sábado, 6 de abril de 2013
La primavera ha llegado a Edimburgo, quizá. Las calles se empapan de luz caramelo. La gente sale en manga corta, con ropas de colores, enfrentándose a los poco más de siete grados con sonrisas y carne liberada. Los niños corretean y en las calles principales se forman muchedumbres que en algo recuerdan a Madrid. Hay festivales al aire libre: música, magos que buscan el sonido de los aplausos y el de las monedas al caer en el sombrero del conejo. Cenas a la luz del día. Y en el aire se huele el campo: prímulas, geranios, heno dulce y todas esas plantas que aparecen descritas en los jardines de Austen, en los campos de alguna de las Brontë. Los árboles no tienen hojas pero el optimismo que ahora siento me da el poder de imaginarlas.
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