viernes, 22 de marzo de 2013



Hoy he estado de un humor extraño. Lo definiría como mal humor, pero ha tenido una dosis demasiado alta de melancolía aderezada con impotencia.

Para empezar, he vuelto a quedarme dormida por segundo día consecutivo. He tenido que desayunar rápido e ir a clase (no quería perdérmela, el tema me interesaba especialmente). Pero, de todas formas, he llegado veinte minutos tarde. Luego e ido a comprarme unos auriculares nuevos -porque perdí los míos el domingo en la biblioteca, y por más que ido a preguntar a Objetos Perdidos no los tienen... y mira que ya habrían podido llevarlos ahí, vaya, que eran unos auriculares normaluchos, baratos, ¡pero eran los únicos que yo tenía!-. Cuando, en un rato, he querido abrirlos (estaban metidos en una caja embalada a más no poder- he agarrado unas tijeras... y he acabado por cortar uno de ellos sin darme cuenta mientras intentaba sacarlos. Sí señor. Ha habido un momento en el que he querido llorar, pero luego me he dicho, ¿para qué?

Además de eso, he tenido que soportar un frío que cada vez se hace más intenso (con el añadido de que es desesperante, porque estamos teniendo peor tiempo que en Invierno, y eso que ahora es oficialmente Primavera) e incluso me ha caído granizo encima (el resto del día más o menos soleado).

Estoy cansada, pero no solo es cansancio físico, sino también existencial, de ese que parece que tienes que arrastrar el alma. Y yo sé por qué es (en parte). Es porque ayer, en la proyección semanal de uno de mis cursos, no fui capaz de quedarme ante la escena de una película. Es curioso. Esa escena me impresiono mucho en su momento, pero yo esperaba que en un lapso de más de diez años hubiera superado algunas cosas. Pero no. Allí estaba yo, incapaz de disfrutar al completo de my favourite film ever, completamente aterrorizada ante la perspectiva de enfrentarme a lo que ya se ha convertido en un fobia.

Y no sé, desde entonces me siento un poco decepcionada conmigo misma. ¿Tan lejos he llegado para arrugarme con tan poco?


For Wendy F. (The people I have met).






jueves, 21 de marzo de 2013

miércoles, 20 de marzo de 2013



Justo cuando salía del comerdor, me he encontrado con un hombre mayor que llevaba un cubo de caramelos. Se me ha acercado, muy simpático y sonriente:

-¿Quieres uno? -me ha dicho-. Son gratis.

Un hombre mayor, vestido con un jersey de lana, cabello blanco y ya ralo, bigote y barba, gafas de enormes de montura anticuada que seguro que no se cambia desde los setenta (aunque mira por donde, ahora se ha vuelto a poner de moda ese modelo...) ofreciendo caramelos a los estudiantes universitarios.

Cambiamos un poco la escena: en vez de del comedor salen del colegio, no universitarios, sino niños...

¿En qué estáis pensando?

Aunque claro, a este hombre ya lo conocía yo de antes. El caramelo que te da viene siempre acompañado de un folletín de propaganda. No es que me gusten los caramelos (y los folletines menos) así que usualmente no se lo cojo. Pero hoy sí, porque quería hacer esta entrada y adjuntaros la foto correspondiente.

Religión... y caramelos. No es la primera vez que lo veo. En el campus, el otro día, había un stand con unos jóvenes pulcros y sonrientes que ofrecían té, café... ¡y muffins! gratis. Tenía que haber gato encerrado, naturalmente, pero de todas forma me acerqué a preguntar.

-¿Por qué son gratis?

Y empezaron a contarme sobre la vida y milagros del salvador mientras me daban el correspondiente panfletito, avisándome de que, si iba a las charlas, allí daban el lunch gratis... Una oferta bastante tentadora para los estudiantes universitarios, que por lo general andamos siempre bastante hambrientos. El cerebro consume muchas calorías, y, por otro lado, los hay, como una servidora, que prefieren comprar libros a comida... (la literatura es uno de los manjares que más nutre al espíritu).

Sin embargo, no deja de sorprenderme esta estrategia. Obviamente, es la de una campaña publicitaria. Sin embargo, me cuesta relacionar algo tan especial como la espiritualidad con la campaña de venta de un artículo cualquiera. Una empresa que invierte en caramelos, o en cientos de muffins (porque aquellos eran muffins de los que se compran, no de los que se han hecho a mano el día de antes por unos pocos estudiantes) para ganar adeptos que posteriormente traerán más capital a dicha institución...

La espiritualidad es un camino que empieza dentro de uno mismo, a mi entender. Un viaje que se decide emprender en solitario. Una actitud silenciosa, una decisión consciente, ya sea originada por nuestros propios pensamientos o transmitida... pero, ¿qué pintan los caramelos en todo esto?

Siempre he rehuído a los grupos que tratan desesperadamente de atraerme. Y más aún si son doctrinas. No me fío de las personas que lo ven todo en terminos de blanco (lo que yo pienso) y negro (el resto del mundo). Aunque tengo mis propias creencias (muchas y variadas) jamás he tenido la necesidad imperiosa de que otros las compartan. Si llega alguien, se sienta a mi lado, charlamos, y resulta que compartimos algunos puntos de vista... bueno, entonces es divertido. Pero no voy a ir corriendo detrás de la humanidad en general tratando de convencerles de que algo que yo creo cierto. Basicamente, porque creo posible que haya otras verdades a parte de la mía y eso no me molesta.

Pero cuando ya intentan meterme la pildorita religiosa con el caramelo, como si de un jarabe infantil se tratara... no puedo menos que sonreír con un poco de lástima. No sé si es que las iglesias necesitan desesperadamente adeptos o si piensan que están salvando nuestas almas y que el fin justifica los medios, pero en cualquier caso me parace hasta casi un insulto hacia lo que la espiritualidad, en su sentido más puro, representa. El transcender de la realidad, esa adquisición de una visión nueva y más afinada que nos permite cerciorarnos de que no existe un solo horizonte.


Definitivamente, me interesan las cosas invisibles. Pero no quiero caramelos que, en cualquier caso, solo terminarán por sacarme caries.

For Wendy F. (the people I have met).


martes, 19 de marzo de 2013




Estoy cansada. He llegado a un punto en el que solo me apetece correr, subir hasta la cima de Arthur`s Seat aunque me cueste la vida y gritar, gritarle a los dioses que ya hemos tenido bastante invierno, es suficiente, muchas gracias.

Con este ya son seis meses. Seis meses de oscuridad, de frío, de vieto polar, de nieve... Seis meses largo que hemo ido aguantado como hemos podido: Bonfire Night, las decoraciones navideñas ayudan... luego enero y febrero se viven como un trámite obligado. Pero, ¿este tiempo en marzo, a unos pocos días de la llegada oficial de la primavera? Las flores ya habían empezado a salir (pobres daffodiles, ¿qué será de ellos ahora?) los días se alargan... ¿pero qué más da cuando se vive en una noche eterna?

El día de hoy ha sido de esos en los que no hay luz: solo el cielo gris oscuro, pesado y amenazante. Nieve, nieve de todas las intensidades posibles, ahora más fuerte, ahora más suave, ahora casi lluvia y luego tan dura como el granizo. Y el frío es tal que duele respirar. Y la ciudad es más gris que nunca. Terribles momentos estos en los que vienen los elementos a mostrarnos su cara más despiadada: aquella que todo lo destruye.

Quiero la primavera.


For Wendy F.


domingo, 17 de marzo de 2013



Hoy me he acordado, con una mezcla de cariño y pena, de que a veces las personas a las que amamos salen malparadas por nuestra culpa, y eso, aunque es bonito, también es triste.

Estaba pensando en K.y yo. La relación que nos une es de lo más estrecha, pero hay veces en las que la pobre ha tenido que aguantar mucho... Me vienen a la cabeza dos anédotas muy concretas.

La primera de ellas es una noche yendo al cine. Recuerdo que, como de costumbre, pasamos por una tienda barata de chucherias antes de la película para acumular provisiones varias. Solo K. llevaba bolso, que estaba a reventar después de que saliéramos de la susodicha tienda (el bolso era pequeño, tampoco os equivoquéis). Recuerdo que sujetaba el monedero aun en la mano (acababa de pagar) e intentaba acomodarlo todo sin conseguirlo. Entonces yo le cogí la cartera y me empeñé en llevarla en uno de los bolsillos de mi abrigo. De hecho, recuerdo que insistí.

Entramos al cine, vimos la película...y a mí me quitaron el monedero, que no era mío, sino de K. No sé cómo, porque no me di cuenta, pero el caso es que luego lo estuvimos buscando (K. se dio cuenta nada más terminar la película) y no estaba por el cine.

Os podéis imaginar el disgutso mayúsculo de K. No solo porque ahí tenía treinta euros, sino todos los documentos: carné de identidad y demás. De hecho, le dio una especie de ataque de ansiedad. Y encima yo supongo que cargué doble culpa kármica, porque el monedero no era mío pero me empeñé en guardarlo en un sitio de donde después me lo quitarían... Menuda historia.

(K. no volvió a ver jamás el monedero, pero unos días después -cuando ya había solicitado la mayoría de las copias para los carnés que había perdido- se encontró con un sobre en el buzón en el que estaba toda la documentación, DNI incluído. Yo le devolví los 30 euros y quise comprarle una cartera nueva, pero creo que para eso segundo se me adelantaron).

La segunda vez también fue con K. (que tiene el mal vicio de apreciarme y estar siempre conmigo...). Estábamos bajando unas escaleras. K. iba delante y yo detrás. Las luces estaban apagadas (definitivamente eso tuvo que ver con los acontecimientos que siguieron). Íbamos charlando pero de repente yo perdio pie... y mientras me caía, en un acto reflejo agarré a K., de manera que al final la arrastré conmigo, con tal mala fortuna me caí encima. Como os podéis imaginar, yo aterricé en mullido, pero ella no. Se dio un golpe de campeonato (tanto que se quedó un poco atontada después, y a mí me dio la angustia pensando que le había pasado algo grave). Después del susto, le salió un buen moratón en la barbilla, hinchado, que le deformaba la cara... La pobrecita se quejaba con voz lastimera de qué iba a ocurrir si su barbilla se quedaba con esa forma para siempre. Yo estaba acongojada.

(Al día de hoy la barbilla de K. es perfectamente simétrica).



Para Wendy F. (y Shibi):


miércoles, 13 de marzo de 2013




Últimamente las manzanas no me saben a nada. Es horrible. Mi fruta favorita, mi dulce placer diario, mi eterna tentación... ¿Qué ha ocurrido con ellas? Voy a tener que desistir en cogerlas, porque total, cuando una manzana ha perdido su sabor es aburrido morderla. Aunque por fuera siga siendo roja y de apariencia apetecible. No quiero admirarla, quiero degustarla. ¿Qué pasa con mis manzanas?

El domingo fui a ver la película The assesination of Jesse James by the coward Robert Ford (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) y me gustó mucho. Especialmente, y con diferencia, la banda sonora. La música es tan hermosa que te transporta directamente a los oníricos paisajes de la película. El protagonista es un bandido, un asesino, la clase de persona que no duda en meter una paliza a un niño o en ponerle el cuchillo en la garganta a algún amigo en un momento de ira. Una joya, vamos. Pero es que cada vez que sale sonaba esa música tan, tan hermosa, que no pude evitar empatizar con él. Pobrecito Jesse James, pensaba. ¿Qué clase de triste pasado le habrá llevado a ese punto? ¿Qué clase de sucesos se llevaron no solo un dedo de la mano izquierda sino también un pedazo de su alma?

Y por supuesto, me dio pena que lo asesinaran, claro. Aunque todo el mérito hay que atribuírselo al poder de la música. Porque en circunstancias normales (y silenciosas) este personaje me hubiera parecido repugnante. Pero no, con una buena banda sonora, todo se arregla, igual que la luz transforma paisajes.

Ahora me viene a la memoria (con ese de que la música es poder) las horrendas melodías de los partidos políticos, esas que suenan cuando los coches corren por las calles anunciando a sus candidatos en tiempo de elecciones. Supongo que esas melodías han sido pensadas y seleccionadas tras numerosos estudios y demás, pero no sé, a mí, lejos de hincharme el corazón de patriotismo o ganas de votar para cambiar el mundo, me dan dolor de cabeza. Son rápidas, repetitivas, burlonas... me recuerdan al circo.

Menos mal que a Jesse James (que por cierto, es un personaje histórico) le ha tocado unos compositores tan buenos como Nick Cave y Warren Ellis.

http://www.youtube.com/watch?v=JUXgxHj4z5Q

http://www.youtube.com/watch?v=pPkeQpDIkA0

http://www.youtube.com/watch?v=UFTd1DrkOMI

http://www.youtube.com/watch?v=QOD3SBiY2vIhttp://www.youtube.com/watch?v=xH0b2TooTxY

http://www.youtube.com/watch?v=V1JQuWev4dI

http://www.youtube.com/watch?v=N3zdYRW7jI0

martes, 12 de marzo de 2013



Fui castigada por los dioses y perdi el habla este pasado fin de semana.

No fue una experiencia agradable. Para empezar, hablar es mucho más necesario de lo que parece. Quiero decir, en un principio acepté casi con alegría el silencio obligado. Un silencio así te exime de conversaciones aburridas. Te permite cenar tranquilamente a tu bola aun cuando estás con más gente, porque total, no puedes entrar en la conversación general, así que puedes dedicarle tus cinco sentidos al alimento. Además, hablando de conversaciones, no tienes que estar todo el tiempo estrujándote la cabeza para decir algo cuando estás con esa clase de personas que distan mucho de ser los amigos con los que hasta el silencio es una delicia. (Claro que esos amigos que menciono son más raros que el sol en Edimburgo, la verdad sea dicha).

Pero a parte de eso, el silencio obligado no es de mi agrado. ¿He comentado alguna vez que adoro hablar? Me encanta conversar con cualquier persona que tenga algo que decir. Hacer preguntas, conocer nuevas impresiones, modos de pensar... me fascina. Y cuando no puede hacerlo, es aburrido. También creo que la conversación es una de mis bazas principales en las relaciones sociales en general, y si me quitan eso me siento desorientada y ciertamente fuera de lugar. Por no decir que aquí en Reino Unido, donde cada vez que te encuentras con alguien se te tienen que caer al menos un par de "Sorry", otro más de "Please" y al menos tres "Thank you" pues el hecho de no poder  decir esas breves formulas -breves sí, pero obligadas- te hace el blanco de miradas de desprecio y muecas de reproche. Que los británicos no serán muy amigables, per de la educación y la etiqueta ay, de esas son los mejores amigos. En fin.

Por no contar que eso de perder la voz incluye también estar en casa sin salir, porque aquí tenemos nieve, y no creo que los seis grados bajo cero ayuden a mi garganta a reponerse.


Me pregunto, sin embargo, por qué habré perdido la voz. Quizá es para que aprenda a escucharme, a escuchar y a estar sola. Desde que estoy aquí, aunque ya me voy acostumbrando a las tierras escocesas y me siento mucho más en casa, es verdad que cada vez me gusta menos estar sola. Pasar tiempo encerrada en mi habitación, en lugar de relajarme, me agobia. Estar aquí por las noches, unas tres horas antes de dormir, no solo está bien sino que me encanta. Pero más de eso (digamos pasar un día entero) me agobia bastante. No es porque el espacio sea pequeño -que no lo es, de eso no me quejo- pero es porque me entra una suerte de desolación interna. La suerte de desolación que me hace pensar en unirme a un grupo, yo, que por norma general huyo de estos. La suerte de desolación que me hace empatizar un poquito más con los miembros de Aum de los que hablaba en el otro post. ¿Seré yo la única persona que se siente así? ¿Y por qué me ocurre? No es el espacio. No es que no tenga nada que hacer, porque me sobran las actividades. Y sin embargo en esos momentos me siento más sola que nunca, ciertamente desamparada. No hay obligaciones, y entonces es como si ya no quisiera intentar nada. Es algo parecido a lo que me ocurrió este verano, que tenía todo el tiempo del mundo y aún así me sentía más vacía que nunca.

¿Por qué me ocurrirán estas cosas?





jueves, 7 de marzo de 2013




El tema de la semana hoy es Aum. Yo no sabía lo que era. Solo recuerdo haber leído de pasada algo sobre un accidente en el metro de Tokyo en un libro de una de mis autoras favoritas. El libro se llama Grotesco (altamente recomendable, aunque el título no está puesto por casualidad) y la autora en cuestión es Natsuo Kirino (Tiene otra obra genial e igualmente adictiva, OUT). También algún compañero japonés me hizo referencia de pasada al incidente comparándolo con el tristemente conocido 11M de Madrid. 

Basicamente, mi conocimiento de Aum se reducía pues a tres conceptos: accidente de metro en Tokyo, gas venenoso y secta religiosa. Pero, ¿qué es Aum realmente? ¿Qué se esconde detrás de estas tres letras y estos tres conceptos como ser capaces de crear una tragedia que hizo temblar Japón con la misma fuerza que uno de sus terremotos?

Para empezar, la palabra AUM es una traducción fonética del famoso 'Om' budista. Aum, aun siendo una secta, se enmarca en el budismo. Por cierto, que el budismo -al menos el que se practica en Japón, que es sobre el que más o menos entiendo- no se reduce solo a la figura meditando del buda que alcanza la iluminación con esa sonrisa de Mona Lisa. El budismo japonés es una religión machista -me llama la atención eso de que una mujer no puede alcanzar la iluminación por mucho que se esfuerce; en todo caso, ha de probar suerte en su siguiente reencarnación masculina-. También tiene un inmenso contexto mitológico con cabida para cielos e infiernos varios, espíritus, demonios y fantasmas... Vaya, que yo, que he leído la historia de Sidharta pensaba que el budismo se reducía al sencillo -pero complejo- mensaje del engaño de la mente y la supresión del deseo. Pero, -como en todo- hay mucho más.

Aum, de hecho, empezó como un grupo de yoga y acabó teniendo sedes en Europa y Estados Unidos. Esencialmente, la religión se basa en la premisa del karma y la división de la realidad. Me explico. La realidad que conocemos -el mundo real, en el que nos movemos todos los días- no es más que uno de los muchos niveles de la realidad en su totalidad. Solo que nosotros estamos ciegos, atrapados en el dolor y los deseos, y no nos damos cuenta, pero los otros niveles están ahí. Algo así como la película de Matrix. Los nieveles (o dimensiones) por debajo de la nuestra son los infiernos, habitados por fantasmas, demonios y animales-espíritu... Los de arriba son cielos, y en ellos viven los dioses. Ahora bien, ¿es posible pasar de una dimensión a otra? Sí, y ahí es donde entra en juego el karma. Desde que nacemos, una cantidad de datos son introducidos en nuestra mente, en su mayoría negativos, y esto hace que casi sin querer acabemos acumulando una enorme cantidad de mal karma. Los datos negativos según Aum vienen del consumismo, el sistema educativo japonés, tan restrictivo, y la publicidad y mensajes de los medios de comunicación. Para limpiar este karma negativo se necesita una vida de asceta, que consiste en eliminar el deseo. El deseo de poder, el deseo de dinero, el deseo de comer, el sexo... y hasta del sueño. Esto tampoco es nuevo. Ya lo contaba Santa Teresa en sus experiencias místicas, o San Juan de la cruz. Separando la mente del cuerpo convirtiendo al segundo en una mera carcasa, se pueden acceder a otras realidades (que estas estén dentro o fuera de nuestra mente es otra historia).

A través de estos ejercicios, (nada de sexo, nada de comer más que arroz y verduras, nada de dinero o poder y las mínimas horas de sueño) los seguidores de Amu esperaban conseguir desarrollar super poderes, como leer el pensamiento, y finalmente ser capaz de acceder a las realidades superiores. Superar la barrera de la muerte misma. He de reconocer que, a través del tiempo y del espacio, no son los únicos que han perseguido tal empresa...

La figura del lider, Asahara Soho, es la de un hombre voluminoso de cabello y barba largos que recuerda vagamente a un Jesucristo cristiano. Curioso el factor físico para alguien que -supuestamente- casi no debería comer. Naturalmente se sabe que tenía amantes, hasta seis hijos reconocidos, un mercedes y un helicóptero privado... Nada que entratra en conflicto con la eliminación de los deseos que acabo de mencionar, vamos.

Por lo demás, las prácticas de Aum incluían la iniciación de sus miembros con drogas tales como el LSD (y sus consecuentes accidentes ocasionales) y los duros castigos físicos que se aplicaban a los que de alguna manera u otra cometían algunos errores. Como, por ejemplo, colgarlos cabeza abajo durante horas. A los que intentaban marcharse de los perseguían para obligarles a volver y en algunos casos hasta los asesinaban. Si una se pone a investigar, me temo que salen datos tan e incluso más escabrosos que estos. Pero bueno, todos los cultos tienen su lado oscuro. La figura del papa cristiano es una bastante alejada de los votos de probeza y la vida sencilla que Cristo proponía en la Biblia, sin ir más lejos.

En cualquier caso, hoy hemos visto un documental de dos horas y media sobre Aum. Está filmado por una persona anónima que logró introducirse en una de las comunas poco después del incidente del metro de Tokyo, cuando el lider Asahara fue detenido y la secta empezaba a desintegrarse, teniendo que sobrevivir sus miembros todo el odio que la sociedad japonesa descargó sobre ellos.

Este documental es muy sencillo: uno asiste, como espectador, a diferentes escenas de la vida en la comuna. Lo primero que me ha llamado la atención ha sido la suciedad. Las habitaciones en las que se ve vivir a los miembros están sucias, desordenadas y en muchas ocasiones no tienen ni ventanas... La basura se acumula en las esuinas. Hay cucarachas y hasta ratas. Debe de ser porque la mayoría aspiran a vivir en una dimensión superior y desprecian esta como un cárcel de deseos insatisfechos y lágrimas. De los miembros -en su mayoría hombres- se puede ver su actividad rutinaria. Hacen los ejercicios de yoga, meditan, rezan ante el altar de su líder, se alimentan de la manera más escuetamente posible, leen -los libros sobre la secta, claro- y navegan por internet en unos pesados portátiles japoneses que en el tiempo aquel debían de ser de última generación. Curioso detalle, pero los ordenadores salían en casi todas las escenas. Hablando de consumismo...

Me ha llamado la atención una de la escenas en las que uno de los muchachos pone un trozo de dulce en un cuenco de cristal y espera a que las cucarachas vengan y acaben todas metidas en dentro. Después de ello, coge el bote con infinito cariño, sale a fuera, busca un parque, y finalmente las libera allí, felices y bien alimentadas, entre el verdor. Como es una secta budista, no pueden comer carne ni matar animales -no hay mejor manera de acumular mal karma-. Me parece bien, y lo digo en serio. Yo misma detesto matar insectos, por molestos y hasta peligrosos que puedan ser, y de hecho, soy practicamente incapaz. Sin imbergao, salvar a unas cucarachas y luego no tener reparo alguno en soltar un gas venenoso en un metro en hora punta son dos hechos que me parecen incompatibles. En terminos kármicos, ¿qué diferencia a un ser humano de una cucaracha?

En otra escena, los miembros se anuncia a los miembros de la secta que el líder ha sido juzgado y procesado culpable. Una secta sin líder. Sin embargo, ellos se limitan a cambiar la foto de altar -la del hombre gordito- por la de dos niños -monísimos, por cierto- que son los hijos del susodicho. Y siguen rezando con la misma devoción. Con este gesto, creo que dieron a entender que la figura del lider no era tan importante. Estaban tan convencidos de lo que hacían, que no les importaba quién les dirigiera, simplemente querían seguir en ese camino. Porque está claro que unos niños que a penas llegaban si a acaso a los tres años poco papel de líderes pueden hacer, al menos en un futuro cercano.

Todos los miembros de aquella comuna tenían unos gestos idénticos. Parecían buena gente. Tranquilos, comedidos, amables. No daban la impresión de estar asustados, enfadados o ansiosos. En absoluto. Conozco a ejecutivos, por ejemplo, que dan mucho más miedo. Todo lo aceptaban con una especie de confiado estoicismo. Ante las víctimas del atentado, que demandaban una disculpa cuando se encontraban con ellos, seguían exhibiendo la misma media sonrisa de siempre. Algo así como si alguien muy enfadado me exige que le pida perdón al elefante violeta que tiene al lado. Y yo, porque estoy de buen humor, asiento, mirando el vacío inexistente que solo la paranoia de mi interlocutor puede llenar.

¿Qué ocurre con esta gente? Aum es conocida por ser una secta que atrajo -y puede que siga atrayendo, porque al día de hoy, aunque se haya cambiado de nombre, sigue existiendo- a gente universitaria, en su mayoría científicos-. Personas talentosas a las que nadie consideraría crédulos precisamente porque tratan con aquello que puede medirse. Y aún así ahí estaban todos, pensando que el Apocalipsis iba a llegar en el año 2000. Complicado.

¿Qué puedo decir? Creo que entiendo un poco a esta gente. Los entiendo en el sentido de que la soledad duele y es terrible. La vida es terrible cuando estás solo, en una habitación vacia, y sientes ese frío inexplicable que ahoga el alma. En esos momentos -y en otros más lúcidos- he pensado en lo bonito que sería poder unirme a alguna religión. Solo por el sentimiento de comunidad, o por el hecho de sujetarme a algo cuando la marea negra de la incertidumbre y el hastío quieran devorarme. De verdad que lo he considerado. La infancia es feliz porque no hay preguntas, solo un mundo por descubrir. Pero la adultez es otra historia, ay, y no es fácil andar solo por la cuerda sabiendo que abajo no hay red, nunca la hubo. Además, los deseos siguen ahí, y es mil veces cierto que nos atrapan. Desear es solo un deseo en sí mismo, y la sociedad trata con muñecos a aquellos que se rinden a las pasiones más bajas sin preocuparse por alimentar el espíritu. Los que se unían a Aum encontraban respuestas a estos dos interrogantes: una comunidad, unas creencias y unas estrategias para eliminar el molesto deseo (que puede llegar a cansar, a mí, por lo menos, me agota). Además, si eran inteligentes, ahí no solo los valoraban sino que además les permitían trabajar en lo que les gustaba y a su antojo, lo cual, comparado con el rígido sistema empresarial de trabajo en Japón es todo un lujo... Y además, no nos engañemos. ¿Quién no prefiere dedicarse a algo que le apasiona a estar fichando en una oficina diminuta un día gris tras otro?

Y sin embargo, en los ojos vacíos de el portavoz de la secta, que afirmaba que solo había cogido de la mano a una chica cuando estaba en pre-escolar y que se había separado de su familia porque era la única manera de sobreponerse al dolor que traen los seres queridos (enfermedad, muerte), no vi la luz de las respuestas, sino una suerte de adormecimiento. Una estabilidad antinatural, un páramo baldío. Solo quería gritarle y si acaso abofetearle. Puede que las dudas que nos oprimen el pecho sean o hayan sido parecidas, pero lo que tengo claro es que si la vida fluye yo fluiré con ella. No tiene sentido agarrarme a nada porque ese asidero solo estaría entorpeciendo mi caída libre en el vacío, que realmente es la solución a todos mis problemas, o eso intuyo. En cualquier caso la caída libre es lo que toca; no se sabe manera de huír de ella, y los que ya no viven jamás nos han contado cómo es al otro lado.

Aunque una cosa quiero reconocer. El que haya pensado en introducirme en una religión solo es un deseo vano. Tan pronto como los diferentes cultos se me presentan, los líderes con sus mejores panfletos y sonrisas, no puedeo evitar ver entre bambalinas los oscuros recovecos de sus espectáculos. La mayoría de las religiones -por no decir todas- con las que he tenido contacto son, para empezar, machistas. ¿Y cómo podría pertenecer a una comunidad que me menosprecia por algo tan inherente a mi persona? Queda fuera de toda posibilidad. Y aún así estoy convencida que ese sentimiento, como el de la búsqueda de la verdad en medio del humo de los engaños, viene reforzado por el amor. No siento la necesidad de buscar un amor incondicional -una comunidad que me abrace, que me reciba como a una hija- porque ya tengo familia. He nacido en el amor y he sido criada en él, con lo que desconozco su carencia. Mi alma tiene ese brillo, y quiero pensar que aun cuando los que me aman desaparezcan aún seguirá ahí, al menos en el recuerdo. Porque es como una brújula interna, una manera de ver el mundo a través de otros cristales.

Yo no necesito que me enseñen a rezar.

martes, 5 de marzo de 2013




Hoy he recibido un buen golpe, que me llega con un mar de distancia, pero aún así duele.

Y la lectura de hoy, Heart of Darkness (El corazón de las tinieblas) no me ha ayudado precísamente a aclarar las ideas. Leer sobre un muchacho que se adentra en una selva llena de dolor, misterio y peligros en busca de un hombre no conoce, una presencia fantasmal que es la meta de su viaje y al mismo tiempo no es más que polvo, no hace que se me cure esta angustia.

¿Seré yo, que también busco, entre libros y novelas, páginas de apuntes y diccionarios, una presencia inexistente? Un yo ajeno que me haga compañía. Otra parte, porque la que tengo dentro aún me da miedo conocerla.

Y sin embargo, hay extrañas tribus de seres que caminan entre las sombras del Imperio. Se escuchan sus tambores al cruzar el río, y no se sabe si los redobles responden a un ataque inminente o un ritual de sacrificio... Y el hambre aprieta, porque el viaje es largo, eterno este río que recorremos sin dejarnos llevar. Los compañeros tienen ese hambre pintada en la mirada y entonces una se siente halagada de resultar apetecible, porque aunque un destino terrible perecer entre dentalladas hay algo de hermoso en saber que la carne es aún lo suficientemente joven y fresca. Todos queremos agradar.

Una semana de silencio.

lunes, 4 de marzo de 2013



A veces la más fría duda te asola, como una tormenta de nieve inesperada. ¿De qué sirve estudiar una carrera? Somos hijos de universitarios, así que el paso a una educación superior fue algo casi inconsciente. Desde que nacimos (o incluso antes) se dio por sentado que iríamos a la universidad, y eso hacemos ahora que tenemos la edad.

Sin embargo, muchas veces me pregunto por qué lo hago. No porque no disfrute, porque gracias a los dioses me encanta mi carrera. Con sus más y sus menos -profesores cabrones a parte y los quebraderos de cabeza propios de todo buen estudiante- me gusta lo que hago, y no me arrepiento para nada de la opción que escogí. Estudiar una carrera universitaria me está dando la oportunidad de aprener idiomas, conocer otras culturas y leer mucho... El pensamiento intelectual, aunque a veces agota, es una gimnasia cerebral que luego se transforma en una especie de abono que nutre mi creatividad. Y por eso soy feliz.

Sin embargo, al ser estudiante la vida laboral se desdibuja como un sueño lejano, especialmente al estar atrapada entre los vericuetos del plan Bolonia. Y ahora que he conocido lo que es la independencia en todas sus letras, poco me temo que volver de nuevo al hogar me da escalofríos. No solo por el limitado espacio físico que allí me espera (tan limitado que da risa) sino por el espacio psicológico. La infancia ha terminado, pues que así sea. Aferrarme a las personas no me va a salvar, ni siquiera a esas que sé que me quieren incondicionalmente. Es hermoso saberte querida, y también estoy agradecida por eso. Pero también desearía saber quererme a mí misma. Y para eso necesito la soledad, que tanto, tanto me aterroriza ahora. Casi tanto como volver...

Lo que tengo claro es que me gustaría dedicarme a lo que me gusta: la escritura. Pero con esta ajetreada vida, poco es el tiempo que me queda delante del teclado. Y cuando araño algunos minutos, mi alma está hastiada, agobiada bajo un sinfín de inseguridades y temores. El arte, de tan subjetivo que es, resulta a veces dañino. Como la belleza, está en los ojos de quien lo mira... Y aunque lo sé, me empeño intentar almodarlo para los ojos ciegos de alguien que no existe, porque es imposible leer en la mente de toda la raza humana. Así que hace siglos desde que me atreví a desarrollar una idea. Siempre pienso: mañana, lo haré mañana. O cuando tenga tiempo. Y puede que en un corto presente esas mentiras me alivien. Pero a la hora de la verdad, sé perfectamente que ese mañana es un limbo sin salida. Es el miedo el que hay combatir, y no las obligaciones, que esas desaparecen facilmente porque soy una persona organizada y sé manejarme con ellas.

En resumen, ¿qué hago aquí? No lo tengo muy claro. A veces desearía no volver a abrir la boca (en este caso, no volver a tocar las teclas del ordenador) antes de de decir cualquier tontería. Porque aunque el dolor del 2012 poco a poco se va marchando, el mar de confusión aún golpea con violencia estas costas.

Y me queda la inexplicable tristeza de que aún tengo los dientes de leche, sin importar cuantos años de experiencia pesen ya tras mis espaldas... ¿cuándo podré mirarme al espejo y llamarme mujer con todas las letras?

viernes, 1 de marzo de 2013



La vida no es un camino de rosas. Eso ya lo sabíamos. Pero es que mi día de hoy ha sido... de risa. De risa ahora que estoy aquí sentada escribiendo. Porque total, a estas horas de la noche...

Suceden cosas muy curiosas. Por ejemplo, cuanto más nerviosa y estresada estas, más se tambalea la realidad. Como si el epicentro del terremoto comenzara en ese nudo de angustia en el estómago. Y entonces todo se vuelve confuso. El sol del día ilumina tanto que es doloroso. Las sombras acechan en los rincones. Las máquinas dejan de funcionar, misteriosamente. Suceden los accidentes inesperados. Una pequeña tragedia que se encadena a otra mayor...

El enamoramiento trae la Primavera a la vida, pero el miedo es un terremoto, una fuerza caótica y destructiva que se devora así misma, como un agujero negro.

En días como estos, una palabra amable, una sola, puede, literalmente, salvarme la vida. Como el pequeño mecanismo que hace retroceder las agujas del reloj; la piedra maestra gracias a la cual la bóveda puede volver a sujetarse. La estrella polar reflejada en las olas, ese punto luminoso que marca un mapa y mil direcciones en la angustiosa infinitud del océano.

Por favor, digamos muchas palabras amables.