martes, 17 de abril de 2012





I.

Ese dia había avería en la RENFE y cogió el tren equivocado. El destino se confabuló en su contra, más bien, porque era la vía habitual y el sitio de siempre, junto a la papelera roja y el cartel publicitario, que la dejaba al lado de las escaleras de subida al llegar a su parada. Pero ese día el tren no iba dirección norte, sino oeste, y ella no se dio cuenta y subió. Casas extrañas tras los cristales, paisajes nunca antes vistos.

Y entonces la encontró, sentada en los asientos laterales. Era la primera vez que la veía, aunque la reconocía por las fotos. Sintió como el mundo daba una vuelta de ciento ochenta grados, pero aún así trago hondo, hizo acopio de un valor que ni siquiera sabía que tenía, y dio un paso adelante.

La muchacha sentada sonrió. Era más guapa que en las fotos, más delgada. Tenía la cabellera castaña larga y rizada, y en los ojos negros un brillo de sagacidad. Había una sombra de acné en las mejillas, y las ropas que llevaban era un poco grandes, de colores pardos, aunque pareían seguir una especie de moda bohemia.

-¿Qué tal va todo? -ella se acercó dando tumbos, colocándose bien la gorra, intentando iniciar una conversación insustancial porque se sentía obligada a hacerlo. Ambas se habían visto desde el momento que la primera entró en el vagón. Y no tenía caso ocultarlo.

-Bien, bien.Vengo de la universidad.

No le preguntó que estudiaba porque ya lo sabía. Es curioso lo que hace la tecnología en estos días. Jamás has podido ver en la realidad a una persona y sin embargo ya lo sabes todo sobre ella: sus sueños, aspiraciones, cualificaciones intelectuales...

-¿Qué tal te va?

-Todo matrículas en el primer cuatrimestre.

Ella alzó las cejas, impresionada.

-Pero no es nada -dijo la chica de la mirada sagaz, clavando aquellas dos cuevas oscuras en su interlocutora-. Tú me lo quitaste todo.

Ella quiso reírse ante semejante afirmación, tan exajerada, pero en el último momento se tragó la emoción. Porque por dentro sí sentía -había sentido siempre- la espinita de la culpa.

Soy una invasora, pensó, pero no dijo nada.

-¿Y a dónde vas? -preguntó en su lugar, fijando su mirada en la ventana, aunque ya estaba demasiado oscuro como para distinguir nada.

-A R.

Ella ya se había dado cuenta de que estaba en el tren equivocado. Pero no se bajó en la suiguiente parada, ni en la otra. La chica de la mirada sagaz y la sonrisa cruel no había hecho ninguna propuesta, pero ambas sabían que ella tendría que acompañarla a su casa ahora que al fin se habían encontrado.

Aunque estuviera en el fin del mundo.

Las luces artificiales del vagón, el anonimato de la muchedumbre que las rodeaba, las ventanas que les devolvían su propio reflejo. Todo acrecentaba la sensación de irrealidad.


II.

Llegamos  a su casa y era como ya la había imaginado. Inmensa, llena de recovecos y objetos inservibles, la clase de cosas que uno compra para demostrar que puede comprar todo lo que desea pero que al final son como la hojarasca en Otoño.

No sabía cómo tratarla, cómo mirarla. ¿Qué podía decirle? Me sentía en deuda con ella, terriblemente mal, sabía que era absurdo y no podía evitarlo. Cuando ella se dio la vuelta para mirar no sé qué no pude evitar rodear su cuerpo con mis brazos (si me ponía de puntillas podía ser más alta) y atraerla hacia mí, en un intento vano de expresar con mi cuerpo lo que mis palabras no sabían decirle.

Lo siento.

Sin embargo ella se dio la vuelta, salvajemente:

-Tenía tanto que dar... lo sabes, ¿verdad? -exclamó, desesperada. Ni siquiera me besó, simplemente me dio la vuelta y me aplastó junto al suelo, al lado del sofá y la mesa escritorio llena de revistas. Me hacía daño, quería decírselo, con los ojos llenos de lágrimas, pero no me atreví a moverme, sino que soporté aquellas manos como insectos recorriendo mis huecos más íntimos como una especie de tortura. Disfrazaba la violencia de placer, y sus jadeos bien podrían haber sido sollozos.

Pero yo lo hice, yo se lo quité, y ahora he de pagar con ello, fantaseé, la mente nublada por el dolor y el miedo a que fuera demasiado lejos, intentando sobreponerme al asco que produce el contacto físico cuando no es deseado, ella ahora tiene el derecho a servirse de mí tal y como desee, y si esta es su voluntad, cerraré los ojos.
 
Mi tortura se vio interrumpida por un ruido lejano y su abruta separación.

-¡Mi madre! -ahogó un grito.

-¿Qué ocurre? -me incorporé, en un instante agradecida.

-Mi madre... -volvió  a decir, mientras yo era consciente ahora de que el ruido de pasos venía del vestíbulo.

-¿Tu madre tiene algún problema con...?

-¡Me mataría!

Mascullí una maldición entre dientes mientras intentaba recoger toda mi ropa y vestirme a toda velocidad antes de que fuera demasiado tarde.

-¿Dónde...?

Pero ella ya me había tapado la boca y me conducía como una Ariadna por los intrincados corredores, hasta alcanzar una salida. Aquel hogar estaba lleno de huecos, agujeros abiertos a una posible escapatoría.

De nuevo en el tren.

-Te acompaño de vuelta -dijo la chica de la mirada sagaz, aunque sabía perfectamente que yo no deseaba la compañía de nadie después de lo que me habían hecho y menos la suya.

Pero ni siquiera me sentía con fuerzas para contradecirla.

A la vuelta también hubo una avería. De hecho, llegó un momento, cuando estábamos cerca del mar, que el convoy se quedó parado y ya no podía seguir. El revisor del tren vino a abrirnos la puerta y nos pidió que nos bajáramos.

Sola, en medio de la nada. Y mi castigo.

1 comentario:

Adsi dijo...

Implacable, me ha encantado. Es curioso com después de un año de palabras y más palabras, la forma que tienes de unirlas me sigue fascinando. Es mágico poder disfrutar de esta simplicidad tuya, tan... y aunque quede muy ñoño, ¿por qué no decirlo? tan pura.

Sí, decididamente, me ha encantado.

Bessssssos :3