domingo, 30 de diciembre de 2012





Hay veces que una escritora se queda sin palabras. Y de ahí viene mi largo silencio. La vida me ha dado nuevos golpes que no esperaba. Soy como un pájaro a punto de levantar el vuelo y de repente descubro que hay tormenta.

Pues tendremos que volar, yo sola conmigo, en tormenta.

Y si el viento nos lleva acá o allá, habrá que dejarse. Pero con los ojos fijos en un horizonte siempre claro. Porque no voy a perder el rumbo.

Ojalá los dioses me den valor. Ahora no está el espíritu de la montaña para inspirar la voluntad en mí, pero al menos que esté el del sol, este que es cálido y benevolente en España.

Y los pájaros.

Con vosotros emigraré hacia tierras mejores.

jueves, 13 de diciembre de 2012




Iba a actualizar un día de estos, pero decidí esperar hasta hoy para poder decir que...

¡¡Tengo un mes de vacaciones!!

Efectívamente. University of Edinburgh es tan cool que pese a haber tenido que exprimir toda mi sangre para utilizarla de tinta en mil diabólicos trabajos, comprarme un par de ojos nuevos en el mercado negro (que ya no gafas) por tener que leer una (o dos) novelas semanales, pagarme un logopeda porque mezclo inglés, japonés y español en la misma frase y ya nadie me entiende y finalmente casi tirarme por North Bridge (nota, debajo de este puente no hay un río pero sí pasan trenes, lo que a efectos prácticos viene a ser hasta más cómodo) pues va y me regala un mes de vacaciones, ale, para que no me queje.

Y no me quejo. El examen de hoy ha sido... interesante. Pero con un poco de suerte no volveré a hacer una asignatura de lingüística en mi vida (qué le voy a hacer, soy del tipo masoquista que prefiere tragarse enteras dos novelas de literatura escocesa a la semana, como si fueran pastillas de iboprofeno) y todo esto quedará en una graciosa anécdota. (Tras clases extrañas de esas en las que no entiendes nada, profesores psicópatas que solo hablan de matar perros y traumatizar niños o horas y horas de mi vida estudiando algo que en realidad me la sopla, dicho pronto y claro).

Pero bueno, estoy de vacaciones. Ya todo está bien. Aunque el destino me juege malas pasadas y este 2012 haya sido el peor y el mejor año de mi vida. El peor porque madre mía, ha sido una carrera de obstáculos que he tenido que correr mientras el suelo se agrietaba a mis pies y todo se hundía en las profundidades del volcán. Primero con la ansiedad, que vaya palabrita, se dice rápido pero no se la deseo ni a los profesores que han pensado las tan acertadas (nótese la ironía asesina) preguntas del examen de hoy. Después de eso un veranito de depresión (depresión por aburrimiento, pero una depresión fina), más ansiedad, viaje a Edimburgo, mi primera experiencia viviendo sola...

En el viaje a Edimburgo he pasado las mil y una. Y mira que me consolaba que cierta persona iba a venir a visitarme. Por que aquí, alejada de todo y con este clima infernal... digo invernal, pues una visita puede ahorrarte mucho en calefacción y whisky. Pero resulta que esa persona, el día antes de comprar el billete va y se rompe el brazo.

Así que me dije (tras el batacazo) por lo menos aún me quedarán las alegres navidades en España. Ja. Este noviembre ciertos sucesos me han hecho ver (entre otras cosas) que probablemente las navidades van a ser bastante diferentes, y también a eso tendré que aprender.

Que no es que me queje (¿yo quejándome?) pero vamos. Tanto lío fuera como por dentro. Y encima hoy es 12/12/12. Pues eso. un, dos, un, dos, un, dos... ¡¡a ese ritmo marcial me está haciendo avanzar el destino!!

Y yo que me quejaba antes de que mi vida era aburrida.......


domingo, 9 de diciembre de 2012



Who's there knocking at my window?
The owl and the Dead Boy
This night whispers my name
All the dying children

¿Quién anda ahí, llamando a mi ventana?
El búho y el niño muerto.
La noche susurra mi nombre.
Todos los niños  que han muerto.

Virgin snow beneath my feet
Painting the world in white
I tread the way
and lose myself into a tale

La nieve vírgen bajo mis pies
Pinta el mundo de blanco
Al desviarme de la senda
 he acabado por perderme en el cuento.

Come hell or high water
My search will go on
Clayborn
Voyage without an end

Venid, infierno o mareas
Continuaré con mi búsqueda
Nacida de arcilla
Viaje sin final.


The nightingale in a golden cage
That's me locked inside reality's maze
Come someone make my heavy heart light
Come undone
Bring me back to life

El ruiseñor en una jaula dorada,
Esa soy yo, atrapada en el laberinto de la realidad
¿Puede alguien aliviar el peso de mi corazón?
Venid, deshaced,
Devolvedme a la vida.

The nightingale in a golden cage
That's me locked inside reality's maze
Come someone make my heavy heart light
It all starts with a lullaby

El ruseñor en una jaula dorada
Esa soy yo, atrapada en el laberinto de la realidad
¿Puede alguien aliviar el peso de mi corazón?
Todo da comienzo con un a melodía…

Journey homeward bound
A sound of a dolphin calling
Tearing off the mask of man
The tower
My sole guide

Un viaje de vuelta al hogar
El sonido de la llamada del delfín
Que despoja al hombre de su máscara.
La torre
Mi única guía

This is who I am
Escapist
Paradise Seeker
Farewell, time to fly
Out of sight
Out of time
Away from our lies

Esto es quien soy
Escapista
En busca del Paraíso
Adios, es tiempo de volar
Lejos de vuestra vista,
Del tiempo,
Lejos de todas nuestras mentiras.

sábado, 8 de diciembre de 2012



Tres meses.

Ahora escribo en español. ¿Por qué? Porque deseo que algunos de los que me leéis y no andáis muy bien con el inglés (cosa perfectamente respetable, claro está) me entendáis; muchas veces este es el único vínculo diario que puedo mantener. Y lo hago con gusto.

Tres meses desde que aterricé por primera vez en tierras escocesas. Muchas cosas han cambiado. Las posibles relaciones de las que hablaba en el otro post se van afianzando positivamente, aunque para una persona terriblemente impaciente como yo esto es difícil. Pero bueno, de eso van las relaciones humanas también, de paciencia. Así que espero. Roma no se hizo en tres días y al parecer un AMIGO (porque yo no me conformo con poco, claro está) no se hace en tres meses. Ay, como me estoy riendo ahora de mí misma...

Tres meses dan para mucho crecimiento personal también. Momentos de pánico absoluto tirada en el suelo, pidiéndole a los dioses que se lleven lo que quieran, que no tengo nada que ocultar. Pensando, ¿y a quién llamo? ¿Y a quién grito? Y luego dándome cuenta de que todo se pasa, que yo misma me basto y me sobro, que no estoy sola porque estoy conmigo.

Tres meses también dan para el crecimiento espiritual. Llevaba mucho tiempo buscando dos libros, y, mágicamente, ambos se han cruzado en mi camino, llenos de secretos, enseñanzas, viajes. Porque eso es lo que traen los buenos libros, los que yo busco, como busca el viajero sin mapa el tesoro legendario; por mar, por tierra. Y solo se orienta con la estrella polar... ¿A dónde me llevará este viaje?

Tres meses dan para conocer a personas que ya conoces aún más. Para darte cuenta de que la vida es una fuerza que no espera ni puede entenderse, que lo único que puedes hacer con esta música es danzar. Y si el ritmo cambia, mueve los brazos, las piernas, la cabeza, lo que sea. Sigue el ritmo. Solo paran los que están muertos. Y las personas bailan, y te das cuenta de que muchas son admirables, que hay tanto que aprender. Se dicen cosas del género humano, como que las personas son crueles o egoístas, o que el mundo es un lugar oscuro y desolador, como una noche de invierno en Escocia. Pero yo no creo eso. He visto amor, honestamente, y he visto acciones profundamente desinteresadas. ¿Para qué guardar rencor, para qué envenenarse? Esto me lo han dicho y así lo pienso. Aquí estamos todos juntos, eso es indudable. Todos viviendo en comunidad. Menos San Kevin, que se marchó a Glendalough (Irlanda) a vivir en una cueva con vistas a dos lagos cristalinos. San Kevin no tenía que darle cuentas a nadie y vivía bien a gusto, y encima le hicieron santo. Él no le debía nada al género humano porque prefería correr con los ciervos y conversar con los búhos al anochecer. Ahora bien, el que tenga el valor de hacer lo que el hizo... Que vivir en una cueva, por muchas vistas a los lagos cristalinos que tenga, también debe tener lo suyo. Que por algo le hicieron santo, a mi pobre y querido San Kevin. En fin.

Tres meses para viajar a uno de los lugares más bellos de Escocia, North Berwick. Para terminar las clases con buenas notas y empezar a considerar quedarme en la Universidad de Edimburgo por siempre jamás, aunque todos sabemos que del dicho al hecho no hay un trecho pero quizá sí un océano de incertidumbre y papeleo burocrático. Para ir a mi primer bounenkai. Probar mi primera comida tradicional japonesa y seguir con el shock cultural. (De las cosas que me estoy enterando y que no salen en los mangas... ay, ay). Para ir al ciclo de cine francés entero en la Filmhouse. Y ver atardecer a las tres y media...

Tres meses dan para mucho. Y ahora todo colisiona y llega la hora de la verdad. De los exámenes, pero no solo de los académicos. Algunas lecciones han sido duras. Soledad. Impotencia. Tristeza. Otras, luminosas como revelaciones. Amor. Felicidad. Descubrimiento. Las prácticas han terminado y pronto el estudio lo hará también. Y entonces tendré que demostrar mis conocimientos. ¿Habré sido una buena alumna, como es mi costumbre habitual?

Habrá que esperar hasta el siete de enero para saberlo...

viernes, 7 de diciembre de 2012



Hoy me levanté tan cansada que no podía estudiar. Las noticias que me llegaron por la mañana no eran buenas. Así que intenté concentrarme en la pequeña y acogedora de psicología, pero todo esfuerzo era en vano. Finalmente decidí abandonar algo que de todas formas no me interesa y me marché a la cafetería de la biblioteca, donde esperé a que mi única compañera española de aquí llegara y nos fuéramos a comer juntas.

Después de eso, y con un cansancio indescriptible, me arrastré a imprimir unos apuntes que aún necesitaba. Cuando los tuve entre mis manos me dirigí hacia el despecho de uno de mis profesores, que tenía dos horas de tutoría. Tenía que preguntarle unas dudas sobre el temario, aunque no me apetecía nada. Cuando llegué a la puerta, solo había un posit pegado en una caligrafía indescriptible. Tras unos largos minutos dándole vueltas al misterioso mensaje acabé por comprender que venía a decir como algo así: "He estado esperando 45 minutos pero nadie ha venido así que suspendo la tutoría por hoy". Genial, me dije. Porque se había marchado probablemente justo al llegar yo. Y mira que no había querido ir a la hora en punto pensando que habría mucha gente... que en la clase somos más de doscientos. Pero bueno; me enfurruñé. No me apatecía regresar a la residencia, pero tampoco quería volver a los libros. Así que me calé la capucha (estaba lloviendo, cómo no) y eché a andar. A algún sitio llegaré, me dije. A algún sitio.

El día ha sido gris hoy. Uno de esos días escoceses en los que el cielo es una masa de nubes grises que se traga la luz y nos obliga a existir en una penumbra húmeda y desoladora. La ciudad parece más vieja y oscura que nunca esos días. Caminé en dirección a la Royal Mail, pero a medio camino me decanté por una calle que baja a Cowgate. La Royal Mail, Prince Street y todas las calles famosas están en las alturas; bajo el puente están escondidas Cowgate y Grass Market: un entremado de callejuelas misteriosas, oscuras, fantasmagóricas y ruinosas. Pero me encanta su aire decadente, sus secretos. Porque sí, en Edimburgo hay un puente, pero bajo él no discurre un río sino otra ciudad completamente diferente. La que ahora os describo.

En Grass Market todo son pubs y cafeterías para tomar té y un trozito de apple pie. Yo buscaba librerías porque me encantan, y he entrado en todas las que se han cruzado en mi camino. Como estaba en esta parte de la ciudad todas eran de segunda mano. Locales con olor a humedad y moqueta polvorienta; estanterías hasta el techo que se adaptan a la intrincada forma de las paredes como si hubieran crecido a partir de ellas. Volúmenes de todos los temas imaginables pero que serían imposibles de encontrar en sitios como la Fnac o Waterstones aquí en Escocia. Libreros canosos, comn gafas, que ojean algo o teclean en un ordenador antiguo abrigados con bufanda y gorro, porque estos locales no suelen tener calefacción. Y en la esquina duerme un perro...

También he entrado en una tienda de cosas bonitas. Hay muchas así en aquí. Venden todo tipo de artículos: joyas, peluches para niños, libros de filosofía y espiritualidad, juegos de cartas, tazas de té e incluso adornos navideños... En esta tienda, que hacía esquina, había una madre y su hija sentadas tras el mostrador. La madre rondaría los sesenta pero llevaba ropa colorida, new age. La hija no tendría más de veintitantos. Ambos eran parecidas, dos verisones de la misma persona en diferentes tiempos. En la trastienda, un hombre (¿el hijo, el amante? era demasiado joven para ser el padre) hacía té.

Después he subido hasta Prince Street, tras atravesar el cementerio. Pero no me he detenido en esta la calle más concurrida (razón a tener en cuenta para evitarla, al menos en mi caso) y he seguido subiendo hacia New Town y sus casas perfectas, que transmiten la armonía y el optimismo de una vida mejor y más cómoda; una vida en la que el té siempre se sirve a las cinco acompañado de scones y mermelada de fresa. No naranja amarga. Cuando he alcanzado George Street se podía ver el mar a los lejos... y un incendio, o al menos eso me ha parecido; una esfera ardiente en el horizonte, sobre las aguas. De color naranja dorado, muy intenso. He tardado en darme cuenta de que era el sol, al atardecer, como una joya que se hubiera desprendido he ido a caer entre la monótona densidad de las nubes. Qué belleza, ese momento, en Old Town, en el silencio de la lluvia. Y aún así el sol, precisamente al atardecer. Una despedida. Tristeza.

No llevaba la cámara encima, pero estos momentos no son para archivarlos sino para saborearlos. Como se degusta un caramelo que se derrite poco a poco en la boca hasta que su dulzura acaba por perderse en el recuerdo.

https://www.youtube.com/watch?v=zmjbsEulgT8

miércoles, 5 de diciembre de 2012




Hoy voy a hablar de algo que me ha sorprendido y también de D.

Conocí a D. un soleado domingo en Edimburgo en el que, en un arranque de felicidad y bendito optimismo decidimos (ella, Y., E. y yo) subir a Arthur's Seat. Era ya la segunda vez para mí coronando esta histórica cima escocesa.

Recuerdo que D. me cayó bien, aunque casi no pude hablar con ella. Parecía ya estar muy unida a Y. en esos días. Yo hasta pensaba que se gustaban, porque la conexión entre ellos es evidente. Luego me enteraría (semanas más tarde) de que D. tiene un novio desde hace cinco años, con quien de hecho convivía en un piso alquilado el año pasado. Aunque eso no me disuade de pensar que cuando Y. conoció a D. quizá buscaba otra cosa. Aunque Y. diga que no le gustan las chicas extranjeras. Nunca se sabe con Y. Es japonés, pero un japonés raro. Ahí lo dejo.

Total que D. y yo volvimos ha coincidir en varias ocasiones. En una noche de nostalgia infina le desnudé mi alma (parcialmente) y ella me respondió con un sms que no me esperaba pero me reconfortó más de lo que ella piensa. Para su cumpleaños, le toqué una canción de Satie que luego resultó tener un significado muy especial para ella (el cual yo desconocía, obviamente; de hecho escogí Satie por dos cosas: me sabía muy bien esa pieza y además Satie es francés, como D.) No fue hasta que hicimos juntas el viaje a North Berrick hasta que realmente empezamos lo que quizá sea una amistad. En ese viaje organizado el destino se confabuló para que, por un lado, yo me decidiera a dejar a un lado mis responsabilidades (es decir, essays) y concederme un día de fiesta y, por otro lado, todos nuestros demás compañeros estuvieran terriblemente ocupados y acabáramos yendo las dos solas. Pero creo que a ninguna de nosotras nos importó demasiado, porque ya ambas intuíamos que sería una buena oportunidad para conocernos. Y sabíamos que nos íbamos a caer bien.

Así fue. Caminar en completa soledad siete kilómetros con el Mar del Norte a un lado y las misteriosas colinas de Escocia al otro da para mucho. En nuestro caso, nos descubrimos afines y al mismo tiempo lo suficientemente diferentes como para interesarnos mutuamente. Después de eso, hemos empezado a construír lo que puede empezar a ser una amistad paso a paso.

Para empezar, D. es muy reservada e intuyo que complicada. Su manera de ser me recuerda mucho a la de mi propia hermana; quizá por ello me cayó tan bien desde el principio o empatizo tanto con ella. Pero poco a poco me va haciendo un hueco en su vida y yo se lo hago en la mía. De hecho, he de confesar que se ga convertido en mi confesora aquí, en este otoño que está siendo tan crudo. Puedes hablar con D. porque siempre escucha. Aunque si le cuentas cosas tristes, sus enormes ojos azules absorven y reflejan dicha tristeza de una manera a veces tan intensa que me preocupa, y no sé si hago bien contándole cosas tristes porque quizá la afecten demasiado. Además, los amigos están principalmente para echarse unas risas, ¿no es así? Y para crear recuerdos felices.

Pero este otoño está siendo algo crudo.

El domingo pasado D. me contó, llorando, que la madre de su mejor amigo, que llevaba ya bastante tiempo enferma de cáncer, murió el sábado. No es el mejor momento para deprimirse, porque además de estar lejos de Europa también estamos de exámenes. Así que intenté consolarla como buenamente pude, aunque estas situaciones uno jamás sabe si es que se pasa o no llega.

Así quedó la cosa hasta que hoy D. me ha dicho que se vuelve a Francia mañana para estar con su amigo. Volverá el lunes, un día antes de su primer examen. La noticia me ha sorprendido mucho. Es cierto que a D. se le arrasan los ojos cada vez que habla de su mejor amigo. Me pregunto si la amistad que le une a él es parecida a la que mantiene con Y. En ese caso, y acrecentada por los años, debe de ser una muy buena relación, con lo cual puedo entender su tristeza. Pero me parece de repente muy valiente que decida gastar parte del dinero que ha ahorrado con su trabajo parcial en una panadería en volverse a Francia cuatro días, por no hablar de la presión de los examenes... Así que si verdaderamente su amigo -quien indudablemente estará pasando el invierno más frío, de eso no cabe duda- vale más que el dinero y que las responsabilidades, debe de ser una persona muy valiosa (¿o lo será D.?) En cualquier caso, no veo a todo el mundo tomando esa clase de decisiones. Los amigos son amigos, está claro, pero pocos de ellos permanecen también cerca cuando el frío es tan intenso que paraliza. Y lo digo sin juzgar a nadie, por supuesto, que todos tenemos nuestra vida y circunstancias. De hecho, ni yo misma sé que haría en la situación de D. En cualquier caso, su gesto me conmueve.

Ojalá tenga buen viaje mañana.


lunes, 3 de diciembre de 2012








En el cumpleaños de M., la chica japonesa, he tenido varias revelaciones. Es curioso, cuando estas sola y lejos de casa, te das cuenta de que eres un granito de arena en el universo. No es que me importe ser un granito de arena en el universo. Nunca he querido ser la montaña más alta, ni la roca más pesada. Qué va. A mí me interesa lo extraño, lo desconocido, lo incomprensible. Lo que nadie mira porque todos están pendientes de lo llamativo, lo obvio, lo evidente.



domingo, 2 de diciembre de 2012





Uno de diciembre.

Sé que escribo esta entrada tecnicamente el día dos, pero no me importa. Aún siento que es día uno, aunque sea tarde.

Siempre me han gustado los uno de diciembre. Diciembre es mi mes favorito desde que tenía uso de razón. Octubre y Noviembre siempre son tristes, pero con Diciembre vuelve la confianza, la alegría y la excitación de que algo bueno me aguarda.

Este año he comprado un calendario de adviento. Es rosa, de una cerdita que se llama Peppa Pig y sale en unos dibujos animados bastante populares en UK. Solía verlos en Irlanda porque eran tan fáciles de entender para mí (normal, los entienden hasta los niños de tres años, eso sí, niños de habla inglesa) que era inevitable quedarse enganchada a la pantalla. Hasta que alguien me descubría y empezaba a reírse, aunque a mí eso me daba igual. No aguanto a Bob Esponja, pero la Peppa esta sí se me hacía simpática, cosas de la vida.

El caso es que hoy, muy feliz, me he comido el primer chocolate. Que por cierto, el calendario lo compré en pounland, de ahí que sea de Peppa Pig. Era eso o uno de superhéroes, y desde que vi The Avengers el otro día creo que ya he tenido suficiente.

Pero volvamos a Diciembre. Hace tanto, tanto frío... Me he bebido tres tazas de té de mango seguidas por la tarde, en un acto desesperado por introducir algo de calor en mi cuerpo. Mientras caminaba por la Royal Mail, por cierto, he gastado todo el dinero que llevaba encima en un especie de orejeras. Pero no me arrepiento, porque cuando tienes los pies calentitos y las orejas, el frío es un perro que muerde menos, os lo aseguro.

Luego he ido a celebrar el Bounenkai. El Bounenkai es la fiesta tradicional de fin de año que se celebra en japón. Supuestamente consiste en una despedida a todos los problemas y dificultades del año viejo. Hay que olvidar todo lo malo que ha pasado, y para eso, ¿qué mejor que ponerse hasta las cejas de sake?

Sin embargo, nuestro Bounenkai ha sido bastante artístico y muy poco etílico. Ha habido varias actuaciones, entre ellas la mía tocando el piano. Me gustaría decir que he estado maravillosa; sin embargo, la presión de que más de uno estaba mirándome me ha puesto realmente nerviosa y me he quedado en blanco en la segunda canción. Lo irónico es que puedo tocar esa canción con los ojos cerrados... estando sola. Siempre que toco en público tiemblo como un flan con párkinson hasta que la sangre abandona mis dedos y se concentra en mis mejillas. En fin. Menos mal que al final he tocado una danza irlandesa (siempre me quedará Irlanda, menos mal) y mi querido E. se ha puesto a bailar y eso ha hecho que todo el mundo quisiera secundarles, guiness en mano, por supuesto, y al final ha sido bastante divertido. E. ha estado magnífico en todo momento, la verdad. Tengo que agradecerle que haya montado esta fiesta... y decirle que estaba realmente handsome con su esmóquin, aunque el color mostaza no le favorezca especialmente.

Después de eso he estado rondando aquí y allá. A. estaba divertido. Lo gracioso de conocer japoneses es que al final hasta los chinos te parecen abiertos y simpáticos. (Sí, lo sé, aún me estoy recuperando de este shock cultural). Aunque hablar en japonés en un pub mientras una banda de rock (japonés) te agujerea los oídos es complicado, he podido intercambiar alguna que otra información interesante. Luego ha habido una rifa, pero como yo había gastado previamente todo el dinero en las mencionadas orejeras, pues no he podido participar. El premio más cuantioso era una máquina de estas de hervir arroz automática. Más de uno se la quería llevar, pero al final le ha tocado al camarero del pub que, ironías de la vida, también había comprado un boleto por hacer la gracia. Las miradas asesinas que le echaban todos, e incluso el comentario directo de E. you, fucking bastard mientras le entregaba el premio han sido una muestra del afecto que, en ese preciso momento, todos le profesaban a ese chaval pelirrojo...

Por lo demás, la fiesta ha terminado con un karaoke, como debe ser. Yo quería quedarme para ver cantar a ciertas personas. Pero tras algunas canciones los ojos estaban que se me caían rodando de las órbitas y en cuento he visto a mi compañero de resi alemán cuyo nombre nunca recuerdo hacer ademán de marcharse, enseguida me he unido a él y a su amigo de Londres.

El camino de vuelta lo hemos pasado hablando de kurage (jellyfish), recorrer a pie los ochenta y ocho templos del norte de Japón (entrenándonos previamente en Arthur's Seat, que nos pilla cerquita) y de que en su pueblo del sur de Alemania se alquilan vacas al mes por cuatrocientos euros.

Uno de diciembre. Optimismo.