jueves, 11 de agosto de 2011



Una de las imágenes terroríficas de mi vida fue aquella.

Bajo tierra, en la ciudad que cruza el Tamésis, nos atrevimos a perdernos entre la encrucijada de caminos mi compañera y yo, pensábamos que el simple mapa del metro sería suficiente: un mundo reducido a paradas y colores, bocas que se abren a la luz huyendo de los horrores de las profundidades. Las escaleras mecánicas eran enormes y se introducían hacia dentro con la misma majestuosidad como si lo hubieran hecho en el Averno. Había gente y muchas vías, no en vano nos encontrábamos en lo que dicen fue la capital del mundo y sigue siendo para sus orgullosos con-ciudadanos. Sin embargo, había ajetreo, máquinas removiendo las paredes, enlosándolas de loza blanca... Yo, llevada por mi curiosidad, quise acercarme más de lo debido, inspeccionar de cerca la obra, atravesar las barreras de plástico y tela que los trabajadores habían colocado para evitar que los transeúntes se mancharan de polvo y cemento seco. Y tras ellas vi... vi...

Emparedados, rellenando la pared, decenas, creo que cientos de cuerpos humanos. Miembros azulados, descompuestos, con la rigidez propia del Otro Mundo, rastros violáceos en el rostro, quizá algo que en otro tiempo fue la sangre que corrió por sus venas. Era un amasijo horrible de dedos, brazos, pies y cabezas, totalmente incomprensible, la muerte con seis letras, un terror inclasificable. Supe enseguida quienes eran, víctimas de algo que debería olvidarse, sus ojos abiertos como negándose a dejar atrás el recuerdo de una sangrienta madrugada. Y sin embargo no iban a ser enterrados, sepultados, convertidos en cenizas y esparcidos ante algún hermoso paisaje. Quien muere así, sin explicación ni ceremonia, ¿puede hallar la paz de esas maneras artificiosas? Sus almas prefieran quizá ocupar el espacio donde sus cuerpos mortales estuvieron por última vez, ser parte del terror y de los cimientos que resistieron los artefactos, por siempre jamás, sus huesos se mezclaran con la tierra que pisamos, sus sueños que nos llegarán a través del cableado eléctrico, serán sustento de ese reino sin luz.

Las piezas de loza blanca cubrían esta fosa común con calculada frialdad, los obreros no parecían reparar en lo angustioso de la situación, en como algunas manos y cabellos pendían del techo, casi negándose a desaparecer bajo aquellas cubiertas tan oportunamente colocadas para evitar provocar confusión y otros desagradables sentimientos en los usuarios habituales del metro...

Solo yo sé su secreto.

1 comentario:

Lucy Diamond dijo...

Estremecedor.
A pesar de eso, quiero verlo. Siempre he sido un poco "de esa forma", como dice mi madre.
>.< que horrible imagen.