miércoles, 15 de agosto de 2012
He ido a ver la película de Brave. Sí, a mí no me gustan las películas de Disney, salvo dos de ellas que me pusieron en mi tierna infancia y marcaron (lo reconozco) mi blando cerebro de criaturita. Desde entonces solo he sentido indiferencia ante esa corporación de finales demasiado felcies (qué le vamos a hacer, me tira más lo macabro) con esa característica manía de hacer cantar a sus personajes en cualquier situación, cosa que, personalmente, me produce sarpullidos. Quiero decir, si uno está triste, pues está triste, y si está feliz, pues feliz, pero eso que de repente porque te sientas un poco así o asá te lances a cantar en plan diva o divo mientras de repente todo el mundo te acompaña en una explosiva coreografía de luz y color... pues como que no. Incluso cuando medía poco más de un metro ya me daba vergüenza ajena...
Pero con Brave decidí hacer una excepción. Sucede en Escocia, y Escocia, os lo aviso ya, se convertirá en un tema muy recurrente en este blog en menos de un mes. Así que me armé de valor una tarde de sábado de la que no bajamos de 40ºC y me fui al cine acompañada de ciertas personas con las que comparto consanguineidad y una edad similar.
La verdad, no era para nada como me esperaba. Sí, Merida (la princesa protagonista, ¿veis? eso no me gusta de Disney, todas las niñas tienen que ser princesas, ¿y se supone que tenemos que sentirnos identificadas?) tiene un pelo que me encanta, una auténtica pasada, no solo por los gráficos (cada rizo está hecho a la perfección, tuve tiempo de asegurarme de ello en la pantalla del cine) sino porque me encanta ese efecto bola de fuego ardiente sobre la cabeza. Aunque eso sí, cuando sale de pequeña hay más pelo que niña (jajajajaja) pero cuando crece se le equilibra, menos mal.
La historia está bien. Un poco típica, acaba en desgracia absoluta (que vaaaaa) pero te echas unas risas, la verdad. De hecho, la persona que estaba sentada a mi lado no dejó de reírse de principio a final... incluso se reía en los momentos en los que se supone que uno debe de encogerse de tristeza, lo cual, bien mirado, da un poco de miedo. Además, a lo largo de la película, tuvieron que sacar a varios niños que lloraban traumatizados, porque hay algunas escenitas en plan castillo-siniestro-lleno de esqueletos- y-sustos (fue una de las escenas que más disfruté, por otro lado). Por no hablar del del humor escocés (la falda de cuadritos tiene múltiples usos), y la monada de hermanos de Merida, que son para matarlos, es cierto, pero si no son hermanos tuyos te llegan a parecer majetes y todo.
En definitiva, no es el cine que suelo ver, pero no salí de la sala pensando que había tirado el dinero de la entrada a la basura, sino que paée un rato agradable y divertido y me reí con ganas, aunque el argumento no vaya a marcar un antes y un después en mi vida. ¡Ah! Y casi no cantan, y cuando lo hacen, es prácticamente de fondo. Y también hay una canción (bastante conocida) en gaélico... Esos fueron los detalles que acabaron por conquistarme.
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