domingo, 6 de mayo de 2012




Quedarse dormida en el autobús es una de las cosas peores que puede pasarte, pero que sea a la una de la madrugada es aún más fuerte, porque de repente te encuentras en un lugar extraño -un pueblo, pueblucho de casas ruinosas, jurarías que las líneas de Madrid no llegan tan lejos- y es de noche, y hace mucho frío, y ningún autobús pasará hasta la mañana siguiente, cuando empiece a salir el sol.

Y estás en ese sitio que ya he dicho no es precisamente agradable -un viejo con un perro te mira con desconfianza- pero sabes que no te queda otra. Solo hay montañas, oscuridad, frío y silencio. Y hay que esperar a que salga la luz.

Te sientas, arrebujada en un chaqueta que nunca te ha parecido tan fina. Los minutos pasan con cuenta gotas y das cabezadas. Es extraño, pero no tienes miedo, pese a todo, aunque la imagen de una cama calentita en una habitación de confianza es bastante recurrente.

Finalmente llegan las seis de la mañana, y la alegría de saber que pronto estará aquí el autobús para recogerte, pero entonces una avispa se te posa en la pierna desnuda y agh, te quedas quieta, petrificada, y esos treinta segundos que el bichito camina por tu piel son el doble de angustiosos que la noche que pasaste perdida en un pueblo cuyo nombre ni siquiera preguntaste.

Qué paradójico.

2 comentarios:

Annell dijo...

Dependiendo de la persona, puede ser más mortal la picadura de una avispa que un pueblo viejo y feo, ¿no?

Lucy Diamond dijo...

><
Sí, un tanto paradójico, qué se le va a hacer..