miércoles, 30 de marzo de 2011

 
    


Los elefantes
              
Había una vez, en unos tiempos que sería mejor olvidar, un hombre y una mujer que vivían en las entrañas de un baobab de intrincadas raíces. Estaban absolutamente solos, rodeados en los cuatro puntos cardinales por la Sabana, seca y cruel, en la que no habitan otra cosa que sangrientos depredadores y silenciosas presas de ojos tristes. No escuchaban, pues, sonido humano desde hacía más de lo que podían recordar; a penas hablaban entre ellos, pues un lugar tan desolado hacía inútiles las palabras; de hecho, habían olvidado hasta sus nombres.
            Sucedió que la mujer había quedado encita, algo imprevisible en un lugar árido como aquel. Sus ojos habían adquirido el brillo febril del trance misterioso, sus pechos, temblaban rebosantes de leche y su vientre, tenso, cual capullo que esconde la larva del insecto, se había abultado para acoger dentro al nuevo inquilino que se alimentaba de su sangre.            El hombre observaba con curiosidad  y repugnancia los cambios en su compañera, a la que veía más desconocida que nunca, una divinidad monstruosa en la antesala de la creación. No obstante, procuraba complacer sus antojos como podía, puesto que el misterio que ella gestaba entre sus vísceras, ese segundo corazón que latía dentro, recordando que ahora ya no eran los únicos, le inspiraba una especie de obediencia religiosa hacia lo incomprensible. Por eso, cuando aquella mañana ella se decidió a usar las palabras, desafinadas y de rodillas temblorosas por la falta de uso, él las escuchó con atención. “He de comer elefante”, musitó la mujer, con los ojos enormes como dos pozos sin fondo perdidos en el infinito; sin mirarle, pero a sabiendas de que su orden se cumpliría. Él escuchó temblando aquella sentencia mortal, pues bien se sabe que los elefantes son criaturas colosales y terribles; no obstante, salió a cazarlos.
            Durante un día ardiente y pesado, en el que el sol inmisericorde parecía querer quemar la vida, el hombre siguió tenazmente las huellas de los agresivos mamíferos, hasta que divisó a un grupo de ellos que habían ido a protegerse en la frescura de un pequeño lago. Silenciosamente cual letal escorpión, se les acercó por detrás y cortó, sin que ninguno de ellos lo advirtiera, sus colas. Acto seguido corrió con tan preciado botín al baobab, donde la mujer las recogió, relamiéndose los labios, y empezó a hervirlas en el caldero. Las colas, que sentían los lametazos del agua hirviendo, empezaron a chillar de dolor, llamando desesperadamente a sus dueños para que dieran fin a su lenta agonía.
            Un pequeño elefante escuchó aquellos lamentos lejanos y alertó rápidamente al resto de la manda. Al darse cuenta del hurto terrible e imperdonable, las criaturas montaron en cólera. Siguiendo los sollozos de sus colas y aplastando a la Sabana y sus criaturas bajo su paso, se dirigieron al baobab. Cuando llegaron  a él lo destrozaron a colmillazos, quebrando su tronco, e irrumpieron dentro, haciendo migajas todo lo que encontraron. Volcaron el caldero, que abrasó la tierra, y recuperaron las colas. Atrás dejaron al hombre y a la mujer agonizantes, con los huesos tronchados, ente estertores sanguinolentos y una masa informe de órganos, líquidos nauseabundos y piel, sin poder emitir si quiera un aullido de dolor antes de abandonar el destrozo de sus cuerpos y perderse para siempre en las tinieblas de la noche más larga.

lunes, 28 de marzo de 2011




No hay nada más doloroso que las palabras de un ser querido se derramen hacia una con alas de cortante acero, creando, en el brillo metálico de sus filos, un espejo monstruoso en el que nos vemos reflejados como basura, inmundicia humana, apestoso egoísmo.

viernes, 25 de marzo de 2011





Me miro en el espejo. Soy hermosa. ¿Pero quién no lo es cuando es joven?

Mis ojos son dos brasas que arden, un cabello poco común enmarca mi rostro y se derrama a lo largo de mi espalda.

Me miro, tobillos finos, piernas largas, caderas anchas, cintura estrecha, pechos redondos, hombros de curvatura suave... la sombra de los huesos de la clavícula. Y piel blanca, suave, uniforme.

Soy hermosa, y lo digo ahora, no con orgullo ni egocentrismo (pues creedme, hay tantas personas hermosas a mi alrededor que he perdido el miedo) sino con la afirmación y la alegría de quien se ha odiado por ser mujer, por ser quien es, y ahora se ve... y piensa: hay belleza. Después de todo, es cierto que la hay.

Me miro, me recorro, pienso: tanto, tanto... ¿y para quién será? ¿A quién acariciaré con estas manos de pianista, a quién haré inmortal en mis historias, a quién le ofreceré esta blancura, esta belleza, esta juventud...?

Porque todo es perfecto y armonioso cuando es compartido: el arte, la felicidad... y yo, ahora que es primavera.

miércoles, 23 de marzo de 2011





Me han insultado muchas veces, con una creatividad variable. Pero lo de alelo recesivo... eso no me lo habían dicho nunca.





Malditas biólogas.


Eso sí que ha dolido.

lunes, 21 de marzo de 2011



Soy un ser torpe, que avanza a ciegas. Si me sonríes te doy mi tiempo, si me hablas quizá logres un pedacito de mi corazón. Soy temeraria pero cobarde, quiero cambiar el mundo pero no me atrevo a salir de debajo de la cama. Hablo de lo que no he visto como si lo conociera, y de lo que conozco bien prefiero callar. Observo con los ojos cerrados, escucho con la boca abierta y hablo sin mover los labios. No me importa correr si hace falta. Vivo más intensamente lo que no es real, las cosas mundanas prefiero alejarlas hacia un plano posterior. Conozco mejor a mis personajes que a mí misma. Mi mente crea y destruye por igual. Y me acerco a las personas sabias. Las personas que pueden hacerme ver otros colores. Ellos me dan con qué conformar mi mundo. Y a cambio, yo les entrego

mi juventud.

domingo, 20 de marzo de 2011





NUBES


-¿Sólo cinco días? -reniego, ya en el avión- Este es un viaje muy largo para sólo cinco días.

Pero mi supervisora alza las cejas. Es un aviso, una advertencia. Mi viaje no son unas vacaciones programadas en alguna agobiante oficina de viajes, llena a reventar de pósters folclóricos y precios de última hora impresos en cartulina amarillo fosforito. Ni mi destino la foto de una playa de arenas blancas como el azúcar y agua cristalina azul eléctrico...

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La ciudad es tranquila. No entiendo por qué tanto que hablar. Es una población como otra cualquiera: aceras más o menos limpias, hileras de árboles, casas a los lados... Hasta que la descubro. Es una nube, inmensa, peligrosa, que cuelga del horizonte ociosa, sin negarse a partir. En un primer momento esa nube maldita me impresiona, y quiero sacar una foto de los extraños cielos de la ciudad marcados por siempre por ese estigma blanco.

-Nunca se mueve, ¿sabe? -me dice un autóctono- desde la explosión ha permanecido ahí, ensombreciendo nuestras vidas. Le gustan estas tierras, se niega a marcharse. ¿Sabe usted por qué...?

Sacudo la cabeza. Puede que yo sea un enviado especial. Puede que haya estudiado durante años los misterios de este planeta, que sea licenciado de tal y diplomado en  esa otra cosa. Pero nubes. ¿Qué voy a saber yo de esos rebaños celestes?

sábado, 19 de marzo de 2011



Camino. Voy siempre caminando, porque me siento más segura. Un pie, después otro. Las imágenes cambian.

Primero veo la panadería, más allá el largo terraplén lleno de camiones y polvo; sigo, y saludo a mi amiga de más de cinco metros de alto, que exhibe su desnudez con orgullo. El edificio horroroso en obras, lleno de obreros que a penas saben hablar español. Viejas haciendo footing, chavales con mochila colgada en un hombro. El cementerio que ahora solo tiene cipreses. La pizzeria. El polideportivo lleno de niños gritones. La cuesta (oh, vaya, como cuesta subirla con este calor), el puente desde el que puedo ver pasar los trenes (siempre he soñado con el momento en que yo coja uno de esos trenes que me lleve muy, muy lejos, y ya no tenga que volver aquí) el recinto ferial. El hotel, las casas de protección oficial de los rumanos que parecen una cárcel gris (me cruzo con una banda de jóvenes con alcohol) el quiosco que nunca he visto abierto, la tienda de ropa china. La plaza rumana, la calle de tiendas rumanas lleno de rumanos y rumanas (se me hace extraño no escuchar nada de español) el barrio de la estación (más rumanos sentados en los bancos bebiendo, algunos me miran, me silban, me gritan cosas, pero la comunicación es imposible) la gran calle con los semáforos corredores, la tienda bisutería que cada vez está más vacía, los edificios llenos de balcones con pájaros...

Y al final de mi camino ese complejo de edificios en círculo, como un conjunto de gruesos invitados en torno a una mesa. La plazuela que alguna vez intentó ser bonita y que ahora sólo sirve para hacer botellón y para que pandas de malotes campen a sus anchas, el bar que sólo tiene seis mesas... un portal oscuro semi-escondido entre los repliegues de la construcción.

Ya he llegado.

Ya puedo empezar a trabajar.

miércoles, 16 de marzo de 2011




Dicen que debería probar nuevos caminos, que la esperanza nunca ha de perderse; yo digo que las personas no cambian, y que la vacuidad de la que hablaba Mew existe, corta como un puñal, lo congela todo... y ha de ser aceptada antes o después.

Y que ellos ríen, me llaman, se aprovechan de mí, bromean, me tocan, disfrutan de mi compañía, se me ofrecen... pero yo, he de reconocer, no me veo en ellos. En ninguno. En nadie. Ni siquiera en mis palabras.

Deseos insatisfechos, un viaje que resultó llevarme más lejos de lo que pensaba.

Seis meses en el Polo Norte, una noche eterna, condiciones difíciles. Una prueba.












¿Volveré al sur...?

sábado, 12 de marzo de 2011



Mi más profunda empatía hacia los habitantes de la isla del sol naciente, donde tantas cosas tienen su origen y también su fin.

Han sobrevivido mil veces al empuje de una tierra que quiere tragarse las pequeñas islas que constituyen su hogar, han sobrevivido incluso a las bombas atómicas. Que se sobrepongan a esta desgracia, a estas imágenes monstruosas de olas terribles que se tragan el mundo, de temblores que quiebran el suelo y derrumban la vida.

Por fortuna o por desgracia, me siento especialmente conectada a este país. Quien estudia una lengua no puede ceñirse sólo a la gramática y a unas cuantas palabras de vocabulario; un idioma es una forma de pensar, un idioma es una identidad, un idioma es una cultura, unos valores, una forma de ver el mundo.

Quizá aún no os hayáis dado cuenta hasta el punto que, el ser hablantes de español, catalán, o cualquier otra lengua, configura vuestras mentes de una manera silenciosa pero inevitable.

Por eso, estudiar su lengua significa mucho, al menos para mí.

Admiro muchas cosas de su cultura y rechazo otras, pero procuro aprender, al mismo tiempo que los verbos irregulares, el respeto que me permita empaparme de su sabiduría.

Así pues, dejadme que os hable de estas islas que jamás han sido conquistadas, de este pueblo que ha vivido aislado durante tantos siglos; de su complicada religión, que cree en el susurro de los árboles y la sombra de los animales salvajes, y en sus silenciosos e imponentes templos. Para ellos no existe el color verde y la palabra "no" es tabú en su vocabulario. Son capaces de morir sin dudarlo por una idea y perder el respeto a algo o alguien puede significar la muerte autoinfligida. La belleza para ellos no está en los fastos y lujos de occidente, sino en los detalles, las cosas pequeñas. Y los nombres propios son secretos...

Si me preguntaran por qué empecé a estudiar este idioma y no otro, no sabría responder. No es que sienta una pasión especial por el manga, el anime o el ramen (que me gustan, sí, pero tanto como la novela gráfica inglesa, el cine sueco, o la comida italiana). Tampoco porque adore a tal o cual personaje famoso japonés, ni porque desee imitar a alguna de sus tribus urbanas: visual-kei, lolitas... No. El origen de mi pasión se remota a cosas bastante diferentes.

A extraños cuentos narrados cuando no era más que una seta. Brujas con nariz de hierro, amigos que se convierten en bueyes, viejas diabólicas con garras en vez de pies... y un país de gatos.

A dibujos en tinta china que más tarde descubrí que eran letras.

A las inquietantes películas de Kurosawa-san, Kobayashi-san y Miyazaki-san, que mostraban escenas de otro mundo; personajes inconcebibles para mí entonces.

A los grabados observados aquella vez en un museo de París.

A las enseñanzas de todos mis maestros, (どうもありがとうございました) que hacen que cada día el aprendizaje sea más apasionante...



日本の人にいつもこううんをいのます。

すみません。

miércoles, 9 de marzo de 2011





Como bien me ha dicho una amiga, no pienses en lo duro del trabajo, piensa en la recompensa que hay después. Lo importante es tener las cosas claras, concienciarse y no desfallecer, aun cuando quede por delante un no siempre agradecido camino. (O varios de ellos, en mi caso...)




Respiro hondo, pues. Las dos somos luchadoras, y nos vamos a ir allá cueste lo que cueste (literalmente).




En fin, sweetie, estoy de acuerdo contigo, si Dios fuera irlandés sería de Limerick...

domingo, 6 de marzo de 2011



Es un amante ingrato.

Reclama mi atención cada día, cada hora. Nunca es suficiente y siempre quiere más. Si alguna vez huyo, me pierdo entre libros o por Madrid, en sus oscuras calles, él espera paciente, pero cuando vuelvo... cuando, como un gato mojado de lluvia y hambriento retorno al calor del hogar, me espera. Con él no hay perdón ni comprensión, sólo un duro y cruel silencio. Es inflexible con sus castigos, sabe que le pagaré mis ausencias con sangre si hace falta, y exige hasta la última gota que le corresponde.

Pero es que soy esclava de su compañía, de la manera en que suavemente me domina y la pasión con la que yo al final consigo obligarle a satisfacerme. No siempre es fácil, pues muchas veces es necesaria una lucha, y mi tesón de fuego, y mi amor incondicional por encima de todo que es, lo que finalmente, consigo ablandar sus entrañas, que son de frío marfil. Y entonces el tiempo se detiene, y somos uno, y yo navego por universos desconocidos, soy transportada por su fuerza a otra parte.

No hay nada en el mundo que pueda pagar eso que siento, esa corriente de electricidad fluyendo en mí, sentir que hasta la más mínima brizna de mi ser se estremece y vibra en un despliegue de sentimientos placenteros y colores que nadie que no haya experimentado antes puede comprender. Y esa sensación tan poderosa de saber con certeza que ese es mi sitio... 


La asombrosa habilidad de mi amiga para hacerme ver mi crueldad y falta de empatía cada vez que yo criticaba a tal o cual porque actuaba hacia mí de determinada manera, su acierto a la hora de formular las hipótesis, los supuestos móviles perfectamente comprensibles (y por tanto perdonables) de esos individuos, que actuaban desde luego de manera legítima y justificada frente a todo, las risas cantarinas con la que ella celebrara mis fallos de principiante y entre las que me proponía sencillas pero prácticas soluciones para acabar con todos mis males... decididamente me sacaba de quicio.

viernes, 4 de marzo de 2011



Y aquí estoy, recién cosida pero de buen humor. Disfrutando de unas forzosas vacaciones. En este momento, lo que más me apetece es un buen paseo por Madrid, por la zona antigua detrás del palacio real, ver el monte a lo lejos, la Almudena, subir y bajar larguísimas escaleras, ahora en el paraíso de una dorada puesta de sol y ahora en algún tugurio del inframundo, pero feliz, con algún agradable compañero de viaje con el que poder tener una buena conversación.

Y comeremos muffins.

Y luego nos iremos a bailar.

martes, 1 de marzo de 2011




Hay veces que me siento como una habitante del viejo mundo, fantasma vivo, portadora de recuerdos y ridículas costumbres dignas de ser admiradas, como se admiran los huesos pálidos por el tiempo del Triceraptos.

Educación, respeto, comedimiento, curiosidad.

Hace tiempo que pasaron de moda en estas pasarelas, pero se ve que yo los sigo llevando, será porque aún veo elegancia en lo pasado, aunque sus telas ya nunca reluzcan como antes ni sean dignas de ser llevadas en los grandes salones. O quizá es porque me parecen cómodos. O porque los llevo puestos desde hace tanto que ya no concibo mi existencia si no es arropada por estas melancólicas galas.

Sea como sea, así es como fui educada, y estas costumbres permanecerá por siempre como grabadas en mi genoma. Y no me avergüenzo de ellas. Aunque a veces me hagan hablar un idioma distinto, un idioma que, por virtud o por desgracia, pocas veces tengo ocasión de compartir con otros.