martes, 29 de mayo de 2012




La clave de la novela Carol no es pensar en el argumento o los personajes -que también- si no en el año en que fue publicada: 1952. Quizá también ayude pensar en su autora, Claire Morgan, quien más tarde se reveló - incluyendo un prólogo nuevo en la novela para explicarlo- como Patricia Highsimth, famosa escritora de suspense conocida por su novela Extraños en un tren (que daría lugar a la película del mismo nombre dirigida por Alfred Hitchcock en 1951) o El talento de Mr. Ripley, de la que hay una versión bastante reciente protagonizada por Matt Damon, Gwyneth Paltrow y Jude Law.  

El talento de Mr. Ripley, una película bastante interesante.


La historia de Carol es sencilla. Una protagonista, la joven Therese, de 19 años, tiene como trabajo temporal dependienta en la sección de juguetería de unos grandes almacenes, precisamente en las peores fechas del año: las navidades. Su existencia en Nueva York es gris: aborrece su trabajo como vendedora y parece que nunca va a conseguir un puesto de lo que de verdad le gustaria (ser escenógrafa de teatro) su novio, Richard, es una persona amable y afectuosa pero a la que ella no acaba de sentirse conectada, no tiene ningún amigo, solo el recuerdo de la Hermana Alicia, monja en el internado para huérfanos donde se crió tras ser practicamente abandonada por su madre, ahora casada con otro hombre y que se encarga del hijo que ambos han tenido...



Sin embargo, un buen día aparece una hermosa mujer vestida elegantemente que viene a comprar una muñeca que enviar a su hija. Inmediatamente, Therese se siente atraída hacia ella (¿adivináis como se llama?) y da rienda suelta a su pasión sin importarle las consecuencias.

Tenemos aquí una novela sobre mujeres. Los personajes quizá puedan parecer demasiado misteriosos y abstractos, pero desde luego merece la pena intentar ahondar en ellos.

St. Margaret School, a donde acudió Therese.
Therese es demasiado apática algunas veces, tímida, silenciosa. No manifiesta sus sentimientos abiertamente y no es afectuosa con nadie. Diríase que la gente misma le molesta: ella solo desea estar a solas en su casa realizando maquetas de escenarios imposibles, soñando con poder trabajar en un teatro algún día. Su relación con Richard no la llena, pero al menos él es el único hombre de todos con los que ha estado que la respeta. Además, él tiene una familia, cosa que Therese añora, con lo cual no puede evitar aceptar su relación aunque solo sea por sentirse un poco arropada. No hay que olvidar que de niña esta chica fue abandonada a la tierna edad de ocho años por su madre después de que su padre -un pintor de poco talento- muriera y ella se casara con otro hombre, prefiriendo cuidar del hijo que tiene con este y enviando a Therese a un internado católico para niños huérfanos. Sin embargo, esta vulnerabilidad también esconde una fortaleza increíble: Therese se enamora de Carol desde la primera vez que la ve, y no se plantea si ese sentimiento está bien o mal, si cumple las normas, si va a ser marginada por ello de la sociedad... simplemente se entrega a él, con toda su alma, con una confianza y un arrojo del que pocas personas son capaces. Aquí un estracto de la novela donde Therese decide enviarle una tarjeta a la misteriosa mujer a la que acaba de atender,  una acción espontánea que luego da pie a su relación.  




A media tarde bajó a la primera planta y compró una tarjeta de Navidad en la sección de tarjetas de felicitación. No era muy especial, pero al menos era sencilla, en sobrio azul y dorado. Se quedó con la pluma pegada a la tarjeta pensando qué escribir: "Usted es magnífica" o incluso "La quiero", y por fin escribió muy deprisa algo dolorosamente torpe e impersonal: "Con un recuerdo muy especial de Frankenberg", y en lugar de firma puso su número, 645-A. Después bajó a la oficina de correos, que estaba en el sótano, y dudó ante el buzón. Cuando tenía la carta aún sujeta pero ya dentro de la ranura, se puso nerviosa. ¿Qué pasaría? De todas maneras, iba a dejar los almacenes dentro de unos días. ¿Qué le importaría a la señora H. F. Aird? Sus cejas rubias se enarcarían quizá ligeramente, miraría la tarjeta un momento y luego la olvidaría. Therese la dejó caer dentro del buzón.  








El personaje de Carol, por otro lado, me ha gustado mucho. Aparentemente es todo lo que una mujer desearía ser -al menos en el tiempo en el que se escribió la novela- hermosa, rica, de unos treinta años, casada con un hombre aún más rico y con una hija pequeña... Sin embargo, una vez que ha conseguido todo esto Carol se da cuenta de que no es lo que quiere, porque ella está realmente enamorada de Abby, su amiga de toda la vida, que la hace mucho más caso que su flamante -e insensible- marido. Las dos comienzan un affair que dura dos meses, ya que Abby está demasiado angustiada por su "comportamiento" y Harge, el marido de Carol, empieza a sospechar. Sin embargo, esta situación es la que da pie a que Carol quiera pedirle el divorcio a su marido, acción de la que este nunca se acaba de recuperar. Tal y como le explica Carol a Therese en una conversación, su marido es incapaz de aceptar que ella pueda sentirse atraída por otras mujeres.


-Lo que quiero decir es... seguro que debió ponerse celoso.

-Sí. Porque por más que se lo dijera de un modo u otro, supongo que lo que entendió fue que, durante un periodo de tiempo, yo había querido mas a Abby de lo que le había querido nunca a él. 



 
Carol puede parecer frívola al principio, pero nada más lejos de la realidad. Aunque ella tiene mucho que perder (posición social y sobre todo, la custodia de su hija, Randy) se niega a ocultar su sexualidad o la evidente atracción que siente hacia la joven Therese, llegando a ser la que lleva la voz cantante en la relación.



Los personajes secundarios, Richard y Abby, están dibujados también con maestría. La amiga de Carol aparece como una mujer algo mayor, aparentemente extrovertida y algo alocada, pero de la que se intuye una especie de tristeza o resignación. Quiere a Carol y cuida de ella durante toda la novela, pero deja bien claro que no va a abandonar su vida -su marido, sus hijos- por un sentimiento que la gente considera repugnante, así que prefiere un lugar discreto junto a Carol, aunque esto signifique renunciar al amor -más allá de la amistad- que siente por ella. 

En cuanto a Richard, es un hombre aparentemente amable y considerado de ascendencia rusa. Quiere a Therese, pero confunde su desinterés sexual por recato -parece ser que los hombres prefieren a las guarras para follar y a las santas para casarse con ellas, hablando mal- y se niega a aceptar que Therese ame a una mujer, llegando finalmente a odiarla intensamente por ello. Aquí un estracto de la carta que le escribe para despedirse de ella, y que es un fiel reflejo de lo que muchos hombres de la época sentían:



[...] y ahora la máxima emoción que siento por ti es algo que estaba presente desde el principio: disgusto. El que te hayas atado a esa mujer excluyendo a todo el mundo, en esa relación que ahora se habrá vuelto sórdida y patológica -estoy seguro-, es lo que me disgusta. Sé que no durará, y lo dije desde el principio. Lo lamentable es que más adelante tu misma lo lamentarás, y tu disgusto estará en proporción a la cantidad de tiempo de tu vida que malgaste con ello. Es algo desarraigado e infantil, como alimentarse de flores de loto o de cualquier otro dulce enfermizo en vez de con el pan y la carne de la vida. [...] Pero estoy hablando con sentido común y probablemente tú no puedes entender una sola palabra. Excepto quizá una cosa: no quiero saber nada de ti.

Sin embargo, lo verdaderamente sorpredente de la novela no es la historia que presenta, si no su final, que podría considerarse feliz, y que fue toda una revolucíón en una época en la que estaba prohibido presentar a personajes homosexuales -y si se hacía había que incluír un final con suicidio incluído o un relámpago de razón de y sentido común que les hiciera regresar a la bendita vía de la heterosexualidad-.


 Porque Therese no se queda con su novio, y aunque Carol pierde la custodia de su hija, quiere seguir viendo a su amante y comenzar, de hecho, una vida juntas, porque ha entendido que, si bien la sociedad la rechazado con el peor de los castigos (le arrebatan a su propia hija por considerar a su madre una peligrosa influencia) no por ello va a dejar de vivir como siente, lo que la hace, a mi modo de ver, el personaje más fuerte e interesante de la historia. Dice ella:

-Me negué a hacer un montón de promesas que él [su marido] me pedía, y ka familia también se metió de por medio. Me negué a vivir según una lista de estúpidas promesas que ellos habían confeccionado. Parecía una lista de delitos menores. Aunque eso significaba que me iban a apartar de Rindy como si yo fuera un ogro. Y así ha sido.


La autora, Patricia Highsmith.

Aquí dejo constancia pues de esta novela, que quiá hoy en día parezca demasiado sencilla, comedida, pero que en su tiempo una mujer se atrevió a escribir -aunque fuera con un pseudónimo- para demostrar que algo más que la perfecta familia americana era posible, que la homosexualidad no era una enfermedad que arrastraba a sus víctimas al pecado y que el amor entre dos mujeres puede, en ocasiones, ser más fuerte que otros lazos como la maternidad o el noviazgo, considerados prácticamente como "deberes" del sexo femenino.

Ahí queda.






lunes, 28 de mayo de 2012





Un avance en el tratamiento. Es como quitar los ruedines a la bici. La búsqueda del equilibrio.

domingo, 27 de mayo de 2012





Hoy es uno de esos días en los que, después de haber estado escribiendo como una loca durante una semana... pues no lo veo, no lo veo nada claro. A veces el arte es un poco como beber: cuantas más copas más brillantes son los colores, más simpáticos los amigos, más alucinantes las fiestas. Pero siempre llega el momento del bajón, cuando todo termina y de repente ya no te apetece ni mirar a quien duerme a tu lado, y solo piensas en salir corriendo por una puerta o una ventana -el caso es huir-.


miércoles, 23 de mayo de 2012






¿Quién dijo que la carrera de médico era dificil? Bah, tonterías. Y si no que se lo digan al protagonista de esta ecantadora -y sobre todo optimista- película.



El truco principal de este muchacho -moreno y bien parecido- es tomarse las cosas con mucha calma. Cuando le viene algún efermo especialmente chungo, de esos que hay que operar a todo riesgo, el hombre pide un minutillo antes para echar un cigarrito, momento que aprovecha para correr a su casa, buscar en la biblioteca del anterior doctor un manual y leerse el capítulo conveniente en tiempo récord y regresar tan tranquilo operar, con la información bien fresca.



Total, como la gente de ese pueblo perdido en medio de la estepa rusa prefiere consultar a los hechiceros, los pocos enfermos que sobreviven a estas prácticas mágicas ya llegan medio muertos a consulta, con lo que si el médico los remata entra dentro de lo previsible, y los salva... bueno, entonces es que el tío es muy bueno. ¿Qué más se puede desear?

Ah, sí, y trato especial para las pacientes jóvenes que vienen a hacerse exploraciones ginecológicas...

Un poco más abajo, doctor...











Alguna vez hay cosillas desagradables, gajes del oficio, más que nada. (Por cierto, mítica la escena de la mujer que viene con un brazo podrido. "¡¿Por qué ha tardado tanto, señora?! Ahora habrá que amputar", "Sï, lo sé, es que tenía muchas tareas que hacer y no encontraba tiempo para venir". Estas matronas rusas, madre mía, están hechas de hierro.



 

El único problemilla de este chavalín es que es un poco blando, y claro, el primer día, con este afán que les entra a los méticos de salvar vidas pues le hace el boca a boca a un pobre aldeano que se muere de difteria (mientras el desgraciado babea y regurgita, la verdad es que hay que concederle mérito al médico) y claro, no solo no consigue salvarlo si no que además le tienen que vacunar de difteria por eso de que es el único doctor en kilómetros a la redonda y no sería gracioso que se les fuera al otro barrio a las primeras de cambio. Y la vacuna le hace reacción adversa. Lo que pasa que él no puede aguantarse como hemos hecho todos -bueno, la verdad es que el ibuprofeno entonces no existía- así que tenía que petarse a morfina, y desde entonces se vuelve adicto, arrastrando con él a una de sus trágicas amantes, -maticemos, la amante se arrastra ella solita: "yo te volví adicto a la morfina (fue al enfermera que le pinchó la primera vez) pues ahora me auto-castigo volviéndome adicta yo también para ver qué se siente")-.




Genial, ahora en vez de un yonki tenemos dos.



En fin, ya sabéis lo más importante que nos enseña esta peli: si antes de meterte a quirófano tu médico se va "a fumar un cigarrito" huye para morír al menos en un lugar bonito y no en una deshumanizada sala con olor a esterilizante y alcohol.


(Aquí os dejo el trailer, no existe en en español ni subtitulado, pero la palabra "morfina" en ruso se entiende perfectamente).


lunes, 21 de mayo de 2012






“When I was ten years old, I came to realize that “the human will die someday”. And I got so afraid of death that I could not get out of my house at all. Since then I got anxiety neurosis and have been living with it. Therefore, this disease has influenced my life. And the consciousness of death which I always have influences my creation a lot. Then I will tell you how they influence my works.
With the action of binding, I can express “Captivity by others” and can also express “Self Captivity in mind”. And those expressions also reflect the condition that all my life was bound to my obsession due to neurosis…  





…Repeating those photographic shootings, I gradually got familiar with death and now I got a harmony agreement with it. This may have been due to the fact that I take eros for a primitive religion. So I add a kind of magical story to the models’ eros held in the garret, and fix it on the developing paper, and regard it as my own “Ikon”.
This is my new way of relationship with death because I do not have any religion.” 


Ken-Ichi Murata

(Zottino, M., 2009, Ken-Ichi Murata, Who Killed Bambi?, http://www.whokilledbambi.co.uk/2009/04/ken-ichi-murata/, date accessed 20/05/2012) 



"Cuando tenía diez años, comprendí que "a todo ser humano le llega la muerte". Y me entró tanto miedo a morir que no podía ni siquiera salir de casa. Desde entonces he tenido ansiedad neurótica y he estado conviviendo con ello. Por lo tanto, esta enfermedad ha influído en mi vida. Y la conciencia de la muerte que siempre he tenido a influenciado mucho mi obra. Seguidamente les diré como ha influenciado mis trabajos.
Con la acción de fijar, yo soy capaz de expresar "lo que otros captan" y también "lo que yo mismo capto en mi mente". Y estas expresiones reflejan, del mismo modo, la condición obsesiva de mi neurosis...


...Mientras sacaba una y otra vez estas fotografías, gradualmente la muerte se fue convirtiendo en algo familiar, y ahora tengo un acuerdo de armonía con ella. Esto podría quizá deberse al hecho de que he tomado a Eros como una religión primitiva. Así que, a las modelos de Eros que posan en el desván les añado una especie de historia mágica, y durante el proceso lo combino todo sobre el papel, y lo considero mi propio "Icono".

Esta es mi nueva manera de relacionarme con la muerte, porque no profeso religión alguna." 

 

miércoles, 16 de mayo de 2012




Hoy vengo a hablaros de Los Juegos del Hambre. Hace poco vi la película, y tras comprobar que me había quedado clavada en el asiento más de dos horas (cosa inusual para mí, que qué no habré visto ya en cine), pensé que no estaría mal leerme los libros. Por entretenerme ahora que estoy de exámenes y eso.

He de decir que koneko33, personaje que de pascuas a ramos comenta en este pequeño espacio me llevaba media vida torturando psicológicamente para que me leyera aquellos tres libracos (de los que, por cierto, yo le regalé el primero) y al fin, habiéndolo hecho, tengo mucho que contar.




Ah, y por si a caso lo dudábais, esta crítica va a ser subjetiva, (esto es, voy a decir precisamente lo que me apetezca) y contiene tantos SPOILERS como un campo de alegres margaritas repleto de minas. Así que, mentes sensibles, obsesas de la objetividad o personas que pretenden leer el libro con algo de intriga, absténgase, gracias.

Allá vamos.

Mi historia con Los Juegos del Hambre empieza hace más de dos años en el Fnac. Había toneladas del primero de los libros (me encanta la manera que teien el Fnac de hacer propaganda de los bet-sellers, a veces solo les falta meterte uno en la boca cuando entras y otro cuando sales) así que cogí uno, me senté en las escaleras y leí por encima los primeros capítulos, hasta el sorteo de la cosecha. La mujer esta tan adorable, Effy Trinqnosecuantos saca una papeleta y yo pensando "va a ser la hermana" y era la hermana. Pum, cerré el libro y lo dejé en la enorme torre de ejemplares, adios.

¿Qué queréis que os diga? Me gusta que los libros me sorprendan, cuando una ha leído tanto, sobre todo los clásicos -y no quiero parecer pedante, pero os sorprendería saber lo cansino que es ver como en literatura se copia todo incansablemente durante siglos, menos mal que el arte no es el qué si no el cómo..-.




Luego empezó el fenómeno fan, la gente que decía que lo leyeras, la peli... La protagonizaban actores que me gustan, y el trailer tenía fuerza, así que fui a verla. Y, aunque no es mi peli favorita, hizo que me interesara por saber cómo demonios acababa la historia. Y, ¿sabéis qué? Bueno, pues que no solo me enganchó (los dos últimos libros leídos en una semana llena de exámenes) sino que me gustó mucho más de lo que estoy dispuesta a admitir.


Para empezar, la historia no va de un triángulo amoroso, como ciertas personas -no estoy acusando a nadie- intentaron hacerme creer. ¿El rollo romántico PeetaxKatnissxGail? Venga ya... El libro no va de eso, o al menos, a mí no me dejó esa idea. El libro va sobre la guerra.





Sí, la guerra. Puede que en el primero no se note mucho, pero en los siguientes queda claro. Guerra, violencia y nación. De eso nos habla su autora a través de los personajes de Panem -nombre que viene, recordemos, de la famosa frase latina Panem et Circenses -¿recordáis cuándo unos párrafos más arriba hablé de los clásicos?- y que es un Estados Unidos del futuro -o lo que queda de él-.

En este lugar tan interesante, resulta que vive el Capitolio, esto es, una ciudad supermegachula dónde sus habitantes se entretienen pintándose la piel de colorines o poniéndose bigotes de gate, y luego los doce Distritos, que vienen a ser como estratos donde viven los obreros que se dedican a mantener al Capitolio dedicándose a diversas tareas como la minería, la recolección, la pesca... etc. El Capitolio, de hecho, recuerda a una especie de Roma desfasada -esa deliciosa costumbre que tienen de celebrar banquetes pantagruélicos en los que los asistentes se provocan el vómito de tanto en tanto para poder degustar todos los manjares ya la tenían en tiempos de Calígula- o quizá un Hollywood como el de ahora, con sus platós y reality shows en los que pululan actores y actrices como polillas, interpretando una farsa que es la que admira el mundo entero.




Me gusta el escenario que ha elegido la autora, porque nos habla de algo muy interesante, de la fuerza de la imágen, primero, y segundo, de cómo los medios de comunicación son un instrumento con el que se puede manipular a las masas.

Claro que habrá el que diga que no, que el ser humano es un animal racional y lo suficientemente listo como para discernir, y qué demonios es eso de la manipulación. ¿Manipulación? La censura -existente, y ya se vio lo de los premios Marx al teatro, excelente ejemplo aquí en España- o los modelos que la televisión nos vende, de mujeres sin un pelo, maquillaje y delgadas hasta lo que en otros años se hubiera considerado enfermedad. Los hombres fuertes, violentos e insensibles. Los gays graciosos que siempre son decoradores. La familia de toda la vida: mamá, papá y los niños. El amigo negro es el que siempre muere en las películas americanas (¿os habéis fijado? y si no comprobad las estadísticas) y las mujeres siempre perdonan y lloran, y en el último momento no son capaces de apretar el gatillo porque son demasiado buenas.  Y no hablaré del fútbol y su equipo de héroes nacionales (¿de verdad son humanos o bajaron directamente del Olimpo?) porque sería aburrido.

Todo esto son ejemplos, y más que podría citar -también hay excepciones, naturalmente, pero no estamos hablando hoy de esto- y la realidad es, que sí, los medios de comunicación tienen poder en la democracia, de hecho, son su sustento.

Cómo iba diciendo, en este libro se habla de la manipulación de los medios. Venga, es cierto. Más entretenido que el Gran Hermano ese, sería ver Los Juegos del Hambre en directo cada noche. Puede que alguno ponga caras, pero de emitirse un programa así, estoy segura que, una vez superado el obligado horror inicial, causaría furor. ¿Por qué? Porque los romanos adoraban las luchas de gladiadores, la iglesia quemaba brujas... y todos corrían ahí para verlo en primera fila. Se llama morbo.




Porque todo se graba. Y las guerras, como demuestra esta historia, aún más. Graban los de un bando y de otro -me encantó esa parte en el tercer libro- y la verdadera lucha no es la de los cientos de civiles siendo bombardeados en un hospital, sino la que se alterna en las cámaras, que no muestran la realidad -los que hemos actuado bajo los focos los sabemos bien- sino una caricatura de la misma. Para bien o para mal.

Y luego está ella. La protagonista. He oído decir que es insensible, fría cual témpano de hielo o directamente incomprensible. Pero, honestamente, yo no creo nada de eso. Es más, desde mi humilde opinión me gustaría defenderla como un personaje realista y bien formado. No digo que sea la alegría de la huerta o la más sexy, pero a ver, pongámonos en antecendentes.

Vivo en lugar un poco deprimente y chungo llamado distrito 12 dónde la gente se gana la vida en esa procesión tan segura y cómoda que es la minería. Mi padre muere atrapado bajo tierra cuando soy una cría. Mi madre se queda en estado catatónico sin poder cuidarnos a mi hermana pequeña y a mí, y yo misma, apenas habiendo entrado en la adolescencia, tengo que sacar adelante a toda la familia. Estoy a punto de morír de hambre. Aprendo a cazar en los bosques aunque sea ilegal, y mi única alegría es mi dulce y adorable hermanita pequeña que además tiene un nombre muy simpático que es Primrose. Llega la fiesta de la cosecha y su nombre, del que encima yo me había asegurado de que solo hubiera una papeleta, sale. No me queda otra que presentarme voluntaria. Voy a Los Juegos del Hambre una vez. Voy a Los Juegos del Hambre una segunda vez. Veo morír amigos, compañeros. Destruyen por completo el lugar en el que vivo y me meten de sopetón en una guerra. Y no hablaré de como van a acabar las cosas.

¿Y en este clímax tan agrdable tengo que pensar en si el rubio o el moreno?

Vamos, honestamente. La pobre niña bastante tenía con no haberse liado a disparar flechas por ahí, por mucho menos los hay que han perdido -completamente- la cabeza.

Y aún así, ella permanece íntegra, porque al final, en todo su dolor, es capaz de ver la que, a mi modo de ver, la única verdad en una guerra. No hay vencedores, solo vencidos. La violencia engendra violencia. El dolor es solo dolor. Y la muerte se lo traga todo. No importa cómo intenten vendérnoslo, arrebatar la vida se llama asesinato.


Por eso ella no apunta al corazón del presidente Snow en lo que, para mí, es lo mejor de toda la novela. Esa escena en la que Katniss decide, y hace lo que quiere, y derriba ese símbolo, el del control, el de la mujer que ha desbancado a un dictador cruel siendo aún más cruel. Porque esa es la única manera de ganar un imperio.



Y el final. ¿Qué queréis que os diga? La frase final me parece preciosa. El epílogo lo hubiera suprimido, porque con ese último diálogo, yo ya iba servida. Sí, siempre me gustó Peeta, porque es una persona optimista y ama. Amar es un verdadero placer en sí mismo, y es liberador, yo no lo veo como una debilidad. Cuando tienes tan poco, cuando todo se tambalea (léase hambruna, pobreza, injusticia) cada uno se aferra a lo que puede. Además, todos vivimos por algo. ¿Y qué si es otra persona? Porque yo sí que vi amor en esa relación, un amor adolescente, pero honestamente, cuando alguien te salva la vida o tú se la salvas a él en algo tan crudo como Los Juegos del Hambre tiene que significar algo. Y recordemos que la famosa idea de las bayas fue de Katniss...

Claro que si luego te obligan a ponerte cursi delante de cien mil cámaras a una se le quita parte de la pasión, sobre todo porque los sentimientos no pueden forzarse.

Claro que si al otro se lo queda el Capitolio pues no va a ser precisamente para hacerle cosquillas...

Pero si al final, después de todo ese dolor y destrucción, cuando les han arrebatado todo aquello que alguna vez les importó (a Katniss su hermana y a Peeta el amor que sentía por Katniss) son capaces de levantarse e intentar hacer algo hermoso juntos... Bueno, pues entonces es un buen final.



"Peeta y yo nos volvemos a acercar poco a poco. Sigue habiendo momentos en que se agarra al respaldo de la silla y se aferra a ella hasta que acaba el flashback, y yo me despierto a veces gritando por culpa de las pesadillas con mutos y niños perdidos. Sin embargo, sus brazos están ahí para consolarme y, al cabo de un tiempo, también sus labios. La noche en que vuelvo a sentir el hambre que se apoderó de mí en la playa sé que esto habría pasado de todos modos, que lo que necesito para sobrevivir no es el fuego de Gale, alimentado con rabia y odio. De eso tengo yo de sobra. Lo que necesito es el diente de león en primavera, el brillante color amarillo que significa renacimiento y no destrucción. La promesa de que la vida puede continuar por dolorosas que sean nuestras pérdidas, que puede volver a ser buena. Y eso solo puede dármelo Peeta.

Así que, después, cuando me susurra:

-Me amas. ¿Real o no?

Yo respondo:

-Real."


¿Qué más puedo decir?




Sí, me ha llegado al alma.

martes, 15 de mayo de 2012



Todos los domingos había comida familiar en casa del inspector, que se jactaba de que no solo se le daba bien lidiar en ese terreno salvaje y lleno de confusas sombras como el la justicia, sino que también sabía preparar unas paellas deliciosas. Eso -decía él-se debía a esos dedos ágiles, acostumbrados a apretar con certeza letal el gatillo, pero sobre todo a una condición indispensable: había nacido cerca del mar, en esas tierras donde el arroz tiene el color del sol y su delicioso aroma se mezcla con la brisa salada.

Solía invitar a los compañeros veteranos, a aquellos a los que les blanqueaba el cabello, tenían una retaíla interminable de anécdotas y que cuando hablaban de política se ponían colorados y alzaban la voz. Entre aquel grupo de hombres barrigones vestidos con camisas de manga corta y cuello abierto se podía encontrar uno o dos de los oficiales jóvenes. Solían pasar desapercibidos porque casi nunca hablaban, y la mayoría del tiempo se dedicaban a degustar el arroz o responder con cierta timidez las preguntas de la mujer del inspector, una mujer menuda pero de mirada inteligente que trabajaba en una biblioteca y una tarde al mes dirigía, junto con su marido, el club de lectura.

La rutina siempre era la misma: todos estraban por la puerta, donde el isnspector, siempre sonriente, les recibía, como la perfecta anfitriona. Su mujer solía estar sentada en el sillón, leyendo, con las gafas puestas. Siempre iba vestida con blusas amplias de colores brillantes y estampados étnicos, y debajo unas mayas oscuras. Era una mujer atractiva, aunque rebasaba la cuarentena aún era joven, y sus ojos oscuros tenían un brillo inteligente, el de las personas pragmáticas. Se podía hablar de ella de cualquier cosa, aunque tenía una lengua muy afilada y de tanto en tanto sus comentarios escandalizaban a los hombres de la justicia.

De vez en cuando, si invitaban a algún chaval nuevo, mandaban a la hija a buscarlo a la para del autobús, unas casas más allá, porque el acceso al chalet no era fácil de encontrar. Los veteranos del grupo habían visto crecer a esa niña silenciosa que era la viva imagen de la madre, y ahora se había convertido en una jovencita encantadora de esas que van con la cara lavada, el pelo recogido en una cola de caballo, y una sonrisa amable ante el mundo.

De las que ya no quedan, vamos. Eso se decían entre ellos.

A la chica no le gustaban en realidad las comidas. Aborrecía la paella de tanto comerla y no le gustaba que la intimidad del hogar quedara invadida por una manada de gritones y envalentonados policías que habían pasado de despeinarle el flequillo con sus caricias a lanzarle disimuladas miraditas cuando su padre estaba en la cocina preparando el arroz antes de sacarlo y su madre tenia la vista clavada en su libro.

Sin embargo, de entre todos ellos, había uno que le caía lo suficientemente bien como para responder a sus preguntas con algo más que monosílabos. Era de los jóvenes, y aunque no era nada guapo, al menos sí divertido a la manera en la que a ella le gustaba, es decir, contaba algo más que los chistes verdes a los que la tenían acostumbrada el resto de la tropa.

Era moreno y no muy alto, de ascendencia mejicana, aunque no tenía acento. La cabeza rapada, los ojos grandes, negros y dulces, el rostro redondeado y los labios carnosos. Su edad rondaba los treinta o treinta y cinco, tenía el cuerpo de un deportista aunque se le empezaba a notar un poco de tripa por encima del cinturón. Cuando hablaba con la chicha y ella le tomaba el pelo, sus ojos negros relucían con unas chispitas sagaces, mientras seguía la broma. La hija del inspector pensaba que era un tipo de lo más astuto. Además, era detective.

Una tarde como tantas otras la comida se terminó y el inspector y su mujer despidieron a los invitados y se marcharon rápidamente al club de lectura. Dickens era el autor del mes de marzo.

Ella se quedo sola, observando su reflejo en el enorme espejo de la entrada. Cuando llamaron a la puerta y era él, el detective, la chica supo que nunca se había marchado, sino que había estado esperando a que los padres abandonaran la casa. Repasó mentalmente todas las veces que se habían mirado, y las numerosas insinuaciones, como ella había lanzado el balón pero él había corrido siempre a recogerlo, aunque con bastante elegancia, todo hay que admitirlo. La situación era un poco extraña porque ella tenía solo diecinueve años, el pelo revuelto y se le veía un tirante del sujetador blanco a través del cuello abierto de su camiseta de manga larga, decorado con un motivo infantil. Solo había estado jugando, pero no estaba asustada.

Si hablaron fueron pocas palabras, algo de conversación insustancial, mientras él entraba de nuevo en la casa y dejaba como si nada la gabardina negra que siempre llevaba -al estilo de alguna película Hollywoodiense- en el mismo sillón donde no hacía tanto tiempo había estado su madre. Antes de que quisieran darse cuenta él la estaba besando con violencia mientras subían las escaleras, aspirando el olor a sudor mezclado con el champú de limón que usaba la joven, acariciando esa piel tan suave, sintiendo el cuerpo menudo y frágil latiendo bajo el suyo, respondiendo a su ímpetu. Probablemente él hubiera querido llegar a la habitación de la chica, quizá a la cama, pero como no conocía la planta de arriba de la casa y la hija del inspector no pareciera prestar atención al detalle, acabaron en el baño. Ella se bajó los vaqueros con los bajos deshilachados y el se quitó la camisa oscura dejando al descubierto el torso de piel morena y suave vello oscuro. Con la urgencia de un deseo acumulado durante varios meses, él la cogió en brazos -su cuerpo grácil, que se revelaba sorprendentemente hermoso bajo aquellas capas de ropa- y la sentó en el lavababo. En ese momento la chica abrió los ojos, mientras sentía el frío cristal del espejo en su nuca, y supo lo que iba a pasar en los difusos momentos en los que escuchaba el chasquido del plástico al rasgarse. El juego había ido demasiado lejos y ella nunca había pretendido sobrepasar el umbral, pero ya era demasiado tarde. Cuando quiso abrir la boca, solo un gemido ahogado salió de su garganta. Él le abrió las piernas y sintió su humedad -su cuerpo la traicionaba- así que entró con decisión, mientras no dejaba de besarla, en los párpados, la nariz, la barbilla, el cuello.

Era una sensación placentera, pensó la chica, aunque no era así como había pensado perder su virginidad con un hombre. Le gustaba el olor a after-shave de él, intenso y masculino, no estaba acostumbrada. La manera en que lo sentía moverse dentro de ella era nueva, y cuando él se corrió y se separó, pudo ver su sexo, de un tamaño nada despreciable y que no acababa de entender como había entonces encontrado cabida en la modesta abertura de su cuerpo.

Mientras él intentaba recuperar la respiración y se abrochaba los pantalones, ella se bajó del lavababo, se quitó los calcetines, la camisa y el sujetador, y empezó a llenar la bañera. Había supuesto que él se marcharía en cuanto la viera preparar el baño, o que al menos le dejaría un poco de intimidad. Estaba claro que ya había tenido lo que había venido a buscar -el sexo- y la había pillado desprevenida con el cuerpo ansioso de carne, afortunado él. Pero ahora, ¿por qué seguía ahí?

Se metió en el agua, deliciosamente cálida, y empezó a limpiarse si ningún pudor, mientras dejaba que sus miembros se adormecieran poco a poco.

El detective la miraba, silenciosamente, con una expresión indescifrable. Finalmente, se sentó en el suelo, con los brazos apoyados en el borde blanco de la bañera. Sonreía. Ella se mordió el labio inferior. Quizá no había venido solo por el sexo, después de todo.

-Estoy con alguien -dijo ella, finalmente.

-Mmmmh -él siguió mirándola, sin dejar de sonreír- me lo suponía.

No ha venido por el sexo, se dijo por segunda vez. Y era cierto. En sus ojos, que recorrían ahora cada centímetro de su cuerpo, en la tranquilidad con la que él asimilaba la información que le estaba dando, aunque sin poder ocultar un brevísimo instante de decepción, había algo más que deseo.

-Es una chica -continuó la hija del inspector, haciendo círculos en la superficie cristalina del agua. Luego levantó la mirada para observar su reacción.

-Ah -dijo él, frunciendo el ceño-. Bien -dijo finalmente.

Siguieron mirándose. Él era mayor, no era guapo, pero en realidad ninguna de esas dos cosas le importaban demasiado. Le gustaba más su conversación, la manera que tenía de mirar el mundo con curiosidad, la sinceridad con la que le había hecho el amor, entregándoselo todo en aquellos momentos, aunque hubieran sido breves.

-No me siento bien con esto... -dijo la chica al fin, con voz ahogada.

Él le cogió la mano, suavemente. La de ella, blanca y de dedos largos, encajaba perfectamente en una de las de él, enorme y cálida.


Se había enamorado.





jueves, 10 de mayo de 2012




Últimamente todo parece oscuro. Me refiero a las personas que nos gobiernan, las medidas que aplican, el descontrol. Cada uno lo ve a su manera, naturalmente, y a mí no me gusta pronunciarme sobre política, porque ni sé ni quiero saber, ¿entendéis?

Pero algo tengo claro, y es el estribillo de esta canción.

Every time you close your eyes,
lies, lies



Así que mantenedlos abiertos.

 REBELLION (Lies) -Arcade Fire

Sleeping is giving in,
no matter what the time is.
Sleeping is giving in,
so lift those heavy eyelids.
People say that you'll die
faster than without water.
But we know it's just a lie,
scare your son, scare your daughter.
People say that your dreams
are the only things that save ya.
Come on baby in our dreams,
we can live on misbehavior.
Every time you close your eyes
Lies, lies!
Every time you close your eyes
Lies, lies!
Every time you close your eyes
Lies, lies!
Every time you close your eyes
Lies, lies!
Every time you close your eyes
Every time you close your eyes
Every time you close your eyes
Every time you close your eyes
People try and hide the night
underneath the covers.
People try and hide the light
underneath the covers.
Come on hide your lovers underneath the covers
come on hide your lovers
underneath the covers.
Hidin' from your brothers
underneath the covers,
come on hide your lovers
underneath the covers.
People say that you'll die
faster than without water,
but we know it's just a lie,
scare your son, scare your daughter,
Scare your son, scare your daughter.
Scare your son, scare your daughter.
Now here's the sun, it's alright!
(Lies, lies!)
Now here's the moon, it's alright!
(Lies, lies!)
Now here's the sun, it's alright!
(Lies, lies!)
Now here's the moon it's alright
(Lies, lies!)
Every time you close your eyes
Lies, lies!
Every time you close your eyes
Lies, lies!
Every time you close your eyes
Lies, lies!
Every time you close your eyes
Lies, lies!
Every time you close your eyes
Every time you close your eyes
(Lies, lies!)

http://www.youtube.com/watch?v=j_aFmziaRdU



domingo, 6 de mayo de 2012




Quedarse dormida en el autobús es una de las cosas peores que puede pasarte, pero que sea a la una de la madrugada es aún más fuerte, porque de repente te encuentras en un lugar extraño -un pueblo, pueblucho de casas ruinosas, jurarías que las líneas de Madrid no llegan tan lejos- y es de noche, y hace mucho frío, y ningún autobús pasará hasta la mañana siguiente, cuando empiece a salir el sol.

Y estás en ese sitio que ya he dicho no es precisamente agradable -un viejo con un perro te mira con desconfianza- pero sabes que no te queda otra. Solo hay montañas, oscuridad, frío y silencio. Y hay que esperar a que salga la luz.

Te sientas, arrebujada en un chaqueta que nunca te ha parecido tan fina. Los minutos pasan con cuenta gotas y das cabezadas. Es extraño, pero no tienes miedo, pese a todo, aunque la imagen de una cama calentita en una habitación de confianza es bastante recurrente.

Finalmente llegan las seis de la mañana, y la alegría de saber que pronto estará aquí el autobús para recogerte, pero entonces una avispa se te posa en la pierna desnuda y agh, te quedas quieta, petrificada, y esos treinta segundos que el bichito camina por tu piel son el doble de angustiosos que la noche que pasaste perdida en un pueblo cuyo nombre ni siquiera preguntaste.

Qué paradójico.

viernes, 4 de mayo de 2012




La profesora dijo en clase:

-¿Os habéis sentido alguna vez manipulados, como Miss Catherine Slooper, manejados -poor Catherine- as a puppets by others que se creían con ese derecho? Yo sí -afirmó, con dolorosa aceptación- y reconozco que es algo desagradable, descorazonador. A ver -y de repente en sus ojos ya no solo brillaba la autocompasión, sino el morbo- que levanten la mano aquellos que se hayan sentido alguna vez manipulados.

Varias personas lo hicieron, chicas y chicos. La profesora parecía estar consolándose ante este prospecto. Yo me paré a pensar. Me devané los sesos, buscando, entre tantos sentimientos desagradables el de sentirse manipulado... pero fue imposible. Es curioso, pero nunca me ha ocurrido. Naturalmente, he conocido a manipuladores, y he presenciado casos en acción, pero no sé, como contadora de historias, de cuentos y enrevesadas tramas en las que nada es lo que parece, soy capaz de distinguir la cruda realidad de todos los ornamentos, artificios y adornos que otros quieran ponerle. Vamos, que nunca me he tragado los cuentos de otros. Y no creáis que esto ha sido del agrado de mis compañeros, aquellos que se han sentido frustrados, rabiosos, de que no masticara obedientemente sus tretas hasta caer redonda, demasiado perdida en los enredos como para reaccionar.

Pero qué le vamos a hacer. Soy yo la que cuenta historias, en todo caso.

martes, 1 de mayo de 2012




Hoy pensé que quizá en vez de sufrir porque no soy así podría tomarla quizá como fuente de inspiración. Bueno, no lo pensé yo, en realidad me lo dijo el viejo. Pero es que el viejo también me dijo que esperara a encontrar un hombre, ese principe azul tan maravilloso con el que toda ls féminas sueñan.

Me paré a pensarlo -en aquel entonces- ya que, por extraño que parezca, yo nunca soñé jamás con ese príncipe, ni siquiera con algo que se le pareciera. Entonces me di cuenta -interesante revelación- de que en realidad el asunto no era que yo deseara a aquel príncipe, el asunto era que yo quería ser -en cualquier caso- el príncipe, la inspiración, el viento que empuja el barco, la fuerza que escruta nuevos caminos, la primavera que arrasa, la persona que seduce, la que se agacha sobre el cuerpo desprotegido y vulnerable que yace en el lecho.








Una tarda en conocerse a sí misma.