sábado, 27 de noviembre de 2010




In a serener Bright,
In a more golden light
I see
Each little doubt and fear,
Each little discord here
Removed.






En más sereno brillo,
En más dorada luz
Yo veo
Cada pequeña duda y miedo,
Cada discordia
Terminada. 


E.D. 

jueves, 25 de noviembre de 2010




Recuerdo cuando empecé a escribir mi primera historia.

Yo tenía cinco años, y por aquel entonces no vivía en Madrid. Vivía rodeada de mar.

Era por la noche, y habían encargado pizza. Yo abrí la puerta. El chaval me dejó la caja... y un cuaderno grande de anillas y cuadritos, de propaganda, sí, propaganda de Tele-pizza. Tenía las tapas duras y rojas, y las páginas estaban divididas en secciones de colores. Mis cuadernos normales solían ser pequeños, tapas blandas, tamaño cuartilla y con rayas. Me hizo ilusión aquel tan grande y nuevo.

Lo primero que hice fue dibujar en él, empezando por el final, o escogiendo páginas al azar. Con mis pinturas plastidecor, y tirada en el suelo del salón, dibujaba personas que se me ocurrían.

Dibuje a Jesucristo.

Dibuje un ángel desnudo, con todos sus atributos.

(No sé por qué dibujé tanta parafernalia religiosa, y eso que mi educación cristiana es prácticamente nula... Sería porque en aquel momento estaría envuelta para mí en ese halo tan atractivo de lo desconocido)

Dibujé una ciudad enorme, como Nueva York, con altos rascacielos.

Dibujé un alma. (Sí, un alma, y tardé lo mío, porque claro, nunca había visto una).

Pero no me atreví a escribir hasta algún tiempo después. Porque, la verdad, no estaba yo muy contenta con mi caligrafía. Había empezado a escribir a principios de año. No pensé que me fuera a resultar difícil, porque ya leía desde hacía dos años, conocía las letras. Pero el primer día de clase, cuando intenté hacer la "a", mi maestra se enfadó conmigo.

-No, no, así no es, esto es un garabato... venga, inténtalo... no... ¡no! ¿Por qué las tumbas? ¿No ves que es así? ¡Así!

Y no me dejo salir al patio. (¡No me dejó!) En lugar de eso, tuve que quedarme en clase repitiendo "as".

-¡Tienes que escribirla bien, hasta que no la escribas bien no te vas! -me amenazaba ella.- ¡Ya tienes seis años, tienes que escribir bien!

-No, no. -la corregía yo, al borde de las lágrimas.- Tengo cinco años. Aún soy pequeña.

Como si eso fuera a valerle de excusa.



Total, que me hincharon a cuadernos Rubio, (de los que guardo un grato recuerdo). Y acabé por pensar que eso de escribir era un coñazo.


Pero aquel día, yo había estado jugando en el patio con una amiga, y el juego había cobrado dimensiones prodigiosas, la de una historia que ocurría en la selva, en la que yo era un explorador y mi amiga una mujer-mono. Aún en casa, estaba excitada, porque por un momento todo había sido muy real, yo había estado de verdad allí, y no era yo, sino otra persona...

Con manos temblorosas, y como siguiendo el dictado de un poder superior, saqué el cuaderno, elegí una página al azar y empecé a escribir (con mi precaria caligrafía) la historia al completo, insertando diálogos y nuevos giros que se me ocurrían sobre la marcha y la hacían interesante. Como los cuentos que me contaba mi madre todas las noches.

Cuando terminé mi pequeña obra, no dudé en decorarla con dibujos que ilustraran la trepidante acción. Me llevó toda la tarde terminarla.

Luego, cerré el cuaderno, lo guardé en el cajón, y nunca más volví a escribir allí. Tampoco se lo enseñé a nadie. No sentía la necesidad. Sólo ese algo especial, (lo recuerdo muy bien, esa mezcla de felicidad, éxtasis y nerviosismo, como quien presencia algo inesperado pero agradable) era algo íntimo.

Secreto.

jueves, 18 de noviembre de 2010



Fin.

Mañana sabré la verdad, toda la verdad, y nada más que la verdad.



(Sigh.)

martes, 16 de noviembre de 2010



Una de las mejores películas que he visto. Sí, de esas que, aún días después, sigues reflexionando y maravillándote de que todo fuera un preciso y hermoso mosaico donde nada sobraba ni faltaba. Armonía. Y aún sigo preguntándome como alguien puede encontrar belleza en la sordiez, narrar de una manera tan dulce cosas tan terribles. And that's the point.

Tal vez el cine de autor no sea algo que apasione hoy en día. Sin embargo, sin ánimo de ofender, me gustaría declarar que las "tragedias de moda" que hoy se ven en la gran pantalla, poco tienen que ver con el sufrimiento (el sufrimiento real, frío, como una puñalada sangrante en el pecho) que refleja esta obra. A más de uno se le abrirían los ojos si viera (y comprendiera) esta película, despiadada e inocente a un tiempo.

Y con una banda sonora increíble, por cierto.






lunes, 15 de noviembre de 2010

 
               A veces te ves, te miras, y te preguntas por qué esta terrible necesidad de gustar, de ser deseable, bella, hermosa, oh, sí, esa llamada de ven, ¿te gusta lo que ves?, ¿te gusta lo que te hago sentir? Pues entonces ven más cerca, mézclate conmigo y siente, aunque sea por unos segundos, que me tienes, que has atrapado todo este poder, como quien agarra a una mariposa, tocando sin cuidado sus alas, sin saber que, de ese modo, jamás podrá volver a volar…
               Y somos como hermosos objetos de decoración, cuanto más vistosos mejor, cada cual los busca según sus necesidades pero, lo que más importa, es que sean fáciles de manejar. En un mundo masculinizado nuestra perspectiva es quizá divertida, curiosa, pero jamás se toma en cuenta con asuntos reales, serios. Frivolidad es nuestra seña, y nadie quiere ser frívolo a la hora de la verdad. En ese momento se prefiere la violencia, la fuerza, como si de esa manera, sangre y muerte, se pudiera manipular la realidad… crear un terrible caos que les permita empezar desde cero… Y nosotras seguimos siendo un misterio, de nuestra verdadera naturaleza son pocas las que saben. Como mares oscuros y profundos, sobre nosotras circulan leyendas de terribles monstruos y cosas imposibles, y pocos son los que se aventuraron al fondo y regresaron para contar lo que vieron allí.
               Porque deseamos ser alabadas, ensalzadas, palabras hermosas, versos, regalos, creamos vida, y como creadoras necesitamos las lisonjas. Y tan preocupadas estamos de escucharlas, de atraerlas, que hace tiempo que nos olvidamos de quién somos y a quién nos debemos.
                


Y eso que nos dieron el poder.

jueves, 11 de noviembre de 2010




Voy a hacer un club de fans de my dear teacher Karina, en serio, and I'm gonna be the president.

Hoy estaba contando su criterio a la hora de sacar a la gente a hacer las prácticas: si tu nombre le parece bonito/curioso, la has cagado.

-For example, you, Grabiela. I love that name. Do you like your name, Grabiela?

-Ehh... no. In fact, I hate it.

-Noooo!! -gesticula, mueve los brazos como aspas de un molino.-  How awful! Do you hate your beatiful name? It's very nice, and original! I've to tell you something. When I was pregnant, I was looking for a name for my daughter and I thought in Grabiela. But in the end I called her Micaela, anyway, a jewish name. But last summer she went to a "campamento" and there a girl asked her: "¿Por qué tienes nombre de abuela?" When my cute, baby daughter told me that, I can't believe it. Why are you so strange here in Spain? "Angustias" or "Dolores", well, they are old-fashioned names, I agree... but Micaela and Gabriela are good, even nowadays, they are very original. And you, Grabiela, please, tell me the reason why your mother put you that beautiful name...

-...because it's my grandma's name...

-WTF*???????




(En serio, amo a esta mujer).

martes, 9 de noviembre de 2010







Una vez una persona a la que yo (ciertamente) detestaba, me dijo una gran verdad.

En la vida sólo hay tres cosas que merece la pena cultivar en uno mismo:

-La empatía.

-La asertividad.

-La inquietud intelectual.



Y el caso es que me da rabia admitirlo, pero tiene toda la jodida razón.

viernes, 5 de noviembre de 2010




"Caerse del mástil", pensó, "porque una mujer muestra los tobillos; disfrazarse de mamarracho y desfilar por la calle para que las mujeres lo admiren; negar la instrucción a la mujer para que no se ría de uno; ser esclavo de la falda más insignificante y, sin embargo, pavonearse como si fueran los reyes de la creación. ¡Cielos!", pensó, "¡Qué tontas nos hacen, qué tontas somos!" Y aquí parecía por cierta ambigüedad en sus términos que condenara a los dos sexos imparcialmente, como si no perteneciera a ninguno.

Orlando, de Virginia Woolf.



Un fragmento de la novela que me ha parecido interesante. Para los curiosos, la historia trata de un hombre apuesto y sensible que una mañana se levanta transformado... en mujer. (Sí, ya sabéis, de esas cosas que pasan todos los días). La historia está ambientada en el siglo XVIII (concretamente en este párrafo). Y os aseguro que es completamente... peculiar. Pero me gusta, porque el/la protagonista sigue siendo siempre la misma persona (ya sea hombre o mujer) que tiene las mismas aficiones, las mismas flaquezas y se interesa por los mismos hombres y mujeres... una teoría interesante esa de que la identidad prevalece por encima del sexo. Aún me queda por leer el final...







P.D. ¿Quieres hacer algo guay este viernes? Pincha AQUÍ

jueves, 4 de noviembre de 2010







Esta es una entrada sincera.

Pensaba escribir cualquier tontada graciosa, pero no, definitivamente no me sale ni queriendo.

Pienso, ¿quién soy? ¿Hasta dónde puedo llegar? Es triste, pero siento que mi libertad termina donde empieza mi miedo a los demás, a las terribles consecuencias de mis actos. Miedo a ellos, sí. Y miedo de mí misma. Porque realmente nunca estuve hecha para esto, sin embargo, prefiero atarme, torturarme, imponerme normas estrictas, antes que volver de nuevo al caos.

No quiero volver al caos.




Paradójico, ¿no?

Pero pasar a la acción es jodidamente difícil, porque parece que los rebeldes, si bien son inmortales, tienen un destino terrible.

miércoles, 3 de noviembre de 2010







Hoy os propongo que realicemos juntas un experimento.

Yo soy de esas personas que piensa que se llega a las respuestas no comiéndose el coco en una esquina, sino realizando las preguntas adecuadas. Si lo pensáis bien, cuál quier cosa puede ser resuelta de ese modo, ¿no?

La respuesta que busco es algo bastante sencillo: ¿de dónde viene ese odio hacia las mujeres, esa degradación impuesta presente en todas las culturas a lo largo y ancho del mundo? ¿Quienes son los responsables? ¿Hombres, o nosotras mismas?

Y no quiero quedarme en las palabras. Quiero hacer algo. Esto es como una revolución, una declaración. Como dijo Mew, una de las personas que suele darse una vuelta por mi pequeño espacio, nuestras quejas no tienen sentido mientras las hagamos quietas, sin atrevernos a pasar a la acción.

So, here we go!

Empecemos por encontrar puntos comunes en el razonamiento, y sincerarnos un poco. Las preguntas que propongo a continuación podéis responderlas vosotras, vuestro alter-ego, en base a la experiencia de alguien que conozcáis... etc. Lo único que quiero son respuestas sinceras, aunque no sean realmente vuestras. (Y además, os estaré eternamente agradecida).

Empezaré yo, para romper el hielo.

1. Un personaje femenino real que admires y por qué: Mmm. Difícil, porque ahora mismo no se me ocurre ninguna (sólo tengo nombres de hombres en mi cabeza). Como artista, Isadora Duncan. Vivió para el arte y supo innovarlo. Como maestras a Julia Cameron, definitivamente tenéis que leer algo suyo si queréis aprender a escribir. Como escritora (referente a la manera de hacerlo) Poppy Z. Brite.

2. Un personaje femenino ficticio que admires y por qué: Uffffff. La cosa sigue difícil. De nuevo pienso en muchos, pero son masculinos. Ahhh, sin duda Lisístrata, protagonista de la comedia de Aristófanes que lleva su nombre (si, soy humanista, qué pasa...) No se me ocurren muchas más. ¿Antígona? (Hace poco que leí la tragedia... se nota). ¿Chihiro, de la película El viaje de Chihiro? Desde luego lo suyo es generosidad y valentía... Pero he de reconocer que enumerar todas estas me ha costado sudor y sangre.

3. Uno de los mejores libros que hayas leído jamás: Sin duda, Déjame entrar; (por cierto nada que ver con la película sueca, y menos con la secuela americana).

4. Si ahora te dieran un trabajo, ¿cuál sería uno que no podrías rechazar? Obviamente, ser columnista en un periódico/revista.

5. ¿Hay una verdad única o varias verdades, que cambian según quién las mira? Mmm. Me inclino más por la segunda opción. Sólo sé que no se nada, así que mucho menos me atrevería a decir que algo es "verdad para siempre jamás".











Arigatoo gozaimasu.              *reverencia*        Doozo yoroshiku onegaishimasu.

martes, 2 de noviembre de 2010






Yo por aquel entonces sentía un completo desprecio hacia mi cuerpo. Una intensa mezcla de rechazo y desagrado. Recuerdo manos grandes y ásperas; pequeñas y blandas; ardientes y frías. Manos que habían tocado toda clase de cosas y ahora frotaban mi cuerpo por esas zonas donde la piel es suave, cálida y sensible. Manos extrañas ensuciando mis huecos más íntimos. Oh, sí, sucio, sucio, sucio. La palabra es una mueca en los labios que la pronuncian.
            ¿Por qué lo permitía?
            No buscaba el placer. ¿Placer? Para mí esa palabra falsa no era más que sinónimo de repugnancia. Placer: ver deseo en los ojos entrecerrados me producía náuseas. Sentir el aliento entrecortado en mi cara me daba asco. Sin embargo, justo cuando pensaba que no podría resistirlo, cuando el dolor se hacía insistente, todo se mezclaba, y mi vista se nublaba… mi cuerpo se estremecía. Escalofríos en la espalda, calor en el vientre. Me tensaba con violencia, me relajaba unos segundos y volvía a tensarme, otra vez, y otra, y otra… Entonces mis manos se crispaban, y buscaban agarrarse a algo, cualquier cosa. Me faltaba el aire y casi sollozaba intentado respirar. Y en aquella humedad desagradable, mi cuerpo se retorcía ansioso, a espasmos, como si estuviera enfermo. Y en cierto modo así era. Porque interiormente quería morirme. Habían ganado ellos, los otros, con sus sucias manos habían logrado arrancarme el placer. Y mentalmente eso era tan doloroso como físicamente sentir que te arrancan la piel a tiras. Lo hacen en contra de tu voluntad y no te dejan nada. Sólo vulnerabilidad: carne roja y sanguinolenta expuesta al aire, al sol.
            Sin duda prefería el dolor. Se puede presentar de muchas maneras, pero yo disfrutaba con todas. Puesto que el placer me era una enfermedad,  esto lo sentía como un bálsamo. El desgarro repentino. El roce continuo que amenazaba con partirme. Dientes que al morder aprietan demasiado, o manos que resultan ser garras. Una fuerza que me hundía sin permite respirar. Los ojos se me llenaban de lágrimas y llegaba a meterme los dedos en la boca para no gritar. Pero interiormente me sentía feliz. Ellos eran los malos, por supuesto. Con manos torpes me moldeaban a su gusto, pero no había sido decisión mía. Pronto todo pasaría. Ellos serían castigados, y yo seguiría manteniendo de alguna forma mi pureza. Así sucede en el mundo de los justos, donde la inocencia es una brasa que jamás se extingue. Sí, a veces me imaginaba que era como una violación. Y volvía a representar mi papel de víctima, disfrutando con la sensación de ver mi cuerpo mancillado de forma cruel. Una y otra vez. Siempre. Nunca me cansaba.
            No sentía ningún aprecio por mi cuerpo. Recuerdo que una vez llegué incluso a prostituirme para poder pagar un billete de metro de regreso a casa. No le pedí más dinero al hombre que no me dejaba pasar, aquella madrugada lluviosa de corredores en penumbra. Tampoco sentí remordimientos en ningún momento. ¿Por qué iba hacerlo? Precisamente así era como yo veía mi cuerpo: como una moneda de cambio. Aquello que se interponía entre mi mente y las cosas que yo deseaba. Os juro que si en algún momento hubiera podido deshacerme de él y vivir como un ente, formado solamente por humo y espíritu… habría alcanzado la libertad.
           
           
             

lunes, 1 de noviembre de 2010



Nunca he sido una persona sensible. Ni siquiera de niño. Cuando fui expulsado de ese reducto cálido y acogedor que era el vientre de mi madre, cuando fui arrojado sin muchos miramientos al mundo... lo comprendí. Y, paradójicamente, la única cosa que más he deseado en toda mi vida es regresar allí, tan seguro y confortable, sin colores ni sabores, sólo el pacífico sonido del: tum, tum, tum, la vibración de su corazón sobre mí.

Nunca he sido una persona sensible. Sé que en esta vida todos somos lobos disfrazados bajo la piel de cordero. Pueden sonreírte, pero tras sus ojillos pequeños y brillantes y su lanoso pelaje, están los dientes afilados del depredador, dispuesto a devorarte.

Y sólo sobrevivirá el más fuerte.

Por eso, no me sorprendí cuando aquel día entraste en clase. Bueno, sí lo hice. Tu mirada era clara aquella mañana. Muy clara. Esos ojos azules que tienes, siempre oscuros, como velados por una neblina grisácea y hundidos en los párpados, estaban entonces brillantes y enormes. Orgullo. Felicidad. Dos brasas sobre tu nariz respingona y tu cara de nuez. Llevabas un vestido de flores suelto y una chaqueta vaquera que te quedaba grande. El pelo castaño y revuelto, decolorado en las puntas era una aureola que remarcaba tu rostro y ensalzaba la palidez de tu piel, bajo la que se transparentaban huesecillos de pájaro. Y botas de agua hasta la rodilla, de color rojo y azul, lustrosas. Estabas radiante.

Y entonces sacaste aquel bicho negro, siempre hambriento, y con único que ojo que destruye todo lo que ve.

Al principio nadie reacciono. El profesor de física mantuvo la tiza suspensa en aire, y el libro abierto en la otra mano. Pareció que iba a abrir la boca (quizá para recordarte que el reglamento del instituto no te permitía traer a clase objetos como ese) pero entonces se escuchó el disparo, y empezaron los gritos.


Ruidos, gente corriendo. El instinto me hizo tirarme de la silla y rodar hacia la mesa del profesor, bajo la cual me agazapé, para seguir mirándote. Y mi cuerpo se estremecía violentamente, pero yo...

Nunca tuve miedo. Nunca.

El olor a pólvora era intenso, y empezaba a mezclarse con ese ahogo que produce la muerte, el sufrimiento.

Entonces tú decidiste poner fin al caos, y arrojaste la pistola. Pasaste por encima de los cuerpos tendidos, sin escuchar sus gritos; alcanzaste la ventana y empezaste a forcejear con el cierre, presa de ese pánico que se apodera de los animales salvajes al ser confinados en una jaula. Te vi finalmente abrirla y saltar a fuera.

Supe que debía seguirte.

Un salto, y ya estaba en el jardín del instituto, viendo como tu silueta se hacía cada vez más pequeña, una forma azul y amarilla en el horizonte.

-¡Espera!

Corrí detrás de ti hasta que los huesos amenazaron con salírseme de las articulaciones, hasta que estuvimos tan lejos que, el instituto, abajo, en la ladera de la colina, era una manchita. Al amparo de los árboles milenarios del bosque, dejaste la carretera y te internaste en la oscuridad, una oscuridad perenne, una oscuridad incluso en pleno mediodía.

Yo te seguía a una distancia prudencial, sabía que necesitaba de tu permiso para acercarme más. Pero entonces tú te detuviste y me miraste fijamente. Tenías un mechón de pelo en la cara, pegado en labio, y tus ojos azules no habían perdido un ápice de su brillo. La chaqueta se te bajaba por los hombros, y las botas estaban embarradas. Sonreíste.

No te pregunté por qué lo habías hecho, porque siempre he dado por sentado que era algo que debía ocurrir. Años de sufrimiento y humillación, tenías que borrar aquellos recuerdos, exterminarlos. Nadie los quiere, nadie.

Nadie.

Quise decirte eso, mostrarte mi apoyo, pero creo que tú ya lo sabías. Por eso yo seguía vivo. Porque me habías visto, aquellas miradas fugaces, los gestos. Nunca habíamos hablado pero, de alguna manera, estábamos conectados.

Me fui acercando, lentamente. Las pinochas secas crujían bajo mis deportivas, y la fresca humedad del interior del bosque me hacía temblar de frío. Sonidos de pájaros, tímidos aleteos y un graznido de cuervo.

¿Puedo?

Alargué la mano para rozarte la mejilla con la punta de los dedos. Cerraste los ojos al sentir mi contacto.

Puedo.

Di unos pasos más, mientras acercaba mis labios a los tuyos, y cerraba los ojos. La primera caricia te estremeció, y sé que no era el frío. Atraje tu cuerpecillo hacia mí y lo estreché entre mis brazos, mientras te besaba con ansia, los labios, las mejillas la nariz y la frente; tantas veces deseando saber como sería, tantas veces soñando con tenerte tan cerca, sólo para mí, sólo para mí. Y era ahora.

Con los ojos cerrados deslicé mi lengua por la cavidad húmeda de tu boca, acaricié los dientes y te busqué. Mientras me respondías tímidamente y oleadas de placer recorrían mi cuerpo entero, yo aspiraba tu olor, delicioso olor, una mezcla de naftalina suave y lavanda. Y el aroma  intenso y polvoriento de tu cabello...

La ropa era una molestia, porque yo quería sentirte más cerca, el beso no era suficiente. Cediste a mi ímpetu y se te doblaron las rodillas, y entonces un suave empujón basto para tenerte en el suelo, debajo de mí. Tu cuerpo era suave y blando bajo el mío y con los ojos cerrados seguías buscándome, ¿dónde estás? Y yo quería gritar, aquí, aquí, aquí he estado siempre.

Besándonos rodamos por el bosque, hasta acabar cubiertos de tierra, hojas secas y pinochas. Intenté quitarte el vestido, como si así pudiera olvidar lo molesto que se había hecho de repente para mí tener que llevar los vaqueros, pero era imposible, demasiado complicado. Un gemido de frustración escapó de mis labios, y entonces tú te apartaste y, con ambas manos, subiste el vestido por encima del pecho y te lo sacaste por los hombros. El olor de tu piel se hizo más intenso, era puro almizcle, y yo me arranqué la camiseta para empaparme en él. Enterré la cabeza en tu pecho, pequeño y delicioso, de pezones rosados. Los chupé con cuidado, apretando luego con los dientes un pezón mientras te acariciaba el otro hasta notar que ambos se endurecían y tú arqueabas la espalda de placer. Mientras bajaba por tu vientre chupándolo con la punta de la lengua o dándote besos suaves, me las arreglé para bajarme los pantalones. Cuando descubrí ese vello en tu vientre que empezaba a oscurecerse anunciando la proximidad de lo que yo deseaba, creí que no podría soportarlo más. Me detuve un instante, tratando de sobreponerme al deseo. Tus dedos en mi cabeza jugaban con mi cabello, y tus piernas me habían aprisionado, creando una trampa de la que no podría escapar. Te bajé las bragas casi con desesperación, y ni siquiera te resististe. Casi instintivamente, hundí la cabeza en el vello, espeso pero suave. Era la fuente de ese maravilloso olor, empalagoso y picante, que tanto me excitaba. Quise separarte los muslos, para poder admirarte mejor, y descubrí que estaban húmedos. Los lamí con curiosidad, ese olor me estaba volviendo loco, y tú gemiste por primera vez, hundiste tus dedos en mi cabello y tiraste con fuerza. Pero yo ya no podía parar.

Sintiendo la cabeza dar vueltas, y una urgencia en las caderas, agarré tus piernas para mantenerlas separadas, mientras chupaba ese sabor agridulce, tú, temblando, y mi cuerpo consumiéndose en el placer que era tenerte ahí, rendida, sólo para mí. Cuando subí de nuevo buscando tu boca, y volví a besarte, con los labios empapados, tú me recibiste cálida y ansiosa. Y sólo el roce de tu piel en la mía ya era más placer del que podía soportar... me sentía como si volara sobre montañas, la siguiente era siempre más alta que la anterior, y el descenso vertiginoso dejaba esa sensación de vacío en la boca del estómago...

Pero entonces me empujaste, te desasiste en dos empellones, entre jadeos, y te erguiste sobre mí, sentada en mis piernas, mientras me bajabas la ropa interior, y cogías mi sexo entre tus manos, temblé, a punto de correrme, cerré los ojos mientras murmuraba cosas inteligibles, y tú colocabas una mano en mi clavícula y apoyabas todo tu peso, escuchaba tu respiración agitada y sentía las puntas de tu cabello rozar mi pecho, te busqué con los dedos... te busqué... No me dio tiempo. Sentada a horcajadas sobre mí hiciste que entrara, rodeaste mi pene con tu húmeda calidez, haciendo que... haciendo...

Quise abandonarme en ese momento, porque aguantar todo el deseo era como sostener un cubo rebosante de agua que me quebraba ya bajo su peso, pero no quería, aún no, no, porque empezabas a mover las caderas con fuerza, y yo me dejaba llevar, me dejaba llevar...

Cerré una mano con fuerza, clavando las uñas en la palma, para que el dolor equilibrara las intensas sensaciones que experimentaba en ese momento, mientras con la otra acariciaba el suelo cubierto de musgo, hojas secas, tierra húmeda... el olor aromático de los pinos, la suave brisa en mis mejillas sofocadas, abrí los ojos en medio de aquella locura, y pude ver, a través de las copas de los árboles que se mecían con el viento, pedazos de cielo, cielo tan azul y brillante como tus ojos. Todo fue perfecto y equilibrado en ese momento. Las entrañas de la tierra se abrían para acogerme, el bosque entero era nuestro refugio mientras que tú, sobre mí, me llevabas cada vez más cerca, cada vez más cerca...

Yo ya no era dueño de nada, y si en ese momento hubiera podido abandonar el cuerpo y fundirme con el aire lo habría hecho, porque tras aquellas sensaciones ya no merecía la pena nada. Vagamente fue consciente de tus gritos mientras te desplomabas sobre mí sin dejar de moverte, tan rápido, tan rápido...

Cerré los ojos y me agarré a ti con las fuerzas me quedaban. Hundí mi cabeza en el hueco entre tu hombro y tu cuello, me enterré bajo tu cabello y tu olor mientras me corría, y fue como tener el mar entre las manos y de repente dejarlo ir, soltarlo, liberarlo en una ola inmensa y devastadora, que se llevó todo, el bosque, los árboles, el pueblo, el mundo, tú y yo.

Cuando recuperé parte del control, tú ya no estabas sobre mí, si no que te había sentado a un lado, y buscabas tu ropa. Con el corazón aún latiendo a toda velocidad, y la respiración entrecortada traté de moverme hacia ti, pero no tenía fuerzas. En ese momento yo sólo habría deseado una cosa: estrecharte entre mis brazos, tenerte acurrucada en mi pecho y poder abrazarte y dormirme arrullándote, cuidando de ti, protegiéndote. Quería intimidad, cariño, quería que te sintieras tan vulnerable como yo en ese momento y poder así darte algo de fortaleza demostrarte que... que... yo...

Yo estoy...

-Vamos. -dijiste entonces.- vamos, tenemos que irnos.

Desengañado, me incorporé, y volví a vestirme torpemente, con los miembros entumecidos y una sensación de placer entre las piernas, pese a que todo había pasado. Cuando quise ponerme en pie la tierra pareció temblar. Y tú ya estabas corriendo, internándote aún más en el bosque.

Te seguí. A distancia, porque mi cuerpo no me obedecía. Estaba adormecido, enfermo aún de deseo, débil. Mis pies se arrastraban por la foresta, y mis manos se quedaban enganchadas en las zarzas. Si aún no me había desplomado era porque mis ojos no habían perdido el rastro de tu vestido claro, que me guiaba a través de las tinieblas, Y cuya visión no habría dejado escapar por nada del mundo.

Bosque. ¿Qué hay más allá del bosque? Carretera. ¿Y más allá de la carretera? Otro pueblo. ¿Y más allá de ese otro pueblo? Otro, y otro, y otro, y si sigues por más carreteras, más pueblos, bosques y montañas, está la ciudad.

Tan lejos...

Di un mal paso, trastabillé y caí, rodando por una pequeña ladera. Cuando mis huesos sintieron la tierra, me encontraba, definitivamente, demasiado cansado par levantarme. Todo daba igual. De hecho, morir en ese momento, ya no me habría importado demasiado. ¿Para qué vivir? El bosque tenía algo de fúnebre, con sus árboles negros y altos que se elevaban hasta el cielo, el olor a tierra húmeda y el misterioso silencio. Y ya ni mis músculos me obedecían, como si ni un simple reducto de energía quedara en mi interior. Te lo habías llevado todo. Hasta los párpados me pesaban tanto, que tuve que cerrarlos. Puede, de hecho, que tú también hubieras acabado conmigo, que tú también te hubieras llevado mi calor, aunque de esa otra manera...

-¿Te encuentras bien? -volviste sobre tus pasos, porque de repente tu mano rozaba mi hombro.

-Estoy cansado. -susurré.- Y tengo sueño, mucho sueño.

-Tengo que seguir. -dijiste, preocupada.- No puedo detenerme ahora. Tengo que seguir...

-Lo sé. -musité, tratando de erguirme.- Pero es que siempre después de hacerlo tengo sueño... sueño y hambre. Ahora mismo tengo mucho hambre. -le dije, mientras agarraba la mano que me tendías para levantarme.

No podía quedarme atrás.


http://www.youtube.com/watch?v=OTvhWVTwRnM&feature=fvst