martes, 10 de julio de 2012
El amor da miedo. Se supone que el amor es supervivencia. Ese sentimiento, tan fuerte como arrebatador, no es más que una llamada de la genética, unos códigos escritos desde nuestra concepción que nos impulsan a salir de la tribu donde nos criamos en busca de posibles compañeras o compañeros con los que procrear.
La vida es, como la muerte, imparable. Es ajena a nosotros, a su manera, así que no intetemos comprenderla. Tanto ella como su tétrica compañera están presentes y nos acompañan de la mano aunque intentemos ignorarla.
Y amar... buscar el calor de otro cuerpo, encontrar una mirada en la que reflejarnos, no es más que la búsqueda de una nueva creación, así pues, nadie es vulnerable ni al amor ni al deseo ni a ese instinto de búsqueda, salvo, tal vez, los iluminados, y ellos no pertenecen ya a este mundo.
Porque estamos hehos para deshacernos de nuestras raíces, dejar el nido, y volar, y del rol de creación pasar al de inventor... moldearemos a otros de la misma manera en la que fuimos moldeados. Seremos el principio cuando antes fuimos solo un fin... somos ahora, (y siempre fuimos) la gallina y el huevo, y nunca existió primero uno y después otro porque eso es la vida, dualidad.
Aún así, tengo miedo, lo reconozco. Mi vida va a cambiar (ya empezó a hacerlo, de hecho, antes de que pudiera darme cuenta) y de repente me doy cuenta que ya no tengo donde cobijarme, y que, de hecho, debería empezar a pensar en ser capaz de dar cobijo a otros, por decir de alguna manera, ser fuerte, en líneas más generales, un árbol de frondosa y fresca sombra.
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