miércoles, 21 de marzo de 2012
Ayer hice algo que no debía.
Mientras volvía a casa de la universidad, con unas compañeras, él también estaba. ¿Cuántas palabras hemos cruzado desde que nos conocemos? ¿Diez, doce? Se bajó en una parada. Yo lo hice en la siguiente -lo siento, chicas, es que tengo que ir a hacer unos recados, nos vemos mañana, adios- y cambié de vía para regresar a la parada en la que él se había apeado, ¿y sabéis qué? Que estaba ahí, esperándome... Le dije: me he equivocado, y él contestó ah, y yo pregunté ¿puedo acompañarte? sí, bueno, mi casa no queda lejos respondió.
¿Cuántos años tiene? Veinticuatro, no más de veinticinco, eso seguro. Pero es hermoso. Tiene un pelo fino, suave, entre rubio castaño, los ojos claros y el gesto serio. Totalmente fuera de lugar ese peinado con flequillo, esas gafas, como un niño, un estudiante. Es diferente.
Recordé que era argentino, pero no tiene acento. Le pregunté, ¿por qué no tienes acento? y él dijo que sus padres tenían acento pero que él no porque había venido a España con un año. Luego le pregunté por su apedillo alemán, y se rió, dijo que no tenía nada que ver con Alemania, que en realidad no sabía de dónde venía. Pero él si tiene cierto aire alemán, ¿sabéis? En cualquier caso se ríe mucho, y utiliza la ironía constantemente, pero evita mirarme a los ojos o alcanzar un tema de conversación que vaya más allá de lo trivial. Cuando era pequeño tartamudeaba, me confesó, sin vernir a cuento, mi corazón dio un vuelco, vaya, por fin algo más interesante, yo también tartamudeo, le dije, a veces, cuando hablo, lo hago sin querer y me da vergüenza... es porque pienso mucho y mis labios no pueden seguirle el ritmo a mis ideas.
Caminamos a través de los jardines artificiales de las diferentes urbaninaciones. Hablamos de cualquier cosa pero yo solo pensaba en lo mucho que me gustaría que él me follara. Estaba acariciando la idea de pedírselo directamente, porque caray, en estos casos, ¿para qué andar dando rodeos? Probablemente yo no le interese verdaderamente, pero, ¿quién puede decir que no a una oferta tan sincera?
Y así, al día siguiente, me acercaría a hablar con P. para contárselo, y él frunciría el ceño y me diría, ¿pero no es gay? con cierta tristeza, porque a él le gusta mucho T., lo sé, y yo sonreiría misteriosamente y le dejaría estar.
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2 comentarios:
¡Pues pídeselo! Nadie le hace ascos a un polvo (y menos contigo, nena *coolface*)
Interesante. Mucho.
Pero, triste, ¿no?
Besos!
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