sábado, 23 de julio de 2011



Los que la han llamado pequeña capital no tienen ni idea de lo duro que es recorrerla a pie... ni de los días que tuve que invertir para ver solo una pequeña (pero eso sí, encantadora, como un pastel de limón con florecillas de nata) porción de ella.

Primero un largo viaje en tren, desde el corazón al extremo, desde la profundidad de un país ancestral hasta su primer ojo que mira hacia el mar y al continente: una oreja dispuesta a escuchar los sonidos de la civilización, sus normas y sus cánticos religiosos; una boca dispuesta a comunicarse aunque finalmente resultara que nadie alcanzara si quiera a entender su misteriosa lengua (pero, ¿realmente se tomaron la molestia de escuchar?); una mano tendida hacia ermitaños, viajeros, místicos y artistas.

Y sin embargo, aunque el viaje comenzó con algunos tímidos rayos de sol, tan pronto como la larga oruga metálica roza la urbe una intensa neblina lo envuelve todo: oscuridad y lluvia.




Cuando bajé del tren me esperaba, efectivamente, una de las peores tormentas, de esas en las que sientes que el paraguas no es más que un absurdo objeto de adorno que mejor estaría en la papelera más cercana. Para preguntar el camino hacia el Museo de Arte Moderno (que me habían recomendado visitar) tuve que preguntar a un taxista (esto también era una recomendación, se supone que los taxistas conocen la ciudad como la palma de la mano). Sin embargo, ese taxista sabía muy poco de lo que estaba preguntando, aunque quiso ayudar. Me pidió que me metiera en el coche con él para consultar un mapa. Tras unos segundos de duda (en los que mi imaginativo cerebro valoró la posibilidad de ser raptada y quién sabe qué oscuras torturas ser expuesta) entré, porque con tanta lluvia lo que era seguro es que iba a acabar ahogándome. El buen hombre y yo nos apañamos con su mapa de carreteras, y finalmente, gracias a la inestimable ayuda de este taxista anónimo encontré el dichoso museo.



Ponían una exposición de Frida Kahlo. Una de mis pintoras favoritas. ¿Podría ser mejor?

Sí. Era gratis para los estudiantes.

Tras una extensa visita por el edificio, y tras observar con precaución a unas alimañas que conspiraban en una fuente, me encaminé hacia el centro de la ciudad.


 Me habían comentado que no había pérdida; todo recto desde la estación. Y sí, no me perdí, Simplemente olvidaron mencionar el detalle de los 20 km, porque vamos, llegó un momento que aquí una humilde servidora, que adora caminar, ya no podía ni con su alma.






Y a todo esto ni siquiera había almorzado. Y chaparrones de lluvia (showers) cada tanto, para evitar un acaloramiento con mi marcha, claro, si es que estaba todo calculado...



Cuando alcancé un paradisiaco parquecillo, a penas podía creer que el destino me hubiera concedido un descansito. Y además, no llovía. Aproveché esos deliciosos minutos para engullir, con mal disimulada hambre canina, mi escueto pack lunch. Y justo cuando estaba en mi momento más placentero del día (el yogurt de chocolate con tropezones de galleta y bizcocho) escuché un trueno en la lejanía, acompañado por la repentina humedad de unas gotas sobre mi nariz. Aquello fue demasiado. En pie sobre el banco del parque, blandiendo mi cucharilla, no tuve reparo alguno en  pedir cuentas a los dioses. ¡Tan solo el yogurt... terminarlo...! No era tanto lo que pedía, ¿verdad? Tras este arrebato (que espantó a unos pobres turistas alemanes que andaban por allí) me dediqué a pasear por el parque: petirrojos, gorriones, urracas y palomas poblaban sus cielos... ah, sí, y unas gaviotas tamaño XXL que no solo se dedicaban a asustar a los mencionados animalitos, sino que además nos miraban a las personas con cierto resquemor... (Veáse aquí el tamaño de las gaviota comparada con una paloma bastante grande).


Como luego pareció que la lluvia me daba un respiro (ya me había arruinado la comida, que era lo que le interesaba, evidentememte) me entretuve caminando por las extensas avenidas de la ciudad, que exhiben una amplitud con la que desgraciadamente no podemos contar de Madrid. Todos los edificios son pequeños (la ley regula las alturas, es decir, los rascacielos están prohibidos). Las puertas de estos inmuebles aparecen siempre pintadas de alegres colores. Pero no os dejéis engañar: no se debe esta simpática costumbre al optimismo de sus dueños o a que sean artistas frustrados. Resulta que, por la mañana temprano, cuando uno viene del pub con una borrachera considerable, resulta mucho más fácil identificar tu casa si el color de la puerta es diferente al de las otras, claro está....



En estas andaba yo cuando descubrí el Museo de Ciencias Naturales. Una cosa modesta, (¡pero gratuita!) así que entre solo por mirar. Y quién me iba a decir a mí, el edificio resultó ser alucinante. Todo lleno de animales disecados, el ambiente era inquietante, perfecto para ambientar una película de terror. 


Mientras inspeccionaba las vitrinas cuidadosamente, descubrí... bueno, esto es increíble, agarraos. ¡Me descubrí a mí misma! Un pequeño shika japonés disecado, mirándome con ojitos adorables. Eso sí, para mi desgracia, el shika en cuestión era, dejando a parte lo de adorable, una rata grande sin cuernos ni nada, osea, bastante patético. Nada comparado con los monstruosos irish deer que había a la entrada. Me impresionaron muchísimo, ya que medían como unos diez metros de altura, con una cornamenta de al menos cuatro de ancho... (Ya sé que la foto está movida, pero es que, como estaban prohibidas, la tuve que sacar justo en el instante en que la recepcionista se dio la vuelta para sonarse los mocos, y claro...)



Finalmente, antes de marcharme, hice visita obligada a mi querido amigo, que espero que reconozcáis en la foto. Es la inspiración para muchos de los de mi especie, miradle ahí tan guapo peinado con su chaqueta de botones orientales y zapatos de punta... 



Lo que es más, por si no lo conocíais os dejo una cita suya de esas que marcan un antes y un después en la historia.

Ya para marcharme, avisté incluso un pedazo de cielo azul, lo cual me hizo sentir por primera vez en todo el día esperanzada. Pero no hay que dejarse engañar por tan hermosa vista, pues al volverme descubrí la cruda realidad: una tromba de furiosas nubes negras que me perseguían de camino a la estación. He aquí el contraste, y os juro que era en la misma calle:
La vida es bella...

...¿o no?



1 comentario:

Annell dijo...

¡La madre que parió al jodido irish deer! Madre del señor, es el maldito ciervo de la Princesa Mononoke!

Además, esa cebra tenía toda la pinta de moverse de un momento a otro. Y las cosas de la fuente daban mal rollete ;_; pero en fins.

Y que sepas que aunque no llueva tanto, el clima aquí en Las palmas (entiéndase, EN LA JODIDA ÁFRICA) está igual de loco.

¡El año que viene llévame contigo, jopé!

Kissus :3