miércoles, 7 de marzo de 2012




Hoy he terminado otra novela.

Llevaba escribiendo sobre ella desde noviembre o así, y hoy, al fin, para bien o para mal, he colocado el último punto. Ahora solo queda pulirla... Pero ya está terminada.

No recuerdo por qué la comencé, ni de dónde surgió la idea. Solo sé que el primer capítulo me costó mucho, pero en el segundo, cuando de verdad el personaje empezó a hablarme, yo sentí que un mundo entero se me abría... plagado de sombras y situaciones sorprendentes que solo tenian un punto en común: la sordidez.

Porque esta historia, al contrario que Coriander, que es su hermana, no tiene el sugerente aire de decadencia de la alta clase londinense, sino que ha sido un viaje a través de las cloacas, el suburbano y los agujeros más sucios de la capital del Imperio.

Sinéad, la protagonista de esta historia, es difícil de describir. Considero que los personajes femeninos son especialmente complicados de dibujar y tratar, al menos para mí. Las mujeres son todo un misterio, he de confesaros, queridos lectores y lectoras, even for me, one of them. Sin embargo, estoy contenta con el resultado. Porque este personaje ha sido especial, diferente, tan duro de crear como masticar un cubito de hielo, pero a la vez, siento que la quiero, que en parte soy ella, y que... que la voy echar de menos, aunque sea tan desagradable a veces, tan vulnerable; aunque su historia comience donde debiera haber terminado y aunque esté, de alguna manera, maldita por ello.

Y si fuera una canción, por cierto, Sinéad sería sin duda esta.

Como no sé explicarme más, dejo un estracto de la historia, que pertenece al segundo capítulo:

"Cuando Madame Redbutterfly hubo hecho de mí un ser humano de nuevo, capaz de comprender y expresarse, se dispuso a darme algo de identidad también.    
    -¿Cuál es tu nombre, querida? –me preguntó, con su voz grave y melódica, como las dos últimas cuerdas de la guitarra.
    Pero yo no supe responder, pues hacía tiempo que lo había olvidado, ya que nadie había vuelto a utilizarlo en más años de los que podía recordar.
    -No lo sé –contesté, vacilante, simplemente para demostrarle que la había entendido.
    Ella frunció el ceño. Un nombre era necesario. Todo, hasta las piedras, debía tener al menos uno. Estuvo pensando por unos breves momentos, hasta que finalmente sus ojos brillaron y su mano se posó suavemente en mi cabeza, casi como si me estuviera bautizando.
    -Sinéad –dijo, de manera que las sílabas se deslizaron desde sus carnosos labios hasta su lengua, y flotaron en ella como el caramelo que se disuelve poco a poco dejando tras de sí una perenne dulzura.
    No era casualidad. Era el único nombre irlandés que conocía y su manera de marcarme como tal. Puede que yo hubiera olvidado mis raíces, pero para el resto del mundo yo era irlandesa y ella inglesa;  este hecho marcaba una crucial diferencia, no importaba que mi familia hubiera podido ser de la misma élite del país y que la suya la hubiera arrojado a un pozo de miseria y basura nada más nacer. Yo siempre estaría por debajo, y ya que no hay nada en la piel o los ojos que pueda hacer diferenciar a los distintos habitantes de las islas, el nombre dado debía hacer, de ahora en adelante, esa función."



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