lunes, 29 de agosto de 2011



No hagas eso, te quita años de vida... tal vicio, tal costumbre, te quita veinte, diez, tres, la mitad misma, ¿quién sabe cuantos? 

Años. Como si pudieran almacenarse, cuidadosamente catalogados, como las monedas, sellos, meros artículos coleccionables. Años. Pueden ser un lento discurrir, como el sol que lame la piel hasta quemarla y deshacerla. Una eterna angustia disfrazada de hastío. 

Muchos años pueden ser como la fruta que el avaro almacena en la despensa. Toneladas y toneladas de peras, manzanas y dulces uvas. No se da cuenta de que se van pudriendo, poco a poco, que la piel se ennegrece y agrieta dejando escapar un flujo amarillento; que sus formas empequeñecen antes de morir. Que lo que antes fue néctar de vida pura ahora no es más que un montón de deshechos podridos que se mezclan entre ellos, atrayendo moscas y toda clase de carroñeros que regocijan en su intensa peste y se alimentan de su descomposición.

Años. ¿Quién quiere años? Yo busco solo un instante, un segundo preciso y eterno, un momento que de sentido a todas y cada una de las acciones que he llevado a cabo en el tiempo restante. Y cuando llegue, todos los años del mundo serán polvo y ceniza, y mi aliento podrá desvanecerse en vuestro aire.

Hasta entonces, ningún fin es aún pensable.

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