miércoles, 5 de diciembre de 2012




Hoy voy a hablar de algo que me ha sorprendido y también de D.

Conocí a D. un soleado domingo en Edimburgo en el que, en un arranque de felicidad y bendito optimismo decidimos (ella, Y., E. y yo) subir a Arthur's Seat. Era ya la segunda vez para mí coronando esta histórica cima escocesa.

Recuerdo que D. me cayó bien, aunque casi no pude hablar con ella. Parecía ya estar muy unida a Y. en esos días. Yo hasta pensaba que se gustaban, porque la conexión entre ellos es evidente. Luego me enteraría (semanas más tarde) de que D. tiene un novio desde hace cinco años, con quien de hecho convivía en un piso alquilado el año pasado. Aunque eso no me disuade de pensar que cuando Y. conoció a D. quizá buscaba otra cosa. Aunque Y. diga que no le gustan las chicas extranjeras. Nunca se sabe con Y. Es japonés, pero un japonés raro. Ahí lo dejo.

Total que D. y yo volvimos ha coincidir en varias ocasiones. En una noche de nostalgia infina le desnudé mi alma (parcialmente) y ella me respondió con un sms que no me esperaba pero me reconfortó más de lo que ella piensa. Para su cumpleaños, le toqué una canción de Satie que luego resultó tener un significado muy especial para ella (el cual yo desconocía, obviamente; de hecho escogí Satie por dos cosas: me sabía muy bien esa pieza y además Satie es francés, como D.) No fue hasta que hicimos juntas el viaje a North Berrick hasta que realmente empezamos lo que quizá sea una amistad. En ese viaje organizado el destino se confabuló para que, por un lado, yo me decidiera a dejar a un lado mis responsabilidades (es decir, essays) y concederme un día de fiesta y, por otro lado, todos nuestros demás compañeros estuvieran terriblemente ocupados y acabáramos yendo las dos solas. Pero creo que a ninguna de nosotras nos importó demasiado, porque ya ambas intuíamos que sería una buena oportunidad para conocernos. Y sabíamos que nos íbamos a caer bien.

Así fue. Caminar en completa soledad siete kilómetros con el Mar del Norte a un lado y las misteriosas colinas de Escocia al otro da para mucho. En nuestro caso, nos descubrimos afines y al mismo tiempo lo suficientemente diferentes como para interesarnos mutuamente. Después de eso, hemos empezado a construír lo que puede empezar a ser una amistad paso a paso.

Para empezar, D. es muy reservada e intuyo que complicada. Su manera de ser me recuerda mucho a la de mi propia hermana; quizá por ello me cayó tan bien desde el principio o empatizo tanto con ella. Pero poco a poco me va haciendo un hueco en su vida y yo se lo hago en la mía. De hecho, he de confesar que se ga convertido en mi confesora aquí, en este otoño que está siendo tan crudo. Puedes hablar con D. porque siempre escucha. Aunque si le cuentas cosas tristes, sus enormes ojos azules absorven y reflejan dicha tristeza de una manera a veces tan intensa que me preocupa, y no sé si hago bien contándole cosas tristes porque quizá la afecten demasiado. Además, los amigos están principalmente para echarse unas risas, ¿no es así? Y para crear recuerdos felices.

Pero este otoño está siendo algo crudo.

El domingo pasado D. me contó, llorando, que la madre de su mejor amigo, que llevaba ya bastante tiempo enferma de cáncer, murió el sábado. No es el mejor momento para deprimirse, porque además de estar lejos de Europa también estamos de exámenes. Así que intenté consolarla como buenamente pude, aunque estas situaciones uno jamás sabe si es que se pasa o no llega.

Así quedó la cosa hasta que hoy D. me ha dicho que se vuelve a Francia mañana para estar con su amigo. Volverá el lunes, un día antes de su primer examen. La noticia me ha sorprendido mucho. Es cierto que a D. se le arrasan los ojos cada vez que habla de su mejor amigo. Me pregunto si la amistad que le une a él es parecida a la que mantiene con Y. En ese caso, y acrecentada por los años, debe de ser una muy buena relación, con lo cual puedo entender su tristeza. Pero me parece de repente muy valiente que decida gastar parte del dinero que ha ahorrado con su trabajo parcial en una panadería en volverse a Francia cuatro días, por no hablar de la presión de los examenes... Así que si verdaderamente su amigo -quien indudablemente estará pasando el invierno más frío, de eso no cabe duda- vale más que el dinero y que las responsabilidades, debe de ser una persona muy valiosa (¿o lo será D.?) En cualquier caso, no veo a todo el mundo tomando esa clase de decisiones. Los amigos son amigos, está claro, pero pocos de ellos permanecen también cerca cuando el frío es tan intenso que paraliza. Y lo digo sin juzgar a nadie, por supuesto, que todos tenemos nuestra vida y circunstancias. De hecho, ni yo misma sé que haría en la situación de D. En cualquier caso, su gesto me conmueve.

Ojalá tenga buen viaje mañana.


1 comentario:

Unknown dijo...

Te entiendo, una lección de empatía necesitamos, nunca se sabe si la siguiente frase ayudará, pero al menos estar es lo mínimo.
Los amigos, los dos o tres que se les puede llamar así, están siempre para escuchar, nadie puede meterse bajo la piel de otro para ayudarle. A mi me dan ganas siempre de atravesar medio país, o de coger 3 trenes cuando alguien cercano a mi se encuentra mal, odio la frialdad de las redes. No sé si es correcto o no, pero es lo que un desea a veces y lo entiendo.