Uno de diciembre.
Sé que escribo esta entrada tecnicamente el día dos, pero no me importa. Aún siento que es día uno, aunque sea tarde.
Siempre me han gustado los uno de diciembre. Diciembre es mi mes favorito desde que tenía uso de razón. Octubre y Noviembre siempre son tristes, pero con Diciembre vuelve la confianza, la alegría y la excitación de que algo bueno me aguarda.
Este año he comprado un calendario de adviento. Es rosa, de una cerdita que se llama Peppa Pig y sale en unos dibujos animados bastante populares en UK. Solía verlos en Irlanda porque eran tan fáciles de entender para mí (normal, los entienden hasta los niños de tres años, eso sí, niños de habla inglesa) que era inevitable quedarse enganchada a la pantalla. Hasta que alguien me descubría y empezaba a reírse, aunque a mí eso me daba igual. No aguanto a Bob Esponja, pero la Peppa esta sí se me hacía simpática, cosas de la vida.
El caso es que hoy, muy feliz, me he comido el primer chocolate. Que por cierto, el calendario lo compré en pounland, de ahí que sea de Peppa Pig. Era eso o uno de superhéroes, y desde que vi The Avengers el otro día creo que ya he tenido suficiente.
Pero volvamos a Diciembre. Hace tanto, tanto frío... Me he bebido tres tazas de té de mango seguidas por la tarde, en un acto desesperado por introducir algo de calor en mi cuerpo. Mientras caminaba por la Royal Mail, por cierto, he gastado todo el dinero que llevaba encima en un especie de orejeras. Pero no me arrepiento, porque cuando tienes los pies calentitos y las orejas, el frío es un perro que muerde menos, os lo aseguro.
Luego he ido a celebrar el Bounenkai. El Bounenkai es la fiesta tradicional de fin de año que se celebra en japón. Supuestamente consiste en una despedida a todos los problemas y dificultades del año viejo. Hay que olvidar todo lo malo que ha pasado, y para eso, ¿qué mejor que ponerse hasta las cejas de sake?
Sin embargo, nuestro Bounenkai ha sido bastante artístico y muy poco etílico. Ha habido varias actuaciones, entre ellas la mía tocando el piano. Me gustaría decir que he estado maravillosa; sin embargo, la presión de que más de uno estaba mirándome me ha puesto realmente nerviosa y me he quedado en blanco en la segunda canción. Lo irónico es que puedo tocar esa canción con los ojos cerrados... estando sola. Siempre que toco en público tiemblo como un flan con párkinson hasta que la sangre abandona mis dedos y se concentra en mis mejillas. En fin. Menos mal que al final he tocado una danza irlandesa (siempre me quedará Irlanda, menos mal) y mi querido E. se ha puesto a bailar y eso ha hecho que todo el mundo quisiera secundarles, guiness en mano, por supuesto, y al final ha sido bastante divertido. E. ha estado magnífico en todo momento, la verdad. Tengo que agradecerle que haya montado esta fiesta... y decirle que estaba realmente handsome con su esmóquin, aunque el color mostaza no le favorezca especialmente.
Después de eso he estado rondando aquí y allá. A. estaba divertido. Lo gracioso de conocer japoneses es que al final hasta los chinos te parecen abiertos y simpáticos. (Sí, lo sé, aún me estoy recuperando de este shock cultural). Aunque hablar en japonés en un pub mientras una banda de rock (japonés) te agujerea los oídos es complicado, he podido intercambiar alguna que otra información interesante. Luego ha habido una rifa, pero como yo había gastado previamente todo el dinero en las mencionadas orejeras, pues no he podido participar. El premio más cuantioso era una máquina de estas de hervir arroz automática. Más de uno se la quería llevar, pero al final le ha tocado al camarero del pub que, ironías de la vida, también había comprado un boleto por hacer la gracia. Las miradas asesinas que le echaban todos, e incluso el comentario directo de E. you, fucking bastard mientras le entregaba el premio han sido una muestra del afecto que, en ese preciso momento, todos le profesaban a ese chaval pelirrojo...
Por lo demás, la fiesta ha terminado con un karaoke, como debe ser. Yo quería quedarme para ver cantar a ciertas personas. Pero tras algunas canciones los ojos estaban que se me caían rodando de las órbitas y en cuento he visto a mi compañero de resi alemán cuyo nombre nunca recuerdo hacer ademán de marcharse, enseguida me he unido a él y a su amigo de Londres.
El camino de vuelta lo hemos pasado hablando de kurage (jellyfish), recorrer a pie los ochenta y ocho templos del norte de Japón (entrenándonos previamente en Arthur's Seat, que nos pilla cerquita) y de que en su pueblo del sur de Alemania se alquilan vacas al mes por cuatrocientos euros.
Uno de diciembre. Optimismo.
2 comentarios:
¡Que buen día!. Me alegra ver la palabra optimismo.
Me alegro de que te alegres. :)
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