viernes, 13 de mayo de 2011



Terror.


Terror es andar por la calle sin saber muy bien qué me pasa. Terror es sentir ardor dentro mientras fuera hace tanto, tanto frío. Andar a oscuras, por calles mal iluminadas, con el abrigo abierto y ofreciéndole a la noche mi cuello (¿por qué siento este calor?) La visión se difumina, el mundo se tambalea. Cada paso es un reto y estoy sola, sola, sola, en medio de ninguna parte, únicamente piedra fría y edificios de ventanas ciegas. ¿El hogar? ¿Un amigo? ¿Qué significan esas palabras en ese instante? Nada, amigas y amigos míos, en ese instante son conceptos vacíos. Porque si no me concentro en mantenerme en pie, caeré, me derrumbaré quién sabe donde y entonces este joven cuerpo será pasto de los depredadores al acecho.


No era exactamente el dolor. Era el sentirlo dentro de mí, ese bicho, repugnante, abriéndose paso en mis entrañas, deshaciéndolas, saber que está ahí y no puedo sacarlo, ha burlado mis sólidas barreras corporales y ahora yo soy un simple testigo de su victoria. Chupa mis vísceras, lame mis órganos vitales y emponzoña mi sangre. ¿Qué puedo hacer? ¿Qué puedo hacer?


Terror es no saber. Sentir y no ver, tener manos pero no poder acceder al núcleo del sufrimiento. Terror es sentir esa soledad que anuncia el desastre, pues en el momento en el cuerpo se derrumba, ¿qué puede hacer la mente, el espíritu que tanto nos hemos encargado de ensalzar como algo superior?


Terror era lo que yo tenía aquella tarde de sábado mientras me sentía envenenada por dentro y todo parecía demasiado lejos. Me detuve, recuerdo, junto aquel enorme templo abandonado, con la cabeza dando vueltas y el ardor en la frente (¿qué me ocurre?) y empecé a devolver, mi cuerpo intentaba en vano sobreponerse a las violentas sacudidas de aquel mortífero insecto que, arañando mis intestinos, se negaba a abandonar su reino cálido, húmedo y palpitante: mi cuerpo.


Perdí la consciencia y ya no estaba allí, de repente estaba tumbada en la hierba, boca arriba. Recuerdo la luna brillando en el cielo negro, el frescor de la noche en el sudor de mi frente, el temblor incontrolado de mis manos. Y la luna... a través de las ramas de un árbol cercano, recortada su imagen, era tan hermosa... mi cerebro no era capaz de hilar dos pensamientos, pero se rendía ante tan sublime belleza. La luna.


Una pareja con un carrito se detuvo a mi lado, se acercaron, ¿te encuentras bien, qué ocurre...?


Pero el terror, el pánico, no puede explicarse.


Solo se siente.

1 comentario:

Adsi dijo...

Dios, Shikaru, no se puede tener más razón.

El terror es exactamente así, como tu lo defines. Un bicho asqueroso y nauseabundo que se desliza por tu interior produciendo dolor y sufrimiento. Es horrible, el sentirlo en tu cuerpo, sentir como te hiere, como te desgarra. Lo peor de todo es que no sabes como sacartelo, como destruirlo.


Y la gimnasia produce este terror.