jueves, 25 de noviembre de 2010




Recuerdo cuando empecé a escribir mi primera historia.

Yo tenía cinco años, y por aquel entonces no vivía en Madrid. Vivía rodeada de mar.

Era por la noche, y habían encargado pizza. Yo abrí la puerta. El chaval me dejó la caja... y un cuaderno grande de anillas y cuadritos, de propaganda, sí, propaganda de Tele-pizza. Tenía las tapas duras y rojas, y las páginas estaban divididas en secciones de colores. Mis cuadernos normales solían ser pequeños, tapas blandas, tamaño cuartilla y con rayas. Me hizo ilusión aquel tan grande y nuevo.

Lo primero que hice fue dibujar en él, empezando por el final, o escogiendo páginas al azar. Con mis pinturas plastidecor, y tirada en el suelo del salón, dibujaba personas que se me ocurrían.

Dibuje a Jesucristo.

Dibuje un ángel desnudo, con todos sus atributos.

(No sé por qué dibujé tanta parafernalia religiosa, y eso que mi educación cristiana es prácticamente nula... Sería porque en aquel momento estaría envuelta para mí en ese halo tan atractivo de lo desconocido)

Dibujé una ciudad enorme, como Nueva York, con altos rascacielos.

Dibujé un alma. (Sí, un alma, y tardé lo mío, porque claro, nunca había visto una).

Pero no me atreví a escribir hasta algún tiempo después. Porque, la verdad, no estaba yo muy contenta con mi caligrafía. Había empezado a escribir a principios de año. No pensé que me fuera a resultar difícil, porque ya leía desde hacía dos años, conocía las letras. Pero el primer día de clase, cuando intenté hacer la "a", mi maestra se enfadó conmigo.

-No, no, así no es, esto es un garabato... venga, inténtalo... no... ¡no! ¿Por qué las tumbas? ¿No ves que es así? ¡Así!

Y no me dejo salir al patio. (¡No me dejó!) En lugar de eso, tuve que quedarme en clase repitiendo "as".

-¡Tienes que escribirla bien, hasta que no la escribas bien no te vas! -me amenazaba ella.- ¡Ya tienes seis años, tienes que escribir bien!

-No, no. -la corregía yo, al borde de las lágrimas.- Tengo cinco años. Aún soy pequeña.

Como si eso fuera a valerle de excusa.



Total, que me hincharon a cuadernos Rubio, (de los que guardo un grato recuerdo). Y acabé por pensar que eso de escribir era un coñazo.


Pero aquel día, yo había estado jugando en el patio con una amiga, y el juego había cobrado dimensiones prodigiosas, la de una historia que ocurría en la selva, en la que yo era un explorador y mi amiga una mujer-mono. Aún en casa, estaba excitada, porque por un momento todo había sido muy real, yo había estado de verdad allí, y no era yo, sino otra persona...

Con manos temblorosas, y como siguiendo el dictado de un poder superior, saqué el cuaderno, elegí una página al azar y empecé a escribir (con mi precaria caligrafía) la historia al completo, insertando diálogos y nuevos giros que se me ocurrían sobre la marcha y la hacían interesante. Como los cuentos que me contaba mi madre todas las noches.

Cuando terminé mi pequeña obra, no dudé en decorarla con dibujos que ilustraran la trepidante acción. Me llevó toda la tarde terminarla.

Luego, cerré el cuaderno, lo guardé en el cajón, y nunca más volví a escribir allí. Tampoco se lo enseñé a nadie. No sentía la necesidad. Sólo ese algo especial, (lo recuerdo muy bien, esa mezcla de felicidad, éxtasis y nerviosismo, como quien presencia algo inesperado pero agradable) era algo íntimo.

Secreto.

1 comentario:

Niwa dijo...

Yo no recuerdo cuando empecé a escribir, es algo que siempre ha estado ahí de alguna forma. O al menos ahora me parece que siempre he imaginado historias, así que no sé en qué momento empecé a plasmarlas en papel.b
Sin embargo sí recuerdo perfectamente los insufribles cuadernos Rubio... je...

No podría decirte qué es lo primero que escribí, pero sí que guardo recuerdos de aquellos mundos mágicos en los que tenían lugar mis primeras historias. También podría hablarte de esos personajes repipis y planos que creaba, casi calcados de los libros que leía... e incluso de los juegos que inventaba con mis amigos. Aunque nosotros siempre fuimos más de montar nuestras aventuras en mundos de series y cosas así; con decirte que yo pasé muchos recreos de mi infancia en Hogwarts o el Mundo Digital y otros tantos a la búsqueda de Zelda... Ains.

En cualquier caso, todavía guardo cientos de papeles con esos trocitos de sueños. Y la verdad es que en ese sentido sigo siendo la misma que cuando tenía seis años en muchos detalles.