sábado, 7 de mayo de 2011




No sé que estoy haciendo.

Estoy aquí, tumbada en una cama que no es la mía, con el pijama puesto y el edredón hasta la barbilla. Escribiendo. Puedo ver la ventana desde aquí, y el sol que entra a través de ella es incluso molesto.

Veo el cielo de un azul aguado tan relajante, y una tímida nube que se desplaza lentamente por el horizonte, como una oveja descarriada que busca a su pastor. Las hojas del álamo que crece cerca, tan cerca que si abriera la ventana podría rozarlas, me hacen señas insistentes. Se revuelven en un destello verde y plateado que pretende incitarme. Y detrás, un enorme bloque de pisos que me priva de paisaje, de sol, del trozo de cielo que me corresponde. En lugar de eso solo me devuelve agujeros oscuros a través de los cuales alcanzo a ver sombras que se mueven. Totalmente ajenas. Y la torreta de ese lúgubre centro comercial que ya cuando vine a vivir aquí estaba abandonado, e incluso un pedazo del tejado del instituto donde pasé mi adolescencia. Lugar que soñaba con abandonar y, paradojas de la vida, ahora he de recorrer un largo, excesivamente largo camino para recibir mi instrucción. Será que las cosas que más deseamos no son precisamente las que tenemos al alcance de la mano...

Y más allá de todo eso, el monte. El monte donde crecen las amapolas, esos campos enormes y desolados en los que se balancean mis amigas encarnadas.

Lo que más me gustaría en este momento es correr por ahí, entre espigas y flores de mil colores, con la nada rodeándome, sólo pinos y autopistas interminables que no llevan a ninguna parte. Qué importa mientras sigan creciendo las amapolas, que hacen que lo muerto parezca vivo, que traen la alegría del renacimiento a donde antes ningún otro sentimiento era posible.

Las golondrinas vuelan alto en el cielo. Tan lejanas que a penas son  unos puntos traviesos que intentan escapar de mis ojos...

Propaganda electoral adorna las farolas. Aunque son del color de las amapolas yo no me dejo convencer.

¿Qué hago aquí?

Escondida, melancólica, temerosa.

La primavera está afuera, esperándome, pero yo...

Yo hoy pensé que tal vez a este sentimiento terrible de desarraigo le debo el placer maravilloso que me invade al viajar.

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