miércoles, 20 de marzo de 2013
Justo cuando salía del comerdor, me he encontrado con un hombre mayor que llevaba un cubo de caramelos. Se me ha acercado, muy simpático y sonriente:
-¿Quieres uno? -me ha dicho-. Son gratis.
Un hombre mayor, vestido con un jersey de lana, cabello blanco y ya ralo, bigote y barba, gafas de enormes de montura anticuada que seguro que no se cambia desde los setenta (aunque mira por donde, ahora se ha vuelto a poner de moda ese modelo...) ofreciendo caramelos a los estudiantes universitarios.
Cambiamos un poco la escena: en vez de del comedor salen del colegio, no universitarios, sino niños...
¿En qué estáis pensando?
Aunque claro, a este hombre ya lo conocía yo de antes. El caramelo que te da viene siempre acompañado de un folletín de propaganda. No es que me gusten los caramelos (y los folletines menos) así que usualmente no se lo cojo. Pero hoy sí, porque quería hacer esta entrada y adjuntaros la foto correspondiente.
Religión... y caramelos. No es la primera vez que lo veo. En el campus, el otro día, había un stand con unos jóvenes pulcros y sonrientes que ofrecían té, café... ¡y muffins! gratis. Tenía que haber gato encerrado, naturalmente, pero de todas forma me acerqué a preguntar.
-¿Por qué son gratis?
Y empezaron a contarme sobre la vida y milagros del salvador mientras me daban el correspondiente panfletito, avisándome de que, si iba a las charlas, allí daban el lunch gratis... Una oferta bastante tentadora para los estudiantes universitarios, que por lo general andamos siempre bastante hambrientos. El cerebro consume muchas calorías, y, por otro lado, los hay, como una servidora, que prefieren comprar libros a comida... (la literatura es uno de los manjares que más nutre al espíritu).
Sin embargo, no deja de sorprenderme esta estrategia. Obviamente, es la de una campaña publicitaria. Sin embargo, me cuesta relacionar algo tan especial como la espiritualidad con la campaña de venta de un artículo cualquiera. Una empresa que invierte en caramelos, o en cientos de muffins (porque aquellos eran muffins de los que se compran, no de los que se han hecho a mano el día de antes por unos pocos estudiantes) para ganar adeptos que posteriormente traerán más capital a dicha institución...
La espiritualidad es un camino que empieza dentro de uno mismo, a mi entender. Un viaje que se decide emprender en solitario. Una actitud silenciosa, una decisión consciente, ya sea originada por nuestros propios pensamientos o transmitida... pero, ¿qué pintan los caramelos en todo esto?
Siempre he rehuído a los grupos que tratan desesperadamente de atraerme. Y más aún si son doctrinas. No me fío de las personas que lo ven todo en terminos de blanco (lo que yo pienso) y negro (el resto del mundo). Aunque tengo mis propias creencias (muchas y variadas) jamás he tenido la necesidad imperiosa de que otros las compartan. Si llega alguien, se sienta a mi lado, charlamos, y resulta que compartimos algunos puntos de vista... bueno, entonces es divertido. Pero no voy a ir corriendo detrás de la humanidad en general tratando de convencerles de que algo que yo creo cierto. Basicamente, porque creo posible que haya otras verdades a parte de la mía y eso no me molesta.
Pero cuando ya intentan meterme la pildorita religiosa con el caramelo, como si de un jarabe infantil se tratara... no puedo menos que sonreír con un poco de lástima. No sé si es que las iglesias necesitan desesperadamente adeptos o si piensan que están salvando nuestas almas y que el fin justifica los medios, pero en cualquier caso me parace hasta casi un insulto hacia lo que la espiritualidad, en su sentido más puro, representa. El transcender de la realidad, esa adquisición de una visión nueva y más afinada que nos permite cerciorarnos de que no existe un solo horizonte.
Definitivamente, me interesan las cosas invisibles. Pero no quiero caramelos que, en cualquier caso, solo terminarán por sacarme caries.
For Wendy F. (the people I have met).
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