domingo, 11 de diciembre de 2011
A veces es dificil definir las palabras. Porque las palabras son como envases vacíos, cadáveres a los que nosotros mismos insuflamos vida. Pero ellas solas, ajenas a nuestras realidades, son simples cáscaras, barcos a la deriva.
Suena el teléfono. Suena, y yo me levanto para cogerlo. Los teléfonos sonando son una llamada poderosa, un grito que dificilmente puede ser ignorado. Cuando escuchamos un teléfono sonar sentimos el poderoso impulso de cogerlo. Se puede ignorar su demanda, claro. De la misma manera que uno elige si beber o no aun estando sediento...
El teléfono sonó y yo lo cogí. Y me abrazó. Una sucesión simple de eventos, que quizá poco o nada tengan que ver entre sí.
Pero es que yo, cuando cogí el teléfono, no pensaba en nada. En nada más que descolgarlo, que acercar el plástico a mi oreja. Un gesto mecánico, repetido mil veces, que ni siquiera necesita preparación. Cuando coges el teléfono no estás pensando en ser nada, no estás pensando en poner buena cara, en sonreír, en estar de esa manera u otra. Cuando haces algo tan simple te olvidas del mundo y no pretendes ni buscas nada.
Y aún así me abrazó.
Pienso que eso es valioso.
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