viernes, 9 de septiembre de 2011




Hoy me arreglé para ir a cierto evento con mi compañera de la universidad.

No lo planeé, ni siquiera pensé en qué iba a ponerme hasta cinco minutos antes de tener que hacerlo. Pero cuando empecé a vestirme, con la incómoda agitación del que sabe que va a llegar tarde, simplemente nada encajaba en mi cuerpo. Las faldas parecían trapos, los vestidos fuera de lugar. Mis piernas sin depilar no podían verse de ninguna manera, no ese día, no con esa gente, no en ese sitio. Pero, por supuesto, me había podido la pereza, la rabia de quien se ve obligado a hacer algo que no quiere. Y llegaba tarde.

Fue por eso por lo que escogí los pantalones largos, el único par que tengo. Vaqueros, insoportablemente ajustados. La camiseta era normal, pero muy corta. No estoy acostumbrada a ver el contorno de mi silueta tan marcado, tan definido. De improviso necesitaba algo, lo que fuera, para cubrirlo, con esa desesperación adolescente de quien se niega a aceptar que las formas rectas y simples de la niñez ya han desaparecido para siempre.

Por eso revolví en mi armario hasta encontrar la camiseta de tirantes que hacía meses que no me ponía, luego las sandalias, hacía tanto calor...

Me miré al espejo de la entrada antes de irme. Oh dioses. No puedo explicar lo que sentí. Aquellos vaqueros ajustados a la moda, la camiseta de tirantes escotada, las sandalias. Un atuendo ordinario, pero no el mío. Ni siquiera el maquillaje era el adecuado. Porque era mirarme y no verme. Era verla a ella, mi compañera de universidad. ¿Cuál? No importa, una de tantas... Se había producido un cambio, una metamorfosis obligada, el insecto palo que se confunde entre el follaje para sobrevivir ante los depredadores. Pero me odié.

Porque, simplemente, la que me devolvía la mirada en el espejo, no era yo.

3 comentarios:

a dijo...

Tus palabras me recuerdan a mi última entrada. Quizá la situación no sea la misma pero de una forma u otra los dos textos tratan sobre un cambio latente, ya sea exterior o interior. Lo peor es que a veces los cambios no los produces tú sino alguien muy cercano a ti que te cambia poco a poco.

Y puede que no te guste. Pero todo es pasajero. Son sensaciones y cambios que dan paso a la metamorfosis real, esa en la que todos encontramos nuestro propio hueco. Porque debajo de la ropa (la que sea, cualquiera que lleves puesta) estás tú y sólo tú.

Lucy Diamond dijo...

Vaya.
Sí, se muy bien que eso eso. Y no me gusta.
Esas prisas, esas "loquesea".. Que nos hacen apresurarnos y vestir como el resto, pareciendo iguales, sin destacar..
Y, claro, ¡siempre nos veremos mal! Si una piel no es la nuestra, nos sentimos incómodos. O por lo menos yo; y tú también.
Muy interesante.
Muy, muy interesante.

Un beso.

P.D: cómo acabo la noche?

Charlie D. dijo...

@Akiko: Sí, es cierto, la metamorfosis de la que ambas hablábamos es puramente pasajera: la esencia no cambia. Y me alegro por ello...

@Lucía: Pues la noche acabó mejor de lo que pensaba, la verdad sea dicha. Gente interesante. Y Madrid es tan esperanzadora de noche... al menos nos libramos del ardor del sol.