viernes, 30 de noviembre de 2012



A veces creo que entiendo por qué mis compañeros de residencia beben tanto. Todas las noches, sin excepción, a las diez u once de la noche los escucho gritar, reírse como locos mientras corren por el pasillo con botellas de vodka en la mano. A veces simplemente dan patadas a las puertas o tiran algunas mesas. Otras, se aventuran al frío gélido de la noche, esperanzados ante la promesa de algún pub de moda en Edimburgo, o la calidez etílica de un pub. Otras les escucho llorar mientras gritan nombres, no sé si de amantes, amigos o puede que hasta añorados familiares...

En cualquier caso, yo nunca participo en esas fiestas. Huelga decir que no solo es por la edad, situación o motivaciones vitales (que son completamente diferentes). Pero en ocasiones, como anoche, les comprendo perfectamente.

Desde que llegué aquí, aunque la vida es hermosa y divertida, llevo sintiendo una desolación interior que poco a poco va creciendo, como un agujero negro en mi alma. La conocía en España, especialmente en verano, pero pensé que se debía al estatismo. Ahora no hay estatismo, solo movimiento, pero la desolación sigue ahí, creciendo, poco a poco. Tengo miedo. Y entonces entiendo. Si puediera beber, si cada noche pudiera tragarme litros de vodka que me hicieran sentirme al fin en casa, a salvo, sin miedo, completamente subyugada a los afectos del alcohol pero al menos dormida.

Pero no. En lugar de eso intento arreglar mis pensamientos. Intento pensar en que volveré el veintidos y espero que el mundo no se haya terminado para entonces. Intento creer lo que siempre hago: que todo pasa, que ya llegarán tiempos mejores. Que aunque ahora estoy en soledad puede que más tarde pueda disfrutar de la compañía. Que aunque ahora vague perdida puede que más tarde encuentre algún camino. Que aunque ahora sienta esta desazón terrible en el alma, puede que más tarde me sienta completa, a gusto conmigo misma.

Porque estoy sola. Porque, realmente, puedo gritar y nadie va a escucharme. Porque estoy sola.

Y si no me alegro yo, no me alegra nadie.





 que ya llegarán tiempos

1 comentario:

Unknown dijo...

Esa sensación de vacío que se aferra al alma, no se puede hacer más que intentar levantarse, la felicidad etílica es breve y daña el interior a corto y el exterior a largo plazo. Siempre he pensado que uno es de dónde vive y no del sitio del que nace... La soledad nos persigue a algunos dónde vayamos.
Un saludito