domingo, 20 de octubre de 2013






Últimamente me cuesta cada vez más pasarme por aquí. Y si el milagro ocurre, tiene que ser gracias al arte, a esas cosas que estremecen el alma. Un pasaje de la novela de una escritora que me encanta, Virginia Woolf. To the lighthouse (Al faro) está ambientada en la isla de Skye, esas llanuras escocesas  infinitas en el norte de los nortes que tan bien conozco, que tan dentro siento.

To the lighthouse no es diferente a las otras novelas que he leído de la escritora de Bloomsbury. Sus palabras son como gotas de lluvia que se cuelan en los recovecos más oxidados de la conciencia, desvelando así los secretos más ínfimos de la mente humana. Leo la novela en inglés, pero a veces me topo con enigmas. Como hoy. "A wegde-like core of darkness". ¿Qué querrá decir? Core sugiere centro, corazón. Darkness, la oscuridad más insondable. Pero, ¿y wegde? Wegde es una cuña, de esas de madera que se colocan para dejar las puertas abiertas. ¿Qué hacía ese objeto tan mundano, tan sumamente aburrido, exento de significado poético en las líneas de Mrs. Woolf? No acababa de comprender como la protagonista de la novela, Mrs. Ramsay, que espera la llegada de las luces del faro con un anhelo místico, como el del sacerdote que aguarda los susurros de los ángeles, en medio de esa intensa descripción de su encuentro con las luces del faro (un haz de luz, y luego otro, y otro) se compara a sí misma con una "wegde-like core of darkness". Y buscando y buscando, he encontrado un posible análisis a este misterio. Como sabéis, pocas cosas hay más subjetivas que la literatura. Pero me ha gustado esta explicación. Aparentemente, "wegde" también puede hacer referencia a una forma triangular (que es en realidad la que tiene una cuña). Según el autor de esa reseña "a wegde-like core of darkness" es una especie de eufemismo para designar su vagina. Bueno, un triángulo de oscuridad... así dicho, tampoco me parece imposible. Y los haces de luz que ella espera del faro ("strokes" en inglés, palabra que también significa "golpe") penetran en su "wegde-like core of darkness" y así alcanza el éxtasis esta mujer brillante, de buena familia, casada con ocho hijos, hastiada de la vida, que solo sabe tejer, sentada en el jardín, mientras espera la oscuridad, las nieblas... el faro.

For now she need not think about anybody. She could be herself, by herself. And that was what now she often felt the need of—to think; well, not even to think. To be silent; to be alone. All the being and the doing, expansive, glittering, vocal, evaporated; and one shrunk, with a sense of solemnity, to being oneself, a wedge-shaped core of darkness, something invisible to others. [...] and pausing there she looked out to meet that stroke of the Lighthouse, the long steady stroke, the last of the three, which was her stroke, for watching them in this mood always at this hour one could not help attaching oneself to one thing especially of the things one saw; and this thing, the long steady stroke, was her stroke. Often she found herself sitting and looking, sitting and looking, with her work in her hands until she became the thing she looked at—that light, for example.

Virginia Woolf, To the lighthouse

lunes, 30 de septiembre de 2013




Hoy en clase de inglés hablábamos del género. (Y mira que la profesora profetizó que acabaríamos hablando de su asignatura... y mira por donde, yo he tardado tres escasas semanas en hacer un post al respecto...) Hemos empezado con una frase.

'The American pioneers trekked across the prairies with their seed corn, their livestock 
and their wives'.

Los pioneros americanos atravesaron las llanuras con semillas de maíz, ganado y sus esposas.

No hay que ser muy agudo para ver los significados implícitos de esta frase que bien podría estar sacada de un libro de texto, de esos que llevan los niños a la escuela. Para empezar, que los pioneros americanos eran solo hombres y las mujeres (sus esposas, vaya) son una categoría a parte que entra dentro de sus pertenencias, tales como los granos de maíz y el ganado. Pero en esa enumeración de cosas que los pioneros americanos necesitan para subsistir, las esposas ocupan, además, una posición un tanto especial, detrás de los granos del maíz y el ganado. ¿Tengo que ser más explícita? Y este es, que conste, un ejemplo sacado de un documento real.

La profesora ha preguntado si alguien se sentía discriminado en clase. Con esa y otras frases como el habitual "buenos días chicos" de los profesores ante una clase de veinte chicas y un solo chico (algo muy habitual en mi facultad). Yo he dicho que sí. Que esa frase no me hacía sentir bien. La profesora ha preguntado si, entonces, considerábamos que se debía de cambiar a fin de que resultase menos ofensiva. Le he contestado que sí. He puesto el ejemplo de la palabra nigger, en inglés americano. Nigger empezó a usarse ya hace mucho tiempo, y era el nombre que se le daba a los esclavos negros en américa. Aparece registrada en muchos textos, como por ejemplo en Las aventuras de Huckleberry Finn para referirse a Jim, uno de los personajes, que es un esclavo negro. (Y los que hayan leído esta historia se darán cuenta de que Mark Twain hace apología de muchas cosas, pero el racismo no es una de ellas. Aún así, hoy en día la palabra  nigger se considera tan ofensiva (como en español "negrata") que ha sido censurada en muchísimos textos, incluido este que menciono. Y en esto han tenido mucho que ver los afroamericanos: se sentían molestos con el lenguaje y exigieron cambiarlo.

Pero cuando estaba haciendo mi exposición, enseguida un compañero me ha interrumpido. Según él, el periodista que había elaborado esta frase 'solo quería informar, sin más pretensiones'. Con periodista no sé muy bien a qué se refería, ya que en la época de los colonos dudo yo que hubiese alguna publicación que recogiese sus hazañas (aunque quién sabe). El caso es que la profesora, a partir de esa pregunta, ha lanzado una interrogación:

-¿Quién se considera feminista?

Ha habido un silencio. Creo que todas estábamos pensando en las connotaciones de esa palabra, y en si queríamos que los demás nos relacionaran con ella.

-Es que... feminista... -un murmullo general- feminista tiene connotaciones un poco...

-Yo me considero feminista... -una chica ha levantado tímidamente la mano-. Bueno... feminista... quiero decir... no hembrista... porque hembrista es un poco violento... y más que feminista... no bueno, lo que quiero decir... es que estoy a favor de los derechos de la mujer... eso...

-Vale, te hemos entendido -la profesora ha tenido que cortar su verborrea-. ¿Y quién más?

Servidora no ha levantado una mano.

-Es que feminista no es un término que tenga muy buenas connotaciones... -ha dicho en voz alta y clara una chica detrás de mí-. Yo creo que lo importante es defender la igualdad a secas, ni a un sexo ni a otro...

-Es curioso -dice la profesora-. Cuándo hacían esta pregunta en los tiempos que yo era estudiante, muchas chicas se definían como feministas sin dudarlo. ¿Y machistas? ¿Alguien se declara machista? -silencio absoluto-. Bueno, aunque hubiera machistas seguro que no lo dirían... Y menos de un tercio de la clase se ha declarado como feminista...

-Ese es precisamente el problema -ha saltado un chico en la última fila-.

Y me he sentido aludida. Porque después de mis quejas, y mis pretensiones, no me he atrevido, como todas las demás. Feminista. ¿A qué suena eso? A histeria, a locura, a lesbianismo, a vello creciendo libre, tetas caídas, gritos, protestas, insultos, a que nos llamen machorras, a que nos digan locas, necesitadas de sexo o de una polla, a que nos digan que estamos cabreadas porque somos feas y nadie nos encuentra atractivas, suciedad, mal olor....

Todo esto vomita mi cerebro en un arranque de honestidad en el espacio cibernético. No os asustéis, (si es eso a caso lo que os sugiere mi enumeración) pero que tan aterrorizada me siento yo también. ¿Qué ha ocurrido?

-¿Debe cambiar el lenguaje? -ha sugerido la profesora.

-No, déjalo como está... -dicen los alumnos- primero tiene que haber cambios en la sociedad... luego en el lenguaje...

Habrá cambios en la sociedad, claro que sí. Sobre todo mientras se sigan usando libros de texto como del que han sacado esa línea sobre los pioneros americanos. O mientras las chicas universitarias, inteligentes y creativas como yo, no levantemos la mano cuando nos hagan ciertas preguntas por miedo a lo que pensarán los demás.

-Bueno, que el lenguaje cambia es un hecho -ha dicho la profesora-. En mi diploma de carrera, yo soy "licenciado".

Todo el mundo ha puesto cara de extrañeza, la misma que se les pone, por cierto, al escuchar la palabra "miembra".

-Pero en vuestros diplomas del año que viene, vosotros seréis "graduadas" y "graduados".

Menos mal.

Sin embargo, necesito replantearme algunas cosas.

Buenas noches.

martes, 24 de septiembre de 2013




Hoy he tenido el placer de estar en un evento un tanto particular. Se celebraba un aniversario octogenario. Muchos pensamos que cumplir años es una derrota. Yo apenas llego a una cuarta parte de la cifra que acabo de mencionar; aún así sigo sintiendo penita por cada año más, cada escalón en la nuestra estructura temporal. Los treinta, los cuarenta... sombras amenazantes, umbrales que muchos no quieren cruzar. Ser anciano es perder facultades, lucidez. No se nos enseña a sentir respeto por los ancianos, a admirarles, a consultarles por su experiencia. En esta época de usar y tirar, de la última tendencia, el bótox y los tintes... ¿Qué es la vejez si no algo de lo que se huye? Como conejos escapando del aliento amenazador del lobo.

Y sin embargo, esta persona, que cumple esa cifra tan redonda, a penas veinte años de un siglo... Transmite el esplendor de quien se dedica a lo que más le gusta. De quien vive por y para la vida. 

Dudo que haya, no ancianos, sino personas (independientemente de su edad) que puedan presumir de esta facultad. 

Y sin embargo cada vez estoy más segura de que somos instrumentos de los que solo el viento adecuado puede sacar sonido.


lunes, 23 de septiembre de 2013




Las dos cosas que más me hacen transcender son los sueños y la música. A veces por separado, a veces en conjunto, ambas cosas son el punto de locura de mi vida, la puerta de escape. Siento que vivo tan inmersa en lo que ocurre a mi alrededor... En los objetos que puedo tocar, en las mil preocupaciones que taladran mi cabeza. Pero a veces es como si de repente se revelaran ante mis ojos verdades centelleantes: unos tornillos que sujetan el decorado, los travesaños empolvados de la escalera que conduce a la parte trasera del escenario, luces que iluminan, máscaras, actores secundarios... Todo es una obra perfectamente calculada, todo es ficción, entretenimiento, artificio, mentira. La realidad se desmorona y entonces yo puedo volar y observar esta maravillosa obra desde las alturas. Los pequeños puntos que configuran este cuadro impresionista se juntan formando figuras. Me deleito. Estar viva y estar muerta es la misma cosa. La existencia no tiene fin. Como ese universo en el que dicen que nadamos.

Instantes de lucidez en los que olvido mi papel y soy.

Esta noche he soñado que dos personas se introducían en mi casa. No es la primera vez que sueño algo parecido. Pero allí estaban. Un hombre y una mujer. Él era alto, a penas unas canas cubriéndole el cráneo, vientre blando, jersey rojo navidad. Ojos de perro abandonado, labios caídos por el hastío. Arrugas, producto de una edad que no ha conocido juventud. Se movía este hombre como un enorme globo que por no esforzarse se deja llevar al capricho del viento. Nada le importaba.

La mujer era de menor estatura. Cabello negro tan intenso que solo puede ser producto de los químicos de un tinte. Media melena con estilo: una mujer decente puede pemirtirse muchas cosas, pero estar desarreglada no es una de ellas. Piel morena, nariz larga, ojos saltones (un reflejo de la oscuridad de su cabello en la mirada). Mandíbula prominente. Había pasado los cincuenta, pero los sobrellevaba mejor que su compañero.

Estos dos individuos estaban en mi casa. ¿Por qué en mi casa? ¿Por qué invadiendo mis espacios íntimos, mis secretos, el único lugar donde puedo llorar y reír sin taparme la boca?

Quise preguntarles, pero me esquivaban. Con la altanería que a veces los mayores muestran a los jóvenes. Algunos piensan que aún tenemos que aprender a hablar para que ellos puedan escucharnos. Adaptarnos a sus tiempos, a sus modos de pensar. Y eso que dicen que la vida es cambio.

Me cansé de perseguirles por las habitaciones, los pasillos. Me ignoraban, y era tan absurdo que ellos parecieran los dueños de la casa y no al contrario que terminé por tomármelo a risa.

-¿Por qué están aquí? -siempre termino por preguntar a alguien, a mi progenitora, quizá, cuando gente extraña (no es la primera vez que ocurre) se cuela en mi casa.

-¿Quienes? ¿Quienes?

Veo cosas que nadie más puede ver. Y eso me aterra, me aterraba en el sueño. Los busqué, a la extraña pareja. La luz bajo la que se movían, como siempre, perdidos en sus cavilaciones, era diferente. Una luz tardía, apagada. Bajo aquella luz observé sus pieles, y por primera vez me parecieron pergamino mojado. La calavera se percibía allí debajo, blanca y diabólica. Estaban muertos.

¿Por qué hay muertos en mi casa? ¿Por qué han elegido mi hogar para visitarme?

Ahora estoy aterrada.

Mi madre me pidió que atravesara el pasillo interminable que une el salón con la habitación de mi abuela.

-No puedo -le dije, con el corazón tembloroso por el miedo. Podía entrever sus figuras ahí, suspendidas en las tinieblas, como dos globos a los que poco a poco se les escapa el helio, esos dos muertos mudos y tristes a los que solo yo podía ver.



martes, 10 de septiembre de 2013




Hace tiempo que no escribo (again). Pero es que mi vida no deja de cambiar. Ayer terminé el trabajo en la radio y hoy ya empiezo con un nuevo reto, que ya no es el de vivir sola, si no el de vivir sola compartiendo. Mis demonios interiores se resisten, pero bueno, aquí estoy yo, escribiéndoos mientras desde mi ventana observo la soberbia arquitectura de la parte más antigua de Madrid y una vírgen que me protege...

Ayer volví a ver a una amiga a la que no veía desde hacía varios meses. Cuando salíamos de una cafetería, me di cuenta de que yo tenía una heridita. No era nada grave, simplemente de esas cosas que te pasan cuando te rascas la costra de una pequeña picadura de mosquito...  Pero había una gotita de sangre resbalando por la curva de mi hombro, lo cual superaba todo los límites de la decencia (se sabe de que a mí me va lo gore, pero en público... una debe controlarse). Mi amiga lo vio y me dio un poco de vergüenza (yo quería jugar a que no pasaba nada, pero la sangre siempre llama la atención, qué cosas). Sin embargo ella, ni corta ni perezosa, se sacó unas toallitas perfumadas del bolso, me limpió con mucho mimo y finalmente me puso una tirita (que también sacó de su bolso sin fondo).

No sé por qué (en serio, ¿por qué será?) pero me pareció muy tierna su espontaneidad. Como ver una mama que lame a su cachorrito. Igual es que estoy sensiblera con tanto cambio.

Pero quería contarlo.

http://www.youtube.com/watch?v=70LN6j_gQSc

viernes, 30 de agosto de 2013




Retomo de nuevo este espacio y espero hacerlo de una manera habitual. Aunque últimamente como parece que todo lo que tengo puede meterse en una maleta (no es broma) pues voy corriendo a todas partes.

Dos meses. He estado dos meses trabajando de becaria para el programa de radio más escuchado en toda España. Ha sido mi primera experiencia en una profesión que siempre tuve en el punto de mira. Porque el arte es un hobby, o al menos eso me recuerdan constantemente los que más me quieren, el arte es lo que haces cuando vuelves a casa, te quitas el uniforme y te duchas, y comes, o los fines de semana. Sin más.

De estos dos meses he sacado tanto... Ahora estoy en la redacción, pese a que hace horas que mi programa terminó y ya no volverán a sonar mis palabras en antena.

Ha habido momentos duros, pero no puedo recordarlos. De golpe y porrazo, como si un tifón mental hubiera barrido esa parte de mi cerebro, he olvidado todo eso. Y ya solo me quedo con los buenos, los instantes maravillosos, a veces escribiendo guiones (guionista en la sombra y productora, ese era muchas veces mi trabajo) pero sobre todo susurrándole al micro.

Porque la radio me ha dado muchas cosas. La primera, me ha hecho perder el miedo a preguntar. Por teléfono, en persona, por email... hay una parte bonita en eso de acosar personas, y es que de cien que quieren mandarte a freír espárragos uno se hace tu amigo. Y de otros tantos consigues momentos anecdóticos, como aquella vez que tuve que salir de un cine porque casi me pegan, pero eso es otra historia.

Y ha habido un regalo más, y es que la radio me ha ayudado a encontrar mi propia voz. Yo aprendí a juntar palabras mucho antes que a andar (y empecé a comerme el suelo a la edad normal en la que todos los niños lo hacen, tampoco os penséis que era retrasada). Desde siempre he tenido dentro de mí un ansia imparable por transmitir, por comunicar. Mi progenitora fue mi primera víctima, luego ya hubo otras. Hablaba y hablaba sin parar, de cualquier cosa, igual que otros respiran. Luego llegaron los silencios impuestos y el estigma de hablar tan rápido (porque mi cerebro era una tormenta de ideas, y las palabras brillaban con relámpagos en mis labios, confundiéndose en un tronar) que nadie me entendía. ¿Hay algo más triste que intentar relacionarse con otro ser humano, establecer un vínculo, una historia... y que de repente te interrumpan con un estéril 'no te entiendo'? Durante muchos años tuve esa queja hasta poco a poco se me fueron quitando las ganas de hablar. Eso, unido a una tartamudez incipiente (que aún conservo) cada vez que me emociono al hablar (puede ocurrir con bastante facilidad) hizo que acabara por tener una especie de vergüenza a hablar en alto.

Por no mencionar la voz aflautada envenenada de nervios, temblorosa, siempre recurriendo a la educación inglesa en un intento vano de justificarme.

Por eso me relegué a la palabra escrita, como este espacio en el que puedo escupir todo lo que me viene en gana, cincelar lo que quiero expresar a voluntad. Novelas, historias...

Aunque el sonido de la palabra es lo que más me ha emocionado.

Y aquí, rodeada de profesionales, he aprendido al fin a domar (un poco, aún me queda un largo camino por recorrer) mi pasión. Con trucos y paciencia he descubierto que puedo tener una voz aterciopelada, cálida, incluso me atrevería a decir bonita. Por primera vez me he escuchado en antena y me he sentido orgullosa. Puedo transmitir, hacer vibrar a otros. La radio me ha ayudado a encontrar mi propia voz y eso ha sido maravilloso. Ahora estoy mucho más tranquila. Seguiré hablando atropelladamente, tartamudeando cuando me toquen la vena sensible. Pero la próxima vez que alguien me espete 'no te entiendo, hablas muy rápido' yo pensaré: 'exacto, pero porque yo quiero'.


viernes, 26 de julio de 2013





¿A quién se le ocurre hacer un dibujo erótico en la redacción? Pues a una servidora, ni más ni menos. Si es que luego estas cosas, cuando las pienso, me parecen irrisorias. Pero en el momento, todo cuadra con la lógica perfecta. Era un descanso entre horas, entre toda la tensión que cierta acontecimiento ha causado a los medios desde este pasado miércoles. Como dibujar me relaja, le pedí unos lapiceros a mi compañero. ¿Qué podía esbozar? A mi lo de dibujar por dibujar no se me da bien. Todo tiene que tener una historia. Entonces recordé que cierta persona con la que juego al rol pretendía matar a uno de sus personajes. ¿Y qué mejor forma de evitar esta catástrofe que hacerle un dibujo subidito de tono del personaje en cuestión? Ah, no arruguéis la nariz tan pronto. Esta idea también puede parecer incongruente pero tiene su aquel. ¿No habéis escuchado nunca eso de que el sexo mueve el mundo?

Y en esas estaba, escuchando Gossip (aprovecho para recomendaros A Joyful Noise) a todo volumen con los cascos para no tener que oír más sobre el accidente, cuando uno de mis compañeros masculinos me vio haciendo el dibujo en cuestión, un elegante (porque yo seré muchas cosas, pero no soez u ordinaria) desnudo.

Ellos dicen que son guarradas, pero yo mantengo que es arte.

Aunque para anécdota, la de mi compañera que, después de hablar por teléfono con su jefa, se despidió con un 'te quiero'. Automáticamente se quedó lívida y empezó a proferir disculpas entre la angustia y la risa, poniendo por excusa 'que acababa de hablar con su madre). (Y honestamente espero que sea eso, porque la jefa en cuestión es como una yegua hambrienta con gafas).

miércoles, 24 de julio de 2013




Vuelvo aquí en otro de mis ratos de aburrimiento existencial en el trabajo. Que es un estar sin estar. Estar porque la comunicación es así: en cualquier momento salta la liebre, y hay que tener la escopeta ya apuntando. Pero sin estar, porque me aburro. Todo el mundo está ocupado en la redacción, gestionando sus noticias. Las mías ya se han terminado. Me encargo de la sección de cine, pero ahora mismo no hay mucho que hacer. Los estrenos en verano, algunos, son tan predecibles...

Ayer, sin embargo, tuve una experiencia bastante dramática. Una experiencia dramática de un segundo, pero qué largo se me hizo. El caso es que desde hace tiempo no sé por qué pero la angustia se me acumula en el vientre y quiero gritar. Y ayer, finalmente, grité, vaya si lo hice. Pero no fue por voluntad propia. Iba caminando por la calle, rápido, ocupada en mis asuntos, cuando de repente me tropecé con el pavimento (la zona del casco antiguo de Madrid es preciosa, pero, como cabe esperar, está vieja). Tropecé, intenté encontrar el equilibrio, pero no tuve suerte. Cuando me di cuenta de que iba a caer, grité. Porque estaba en la calzada y no en la acera, y también porque por el rabillo del ojo vi como un coche se acercaba, y me dio miedo.

Caí en el suelo de bruces, pero me levanté aún más rápido. El coche frenó y varias personas se acercaron para ver si estaba bien. Que lo estaba. Más que nada roja de vergüenza, pero de una pieza, que era de lo que se trataba.

Sin embargo, tengo varios moratones multicolores y raspones diversos. Esta mañana me levanté con la parte derecha del cuerpo dolorida. El porrazo fue más que una anécdota, y parece que no voy a olvidarlo pronto, más que nada por el dolor cada vez que cruzo las piernas o apoyo el brazo sobre la mesa.

Esto es lo que ocurre cuando cosas como la tristeza o la angustia sobrepasan el mundo de las emociones y se materializan en la realidad en forma de dolor y gritos.

martes, 23 de julio de 2013




Bueno, tal vez pensabais que me perdí para siempre en las montañas escocesas, y en cierto modo, tenéis razón. Una parte de mí se ha quedado para siempre en Blackford Hill, contemplado extasiada lo hermoso que se vuelve el mundo ante la pequeñez de las alturas, disfrutando del sonido más hermoso, que no son los pájaros, ni siquiera palabras de amor, sino el correr de las nubes o el susurro del aire bajo los párpados, incitándome a volar

Pero he vuelto, y estoy más ocupada que nunca, trabajando, y no en cualquier sitio. El destino ha vuelto a sonreírme y me ha otorgado la oportunidad de destinar mis esfuerzos al servicio de uno de los medios de comunicación más conocidos del país. La comunicación es una opción a considerar para el futuro, especialmente porque disfruto charlando y compartiendo mi tiempo con la gente cuando no estoy escribiendo. El comienzo, como el de todas las cosas que merecen la pena, ha sido duro, pero poco a poco le voy cogiendo el gusto. En septiembre haremos balance.

Lo que más me está costando es el traslado a mi nuevo hogar. En Edimburgo, al principio, mis trece metros cuadrados se me hacían infinitos, pero terminé por amar aquella habitación. Era un bajo, y la ventana, estrecha y alargada, estaba tapada por las ramas de un arbusto (un cruce entre bambú y flora autóctona). No entraba mucha luz, pero en las noches de invierno era agradable ver como la nieve se arremolinaba fuera.

En la casa nueva, la habitación no es tan amplia, pero sí muy luminosa. Aunque eso en verano la hace arder, hablamos pues de luz alegre pero rabiosa. La cama es más vieja. La mesa de color blanco y con falso molde barroco. Armarios por todas partes, para albergar los mil trastos que de todas formas no tengo. Y soledad. Ahora en verano no hay compañeros de piso. Los pocos que nos quedamos en Madrid, que estos días parece más infernal que nunca debido a las temperaturas, estamos siempre ocupados trabajando. No me gusta Madrid en verano. El calor destaca el mal olor de las calles y hace desesperantes las aceras sin sombra, hasta el punto de querer llorar solo por sentir el frescor de las lágrimas en el rostro.

Tengo que descubrir los rincones hermosos de Madrid. Que sé que los tiene. Madrid me parece salvaje y peligrosa al lado de mi querido Edimburgo, misterioso pero correcto, siempre con su educación británica, aunque los escoceses digan que ellos siguen haciendo honor a la sangre de William Wallace.

En cualquier caso, ahora miro por la ventana y puedo ver la Gran Vía. Los edificios, blancos y amarillos, lucen al sol. El cielo esta azul, estriado de vaporosas nubes. Es mil veces más reconfortante que todos los cielos plomizos de la Atenas del Norte.

(Eso sí, todo esto visto desde la comodidad del aire acondicionado que tienen en la redacción).

sábado, 18 de mayo de 2013



Hoy es uno de esos de esos días que me recuerdan por qué no quiero estar en Esocia. Ayer era todo felicidad y calor. Aunque tuviera que pasarme todo el día estudiando, bastaba con mirar por la ventana para ver las montañas verdes, el color de las flores, las gaviotas -las únicas nubes blancas sobre el cielo azul- las familias con niños, las barbacoas en los Meadows...

Me reencontré con personas que hacía tiempo no veía. Todos mis planes llegaron a buen puerto... incluso la noche era agradable, con tan solo una suave brisa primaveral.

Pero esta mañana me desperté, y no por los rayos de sol -inexistentes- sino por la obligación que el estudio impone. Fuera, el cielo no podía estar más negro, a una centésima de tono de la noche. Arthur Seat y los Pentlands -mis compañeros favoritos en estos días de soledad sobre los libros- han desaparecido tras la niebla. Solo hay lluvia, viento y frío.

Es un día triste. Y yo estoy cansada de estudiar. Bueno. Quizá mejore. Tal vez.

martes, 14 de mayo de 2013



He estado a punto de cerrar el blog. La verdad, la vida en internet cada vez me atrae menos. Al final va a ser cierto que Walter Scott y yo tenemos una cierta afinidad en cuanto resistencia al cambio se refiere. Porque el internet, la informático y todo ese mundo de datos invisibles pero veloces es puro cambio -con millones de posibilidades, eso no lo niego-. Pero no es mi mundo; al menos no el que me gustaría visitar ahora. Me atraen más muchas otras cosas, cosas que puedo tocar, cosas que puede transformar y luego apartarme para mirar con cierta perspectiva. Y si tengo que almacenar experiencias, que sean las de los viajes, esos que se realizan pisando fuerte la tierra, aunque también signifique mancharse de barro o sufrir la inclemencia de los elementos.

Así que muy gustosamente borraría este sitio (¡zas!) y mis cuatromil cuentas de correo. Sería como desaparecer, desvanecerse. Podría ser un fantasma, y eso también me atrae. Tantos meses leyendo literatura Gótica (de esa que se escribió hace siglos, no os confundáis) me ha hecho cogerle el gusto al dramatismo extremo y los lugares oscuros y húmedos como Escocia.

Pero por otro lado, hoy estaba releyendo algunas entradas de este particular diario que escribo en arranques pasajeros de algo que me gusta llamar inspiración pero que más que nada porque, como el hecho de respirar, es algo necesario para mí (e inconsciente) y me he dado cuenta de que, qué narices, basta de falsa modestia... ¡qué bien escribo! Pues sí, estoy convencida. Porque al menos mi prosa es más clara y con menos pretensiones que el mejunje indigesto de un señor llamado T.S. Elliot (no queréis saber de qué os hablo, creedme). Y, ¿cómo podría pues privaros de semejante regalo?

La Primavera ya ha llegado a Edimburgo, por cierto, y es irónio. Tantos meses ansiando esto y ahora resulta que simplemente es una mezcla de frío, lluvia y granizo aderezada con rayos de sol ocasionales y nubes color tormenta apocalíptica. Algunos árboles tienen hojas verde optimismo, pero entre el fuerte viento y el mencionado granizo, poco me temo que van a volver a quedarse desnudos otra vez en muy poco tiempo... ¿Tendrán capacidad regenerativa estas hojas? ¿Les quedarán ganas a los árboles de ofrecernos una segunda Primavera? Son preguntas que me inquietan, mucho más que los exámenes globales que estoy preparando en estos días.

Sea como sea, y aunque esta estación esté loca (como yo, para variar) está claro que no soy la misma persona que se fue hace ya casi nueve meses. Nueve meses precisamente es lo que tarda en fabricarse (perdonad por la expresión, me sale del alma) un ser humano, y eso es precisamente lo que me ha pasado a mí. El frío congeló mi antiguo yo y ahora el viento amenaza con llevárselo muy lejos. Aunque solo con el calor verano podremos ver lo que ha quedado debajo de la cáscara...

Estoy mirando los Pentlands ahora mismo. Me encantan. Son mis montañas favoritas. Arthur Seat tiene una energía violenta, pero los Pentlands me permiten conectarme con mi yo más elevado. Lástima que ahora casi no pueda caminar, porque si no, correría de nuevo a sus cumbres, al amparo del amor silencioso que el Royal Observatory me profesa.

En cualquier caso, feliz Primavera.

domingo, 28 de abril de 2013

Donde las montañas lloran. Si puedo estar sola en esta inmensidad, entonces ya no tengo miedo. Y si no tengo miedo, puedo amar a los árboles que, aun estando sin hojas, son el preludio de lo que mañana será la Primavera.

jueves, 18 de abril de 2013




Ir al cine sola, tiene sus ventajas. La vida en solitario, también.

miércoles, 17 de abril de 2013



Lo que más me aterrorizaba de estar sola, era ponerme enferma. Bueno, pues ya está, ya lo he pasado. Para mí la enfermedad tiene muchas caras, y en general creo que puedo aguantarlas bastante bien. Cuando me enfrento al dolor intento recurrir al estoicismo: por lo general o lo ignoro -con catástróficos resultados, la mayoría de las veces- o intento combatirlo aferrándome a la rutina o a cualquier cosa que mantenga mi mente ocupada. En casos extremos, recurro al sueño, que todo lo cura. Pero solo hay una cosa que me desequilibra hasta el punto de sollozar de impotencia o no ser capaz de levantarme de la cama en un día, y es cuando caigo -desgraciadamente- enferma del estómago.

Es como si el centro de mi equilibrio físico residiera en esa parte del cuerpo, y al tenerla tocada, todo se desestabilizara en todos los sentidos. Tenía miedo de que me pasara sola, pero mira por donde sí que ha pasado y aquí estoy. Aún en vías de recuperación -simplemente cansancio físico, es lo que más tarda en irse- pero viva.

¿Ahora sí puedo disfrutar de la Primavera?

domingo, 7 de abril de 2013




No salía de casa. No recibía a nadie, ni siquiera a la hora del té. Prefería disfrutar de una taza de chai en silencio; si acaso con la conversación muda de un libro interesante. Desde el Imperio, los escritores hablaban de lugares cada vez más remotos, no solo presentes en sus historias sino hechos líquido también en la taza que se bebía.

Si tenía ganas de estirar las piernas, simplemente se dedicaba a subir y bajar las escaleras de caracol, deteniéndose en cada planta., hasta llegar a lo más alto, la azotea. Allí su mirada paseaba por las intrincadas calles de la ciudad hasta llegar al templo sagrado sobre Caltón Hill, las estatuas de mirada triste del cementerio, la misteriosa cumbre de Arthur's Seat, los Pentlands nevados, incluso el mar, envuelto en brumas... Todo estaba a sus pies, incluso el orgulloso castillo se empequeñecía, como un animalillo acorralado.

Pero lo que más le gustaba era la pequeña habitación edificada en lo alto del torreón. Iba allí todos los días, a encontrarse con otros miembros del género humano, a realizar esa necesidad inevitable de relacionarse, de encontrar personas en medio de la soledad de la piedra y los libros. Entraba en la pequeña estancia circular y se sentaba en uno de los asientos acolchados frente al inmenso óvalo blanco. Y de repente ahí estaba el mundo entero y todos sus habitantes, a un solo tirón  de la palanca.

Cámara oscura.

Le gustaba observar las pequeñas personas en la explanada del castillo, como hormigas diminutas danzando alrededor del hormiguero. Muchas veces buscaba sus rostros, sus rasgos, aquellos pequeños detalles que las hacían individuales: las mujeres de vestidos sobrios pero sombreros recargados; las jóvenes con Biblia en mano pero desordenadas faldas manchadas de barro; matrimonios ancianos, muchachos inquietos que correteaban de un lado al otro de la plaza con sus pañuelos al viento...

Los ladrones que aguardaban en un callejón oscuro, tras la taberna, esperando a los desprevenidos atrapados en la confusión del alcohol.

Las parejas de jóvenes alocados que preferían pasar por el cementerio a esconderse en uno de los mausoleos antes que por el altar de la capilla en la iglesia.

El pintor que abocetaba la grandeza de la Royal Mail sentado en los escalones de Sant Gil Cathedral.

El joven empleado de banca que grita al cochero que ha manchado su ropa de barro en un descuido.


Cada día había mil historias, mil personas que, sin saberlo, compartían con ella sus secretos.

Sin embargo, había un lugar que le era imposible visitar, un misterio que se le escapaba. Habia una casa en frente, al lado del castillo, de fachada blanca que, en aquellos raros momentos en los que el sol se reflejaba, brillaba como una joya exótica. Y sin embargo, las ventanas eran demasiado pequeñas, oscuras, no daban si quiera una pista del interior de tan atrayente lugar.

Muchas veces intentaba esquivarla, ignorarla, incluso fingir que no estaba ahí. Pero cuando menos se lo esperaba la casa blanca aparecía, irrumpiendo la tranquilidad de sus visitas al mundo.

Así que un día, cansada de ver el mutismo de la casa blanca, que ya aparecía hasta para enturbiar sus sueños, se decidió a hacer algo que nunca hacía: invitó a su propietario a tomar el té en el saloncito más pequeño de la segunda planta.

Cuando al fin lo tuvo ante sí sus ojos intentaron absorver hasta el más mínimo detalle, pero el solo le devolvió una sonrisa pícara.

-Tengo entendido que jamás sale de aquí -comentó él en un momento determinado.

-No lo necesito -contestó ella con honestidad.

El miró hacia arriba, como si con los ojos pudiera atravesar los techos de las diversas plantas hasta llegar aquella que contenía la cámara oscura.

-Entiendo -acabó reconociendo, mientras cogía de nuevo los guantes, el sombrero y el bastón, y se disponía a marcharse-. Pero si quiere visitarme, conocerme... mucho me temo que no hay otra manera que la de pasar por la puerta.

Y con un guiño misterioso, la dejó de nuevo sola, en la incertidumbre que aquella atrevida invitación le provocaba.


sábado, 6 de abril de 2013





La primavera ha llegado a Edimburgo, quizá. Las calles se empapan de luz caramelo. La gente sale en manga corta, con ropas de colores, enfrentándose a los poco más de siete grados con sonrisas y carne liberada. Los niños corretean y en las calles principales se forman muchedumbres que en algo recuerdan a Madrid. Hay festivales al aire libre: música, magos que buscan el sonido de los aplausos y el de las monedas al caer en el sombrero del conejo. Cenas a la luz del día. Y en el aire se huele el campo: prímulas, geranios, heno dulce y todas esas plantas que aparecen descritas en los jardines de Austen, en los campos de alguna de las Brontë. Los árboles no tienen hojas pero el optimismo que ahora siento me da el poder de imaginarlas.

miércoles, 3 de abril de 2013

Jugando con las acuarelas. A ver si es verdad que son terapéuticas.


Qué, Wendy, ¿te apuntas?

martes, 2 de abril de 2013





El cielo brillaba en lo alto y aún así había una tristeza en el ambiente, como una niebla invisible. Intenté ignorar el hecho de que comía en un lugar atestado de gente pero sola. Luego me puse el ordenador consolándome al pensar que dentro de poco tendría una clase. Hay días en los que es mejor evitar plantearse el sentido de la vida: en esa clase de días toda distracción es bienvenida.

Pero han cancelado la clase.

No sabía qué hacer. Daba vueltas por el Internet, este espacio infinito y al mismo tiempo tan opresivo. Es como un agujero negro que nunca termina de expandirse... pero que crece a base de devorar tiempo, nuestro tiempo, esos preciosos minutos, horas y días que nos separan de la muerte.

Fuera hacia frío. Camino. Hay sol en los Meadows, todo es hermoso. Familias con niños y parejas. Pero eso me hace sentir nostálgica porque yo estoy sola. Perdida, de alguna manera, en Edimburgo. Siempre esperando, esperando y buscando.

Caminé hasta perderme en un mar infinito de adosados y casas idénticas. No había nada reconocible, solo tejados y piedra ennegrecidos por la humedad. A penas me cruzaba por gente. Todo era silencioso. Qué silencio reinaba en Edimburgo esta tarde. Incluso los coches parecían moverse con ek volumen al mínimo. Luz y silencio. Un contraste relajante.

Pero volvamos a la gente. No había mucha por esas calles. Y yo estaba perdida. Hasta que, de improviso, reconocí a un chaval que caminaba a buen paso delante de mí. Pelirrojo, con gafas y cara de duende. Un empleado del lugar donde vivo. Al principio tuve mis dudas, pero luego pude distinguir sin problemas el color del unifirme bajo el chaquetón color verde pantano. Así que le seguí, sabiendo que nos dirigíamos al mismo sitio. Hasta que la silueta de Arthur's Seat apareció en la lejania, semi cubierta de nieve. La caminata fue rápida, porque mi inesperado guía parecía tener tanta prisa que hasta corría en algunos tramos (para desgracia mía).

Pero finalmente mi lunes ha adquirido un sentido. Gracias.

Para Wendy F. (Spring is coming #2).



lunes, 1 de abril de 2013







Demasiado cansada para escribir nada decente. Hoy dejo mis pensamientos en boca de una mujer de apasionada pero trágica vida. La creatividad es un como un estanque lleno de peces, carpas de brillantes colores mostrando sus escamas relucientes. Pero cuando metes la mano, todas huyen esquivas, y solo te queda el agua que se escapa entre los dedos. O una semilla que espera una primavera que no parece llegar nunca.


Lo inefable
(En Cantos de la mañana, 1910)

Yo muero extrañamente... No me mata la Vida,
No me mata la Muerte, no me mata el Amor;
Muero de un pensamiento mudo como una herida...
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
De un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida,
Devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
Que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?...
¡Cumbre de los martirios!... Llevar eternamente
Desgarradora y árida, la trágica simiente
Clavada en las entrañas como un diente feroz!...
¡Pero arrancarla un día en una flor que abriera
Milagrosa, inviolable!... ¡Ah, más grande no fuera
Tener entre las manos la cabeza de Dios!

Delmira Agustini



For Wendy F. (Spring is coming #1)




 


viernes, 22 de marzo de 2013



Hoy he estado de un humor extraño. Lo definiría como mal humor, pero ha tenido una dosis demasiado alta de melancolía aderezada con impotencia.

Para empezar, he vuelto a quedarme dormida por segundo día consecutivo. He tenido que desayunar rápido e ir a clase (no quería perdérmela, el tema me interesaba especialmente). Pero, de todas formas, he llegado veinte minutos tarde. Luego e ido a comprarme unos auriculares nuevos -porque perdí los míos el domingo en la biblioteca, y por más que ido a preguntar a Objetos Perdidos no los tienen... y mira que ya habrían podido llevarlos ahí, vaya, que eran unos auriculares normaluchos, baratos, ¡pero eran los únicos que yo tenía!-. Cuando, en un rato, he querido abrirlos (estaban metidos en una caja embalada a más no poder- he agarrado unas tijeras... y he acabado por cortar uno de ellos sin darme cuenta mientras intentaba sacarlos. Sí señor. Ha habido un momento en el que he querido llorar, pero luego me he dicho, ¿para qué?

Además de eso, he tenido que soportar un frío que cada vez se hace más intenso (con el añadido de que es desesperante, porque estamos teniendo peor tiempo que en Invierno, y eso que ahora es oficialmente Primavera) e incluso me ha caído granizo encima (el resto del día más o menos soleado).

Estoy cansada, pero no solo es cansancio físico, sino también existencial, de ese que parece que tienes que arrastrar el alma. Y yo sé por qué es (en parte). Es porque ayer, en la proyección semanal de uno de mis cursos, no fui capaz de quedarme ante la escena de una película. Es curioso. Esa escena me impresiono mucho en su momento, pero yo esperaba que en un lapso de más de diez años hubiera superado algunas cosas. Pero no. Allí estaba yo, incapaz de disfrutar al completo de my favourite film ever, completamente aterrorizada ante la perspectiva de enfrentarme a lo que ya se ha convertido en un fobia.

Y no sé, desde entonces me siento un poco decepcionada conmigo misma. ¿Tan lejos he llegado para arrugarme con tan poco?


For Wendy F. (The people I have met).






jueves, 21 de marzo de 2013

miércoles, 20 de marzo de 2013



Justo cuando salía del comerdor, me he encontrado con un hombre mayor que llevaba un cubo de caramelos. Se me ha acercado, muy simpático y sonriente:

-¿Quieres uno? -me ha dicho-. Son gratis.

Un hombre mayor, vestido con un jersey de lana, cabello blanco y ya ralo, bigote y barba, gafas de enormes de montura anticuada que seguro que no se cambia desde los setenta (aunque mira por donde, ahora se ha vuelto a poner de moda ese modelo...) ofreciendo caramelos a los estudiantes universitarios.

Cambiamos un poco la escena: en vez de del comedor salen del colegio, no universitarios, sino niños...

¿En qué estáis pensando?

Aunque claro, a este hombre ya lo conocía yo de antes. El caramelo que te da viene siempre acompañado de un folletín de propaganda. No es que me gusten los caramelos (y los folletines menos) así que usualmente no se lo cojo. Pero hoy sí, porque quería hacer esta entrada y adjuntaros la foto correspondiente.

Religión... y caramelos. No es la primera vez que lo veo. En el campus, el otro día, había un stand con unos jóvenes pulcros y sonrientes que ofrecían té, café... ¡y muffins! gratis. Tenía que haber gato encerrado, naturalmente, pero de todas forma me acerqué a preguntar.

-¿Por qué son gratis?

Y empezaron a contarme sobre la vida y milagros del salvador mientras me daban el correspondiente panfletito, avisándome de que, si iba a las charlas, allí daban el lunch gratis... Una oferta bastante tentadora para los estudiantes universitarios, que por lo general andamos siempre bastante hambrientos. El cerebro consume muchas calorías, y, por otro lado, los hay, como una servidora, que prefieren comprar libros a comida... (la literatura es uno de los manjares que más nutre al espíritu).

Sin embargo, no deja de sorprenderme esta estrategia. Obviamente, es la de una campaña publicitaria. Sin embargo, me cuesta relacionar algo tan especial como la espiritualidad con la campaña de venta de un artículo cualquiera. Una empresa que invierte en caramelos, o en cientos de muffins (porque aquellos eran muffins de los que se compran, no de los que se han hecho a mano el día de antes por unos pocos estudiantes) para ganar adeptos que posteriormente traerán más capital a dicha institución...

La espiritualidad es un camino que empieza dentro de uno mismo, a mi entender. Un viaje que se decide emprender en solitario. Una actitud silenciosa, una decisión consciente, ya sea originada por nuestros propios pensamientos o transmitida... pero, ¿qué pintan los caramelos en todo esto?

Siempre he rehuído a los grupos que tratan desesperadamente de atraerme. Y más aún si son doctrinas. No me fío de las personas que lo ven todo en terminos de blanco (lo que yo pienso) y negro (el resto del mundo). Aunque tengo mis propias creencias (muchas y variadas) jamás he tenido la necesidad imperiosa de que otros las compartan. Si llega alguien, se sienta a mi lado, charlamos, y resulta que compartimos algunos puntos de vista... bueno, entonces es divertido. Pero no voy a ir corriendo detrás de la humanidad en general tratando de convencerles de que algo que yo creo cierto. Basicamente, porque creo posible que haya otras verdades a parte de la mía y eso no me molesta.

Pero cuando ya intentan meterme la pildorita religiosa con el caramelo, como si de un jarabe infantil se tratara... no puedo menos que sonreír con un poco de lástima. No sé si es que las iglesias necesitan desesperadamente adeptos o si piensan que están salvando nuestas almas y que el fin justifica los medios, pero en cualquier caso me parace hasta casi un insulto hacia lo que la espiritualidad, en su sentido más puro, representa. El transcender de la realidad, esa adquisición de una visión nueva y más afinada que nos permite cerciorarnos de que no existe un solo horizonte.


Definitivamente, me interesan las cosas invisibles. Pero no quiero caramelos que, en cualquier caso, solo terminarán por sacarme caries.

For Wendy F. (the people I have met).


martes, 19 de marzo de 2013




Estoy cansada. He llegado a un punto en el que solo me apetece correr, subir hasta la cima de Arthur`s Seat aunque me cueste la vida y gritar, gritarle a los dioses que ya hemos tenido bastante invierno, es suficiente, muchas gracias.

Con este ya son seis meses. Seis meses de oscuridad, de frío, de vieto polar, de nieve... Seis meses largo que hemo ido aguantado como hemos podido: Bonfire Night, las decoraciones navideñas ayudan... luego enero y febrero se viven como un trámite obligado. Pero, ¿este tiempo en marzo, a unos pocos días de la llegada oficial de la primavera? Las flores ya habían empezado a salir (pobres daffodiles, ¿qué será de ellos ahora?) los días se alargan... ¿pero qué más da cuando se vive en una noche eterna?

El día de hoy ha sido de esos en los que no hay luz: solo el cielo gris oscuro, pesado y amenazante. Nieve, nieve de todas las intensidades posibles, ahora más fuerte, ahora más suave, ahora casi lluvia y luego tan dura como el granizo. Y el frío es tal que duele respirar. Y la ciudad es más gris que nunca. Terribles momentos estos en los que vienen los elementos a mostrarnos su cara más despiadada: aquella que todo lo destruye.

Quiero la primavera.


For Wendy F.


domingo, 17 de marzo de 2013



Hoy me he acordado, con una mezcla de cariño y pena, de que a veces las personas a las que amamos salen malparadas por nuestra culpa, y eso, aunque es bonito, también es triste.

Estaba pensando en K.y yo. La relación que nos une es de lo más estrecha, pero hay veces en las que la pobre ha tenido que aguantar mucho... Me vienen a la cabeza dos anédotas muy concretas.

La primera de ellas es una noche yendo al cine. Recuerdo que, como de costumbre, pasamos por una tienda barata de chucherias antes de la película para acumular provisiones varias. Solo K. llevaba bolso, que estaba a reventar después de que saliéramos de la susodicha tienda (el bolso era pequeño, tampoco os equivoquéis). Recuerdo que sujetaba el monedero aun en la mano (acababa de pagar) e intentaba acomodarlo todo sin conseguirlo. Entonces yo le cogí la cartera y me empeñé en llevarla en uno de los bolsillos de mi abrigo. De hecho, recuerdo que insistí.

Entramos al cine, vimos la película...y a mí me quitaron el monedero, que no era mío, sino de K. No sé cómo, porque no me di cuenta, pero el caso es que luego lo estuvimos buscando (K. se dio cuenta nada más terminar la película) y no estaba por el cine.

Os podéis imaginar el disgutso mayúsculo de K. No solo porque ahí tenía treinta euros, sino todos los documentos: carné de identidad y demás. De hecho, le dio una especie de ataque de ansiedad. Y encima yo supongo que cargué doble culpa kármica, porque el monedero no era mío pero me empeñé en guardarlo en un sitio de donde después me lo quitarían... Menuda historia.

(K. no volvió a ver jamás el monedero, pero unos días después -cuando ya había solicitado la mayoría de las copias para los carnés que había perdido- se encontró con un sobre en el buzón en el que estaba toda la documentación, DNI incluído. Yo le devolví los 30 euros y quise comprarle una cartera nueva, pero creo que para eso segundo se me adelantaron).

La segunda vez también fue con K. (que tiene el mal vicio de apreciarme y estar siempre conmigo...). Estábamos bajando unas escaleras. K. iba delante y yo detrás. Las luces estaban apagadas (definitivamente eso tuvo que ver con los acontecimientos que siguieron). Íbamos charlando pero de repente yo perdio pie... y mientras me caía, en un acto reflejo agarré a K., de manera que al final la arrastré conmigo, con tal mala fortuna me caí encima. Como os podéis imaginar, yo aterricé en mullido, pero ella no. Se dio un golpe de campeonato (tanto que se quedó un poco atontada después, y a mí me dio la angustia pensando que le había pasado algo grave). Después del susto, le salió un buen moratón en la barbilla, hinchado, que le deformaba la cara... La pobrecita se quejaba con voz lastimera de qué iba a ocurrir si su barbilla se quedaba con esa forma para siempre. Yo estaba acongojada.

(Al día de hoy la barbilla de K. es perfectamente simétrica).



Para Wendy F. (y Shibi):


miércoles, 13 de marzo de 2013




Últimamente las manzanas no me saben a nada. Es horrible. Mi fruta favorita, mi dulce placer diario, mi eterna tentación... ¿Qué ha ocurrido con ellas? Voy a tener que desistir en cogerlas, porque total, cuando una manzana ha perdido su sabor es aburrido morderla. Aunque por fuera siga siendo roja y de apariencia apetecible. No quiero admirarla, quiero degustarla. ¿Qué pasa con mis manzanas?

El domingo fui a ver la película The assesination of Jesse James by the coward Robert Ford (El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford) y me gustó mucho. Especialmente, y con diferencia, la banda sonora. La música es tan hermosa que te transporta directamente a los oníricos paisajes de la película. El protagonista es un bandido, un asesino, la clase de persona que no duda en meter una paliza a un niño o en ponerle el cuchillo en la garganta a algún amigo en un momento de ira. Una joya, vamos. Pero es que cada vez que sale sonaba esa música tan, tan hermosa, que no pude evitar empatizar con él. Pobrecito Jesse James, pensaba. ¿Qué clase de triste pasado le habrá llevado a ese punto? ¿Qué clase de sucesos se llevaron no solo un dedo de la mano izquierda sino también un pedazo de su alma?

Y por supuesto, me dio pena que lo asesinaran, claro. Aunque todo el mérito hay que atribuírselo al poder de la música. Porque en circunstancias normales (y silenciosas) este personaje me hubiera parecido repugnante. Pero no, con una buena banda sonora, todo se arregla, igual que la luz transforma paisajes.

Ahora me viene a la memoria (con ese de que la música es poder) las horrendas melodías de los partidos políticos, esas que suenan cuando los coches corren por las calles anunciando a sus candidatos en tiempo de elecciones. Supongo que esas melodías han sido pensadas y seleccionadas tras numerosos estudios y demás, pero no sé, a mí, lejos de hincharme el corazón de patriotismo o ganas de votar para cambiar el mundo, me dan dolor de cabeza. Son rápidas, repetitivas, burlonas... me recuerdan al circo.

Menos mal que a Jesse James (que por cierto, es un personaje histórico) le ha tocado unos compositores tan buenos como Nick Cave y Warren Ellis.

http://www.youtube.com/watch?v=JUXgxHj4z5Q

http://www.youtube.com/watch?v=pPkeQpDIkA0

http://www.youtube.com/watch?v=UFTd1DrkOMI

http://www.youtube.com/watch?v=QOD3SBiY2vIhttp://www.youtube.com/watch?v=xH0b2TooTxY

http://www.youtube.com/watch?v=V1JQuWev4dI

http://www.youtube.com/watch?v=N3zdYRW7jI0

martes, 12 de marzo de 2013



Fui castigada por los dioses y perdi el habla este pasado fin de semana.

No fue una experiencia agradable. Para empezar, hablar es mucho más necesario de lo que parece. Quiero decir, en un principio acepté casi con alegría el silencio obligado. Un silencio así te exime de conversaciones aburridas. Te permite cenar tranquilamente a tu bola aun cuando estás con más gente, porque total, no puedes entrar en la conversación general, así que puedes dedicarle tus cinco sentidos al alimento. Además, hablando de conversaciones, no tienes que estar todo el tiempo estrujándote la cabeza para decir algo cuando estás con esa clase de personas que distan mucho de ser los amigos con los que hasta el silencio es una delicia. (Claro que esos amigos que menciono son más raros que el sol en Edimburgo, la verdad sea dicha).

Pero a parte de eso, el silencio obligado no es de mi agrado. ¿He comentado alguna vez que adoro hablar? Me encanta conversar con cualquier persona que tenga algo que decir. Hacer preguntas, conocer nuevas impresiones, modos de pensar... me fascina. Y cuando no puede hacerlo, es aburrido. También creo que la conversación es una de mis bazas principales en las relaciones sociales en general, y si me quitan eso me siento desorientada y ciertamente fuera de lugar. Por no decir que aquí en Reino Unido, donde cada vez que te encuentras con alguien se te tienen que caer al menos un par de "Sorry", otro más de "Please" y al menos tres "Thank you" pues el hecho de no poder  decir esas breves formulas -breves sí, pero obligadas- te hace el blanco de miradas de desprecio y muecas de reproche. Que los británicos no serán muy amigables, per de la educación y la etiqueta ay, de esas son los mejores amigos. En fin.

Por no contar que eso de perder la voz incluye también estar en casa sin salir, porque aquí tenemos nieve, y no creo que los seis grados bajo cero ayuden a mi garganta a reponerse.


Me pregunto, sin embargo, por qué habré perdido la voz. Quizá es para que aprenda a escucharme, a escuchar y a estar sola. Desde que estoy aquí, aunque ya me voy acostumbrando a las tierras escocesas y me siento mucho más en casa, es verdad que cada vez me gusta menos estar sola. Pasar tiempo encerrada en mi habitación, en lugar de relajarme, me agobia. Estar aquí por las noches, unas tres horas antes de dormir, no solo está bien sino que me encanta. Pero más de eso (digamos pasar un día entero) me agobia bastante. No es porque el espacio sea pequeño -que no lo es, de eso no me quejo- pero es porque me entra una suerte de desolación interna. La suerte de desolación que me hace pensar en unirme a un grupo, yo, que por norma general huyo de estos. La suerte de desolación que me hace empatizar un poquito más con los miembros de Aum de los que hablaba en el otro post. ¿Seré yo la única persona que se siente así? ¿Y por qué me ocurre? No es el espacio. No es que no tenga nada que hacer, porque me sobran las actividades. Y sin embargo en esos momentos me siento más sola que nunca, ciertamente desamparada. No hay obligaciones, y entonces es como si ya no quisiera intentar nada. Es algo parecido a lo que me ocurrió este verano, que tenía todo el tiempo del mundo y aún así me sentía más vacía que nunca.

¿Por qué me ocurrirán estas cosas?





jueves, 7 de marzo de 2013




El tema de la semana hoy es Aum. Yo no sabía lo que era. Solo recuerdo haber leído de pasada algo sobre un accidente en el metro de Tokyo en un libro de una de mis autoras favoritas. El libro se llama Grotesco (altamente recomendable, aunque el título no está puesto por casualidad) y la autora en cuestión es Natsuo Kirino (Tiene otra obra genial e igualmente adictiva, OUT). También algún compañero japonés me hizo referencia de pasada al incidente comparándolo con el tristemente conocido 11M de Madrid. 

Basicamente, mi conocimiento de Aum se reducía pues a tres conceptos: accidente de metro en Tokyo, gas venenoso y secta religiosa. Pero, ¿qué es Aum realmente? ¿Qué se esconde detrás de estas tres letras y estos tres conceptos como ser capaces de crear una tragedia que hizo temblar Japón con la misma fuerza que uno de sus terremotos?

Para empezar, la palabra AUM es una traducción fonética del famoso 'Om' budista. Aum, aun siendo una secta, se enmarca en el budismo. Por cierto, que el budismo -al menos el que se practica en Japón, que es sobre el que más o menos entiendo- no se reduce solo a la figura meditando del buda que alcanza la iluminación con esa sonrisa de Mona Lisa. El budismo japonés es una religión machista -me llama la atención eso de que una mujer no puede alcanzar la iluminación por mucho que se esfuerce; en todo caso, ha de probar suerte en su siguiente reencarnación masculina-. También tiene un inmenso contexto mitológico con cabida para cielos e infiernos varios, espíritus, demonios y fantasmas... Vaya, que yo, que he leído la historia de Sidharta pensaba que el budismo se reducía al sencillo -pero complejo- mensaje del engaño de la mente y la supresión del deseo. Pero, -como en todo- hay mucho más.

Aum, de hecho, empezó como un grupo de yoga y acabó teniendo sedes en Europa y Estados Unidos. Esencialmente, la religión se basa en la premisa del karma y la división de la realidad. Me explico. La realidad que conocemos -el mundo real, en el que nos movemos todos los días- no es más que uno de los muchos niveles de la realidad en su totalidad. Solo que nosotros estamos ciegos, atrapados en el dolor y los deseos, y no nos damos cuenta, pero los otros niveles están ahí. Algo así como la película de Matrix. Los nieveles (o dimensiones) por debajo de la nuestra son los infiernos, habitados por fantasmas, demonios y animales-espíritu... Los de arriba son cielos, y en ellos viven los dioses. Ahora bien, ¿es posible pasar de una dimensión a otra? Sí, y ahí es donde entra en juego el karma. Desde que nacemos, una cantidad de datos son introducidos en nuestra mente, en su mayoría negativos, y esto hace que casi sin querer acabemos acumulando una enorme cantidad de mal karma. Los datos negativos según Aum vienen del consumismo, el sistema educativo japonés, tan restrictivo, y la publicidad y mensajes de los medios de comunicación. Para limpiar este karma negativo se necesita una vida de asceta, que consiste en eliminar el deseo. El deseo de poder, el deseo de dinero, el deseo de comer, el sexo... y hasta del sueño. Esto tampoco es nuevo. Ya lo contaba Santa Teresa en sus experiencias místicas, o San Juan de la cruz. Separando la mente del cuerpo convirtiendo al segundo en una mera carcasa, se pueden acceder a otras realidades (que estas estén dentro o fuera de nuestra mente es otra historia).

A través de estos ejercicios, (nada de sexo, nada de comer más que arroz y verduras, nada de dinero o poder y las mínimas horas de sueño) los seguidores de Amu esperaban conseguir desarrollar super poderes, como leer el pensamiento, y finalmente ser capaz de acceder a las realidades superiores. Superar la barrera de la muerte misma. He de reconocer que, a través del tiempo y del espacio, no son los únicos que han perseguido tal empresa...

La figura del lider, Asahara Soho, es la de un hombre voluminoso de cabello y barba largos que recuerda vagamente a un Jesucristo cristiano. Curioso el factor físico para alguien que -supuestamente- casi no debería comer. Naturalmente se sabe que tenía amantes, hasta seis hijos reconocidos, un mercedes y un helicóptero privado... Nada que entratra en conflicto con la eliminación de los deseos que acabo de mencionar, vamos.

Por lo demás, las prácticas de Aum incluían la iniciación de sus miembros con drogas tales como el LSD (y sus consecuentes accidentes ocasionales) y los duros castigos físicos que se aplicaban a los que de alguna manera u otra cometían algunos errores. Como, por ejemplo, colgarlos cabeza abajo durante horas. A los que intentaban marcharse de los perseguían para obligarles a volver y en algunos casos hasta los asesinaban. Si una se pone a investigar, me temo que salen datos tan e incluso más escabrosos que estos. Pero bueno, todos los cultos tienen su lado oscuro. La figura del papa cristiano es una bastante alejada de los votos de probeza y la vida sencilla que Cristo proponía en la Biblia, sin ir más lejos.

En cualquier caso, hoy hemos visto un documental de dos horas y media sobre Aum. Está filmado por una persona anónima que logró introducirse en una de las comunas poco después del incidente del metro de Tokyo, cuando el lider Asahara fue detenido y la secta empezaba a desintegrarse, teniendo que sobrevivir sus miembros todo el odio que la sociedad japonesa descargó sobre ellos.

Este documental es muy sencillo: uno asiste, como espectador, a diferentes escenas de la vida en la comuna. Lo primero que me ha llamado la atención ha sido la suciedad. Las habitaciones en las que se ve vivir a los miembros están sucias, desordenadas y en muchas ocasiones no tienen ni ventanas... La basura se acumula en las esuinas. Hay cucarachas y hasta ratas. Debe de ser porque la mayoría aspiran a vivir en una dimensión superior y desprecian esta como un cárcel de deseos insatisfechos y lágrimas. De los miembros -en su mayoría hombres- se puede ver su actividad rutinaria. Hacen los ejercicios de yoga, meditan, rezan ante el altar de su líder, se alimentan de la manera más escuetamente posible, leen -los libros sobre la secta, claro- y navegan por internet en unos pesados portátiles japoneses que en el tiempo aquel debían de ser de última generación. Curioso detalle, pero los ordenadores salían en casi todas las escenas. Hablando de consumismo...

Me ha llamado la atención una de la escenas en las que uno de los muchachos pone un trozo de dulce en un cuenco de cristal y espera a que las cucarachas vengan y acaben todas metidas en dentro. Después de ello, coge el bote con infinito cariño, sale a fuera, busca un parque, y finalmente las libera allí, felices y bien alimentadas, entre el verdor. Como es una secta budista, no pueden comer carne ni matar animales -no hay mejor manera de acumular mal karma-. Me parece bien, y lo digo en serio. Yo misma detesto matar insectos, por molestos y hasta peligrosos que puedan ser, y de hecho, soy practicamente incapaz. Sin imbergao, salvar a unas cucarachas y luego no tener reparo alguno en soltar un gas venenoso en un metro en hora punta son dos hechos que me parecen incompatibles. En terminos kármicos, ¿qué diferencia a un ser humano de una cucaracha?

En otra escena, los miembros se anuncia a los miembros de la secta que el líder ha sido juzgado y procesado culpable. Una secta sin líder. Sin embargo, ellos se limitan a cambiar la foto de altar -la del hombre gordito- por la de dos niños -monísimos, por cierto- que son los hijos del susodicho. Y siguen rezando con la misma devoción. Con este gesto, creo que dieron a entender que la figura del lider no era tan importante. Estaban tan convencidos de lo que hacían, que no les importaba quién les dirigiera, simplemente querían seguir en ese camino. Porque está claro que unos niños que a penas llegaban si a acaso a los tres años poco papel de líderes pueden hacer, al menos en un futuro cercano.

Todos los miembros de aquella comuna tenían unos gestos idénticos. Parecían buena gente. Tranquilos, comedidos, amables. No daban la impresión de estar asustados, enfadados o ansiosos. En absoluto. Conozco a ejecutivos, por ejemplo, que dan mucho más miedo. Todo lo aceptaban con una especie de confiado estoicismo. Ante las víctimas del atentado, que demandaban una disculpa cuando se encontraban con ellos, seguían exhibiendo la misma media sonrisa de siempre. Algo así como si alguien muy enfadado me exige que le pida perdón al elefante violeta que tiene al lado. Y yo, porque estoy de buen humor, asiento, mirando el vacío inexistente que solo la paranoia de mi interlocutor puede llenar.

¿Qué ocurre con esta gente? Aum es conocida por ser una secta que atrajo -y puede que siga atrayendo, porque al día de hoy, aunque se haya cambiado de nombre, sigue existiendo- a gente universitaria, en su mayoría científicos-. Personas talentosas a las que nadie consideraría crédulos precisamente porque tratan con aquello que puede medirse. Y aún así ahí estaban todos, pensando que el Apocalipsis iba a llegar en el año 2000. Complicado.

¿Qué puedo decir? Creo que entiendo un poco a esta gente. Los entiendo en el sentido de que la soledad duele y es terrible. La vida es terrible cuando estás solo, en una habitación vacia, y sientes ese frío inexplicable que ahoga el alma. En esos momentos -y en otros más lúcidos- he pensado en lo bonito que sería poder unirme a alguna religión. Solo por el sentimiento de comunidad, o por el hecho de sujetarme a algo cuando la marea negra de la incertidumbre y el hastío quieran devorarme. De verdad que lo he considerado. La infancia es feliz porque no hay preguntas, solo un mundo por descubrir. Pero la adultez es otra historia, ay, y no es fácil andar solo por la cuerda sabiendo que abajo no hay red, nunca la hubo. Además, los deseos siguen ahí, y es mil veces cierto que nos atrapan. Desear es solo un deseo en sí mismo, y la sociedad trata con muñecos a aquellos que se rinden a las pasiones más bajas sin preocuparse por alimentar el espíritu. Los que se unían a Aum encontraban respuestas a estos dos interrogantes: una comunidad, unas creencias y unas estrategias para eliminar el molesto deseo (que puede llegar a cansar, a mí, por lo menos, me agota). Además, si eran inteligentes, ahí no solo los valoraban sino que además les permitían trabajar en lo que les gustaba y a su antojo, lo cual, comparado con el rígido sistema empresarial de trabajo en Japón es todo un lujo... Y además, no nos engañemos. ¿Quién no prefiere dedicarse a algo que le apasiona a estar fichando en una oficina diminuta un día gris tras otro?

Y sin embargo, en los ojos vacíos de el portavoz de la secta, que afirmaba que solo había cogido de la mano a una chica cuando estaba en pre-escolar y que se había separado de su familia porque era la única manera de sobreponerse al dolor que traen los seres queridos (enfermedad, muerte), no vi la luz de las respuestas, sino una suerte de adormecimiento. Una estabilidad antinatural, un páramo baldío. Solo quería gritarle y si acaso abofetearle. Puede que las dudas que nos oprimen el pecho sean o hayan sido parecidas, pero lo que tengo claro es que si la vida fluye yo fluiré con ella. No tiene sentido agarrarme a nada porque ese asidero solo estaría entorpeciendo mi caída libre en el vacío, que realmente es la solución a todos mis problemas, o eso intuyo. En cualquier caso la caída libre es lo que toca; no se sabe manera de huír de ella, y los que ya no viven jamás nos han contado cómo es al otro lado.

Aunque una cosa quiero reconocer. El que haya pensado en introducirme en una religión solo es un deseo vano. Tan pronto como los diferentes cultos se me presentan, los líderes con sus mejores panfletos y sonrisas, no puedeo evitar ver entre bambalinas los oscuros recovecos de sus espectáculos. La mayoría de las religiones -por no decir todas- con las que he tenido contacto son, para empezar, machistas. ¿Y cómo podría pertenecer a una comunidad que me menosprecia por algo tan inherente a mi persona? Queda fuera de toda posibilidad. Y aún así estoy convencida que ese sentimiento, como el de la búsqueda de la verdad en medio del humo de los engaños, viene reforzado por el amor. No siento la necesidad de buscar un amor incondicional -una comunidad que me abrace, que me reciba como a una hija- porque ya tengo familia. He nacido en el amor y he sido criada en él, con lo que desconozco su carencia. Mi alma tiene ese brillo, y quiero pensar que aun cuando los que me aman desaparezcan aún seguirá ahí, al menos en el recuerdo. Porque es como una brújula interna, una manera de ver el mundo a través de otros cristales.

Yo no necesito que me enseñen a rezar.

martes, 5 de marzo de 2013




Hoy he recibido un buen golpe, que me llega con un mar de distancia, pero aún así duele.

Y la lectura de hoy, Heart of Darkness (El corazón de las tinieblas) no me ha ayudado precísamente a aclarar las ideas. Leer sobre un muchacho que se adentra en una selva llena de dolor, misterio y peligros en busca de un hombre no conoce, una presencia fantasmal que es la meta de su viaje y al mismo tiempo no es más que polvo, no hace que se me cure esta angustia.

¿Seré yo, que también busco, entre libros y novelas, páginas de apuntes y diccionarios, una presencia inexistente? Un yo ajeno que me haga compañía. Otra parte, porque la que tengo dentro aún me da miedo conocerla.

Y sin embargo, hay extrañas tribus de seres que caminan entre las sombras del Imperio. Se escuchan sus tambores al cruzar el río, y no se sabe si los redobles responden a un ataque inminente o un ritual de sacrificio... Y el hambre aprieta, porque el viaje es largo, eterno este río que recorremos sin dejarnos llevar. Los compañeros tienen ese hambre pintada en la mirada y entonces una se siente halagada de resultar apetecible, porque aunque un destino terrible perecer entre dentalladas hay algo de hermoso en saber que la carne es aún lo suficientemente joven y fresca. Todos queremos agradar.

Una semana de silencio.

lunes, 4 de marzo de 2013



A veces la más fría duda te asola, como una tormenta de nieve inesperada. ¿De qué sirve estudiar una carrera? Somos hijos de universitarios, así que el paso a una educación superior fue algo casi inconsciente. Desde que nacimos (o incluso antes) se dio por sentado que iríamos a la universidad, y eso hacemos ahora que tenemos la edad.

Sin embargo, muchas veces me pregunto por qué lo hago. No porque no disfrute, porque gracias a los dioses me encanta mi carrera. Con sus más y sus menos -profesores cabrones a parte y los quebraderos de cabeza propios de todo buen estudiante- me gusta lo que hago, y no me arrepiento para nada de la opción que escogí. Estudiar una carrera universitaria me está dando la oportunidad de aprener idiomas, conocer otras culturas y leer mucho... El pensamiento intelectual, aunque a veces agota, es una gimnasia cerebral que luego se transforma en una especie de abono que nutre mi creatividad. Y por eso soy feliz.

Sin embargo, al ser estudiante la vida laboral se desdibuja como un sueño lejano, especialmente al estar atrapada entre los vericuetos del plan Bolonia. Y ahora que he conocido lo que es la independencia en todas sus letras, poco me temo que volver de nuevo al hogar me da escalofríos. No solo por el limitado espacio físico que allí me espera (tan limitado que da risa) sino por el espacio psicológico. La infancia ha terminado, pues que así sea. Aferrarme a las personas no me va a salvar, ni siquiera a esas que sé que me quieren incondicionalmente. Es hermoso saberte querida, y también estoy agradecida por eso. Pero también desearía saber quererme a mí misma. Y para eso necesito la soledad, que tanto, tanto me aterroriza ahora. Casi tanto como volver...

Lo que tengo claro es que me gustaría dedicarme a lo que me gusta: la escritura. Pero con esta ajetreada vida, poco es el tiempo que me queda delante del teclado. Y cuando araño algunos minutos, mi alma está hastiada, agobiada bajo un sinfín de inseguridades y temores. El arte, de tan subjetivo que es, resulta a veces dañino. Como la belleza, está en los ojos de quien lo mira... Y aunque lo sé, me empeño intentar almodarlo para los ojos ciegos de alguien que no existe, porque es imposible leer en la mente de toda la raza humana. Así que hace siglos desde que me atreví a desarrollar una idea. Siempre pienso: mañana, lo haré mañana. O cuando tenga tiempo. Y puede que en un corto presente esas mentiras me alivien. Pero a la hora de la verdad, sé perfectamente que ese mañana es un limbo sin salida. Es el miedo el que hay combatir, y no las obligaciones, que esas desaparecen facilmente porque soy una persona organizada y sé manejarme con ellas.

En resumen, ¿qué hago aquí? No lo tengo muy claro. A veces desearía no volver a abrir la boca (en este caso, no volver a tocar las teclas del ordenador) antes de de decir cualquier tontería. Porque aunque el dolor del 2012 poco a poco se va marchando, el mar de confusión aún golpea con violencia estas costas.

Y me queda la inexplicable tristeza de que aún tengo los dientes de leche, sin importar cuantos años de experiencia pesen ya tras mis espaldas... ¿cuándo podré mirarme al espejo y llamarme mujer con todas las letras?

viernes, 1 de marzo de 2013



La vida no es un camino de rosas. Eso ya lo sabíamos. Pero es que mi día de hoy ha sido... de risa. De risa ahora que estoy aquí sentada escribiendo. Porque total, a estas horas de la noche...

Suceden cosas muy curiosas. Por ejemplo, cuanto más nerviosa y estresada estas, más se tambalea la realidad. Como si el epicentro del terremoto comenzara en ese nudo de angustia en el estómago. Y entonces todo se vuelve confuso. El sol del día ilumina tanto que es doloroso. Las sombras acechan en los rincones. Las máquinas dejan de funcionar, misteriosamente. Suceden los accidentes inesperados. Una pequeña tragedia que se encadena a otra mayor...

El enamoramiento trae la Primavera a la vida, pero el miedo es un terremoto, una fuerza caótica y destructiva que se devora así misma, como un agujero negro.

En días como estos, una palabra amable, una sola, puede, literalmente, salvarme la vida. Como el pequeño mecanismo que hace retroceder las agujas del reloj; la piedra maestra gracias a la cual la bóveda puede volver a sujetarse. La estrella polar reflejada en las olas, ese punto luminoso que marca un mapa y mil direcciones en la angustiosa infinitud del océano.

Por favor, digamos muchas palabras amables.

jueves, 28 de febrero de 2013



Hoy he visto una de esas películas que te marcan. Una de esas que te pensarías seriamente volver a ver otra vez, porque el hecho de que no pudiers apartar los ojos de la pantalla se debía al horror, a la incredulidad...


Es gracioso. Me gustan las películas de Tarantino (ya lo dejé claro en otra entrada). Mucha gente se queja de que son violentas. Yo no voy a negar eso, está claro que hay litros de sangre en ella. Y sin embargo esa violencia no me ha llegado a desagradar tanto como si lo han hecho escenas de esta obra, en las que se me revolvía no el estómago, pero algo mucho más profundo, al mirarlas.



La mujer insecto es una película rodada en 1964. No tengo prejuicios contra las películas en blanco y negro, más bien todo lo contrario, pues recientemente estoy descubriendo algunas muy interesantes. Sin embargo, una piensa -o por lo menos yo lo hacía- que por ser antiguas van a ser más pudorosas, van a prescindir de la violencia y el sexo al que nos tiene acostumbrados Hollywood (aunque violencia y sexo plastificado, de alguna manera, por usar un adjetivo). Sin embargo esta película tenía ciertas escenas que... bueno, que nunca había visto antes en el cine, pero que, desde luego no han sido agradables. Imagino que no es la clase de película que Hollywood hubiera permitido enseñar en su tiempo -y ya no hablemos en España-. Los japoneses no dejan de sorprenderme, definitivamente. Porque, ¿hay cuento más crudo que este que se ha atrevido a narrarnos su director, Shohei Imamura?



Hablando del diredctor, no lo conocía hasta el día de hoy (y que gloriosa entrada ha hecho en mi vida). Pero he estado buscando información sobre él en la red y he encontrado una cita que desde luego me hace entender un poco mejor su particular manera de hacer cine. Dice: 'Estoy interesado en la relación de la parte baja del cuerpo humano así como de la parte baja de la sociedad... Me pregunto qué nos diferencia a los humanos de los otros animales. ¿Qué es el ser humano? Hago películas para buscar la respuesta.'

Pero hablemos de la película en sí. El argumento es sencillo: narra la vida de Tome, una mujer, desde la noche de su nacimiento, un frío invierno de 1918 hasta sus cuarenta y cinco años en 1962. Durante todo ese tiempo la vida en Japón también cambia radicalmente. Se termina el imperialismo, la guerra, la posguerra, los comienzos de la recuperación económica... Sin embargo la vida de Tome es fragmentaria. Un conjunto de crueles anécdotas de las que muchas veces quieres reírte aunque sea para distanciarte un poco, porque verlo todo tan de cerca resulta a veces insoportable. Tome es hija bastarda de unos campesinos rurales pobres como ratas. Ya desde que es una niña pequeña es abusada sexualmente por su presunto padrastro -que también sufre una ligera deficiencia mental-. El resto de la familia, en lugar de condenarlo -que sería lo normal, al menos desde mis ojos occidentales- no solo lo acepta sino que incluso se permiten bromear con ello. Desde ese punto, la vida de Tome irá de mal en peor. Tratada como un objeto sexual literalmente  por todos los que se cruzan en su camino, hombres y mujeres, al final ella misma acabará tomando ventaja de su penosa situación y no perderá la ocasión de hacer con otros lo que ella misma ha sufrido...



Dicen que la película se llama La mujer insecto para referirse metafóricamente al caracter de Tome que, como los insectos, es capaz de adaptarse a cualquier ambiente, por duro que este sea. También quizá porque el mensaje final, terriblemente desalentador, sugiere que la vida es cíclica, y los errores de los padres se transmiten por generaciones, una y otra vez... La histora termina prácticamente igual que como empezó, con un diálogo calcado, y eso es terrible.

¿Qué lugar el concepto de mujer en Imamura? No lo tengo muy claro, pero desde luego nos ofrece el retrato dolorosamente realista de una mujer real. Tan alejado del edulcorado prototipo de Sayuri en Memorias de una Geisha, que es, por otro lado, el prototipo que se suele tener de las mujeres japonesas: bellas, silenciosas, educadas, cultas, delicadas, elegantes... Tome no es nada de eso, aunque la actriz que la interpreta me haya parecido muy atractiva. Y sin embargo, me ha llegado mil veces más, porque he podido empatizar con ella, aunque su personaje llegue a ser ciertamente grotesco en algunas partes.



En definitiva, La mujer insecto es una mirada a Japón que nadie interesado realmente en la cultura del país del sol naciente debería perderse. Honestamente, hay más cosas que Naruto y Memorias de una Geisha para aquellos que quieran saber más... cosas no muy agradables, pero cosas que también están ahí, al fin y al cabo. Cosas que nos echan por tierra todos los estereotipos que nos formamos de aquello que no conocemos.

Además, mientras veía esta película, a la par que horrorizada, no podía dejar de sentirme afortunada y terriblemente feliz de tener la familia que tengo. Quéimportante es aterrizar bien, qué importante...

http://www.youtube.com/watch?v=Ym7Hkvgpw-w