viernes, 31 de agosto de 2012




Empecemos a hablar claro hoy. Sí, ¿por qué no?

Llevo desde enero en tratamiento psicológico por fobia específica, fobia social, transtorno de ansiedad generalizado, ataques de pánico y depresión. Entré en una consulta donde el tiempo, que transcurría de una manera perfectamente calculada, era oro (literalmente) y un señor muy, muy serio empezaba por preguntarme si tenía orgasmos al follar. Así, sin más.

¿Quién lo diría? Desde que era un infante siempre he sido la alegría de la huerta. Cuando veía un grupo de niños, me acercaba a ellos ("¿Queréis jugar?") y les dejaba sin reparos todos mis muñecos. Me encantaba hablar con desconocidos, de hecho, para preocupación de mis progenitores. Os estoy hablando de una edad muy temprana, naturalmente.


Luego crecí. La adolescencia fue difícil, sí, y no volvería a ella por nada del mundo. Pero no creo que esté bien avergonzarme de quién fui en esos momentos, de la ligera bulimia que padecí, por ejemplo, por creer que si al menos lograba controlar mi cuerpo eso haría que empezara a manejar de alguna manera mi vida. Qué ilusa. Solo logré dañar mi cuerpo.


Y de repente, llega enero del dos mil doce, son las vacaciones, quiero pasarlo bien después de los exámenes de la universidad. Tengo que subirme a un tren que va a llevarme a un destino que deseo con una persona a la que aprecio.

Y no puedo. No sé por qué, pero mi cuerpo, mi mente, todo se vuelve contra mí, y entonces solo escucho la voz monótona de los anuncios de RENFE mientras me estremezco y tiemblo presa de un pánico inexplicable. Una enfermedad fantasma.

Tras eso, el psicólogo, y los nombres de las cinco patologías, muchas de las cuales yo no sabía ni que existían.

¿Fobia social? Por favor. Adoro estar con la gente. Soy una persona extrovertida, doctor, se lo prometo.

Pero de repente empiezo a darme cuenta de que estoy hipersensible a todo lo que me rodea. De que cualquier muestra de agresividad me desiquilibra, el menor síntoma de estrés me deja fuera de combate presa de unos mareos tan repentinos como desagradables. Se me quitan las ganas de comer, de tener sexo, a veces hasta de vivir. La ansiedad y sus mil caras se ha convertido en el centro de mi vida antes de que pueda darme cuenta, y todo gira en torno a una realidad distorsionada y a un conjunto de reglas absurdas que yo misma me creo para intentar sobrevivir.

No sé si puedo explicároslo, porque es difícil de entender si no lo has pasado. Como el enamoramiento o el orgasmo, si lo tienes lo sabes. Así de simple.

Y así llevo buena parte del año, sumida en una confusión de la que es reflejo, más que nunca, mis entradas crípticas en blogger. Por que sí, hasta yo misma me encuentro desconectada de mis deseos y pensamientos, muchas veces.

Sin embargo, resulta que tuve una revelación. Oh, dioses, sí. Hace tres noches, cuando el miedo intenso que precede a los ataques de pánico estaba a punto de invadirme otra vez, lo supe. Todo esto, el dolor, el sufrimiento, el sentimiento de descontrol, responde a algo mucho mayor que los transtornos que se empeñan en diagnosticarme.

Estoy cambiando. Estoy dejando de ser una niña para ser una mujer. Por primera vez, me doy cuenta de que ya no necesito realmente que me cuiden o me protejan. No. Yo misma soy capaz de hacerlo perfectamente. De hecho, ya estoy preparada para cuidar a otros, para ser fuerte y luchar, siendo yo única responsable de mis acciones. Estoy lista para jugar con el trapecio, para ser funambulista. Sin redes. Sin trucos. Solo la verdad, como un rayo de luz: a veces dolorosa, a veces sanadora.

La vida no es un camino de rosas, y los golpes duelen. Como tanto me gusta decir, cuando te disparan, sangras. Pero cada nueva cicatriz es también un trofeo, y qué demonios, hay tanta belleza ahí fuera... La niña que yo era tenía miedo de que la diferencia le provocara el rechazo. Tenía miedo de decir que le gustaban unas cosas y no otras. Pensaba que "amar" era no decir "NO" jamás. La niña que yo era, la que llora y patalea cuando le pido que se marche, piensa que tiene que vivir para los demás o si no estos la dejarán sola, abandonada en una clase vacía mientras los otros juegan y ríen en el recreo.

Pero eso se acabó. Soy como soy: alegre, independiente, extraña, sensible, con sexualidad indefinida, escritora, indecisa, creativa e inteligente. Creo en las cosas que pueden sentirse pero no verse. Cuando amo, lo hago con toda el alma, y cuando soy amable, lo soy de corazón. No veo en ello un símbolo de debilidad, ni pienso que esté desperciando nada. Puede que muchos no me den ni las gracias y que eso duela a veces, pero dejad que os cuente un secreto: en realidad, me siento agradecida con la humanidad en general, con todas las personas que se han cruzado en mi vida. Buenas o malas, todas me enseñaron algo, y esto no es una cursilada, es algo que realmente pienso. Se pueden contar con los dedos de la mano las personas que realmente me han inspirado aburrimiento o indiferencia sin más.

Por lo demás, soy como todos los seres humanos, y, humildemente, no me creo ni más ni menos que otros. Eso sí, aunque la niña se queje, la mujer que soy, en la que me estoy convirtiendo, tiene ganas de gritar muchas cosas, de poner límites, de decir "NO" todas las veces que sea necesario. Porque la niña, pequeña ella e indefensa, utilizó la ansiedad todo este tiempo para sentirse protegida, en un intento vano por regresar a la calidez del seno materno, a esa oscuridad tranquilizadora de la que la sacaron sin que tuviera tiempo ni de luchar (o al menos aprender a hacelo) para salir de ella.

La niña que yo fui vivió una infancia tan feliz que pensó que el mundo era perfecto. Y cuando creció, esa perfección imaginada se convirtió en una soga que estuvo a punto de ahogarla.

Pero ahora estoy aquí, respiro, y puedo gritar que la perfección no existe, que amo y me siento amada y que no tengo miedo.



 http://www.youtube.com/watch?v=BXSuAN3BSYA








Acepto el cambio.

domingo, 26 de agosto de 2012



Es interesante recordar que, en ocasiones, quien te trajo grandes sufrimientos puede ser también el portador de alegrías e incluso, ¿quién sabe? la curación a otras heridas...

Una de las muchas paradojas de la vida.

viernes, 24 de agosto de 2012



A veces me horrorizan algunas de mis concesiones. Soy una persona de sonrisa fácil. Ya desde niña, siempre quería jugar, con cualquier cosa, con todos, siempre como una esponja: absorbiendo. Hay pocas personas que me desagraden, porque pocas son las que no me aportan aunque sea un retazo, una línea que incluír en alguna de mis novelas. Y, como decía alguien cercano: "Hay que tener amigos hasta en el Infierno".

Es una filosofía de vida.

Pero a veces, después de todo, cuando ya se ha bajado el telón, me siento, agotada y con los pies doloridos, y me digo: "¿Hasta dónde vamos a llegar? ¿Por qué volví a ceder? ¿Hasta qué punto puedo considerar míos unos ideales que en ocasiones ignoro por otros?"

Necesito respirar hondo y centrarme, porque llevo todo el año como una peonza, sin descanso.


miércoles, 22 de agosto de 2012



Las historias de familia están llenas de cosas interesantes. Mal que nos pese, incluso si abandonamos el hogar cuando aún no teníamos la madurez suficiente como para comprender el mundo, los hilos que nos unen a aquellos de los que venimos son poderosos. Y no solo hablo de genética.

Por ello, cuanto más descubro, más me doy cuenta de que, visto desde mi perspectiva, todo no es sino un mosaico perfectamente estructurado, un tablero de ajedrez donde cada pieza desempeñó una función exacta. Y así, con pequeñas cosas, gestos, intuiciones (no hablo de grandes empresas, de terroríficas batallas) todo se fue configurando para dar lugar a un nuevo ser, sujeto a un instante preciso del espacio y tiempo.

Yo.

martes, 21 de agosto de 2012





Hoy he leído una carta que llevaba esperándome metida dentro de un libro casi un mes.

Este año ha sido difícil por diferentes motivos que tal vez explique en otro post. A veces, sobre todo al principio, intentaba echarle la culpa al mundo y a lo que hay fuera, buscando injusticias y maldades, que, como ya sabéis, siempre abundan.

Así que cuando, finalmente, hasta aquellos a los que yo quería y procuraba cuidar empezaron a pasar por encima de mis deseos y necesidades como si yo no fuera nadie, sentí un gran desazón, un rabia infinita. ¿Por qué las cosas son tan injustas? ¿Por qué la gente no puede ser más considerada?

Sin embargo, yo siempre he sido educada hasta el extremo, con lo que expresarme, demandar de otros un cambio, siempre me ha costado muchísimo, especialmente en ese momento, empequeñecida de miedos y problemas. Era incapaz de gritar "¡eh, estoy aquí, no me pises!" Hasta que finalmente estallé (lo justo para volver a esconderme) y empezó el caos.

Expresar mis sentimientos no fue tarea fácil. No lo hice muy bien (mirando al suelo, temblando como una hoja) pero me enfrenté y dije lo que pensaba, aunque doliese. Y, como os podéis imaginar, esa persona no se lo tomó nada bien. Esa persona de la que hablo, la misma que ha escrito esta carta, era una persona cercana, a la que consideraba unida a mí por los lazos de la amistad, pero que sin embargo me había estado tratando no precísamente con dedicación y encanto, y en ese momento yo pretendía establecer unos límites, un "por aquí si que no pasas". Y pese a que mi explicación fue educada, tranquila, sin ánimo de ofender, la persona solo lo pudo ver como un ataque personal que intentó devolverme con gritos y palabras poco agradables.

Yo desaparecí, que es una de las cosas que mejor se me da hacer.

No obstante, desde ese momento, ese enfrentamiento, algo extraño empezó a sucederme. Los miedos crecían. En lugar de pensar que por lo menos ya había dejado todo claro pero que tampoco era la Tercera Guerra Mundial, en vez de intentar olvidarlo (esa persona estaba cansada, agotada, quizá eso le impedía razonar con claridad) un resentimiento empezó a crecer dentro de mí y a arraigarse, como la mala hierba en un jardín, como la hiedra que crece hasta ahogar al roble. Ya no podía ver a esa persona ni en pintura, solo acercarme a ella, distinguir su silueta en la lejanía, me provocaba temblores y un miedo irracional que alcanzó el límite del absurdo, lo irrisorio, aunque yo no podía verlo así.

Qué curioso. Pasó de ser una persona a la que apreciaba mucho, por sus virtudes (las cuales no han cambiado) a alguien a quien evitaba a toda costa y de quien huía. "Me hizo daño" pensaba yo, "es lo justo". ¿Pero cuán justo es separarse de alguien solo por un dolor, un dolor fantasma, que no tenía otro orígen, otra fuente primera que yo misma y mi incapacidad por protegerme, por gritar "NO" cuando es necesario?

Han tenido que pasar meses, he tenido que hacer muchos esfuerzos, antes de abrir esa carta. Porque cada vez que pensaba en esa persona rememoraba aquella sola escena, tan desagradable; los gritos, y la última pulla que me lanzó, tan desacertada. Y con cada vez que pasaba ese vídeo en mi cabeza volvían los temblores, y la ira, y el miedo. Así hasta agotar mi cuerpo y adormecer mi mente, mientras seguía alimentando el resentimiento.

Sin embargo, ayer abrí la carta. La abrí y descubrí simplemente a otra persona. Una persona con defectos, imperfecciones. Una persona sencilla, normal, que demanda, pide, una nueva toma de contacto. Una persona que dice echarme de menos, que dice que quiere seguir pese a mis silencios. Puedo ver que sigue siendo magnífica en algunos aspectos. Que sus virtudes son superiores a sus defectos, y que aún puede aportarme muchas cosas. Que quiero seguir junto a esa persona, porque el verdadero problema nunca fue suyo, sino mío.

Ya he logrado deshacerme del resentimiento. Ya puedo respirar.

domingo, 19 de agosto de 2012




Hoy he ido a ver esta película, La leyenda renace, que me ha gustado bastante, ya que las dos horas y media que dura se me han pasado tan veloces como un parpadeo.



No soy muy de súperhéroes, la verdad. La factoría Marvel nunca me ha tirado lo más mínimo: cuando hablo de cómic prefiero el manga o la novela gráfica. Mi cultura Marvel a nilvel de películas tampoco es nada del otro mundo. He visto la primera parte y la segunda de la trilogía sobre Spiderman que empezó en 2002 y protagonizaba el actor Tobey Maguire cuando era una cría. Me gustaron, pero no lo suficiente como para interesarme por la tercera cuando salió. Luego están las que no me han gustado nada: Capitán América la fui a ver por compromiso y esa sí que pareció que durase horas y horas... dioses, recuerdo mirar a mi alrededor en la sala de cine mientras proyectaban la película y preguntarme a mí misma por qué demonios no me levantaba y me marchaba en ese instante para hacer algo útil con mi tiempo. Supongo que no lo hice por deferencia a las personas a las acompañaba. Por otro lado, de la última de Spiderman, la que han sacado en 2012, lo único que diré es que lo que más me gustó fue el culito de Andrew Garfield...



 Sin embargo, el Caballero Oscuro sí que me ha gustado. Para empezar, la dirige Christopher Nolan, que también hizo Orígen y Memento, dos películas que me parecen increíbles, cada una a su manera. Además, la del Caballero Oscuro, anterior a esta de la que os hablo, también captó mi interés. Y el personaje del Jócker, del que todo el mundo hablaba... bueno, es original y está muy bien interpretado, además de toda la leyenda negra que se creó después del suicidio del actor (mi admirado Heath Ledger... en fin). Aunque os confieso que la primera vez que la vi me pareció que había demasiados tiros. En la segunda ocasión, no obstante (precísamente este verano) me gustó muchisimo más, porque creo que logré comprender mejor los diferentes mensajes que hay a lo largo del film, a parte que empaticé con sus protagonistas.




Y esta tarde, el desenlace: La leyenda renace. La historia del Jócker queda un poco inclusa, aunque la verdad, no desentona nada con el personaje sugerir que simplemente desapareció por donde había venido. Por otro lado, Christian Bale (Batman) es un punto a favor, además de Joseph Gordon-Levitt (el policía Blake) y la aparición estelar de Cillian Murphy (juez loco y "El espantapájaros", según me han dicho aparecía en la primera parte de la trilogía que yo aún no he visto). Estos tres son, por muchas razones, de mis actores favoritos, y verlos a todos juntos es un festival para la vista.


La historia... bueno. Tiene muchos tópicos, como la relación hombre-mujer, el objetivo de la venganza, la bomba que amenaza con explotar... (por cierto, aunque la bomba no llegue a destruír Gotham, es una bomba nuclear supuestamente con una super-potencia, con lo que los habitantes de la ciudad bien podrían preocuparse por el terrible efecto de la radiación, o si no que se lo digan a los de Hiroshima y Nagasaki, Chernóbil o Fukushima...) y los polis buenísimos y leales todos, los tresmil en total. Pero se le perdona, porque tiene un ritmo trepidante y muy bien llevado, porque te hace gracia en los momentos en que tiene que hacértela y te agarras al asiento en las partes de tensión absoluta, y porque, qué demonios, te pasas toda la película deseando fervientemente que Batman le reviente el careto al tío ese de la máscara y los salve a todos (y también que salga sin camiseta y despeinadito). Ah, y el final, así como los giros de la trama, espectaculares, sobre todo porque a esas alturas de la pelicula ya estás completamente metida en la historia y todo te llega al alma.

Je, je, je...

Además, hay partes en la pelicula en que se plantean algunas ideas interesantes. Por ejemplo, parece a algunos en la trama les reviente la supuesta paz que Gotham ha alcanzado después de su presunto mártir, Harvey Dent, ya que los ricos han aprovechado esos momentos de bonanza para ser aún más ricos (interesante la escena de la bolsa) sin importarles lo más mínimo que eso signifique que los pobres serán aún más pobres. Con lo cual, no es extraño que cuando cunde el caos general la población disfrute juzgando a los poderosos y condenándoles al tiempo que se reparten sus ganancias.

Sí, lo sé, lo mismo querían los de la Revolución Francesa y al final lo único que rodaban eran cabezas, de ricos, pobres y todo el que se moviera (hasta rodaban las cabezas de los que querían hacer rodar cabezas, como el amigo Robespierre). Pero en los tiempos que corren, en los que personas que han llevado a la bancarrota tal o cual banco y se llevan una jubilación de treinta millones de euros, o miembros de distinguidas familias encabezan fraudes escandalosos mientras que otros tienen que rebuscar entre la porquería de los contenedores, pues resulta tentador usar las escenas del film para hacerse una sus propias imágenes...



Como dice una de las chicas protagonitas "Cuando llegue [la tormenta en sentido figurado, se sobreentiende] todos empezarán a preguntarse como pudieron creer que podían vivir con tanto y dejar tan poco para los demás". Porque, no lo olvidemos, la masa, la población, tiene y tendrá siempre poder, y es la que soporta gobernantes y la que en momentos de caos o crisis elige permanecer pasiva o aupa a los gobernantes y déspotas. Porque, ¿qué es un dictador sin un pueblo al que exprimir? Los dos, pueblo y gobernante, se necesitan, por así decirlo, mutuamente.



También me ha gustado la filosofía que se expone cuando Batman está solo en la particular prisión de Uzbekistán. Una persona no es fuerte porque no tenga miedo a morír, sino que precísamente es esto último (o el amor hacia la vida, visto de otro modo) lo que le permite realizar actos increíbles y sobrepasar sus propios límites. Somos animales diseñados para la supervivencia, y ese es uno de nuestros instintos más primigenios, si no el más importante.

En fin. Esta es una película de actualidad, y supongo que muchos de vosotros la habréis visto, con lo que os invito a compartir vuestras impresiones. ¿Pensáis que es un final digno para la saga de Batman? Para mí sí, desde luego, no podría haber sido mejor.



Ah y, por cierto, quiero un Alfred. Creo que se lo voy a pedir a los Reyes Magos este año...



sábado, 18 de agosto de 2012



Un día como hoy, hace exactamente un año, comencé un viaje que me iba a llevar a la capital del que fue una vez el Imperio más grande del mundo. Realmente, era una locura. Conocía sin conocer a la persona que me iba a acompañar durante del viaje, si es que alguien puede entender esa paradoja. De hecho, el viaje en sí había surgido de un comentario, un deseo mío que se materializó a una velocidad tan vertiginosa que ni mis ojos podían creerlo. Recuerdo que acabábamos de conocernos, el primer día, y estábamos cruzando ese largo paso de cebra que separa Plaza España de la Gran Vía madrileña, cuando yo dije:

-Ah, me encantaría ir a Londres este verano -y de repente, se me escaparon las palabras- ¿te vienes?

Dijo que le encantaría, pero claro, hay tantas cosas que nos gustan pero que no podemos hacer... Honestamente, no tomé en serio su comentario. Sin embargo, una cosa llevó a la otra, y de repente ya estábamos mirando hoteles, vuelos, y antes de que pudiera pestañear los estábamos pagando.

Yo no estaba muy segura de nada; tenía ganas de ir a Londres y compartir esa experiencia, pero al mismo tiempo era consciente de que el viaje era alocado y que a penas nos concíamos a la manera convencional. De eso podía salir cualquier cosa. Recuerdo que me decía a mí misma: "De toda esta aventura, o salimos a hostias... o lo otro".

Y al final fue lo otro.

Desde entonces los recuerdos de ese viaje duermen en mi memoria. Londres es, sin duda, la ciudad más hermosa que he visitado hasta el momento. Sus calles húmedas, sus imponentes edificios, espectaculares museos y verdes parques... todo estaba teñido de un aura mágica, de historia, como si mis palabras lo hubieran moldeado ya antes de conocerlo. He hecho muchos viajes a lo largo de mi vida, pero ese es sin duda uno de los que con más cariño recuerdo, pues cada día era una joya única, una experiencia por descubrir. Por primera vez, advertí los beneficios de viajar en compañía, pues de esa manera se descubren cosas nuevas, se combina la mirada propia con otra y así se accede a los detalles, a las cosas que, de otra manera, pasarían desapercibidas. Y tanbién volví a sentir lo que es tener un alma cerca, una presencia con la que sobran las palabras, las convenciones, los tanteos.


Ese viaje fue el comienzo de muchas cosas, la semilla que después dormiría en la tierra. Algunas fueron buenas, otras, más destructivas, aún intento combatirlas. Sin embargo, el dieciocho de agosto siempre será una fecha recurrente, un número exacto a la edad que yo tenía entonces. Mis primeros pasos dirigiendo mi destino, la imágen de una ciudad empapada de locura a la que aún hoy sueño con regresar.

viernes, 17 de agosto de 2012






Ayer me salió mi primera cana.

No la vi yo, no tengo ojos en el cogote (lástima, en algunas situaciones serían de lo más útiles, artífices inefables de miradas indiscretas) sino que alguien cercano, me agarró el pelo en cuestión y exclamó:

-¡Mira, tienes un pelo blanco!

Estupor, sopresa. Ante mi mente desfilan varias imágenes: Einstein, Séneca, Panorámix, Osho, Platón, Albus Dumbledore... Siempre supe, ya desde la interna infancia, que mi destino iba a ser loable, pero no empuñando la espada como el guerrero o siendo madre de hijos célebres, (en absoluto). Digo loable a la manera de los que conocen lo que hay arriba y lo que hay abajo, los que elaboran preguntas cuando otros simplemente ven respuestas, aquellos que son como imponentes montes de sabiduría... coronados de níveas cumbres.

Y sin embargo, algo se retorció dentro de mí, y me levanté de la mesa (estaba sentada, reposando los alimentos ingeridos en la comida), y alcé mis manos hacia los cielos y clamé por los Dioses, ¿por qué ahora? ¿Ya estoy preparada? ¿Es posible que mi cerebro, ese órgano escurridizo y que siempre uso para perderme en divagaciones, ha alcanzado ya la dureza necesaria para moldear nuevas ideas, de esas que cambian la vida y el destino de la humanidad?

Claman truenos en el cielo, el sol arde más que nunca y el viento agita las copas de los árboles. Por encima de mi cabeza vuela una cotorra de un color verde brillante, totalmente ajeno al país que conozco y que proviene de la Amazonia secreta y misteriosa.





De todas formas, al mirarme yo en el espejo, advertí que era rubio. Muy claro, clarísimo, sí, pero rubio.

miércoles, 15 de agosto de 2012



He ido a ver la película de Brave. Sí, a mí no me gustan las películas de Disney, salvo dos de ellas que me pusieron en mi tierna infancia y marcaron (lo reconozco) mi blando cerebro de criaturita. Desde entonces solo he sentido indiferencia ante esa corporación de finales demasiado felcies (qué le vamos a hacer, me tira más lo macabro) con esa característica manía de hacer cantar a sus personajes en cualquier situación, cosa que, personalmente, me produce sarpullidos. Quiero decir, si uno está triste, pues está triste, y si está feliz, pues feliz, pero eso que de repente porque te sientas un poco así o asá te lances a cantar en plan diva o divo mientras de repente todo el mundo te acompaña en una explosiva coreografía de luz y color... pues como que no. Incluso cuando medía poco más de un metro ya me daba vergüenza ajena...

Pero con Brave decidí hacer una excepción. Sucede en Escocia, y Escocia, os lo aviso ya, se convertirá en un tema muy recurrente en este blog en menos de un mes. Así que me armé de valor una tarde de sábado de la que no bajamos de 40ºC y me fui al cine acompañada de ciertas personas con las que comparto consanguineidad y una edad similar.

La verdad, no era para nada como me esperaba. Sí, Merida (la princesa protagonista, ¿veis? eso no me gusta de Disney, todas las niñas tienen que ser princesas, ¿y se supone que tenemos que sentirnos identificadas?) tiene un pelo que me encanta, una auténtica pasada, no solo por los gráficos (cada rizo está hecho a la perfección, tuve tiempo de asegurarme de ello en la pantalla del cine) sino porque me encanta ese efecto bola de fuego ardiente sobre la cabeza. Aunque eso sí, cuando sale de pequeña hay más pelo que niña (jajajajaja) pero cuando crece se le equilibra, menos mal.

La historia está bien. Un poco típica, acaba en desgracia absoluta (que vaaaaa) pero te echas unas risas, la verdad. De hecho, la persona que estaba sentada a mi lado no dejó de reírse de principio a final... incluso se reía en los momentos en los que se supone que uno debe de encogerse de tristeza, lo cual, bien mirado, da un poco de miedo. Además, a lo largo de la película, tuvieron que sacar a varios niños que lloraban traumatizados, porque hay algunas escenitas en plan castillo-siniestro-lleno de esqueletos- y-sustos (fue una de las escenas que más disfruté, por otro lado). Por no hablar del del humor escocés (la falda de cuadritos tiene múltiples usos), y la monada de hermanos de Merida, que son para matarlos, es cierto, pero si no son hermanos tuyos te llegan a parecer majetes y todo.

En definitiva, no es el cine que suelo ver, pero no salí de la sala pensando que había tirado el dinero de la entrada a la basura, sino que paée un rato agradable y divertido y me reí con ganas, aunque el argumento no vaya a marcar un antes y un después en mi vida. ¡Ah! Y casi no cantan, y cuando lo hacen, es prácticamente de fondo. Y también hay una canción (bastante conocida) en gaélico... Esos fueron los detalles que acabaron por conquistarme.

lunes, 13 de agosto de 2012



Estoy cansada. Quiero volver. Quiero dejar de tener miedo, miedo de abrazar a los que realmente amo. Pero es muy difícil, a veces, y es un poco paradójico a estas alturas -sobre todo yo, que me considero liberal, qué cosas- pero me gustaría gritar en este pequeño espacio tantas y tantas cosas que no digo por vergüenza... 

sábado, 11 de agosto de 2012



Sí, prefiero bailar contigo a golpearte para intentar hacerte comprender cosas que yo ya sé.













(Cuestión de prioridades).

jueves, 9 de agosto de 2012




El dilema de hoy, ¿qué es la comunicación?

Yo antes pensaba que comunicarse con alguien era hablar su mismo idioma, y que cuando esto no ocurría, tal transacción se volvía imposible por motivos lógicos. Sin embargo, dos años estudiando idiomas, literatura y culturas varias dan para mucho, a la par que viajes y el conocer gente. Y de toda esta experiencia, creo que puedo afirmar que la comunicación poco o nada tiene que ver realmente con ese conjunto de signos y normas que nuestros gramáticos y lingüistas veneran con una adoración cercana en muchos casos al fanatismo.

Comunicar tiene que ver con un deseo interno de relacionarse con otro ser humano, la predisposición y la alegría ante un posible encuentro, las ganas de querer conocer o la curiosidad. Para aceptar a otro, se necesita una mente plurarl ya que forzosamente se está abandonando el mundo propio -y todas sus comodidades-. No estoy aquí emitiendo juicios o intentando sonar condescendiente, pero si de verdad deseo hablar con alguien y comunicarme con ella o él, uso para la interacción todas las habilidades con las que cuento. Y ya no hay lugar para el idioma nativo de cada uno, las normas de conducta y los mil debería. (Todo esto último razonable, discutible y argumentable, también es verdad).

Sin emnbargo, para mí la comunicación es una voluntad inherente en un ser humano de descubrir a otro.

¿Y qué tiene esto que ver con el idioma? En un principio, bien poco.

martes, 7 de agosto de 2012




Hoy, mientras iba a comprar carne al mercado (sí, he vuelto de tierras lejanas, pero ya hablaré en otro momento de ello, al menos en cuanto termine de hacer y deshacer maletas) he escuchado una conversación entre dos hombres.

Uno de ellos, el más mayor, le estaba contando al otro que se ha decidido poner candado a los contenedores de los grandes supermercados como Ahorramás y el Lidl. Resulta que últimamente y de una manera desmedida, se reune mucha gente allí al atardecer para hacerse con todos esos alimentos caducados que esta clase de compañías se ven obligadas a deshechar cada día y que aún son comestibles. No me ha quedado muy claro si la razón de esto es evitar las batallas campales que por lo visto se han llegado a organizar en estos sitios o el que alguna gente se envenene por comer alimentos en mal estado. En cualquier caso, las llaves de esos candados solo serán accesibles para los empleados de los supermercados y los basureros.

La imagen que todo esto ha despertado en mi mente ha sido bastante turbadora...