la comodidad, la tranquilidad de saber que el frío todo lo congela. Y tras el deshielo, nada es lo que parecía antes. Contornos desdibujados, siluetas torcidas, paisajes amenazantes. Las tinieblas y el hielo hacían bien en ocultarlos.
            Primavera. Mis palabras se vuelven ansiosas, juguetonas, escapan de entre mis dedos y revolotean canturreando melodías desconocidas que incitan a mi cuerpo a doblarse, abrirse y explotar. Como las flores. Todo está en el aire, perdido en un limbo, y vuelvo a enamorarme. Palabras, palabras zalameras de melaza amarga, rozan mis labios haciéndome desear más. Antes de que quiera darme cuenta mi corazón se desangra en un latido terrible, que es como una puñalada en el palpitante músculo. Me enamoro de sus palabras, de las dulces promesas que conformaban los signos ya pautados, esa infinitud recogida en un código de tan solo veintisiete valores. Mi felicidad o mi muerte en vida, mi paraíso ansiado o el más cruel de los infiernos: todo ello pendía de sus breves mensajes, del producto de una mente quién sabe si benévola.
            Comienzo a imaginar y los fantasmas se hacen corpóreos y reclaman su sitio a mi lado. La luz de la primavera les da ese poder; mi angustia los alimenta. Ahora viven debajo de mi cama y arañan mi piel por las noches hasta empapar las sábanas en sudor y sangre. Así, cada mañana despierto renaciendo, y al irme a dormir tengo la seguridad de que una lenta muerte me espera.
            Pero no me enamoré de ti, susurrante, artífice de esas palabras ordenadas como niños de escuela sentados en sus pupitres pero con un brillo perverso en la mirada.
            Fue de la primavera.




http://www.youtube.com/watch?v=w1d5nnCZdqY&feature=related

martes, 24 de mayo de 2011


La enfermedad se ha posado en mi hogar como un cuervo negro de venenosas alas: sus plumas oscuras se encuentran ahora por todos sitios: sobre la mesa del comedor, entre los libros de la biblioteca, sobre el televisor, en la cisterna del váter, mojadas y pegadas en el fondo del fregadero de la cocina... y bajo mi cama.

Mi batalla contra la enfermedad es la limpieza: abro cada lugar, dejo que al agua lamer sus angustias, pero al mismo tiempo que por las ventanas entra el aire fresco y purificador que se lleva volando a mis siniestras amigas, también el sol ardiente se cuela, carbonizando mis luminosas intenciones y cegando a estos pobres ojos.

La enfermedad trae también las incómodas visitas, que yo he de encargarme de racionar. Rostros amargados, pálidos, ausentes, que la curvatura de sus labios es inversa en el interior: a puesto a que estallan en risas, pues no es otra cosa sino el morbo lo que les impulsa a dejarse caer por el improvisado nido del cuervo. Entomces he de dejar de limpiar y poner a hervir té, mientras cuido que las plumas no caigan e intoxiquen el agua. Tacitas de bordes desconchados, galletas caducadas, oh, por favor, siéntese, sí, sí...

Hoy una visita especialmente no deseada se ha sentado a hablar conmigo más de lo que aconseja el protocolo.

-He oído que te vas a X este verano...

-Ajá.

-Es una gran oportunidad... blablablablabla... no olvides que... blablblablablabla.... y aprovecha también para... blablablablablablablablabla pero finalmente, no olvies que eres española.

Ha sido este último imperativo, esa invocación a lo que más temo (la amnesia, como una tormenta de arena en el desierto, cubre ciudades enteras y las hace suyas) lo que ha captado mi atención de nuevo.

Sus palabras me han hecho gracia en el momento, a penas he podido evitar reprimier una risa no precisamente educada.

Sin embargo, ahora me pregunto: ¿por qué ese miedo?

domingo, 22 de mayo de 2011




El otro día iba montada en tren.

Uno de esos trenes al medio día, llenísimos hasta reventar de personas. Y era clase de momentos en los luchas por mantenerte en pie, cuerpo a cuerpo con decenas de individuos que, pese a lo íntimo del contacto y la innegable proximidad no miran a nadie sino a puntos fijos perdidos en un limbo. Como haciéndote notar que realmente no les importa, que piel con piel o compartir el mismo destino encerrados en un habitáculo que se tambalea a cada curva no es una casualidad, sino una cruel imposición del destino.

Sus expresiones son siempre las mismas: desde un mutismo helado hacia la imagen misma pasando por la misma imagen de la tortura y el arrepentimiento (¿qué he hecho yo para recibir esto...?) y el profundo desprecio hacia le resto de la raza humana en el fondo de los ojos. Pero nunca he visto una cara amable, una tímida sonrisa, un 'me alegro de no estar solo'.

Sin embargo, ¿quién puede culparnos?

Intenté en ese momento encontrarle un sentido, una lógica al hecho de hallarnos todos embutidos en mismo vagón mientras la ciudad corría rauda tras las ventanas, exhibiendo amplios y aireados cielos. Primero pensé en ciertas masacres, pero me pareció exagerado. Así que finalmente me decanté por un tren cargado de ovejas, por poner un ejemplo (cerdos podría parecer denigrante, y no busco eso). Un viejo tren que circula por rutas rurales perdidas y lleva rebaños y rebaños de esas tontas bolas peludas en cada vagón. Claro, son animales, ¿a quién le importa que haya veinte o doscientos en el mismo vagón? ¿Es que a caso vamos a escucharlos quejarse? Ademas, los balidos quedan encubiertos por la lúgubre maquinaria. Y nos compensa más llevarlas a todas de una vez: a más ovejas más dinero... a más ovejas más dinero.

Somos ovejas.

Como animales de granja, esas cosas cilíndricas llamadas trenes nos llevan medio dormidos a trabajar a la ciudad, y luego nos devuelven los despojos de nuestro ser, chupado ya de esperanza y vida, para que intentemos conservar la mayor energía posible para el día que viene, en el que se repetirá la misma historia. Una y otra vez, una y otra vez. Los obreros son los animales ya adiestrados, yo aún estoy aprendiendo. Pero todos empezamos de la misma manera y, ah, de eso estoy segura, ellos desean que acabemos como tienen previsto.

Somos los constructores del sistema, los que engrasamos y empujamos los pesados engranajes que mueven el mundo de otros. De esos otros para los que el dinero no es nada más que papeluchos pintados, y que no trabajan para vivir sino que si acaso lo hacen para no aburrirse y mantener la mente despierta. De esos otros que desde luego no nos consideran ni de su misma raza, a sus ojos debemos de ser una suerte de ovejas perfectamente esquiladas y que caminan a dos patas.

Menos mal, pensé, tras esta oscura revelación, que los dioses nos otorgaron  a algunos el don de la imaginación... y de saber ver más allá.

viernes, 20 de mayo de 2011



La escena es esta:

Un hombre aún joven, sentado en el sillón con la resignación del que ve la vida pasar y realmente no le importa. Sentado con los brazos resbalando hacia el suelo, las piernas extendidas en el suelo. Va vestido con un pijama viejo y descolorido tras muchos lavados. Zapatillas que corren la misma suerte a cuadros negros, marrones y amarillos. Una tripa incipiente: demasiados frutos secos después de cenar (tres nueces aconsejan los cardiólogos, no hablaron aún nada de tres docenas), cantidades industriales de fruta durante el desayuno... la vida sana llevada al extremo también puede envenenar el organismo.

Los ojos perdidos en la secuencia aleatoria de imágenes que ofrece la caja del placer, cualquier cosa: programas de cocina, noticias internacionales, películas que fueron hechas expresamente para matar las horas muertas en las que uno ni siquiera es consciente de estar vivo, cotilleos, Madrid hoy, pasen y vean toda nuestra fauna urbana...

¿Ve algo realmente? ¿O imbuye esas imágenes en su mente a fin de llenarla con algún tipo de pensamientos, pues se encuentra tan agotado que ya ni siquiera tiene ánimo para crear los suyos propios?

Un bocadillo de pan de molde: pavo con olivas y pimiento, el mismo que le compra a su hija para que se haga el bocadillo en los recreos. Un zumo de melocotón y piña, también raptado del arsenal de almuerzos de la niña. Come, traga, chupa, más anuncios, cambia de canal, una comedia americana con las risas más falsas que jamás un ser humano de verdad pudo producir... traga inamovible en su silla, en ese trono desde el que ahora contempla el mundo. Como suele decirse, tal vez prefiera reinar entre esas estrechas paredes que constituyen su hogar que salir a fuera.

Salir a fuera. ¿Para qué?, dice él a menudo. La ciudad es un animal hambriento que todo lo devora: su ajetreo, sus colores, sus historias, hace tiempo que dejaron de impresionarle. Sueña con campos lejanos, huertas paradisiacas en algún pueblecillo de aires provenzales, donde los burros y las ovejas campen a sus anchas por las calles y los amables vecinos organicen fiestas al atardecer. Así que mientras esa imagen permanezca relegada al sombrío mundo de los sueños y aspiraciones, preferirá no pensar y permitir que la caja le conecte con una realidad que, al menos, (eso cree), no puede hacerle daño.

Después de engullir la improvisada cena, sus dedos glotones arrancan el yogur y empiezan lentamente a vaciarlo. A grandes bocados avariciosos consumen su escaso contenido. La cucharilla de metal rasca el plástico, pero él no parece darse cuenta: sigue chupando, plástico, cartón, motas de sabor perdidas, insistentemente. ¿Esto es todo? ¿Esto es todo...?

Ese hombre fue joven, fue hermoso. Recorrió buena parte del mundo sin tenerle miedo a nada, amó y vivió puede que incluso más que todos nosotros. Posiblemente hubo momentos en que sintió que la felicidad era tanta que ni siquiera alcanzaba a contenerlas: momentos en los que la vida se rindió a sus pies y le coronó con laureles. Ese hombre fue un adolescente que juró que nunca se dejaría colorear con el gris opaco de los adultos. Ese hombre...

miércoles, 18 de mayo de 2011




Recuerdo perfectamente mi primer día en clase de japonés. Nada más entrar en el aula, supe que ese era mi sitio. ¿Por qué? Pues porque, he de confesaros, aquello estaba repleto de las personas más variopintas que uno puede imaginar. Fans de yaoi gritonas que proclamaban a los cuatro vientos que tal o cual escena no había sido lo suficientemente explícita en ese anime, y por supuesto proponían mil y una soluciones para arreglarla. Por otro lado, chavales practicando charlando sobre kendo y sacando sus espadas como quienes comparan motos. Cabellos de colores imposibles, maquillajes exagerados o la completa ausencia de ellos, pearcings, gafas psicodélicas, faldas de tul, camisetas con extraños mensajes... Colores e insinuaciones, inquietudes exóticas, todo lo que se suele considerar vergonzoso por la gente de bien estaba reconcentrado entre esas cuatro paredes. Y yo, hermanas y hermanos, me sentía en mi elemento.

Recuerdo que elegí una mesa centrada en la tercera fila. No conocía a nadie pero tampoco sentía la necesidad de correr a buscar amigos. Se respira un ambiente bueno, agradable, yo tenía la sensación de que en el momento en que quisiera charlar con alguno de mis compañeros no serían necesarias las ceremonias.

En ese momento, ya antes de que llegara nuestra sensei, una chica se sentó a mi lado.

Tenía el pelo azul y blanco, unos ojos oscuros, labios perfectos y un pearcing en la barbilla. Llevaba una americana negra y vaqueros. Empezamos a charlar. Era franca y agradable, de León. Le conté que conocía la zona, que me gustaba mucho, y enseguida empezamos a hablar de los sitios que conocíamos.

Se convirtió en mi compañera en aquellas clases iniciales en las que, poco a poco, dábamos nuestros primeros pasos dentro del fascinante idioma del país del sol naciente.

Un día mi compañera me comentó que tenía un grupo. ¿Un grupo de música? Un grupo de música. Rock metal, me comentó, para más señas. Por lo visto estaba bastante metida en ese asunto, ensayaba casi todos los días con sus colegas, y de hecho, estaba escribiendo en ese momento una letra para una de las canciones. Estaba en inglés, porque ellos cantaban en ese idioma. Le ayudé a encontrar las palabras adecuadas. ¿Eres la cantante? Pregunté. Asintió. También cantamos en japonés, me dijo, y de ahí su pasión por el idioma. Me pareció interesante.

A los pocos días, vino muy orgullosa: hemos grabado nuestro primer sencillo en casa de un colega, ¿quieres que te lo ponga? Y antes de que quisiera darme cuenta, ya tenía el casco de su ipod enganchado en una de mis orejas. A decir verdad, me esperaba cualquier cosa. Ya he asistido a conciertos y ensayos de algunos conocidos que tenían un grupo de música. Para ser sincera, la mayoría de las veces he sentido que los ánimos estaban a la altura... pero el arte no tanto.

Sin embargo, cuando escuché por primera vez esa canción, esa canción a la que hacía unos pocos días habíamos ido poniendo la letra... me quedé sorprendida.

http://www.youtube.com/watch?v=lQzDyycf-c4


Me gustaba, me gustaba mucho. Están empezando y ya tienen esta música, y su voz... su voz era poderosa, sabía manejar las palabras que había querido transmitir. Interesante, pensé por segunda vez, interesante.

Desde entonces ha nevado, ha llovido y ha hecho sol, han pasado muchos días, pero ella y su grupo han ido saliendo adelante. Les une la pasión por comunicar, por mover a la gente al ritmo de unos acordes violentos pero no exentos de sensibilidad.

Y ahora, este mismo sábado a las ocho, dan su primer concierto. Un concierto gratis en un local cerca de Sol. Una experiencia, un comienzo... no sé como saldrá, pero yo voy a estar allí. Con una sonrisa y mis mejores galas. Y los que se animen a asistir, a hacer algo diferente, a dejarse sorprender... bueno, pueden buscarme entre la multitud. Porque además tengo pase VIP.

Así que ya sabéis: si queréis probar un poco de excentricidad, sentir por un segundo esa intensa energía que se respira en mi clase de japonés y en sitios semejantes donde el nivel de lo extraño alcanza máximas insospechadas, ¿qué mejor manera de hacerlo que empaparse de música?

El grupo universitario Gizen, tocará el sábado 21 de mayo de 8 a 9 de la noche en la sala Átomo de Madrid.


Para más información y direcciones:








martes, 17 de mayo de 2011




It's hard,
hard, not to sit on your hands,
burrow your head in the sand,
hard, not to make other plans
and claim that you've done all you can,
all alone
and life
must go on.
It's hard,
hard, to stand up for what's right
and bring home the bacon each night,
hard, not to break down and cry,
when every ideal that you tried
has been wrong.
but you must
carry on.
it's hard,
but you know it's worth the fight,
cause you know you've got the truth on your side,
when the accusations fly.
hold tight!
don't be afraid of what they'll say.
who cares what cowards think? anyway,
they will understand some day,
some day.
It's hard,
hard, when you're here all alone
and everyone else's gone home.
harder to know right from wrong
when all objectivity's gone
and it's gone.
but you still
carry on.
‘cause you,
you are the only one left
and you've got to clean up this mess.
you know you'll end up like the rest
bitter and twisted - unless
you stay strong
and you
carry on
it's hard,
but you know it's worth the fight,
cause you know you've got the truth on your side,
when the accusations fly.
hold tight!
don't be afraid of what they'll say.
who cares what cowards think? anyway,
they will understand some day,
some day.





domingo, 15 de mayo de 2011







Todo es difuso, pienso
que tal vez no haya sido capaz de resistir el impulso de la primavera y sea por ello






                                     que mi arte se resienta.




No importan las negativas, los obstáculos, reinvento el juego a cada paso y pongo rostros a las sombras.


Y después de esta semana no hay nada, un vacío terrible que recuerda a la malvada
enemiga de Michael Ende, el confín de las tinieblas y de la vacuidad misma, aquello que ni siquiera


puede ser imaginado.








Y mis ojos se pierden en un laberinto creado y yo misma arrojé el ovillo al aire y permití
que se enredara 






                              y ahora volver a organizarlo parece tan costoso




                                                             y encima sobreviene el calor mortal de un nuevo verano.




Grito un cambio, araño un nuevo movimiento pero la otra exige cadenas que me sujeten a la tierra.




































Lo único real es que ella me hará beberme mi propia sangre 


antes de que pueda utilizarla para escribir las últimas palabras.






























Toda bendición tiene su reverso; mi padre me enseñó mundo desde que era joven para que aprendiera a amar                                                          
                                                       el hogar 




























pero consiguió el efecto inverso.









viernes, 13 de mayo de 2011



Terror.


Terror es andar por la calle sin saber muy bien qué me pasa. Terror es sentir ardor dentro mientras fuera hace tanto, tanto frío. Andar a oscuras, por calles mal iluminadas, con el abrigo abierto y ofreciéndole a la noche mi cuello (¿por qué siento este calor?) La visión se difumina, el mundo se tambalea. Cada paso es un reto y estoy sola, sola, sola, en medio de ninguna parte, únicamente piedra fría y edificios de ventanas ciegas. ¿El hogar? ¿Un amigo? ¿Qué significan esas palabras en ese instante? Nada, amigas y amigos míos, en ese instante son conceptos vacíos. Porque si no me concentro en mantenerme en pie, caeré, me derrumbaré quién sabe donde y entonces este joven cuerpo será pasto de los depredadores al acecho.


No era exactamente el dolor. Era el sentirlo dentro de mí, ese bicho, repugnante, abriéndose paso en mis entrañas, deshaciéndolas, saber que está ahí y no puedo sacarlo, ha burlado mis sólidas barreras corporales y ahora yo soy un simple testigo de su victoria. Chupa mis vísceras, lame mis órganos vitales y emponzoña mi sangre. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?


Terror es no saber. Sentir y no ver, tener manos pero no poder acceder al núcleo del sufrimiento. Terror es sentir esa soledad que anuncia el desastre, pues en el momento en el cuerpo se derrumba, ¿qué puede hacer la mente, el espíritu que tanto nos hemos encargado de ensalzar como algo superior?


Terror era lo que yo tenía aquella tarde de sábado mientras me sentía envenenada por dentro y todo parecía demasiado lejos. Me detuve, recuerdo, junto aquel enorme templo abandonado, con la cabeza dando vueltas y el ardor en la frente (¿qué me ocurre?) y empecé a devolver, mi cuerpo intentaba en vano sobreponerse a las violentas sacudidas de aquel mortífero insecto que, arañando mis intestinos, se negaba a abandonar su reino cálido, húmedo y palpitante: mi cuerpo.


Perdí la consciencia y ya no estaba allí, de repente estaba tumbada en la hierba, boca arriba. Recuerdo la luna brillando en el cielo negro, el frescor de la noche en el sudor de mi frente, el temblor incontrolado de mis manos. Y la luna... a través de las ramas de un árbol cercano, recortada su imagen, era tan hermosa... mi cerebro no era capaz de hilar dos pensamientos, pero se rendía ante tan sublime belleza. La luna.


Una pareja con un carrito se detuvo a mi lado, se acercaron, ¿te encuentras bien, qué ocurre...?


Pero el terror, el pánico, no puede explicarse.


Solo se siente.

miércoles, 11 de mayo de 2011




Hoy me he enterado de que una compañera mía de instituto acaba de tener un niño.

Es curioso. Lo primero que me ha venido a la cabeza ha sido: Fíjate. Yo a penas he empezado a vivir, yo a penas sé lo que es estar enamorada... y ella ya es madre. Así de sencillo.

La recuerdo. Era escandalosa, provocativa, infantil... y hermosa a un tiempo.

Siempre me han atraído las personas intensas. De una manera o de otra, no importa realmente al final hacia que lado tiren. La intensidad y su impacto, como una ola que golpea sin piedad y hace de algo tan fino como el agua un pared de hormigón que nos estremece y derriba.

Aunque a penas crucé un par de palabras con ella, confieso que la observaba. Sus vestidos extravagantes, escotes imposibles y zapatos de tacón. Recuerdo el día de la graduación, tan guapa con su vestido ajustado de lunares años cuarenta y yo... yo... Verla siempre me hizo sentir una niña, una niña solitaria y taciturna en la esquina, eterna esquina que aprendí a ocupar tan bien aquellos años. Y ella, pletórica de alcohol y hombres y fugaces viajes por Europa.

Y unos labios rojos sangre.

Quería ser ella. Sí, lo reconozco. Al menos por unos segundos, ocupar ese lugar.

Pero ahora... ahora, ¿qué hay de todo eso?

Ahora yo y mis historias, mis miedos, mi locura y esa niña callada de gesto serio pasan de largo, siguen, continuan... y ella y su alcohol, y sus drogas, y su medio marido forzoso, su familia hastiada y sus amigas borrachas se quedan en la esquina intentando amamantar a una criatura que no quiere risas falsas, ligues o cotilleos, sino simplemente leche.

lunes, 9 de mayo de 2011



Esta primavera está siendo particularmente terrible. No solo es la fiebre del heno, es...







P.D. Por lo menos podrías tener la decencia de permitirme terminar mi historia.

sábado, 7 de mayo de 2011




No sé que estoy haciendo.

Estoy aquí, tumbada en una cama que no es la mía, con el pijama puesto y el edredón hasta la barbilla. Escribiendo. Puedo ver la ventana desde aquí, y el sol que entra a través de ella es incluso molesto.

Veo el cielo de un azul aguado tan relajante, y una tímida nube que se desplaza lentamente por el horizonte, como una oveja descarriada que busca a su pastor. Las hojas del álamo que crece cerca, tan cerca que si abriera la ventana podría rozarlas, me hacen señas insistentes. Se revuelven en un destello verde y plateado que pretende incitarme. Y detrás, un enorme bloque de pisos que me priva de paisaje, de sol, del trozo de cielo que me corresponde. En lugar de eso solo me devuelve agujeros oscuros a través de los cuales alcanzo a ver sombras que se mueven. Totalmente ajenas. Y la torreta de ese lúgubre centro comercial que ya cuando vine a vivir aquí estaba abandonado, e incluso un pedazo del tejado del instituto donde pasé mi adolescencia. Lugar que soñaba con abandonar y, paradojas de la vida, ahora he de recorrer un largo, excesivamente largo camino para recibir mi instrucción. Será que las cosas que más deseamos no son precisamente las que tenemos al alcance de la mano...

Y más allá de todo eso, el monte. El monte donde crecen las amapolas, esos campos enormes y desolados en los que se balancean mis amigas encarnadas.

Lo que más me gustaría en este momento es correr por ahí, entre espigas y flores de mil colores, con la nada rodeándome, sólo pinos y autopistas interminables que no llevan a ninguna parte. Qué importa mientras sigan creciendo las amapolas, que hacen que lo muerto parezca vivo, que traen la alegría del renacimiento a donde antes ningún otro sentimiento era posible.

Las golondrinas vuelan alto en el cielo. Tan lejanas que a penas son  unos puntos traviesos que intentan escapar de mis ojos...

Propaganda electoral adorna las farolas. Aunque son del color de las amapolas yo no me dejo convencer.

¿Qué hago aquí?

Escondida, melancólica, temerosa.

La primavera está afuera, esperándome, pero yo...

Yo hoy pensé que tal vez a este sentimiento terrible de desarraigo le debo el placer maravilloso que me invade al viajar.

viernes, 6 de mayo de 2011





Ayer nos sentamos a hablar. Nos contamos nuestras penas amorosas, nuestros líos, nuestros intentos vanos de atrapar ese momento, ese segundo que es del otro y de uno mismo al instante. Sus palabras y las mías se entrelazaban poco a poco, dibujando castillos de aire en el espacio que nos separaba. Podía ver sus ojos brillar y sus manos temblando de solo pensar en acariciar esos cuerpos... Primavera.

Y no sé como, nuestras palabras, convertidas poco a poco en susurros, se hicieron puentes, y poco a poco nos acercamos, y finalmente él estaba entre mis brazos, con su cabeza en mi regazo, relatando historias de amantes mientras nuestros cuerpos intentaban, sin que nosotros lo supiéramos por el momento, realizarlas.

-No puedo olvidarte -me dijo- a pesar de todo, tienes algo que me atrae.

Yo reflexioné sus palabras, pensando en que realmente había dado mucho más de lo que hubiera querido.

-Es porque sé que no puedo tenerte -musité, mientras le mordía suavemente la espalda, estrecha y pálida- me gusta la extravagancia que eso supone.

miércoles, 4 de mayo de 2011




¿Habéis olido alguna vez el aroma de la carne podrida? Es un olor desagradable, porque resulta contrario a la vida. En alguna parte de nuestro cerebro se enciende una señal de alarma: eso no es bueno, no se puede comer, aléjate, grita una voz secreta, la supervivencia de los antiguos cazadores. El olor a podrido es dulce y picante a la vez, es desagradable… y adictivo. Una vez que tu nariz le permite pasar a los oscuros recovecos de tu cuerpo, aunque todo tu sistema nervioso parpadea y manda descargas eléctricas a tus músculos, instándoles a la huida, una parte de ti desea quedarse, y aspirar por siempre la muerte, la repugnancia, la descomposición. Porque no hay nada más humano que las vísceras descomponiéndose al sol, toda esa carne desparramada en un suelo que hace tiempo ha chupado la sangre, ofreciéndose.



De la nueva historia que me traigo entre manos.

martes, 3 de mayo de 2011




Entre campos de amapolas he correteado con la chica de Oriente y Occidente.

Dolor, rabia, amor, tristeza, alegría, desasosiego, atracción, pérdida...

Las amapolas son calmante, son somnífero. Salen de repente en primavera y se van igual de rápido. Vulnerables y salvajes a un tiempo.



Llega el momento de cortar. Lo terrible. ¿A dónde voy cuando llegue junio? ¿A dónde voy? ¿Qué será de mí en septiembre?

Cortar, cortar, cortar.

Strenght.

lunes, 2 de mayo de 2011



He vuelto. Cuatro semanas más, y volveré a marcharme. Y esta vez, quién sabe cuándo retornaré. He vuelto sí, aunque no conseguí del todo mi propósito, al menos si traigo nuevas historias bajo el brazo. Y la seguridad de que ahora yo escribo. Cualquier error en el guión, cualquier reglón torcido, es responsabilidad mía. Ya se me ha dicho que debo asumirla.

Me iré. Sola y sin mucho. A recorrer un país que es el principio, mi principio. Sus verdes y húmedas praderas han permanecido en silencio durante siglos, los cementerios abandonados bajo el cielo encapotado y gris... ¿es a caso una locura pretender pensar que a mi si me hablarán? No me importa. Pues alcanzaré mi destino, y subiré esas escaleras, escaleras que suben en medio de ninguna parte. Y cuando llegue arriba, y pueda ver sus tierras lejanas y el inmenso océano rodeándome, a mí, a penas una gota descarriada, entonces...