lunes, 1 de noviembre de 2010



Nunca he sido una persona sensible. Ni siquiera de niño. Cuando fui expulsado de ese reducto cálido y acogedor que era el vientre de mi madre, cuando fui arrojado sin muchos miramientos al mundo... lo comprendí. Y, paradójicamente, la única cosa que más he deseado en toda mi vida es regresar allí, tan seguro y confortable, sin colores ni sabores, sólo el pacífico sonido del: tum, tum, tum, la vibración de su corazón sobre mí.

Nunca he sido una persona sensible. Sé que en esta vida todos somos lobos disfrazados bajo la piel de cordero. Pueden sonreírte, pero tras sus ojillos pequeños y brillantes y su lanoso pelaje, están los dientes afilados del depredador, dispuesto a devorarte.

Y sólo sobrevivirá el más fuerte.

Por eso, no me sorprendí cuando aquel día entraste en clase. Bueno, sí lo hice. Tu mirada era clara aquella mañana. Muy clara. Esos ojos azules que tienes, siempre oscuros, como velados por una neblina grisácea y hundidos en los párpados, estaban entonces brillantes y enormes. Orgullo. Felicidad. Dos brasas sobre tu nariz respingona y tu cara de nuez. Llevabas un vestido de flores suelto y una chaqueta vaquera que te quedaba grande. El pelo castaño y revuelto, decolorado en las puntas era una aureola que remarcaba tu rostro y ensalzaba la palidez de tu piel, bajo la que se transparentaban huesecillos de pájaro. Y botas de agua hasta la rodilla, de color rojo y azul, lustrosas. Estabas radiante.

Y entonces sacaste aquel bicho negro, siempre hambriento, y con único que ojo que destruye todo lo que ve.

Al principio nadie reacciono. El profesor de física mantuvo la tiza suspensa en aire, y el libro abierto en la otra mano. Pareció que iba a abrir la boca (quizá para recordarte que el reglamento del instituto no te permitía traer a clase objetos como ese) pero entonces se escuchó el disparo, y empezaron los gritos.


Ruidos, gente corriendo. El instinto me hizo tirarme de la silla y rodar hacia la mesa del profesor, bajo la cual me agazapé, para seguir mirándote. Y mi cuerpo se estremecía violentamente, pero yo...

Nunca tuve miedo. Nunca.

El olor a pólvora era intenso, y empezaba a mezclarse con ese ahogo que produce la muerte, el sufrimiento.

Entonces tú decidiste poner fin al caos, y arrojaste la pistola. Pasaste por encima de los cuerpos tendidos, sin escuchar sus gritos; alcanzaste la ventana y empezaste a forcejear con el cierre, presa de ese pánico que se apodera de los animales salvajes al ser confinados en una jaula. Te vi finalmente abrirla y saltar a fuera.

Supe que debía seguirte.

Un salto, y ya estaba en el jardín del instituto, viendo como tu silueta se hacía cada vez más pequeña, una forma azul y amarilla en el horizonte.

-¡Espera!

Corrí detrás de ti hasta que los huesos amenazaron con salírseme de las articulaciones, hasta que estuvimos tan lejos que, el instituto, abajo, en la ladera de la colina, era una manchita. Al amparo de los árboles milenarios del bosque, dejaste la carretera y te internaste en la oscuridad, una oscuridad perenne, una oscuridad incluso en pleno mediodía.

Yo te seguía a una distancia prudencial, sabía que necesitaba de tu permiso para acercarme más. Pero entonces tú te detuviste y me miraste fijamente. Tenías un mechón de pelo en la cara, pegado en labio, y tus ojos azules no habían perdido un ápice de su brillo. La chaqueta se te bajaba por los hombros, y las botas estaban embarradas. Sonreíste.

No te pregunté por qué lo habías hecho, porque siempre he dado por sentado que era algo que debía ocurrir. Años de sufrimiento y humillación, tenías que borrar aquellos recuerdos, exterminarlos. Nadie los quiere, nadie.

Nadie.

Quise decirte eso, mostrarte mi apoyo, pero creo que tú ya lo sabías. Por eso yo seguía vivo. Porque me habías visto, aquellas miradas fugaces, los gestos. Nunca habíamos hablado pero, de alguna manera, estábamos conectados.

Me fui acercando, lentamente. Las pinochas secas crujían bajo mis deportivas, y la fresca humedad del interior del bosque me hacía temblar de frío. Sonidos de pájaros, tímidos aleteos y un graznido de cuervo.

¿Puedo?

Alargué la mano para rozarte la mejilla con la punta de los dedos. Cerraste los ojos al sentir mi contacto.

Puedo.

Di unos pasos más, mientras acercaba mis labios a los tuyos, y cerraba los ojos. La primera caricia te estremeció, y sé que no era el frío. Atraje tu cuerpecillo hacia mí y lo estreché entre mis brazos, mientras te besaba con ansia, los labios, las mejillas la nariz y la frente; tantas veces deseando saber como sería, tantas veces soñando con tenerte tan cerca, sólo para mí, sólo para mí. Y era ahora.

Con los ojos cerrados deslicé mi lengua por la cavidad húmeda de tu boca, acaricié los dientes y te busqué. Mientras me respondías tímidamente y oleadas de placer recorrían mi cuerpo entero, yo aspiraba tu olor, delicioso olor, una mezcla de naftalina suave y lavanda. Y el aroma  intenso y polvoriento de tu cabello...

La ropa era una molestia, porque yo quería sentirte más cerca, el beso no era suficiente. Cediste a mi ímpetu y se te doblaron las rodillas, y entonces un suave empujón basto para tenerte en el suelo, debajo de mí. Tu cuerpo era suave y blando bajo el mío y con los ojos cerrados seguías buscándome, ¿dónde estás? Y yo quería gritar, aquí, aquí, aquí he estado siempre.

Besándonos rodamos por el bosque, hasta acabar cubiertos de tierra, hojas secas y pinochas. Intenté quitarte el vestido, como si así pudiera olvidar lo molesto que se había hecho de repente para mí tener que llevar los vaqueros, pero era imposible, demasiado complicado. Un gemido de frustración escapó de mis labios, y entonces tú te apartaste y, con ambas manos, subiste el vestido por encima del pecho y te lo sacaste por los hombros. El olor de tu piel se hizo más intenso, era puro almizcle, y yo me arranqué la camiseta para empaparme en él. Enterré la cabeza en tu pecho, pequeño y delicioso, de pezones rosados. Los chupé con cuidado, apretando luego con los dientes un pezón mientras te acariciaba el otro hasta notar que ambos se endurecían y tú arqueabas la espalda de placer. Mientras bajaba por tu vientre chupándolo con la punta de la lengua o dándote besos suaves, me las arreglé para bajarme los pantalones. Cuando descubrí ese vello en tu vientre que empezaba a oscurecerse anunciando la proximidad de lo que yo deseaba, creí que no podría soportarlo más. Me detuve un instante, tratando de sobreponerme al deseo. Tus dedos en mi cabeza jugaban con mi cabello, y tus piernas me habían aprisionado, creando una trampa de la que no podría escapar. Te bajé las bragas casi con desesperación, y ni siquiera te resististe. Casi instintivamente, hundí la cabeza en el vello, espeso pero suave. Era la fuente de ese maravilloso olor, empalagoso y picante, que tanto me excitaba. Quise separarte los muslos, para poder admirarte mejor, y descubrí que estaban húmedos. Los lamí con curiosidad, ese olor me estaba volviendo loco, y tú gemiste por primera vez, hundiste tus dedos en mi cabello y tiraste con fuerza. Pero yo ya no podía parar.

Sintiendo la cabeza dar vueltas, y una urgencia en las caderas, agarré tus piernas para mantenerlas separadas, mientras chupaba ese sabor agridulce, tú, temblando, y mi cuerpo consumiéndose en el placer que era tenerte ahí, rendida, sólo para mí. Cuando subí de nuevo buscando tu boca, y volví a besarte, con los labios empapados, tú me recibiste cálida y ansiosa. Y sólo el roce de tu piel en la mía ya era más placer del que podía soportar... me sentía como si volara sobre montañas, la siguiente era siempre más alta que la anterior, y el descenso vertiginoso dejaba esa sensación de vacío en la boca del estómago...

Pero entonces me empujaste, te desasiste en dos empellones, entre jadeos, y te erguiste sobre mí, sentada en mis piernas, mientras me bajabas la ropa interior, y cogías mi sexo entre tus manos, temblé, a punto de correrme, cerré los ojos mientras murmuraba cosas inteligibles, y tú colocabas una mano en mi clavícula y apoyabas todo tu peso, escuchaba tu respiración agitada y sentía las puntas de tu cabello rozar mi pecho, te busqué con los dedos... te busqué... No me dio tiempo. Sentada a horcajadas sobre mí hiciste que entrara, rodeaste mi pene con tu húmeda calidez, haciendo que... haciendo...

Quise abandonarme en ese momento, porque aguantar todo el deseo era como sostener un cubo rebosante de agua que me quebraba ya bajo su peso, pero no quería, aún no, no, porque empezabas a mover las caderas con fuerza, y yo me dejaba llevar, me dejaba llevar...

Cerré una mano con fuerza, clavando las uñas en la palma, para que el dolor equilibrara las intensas sensaciones que experimentaba en ese momento, mientras con la otra acariciaba el suelo cubierto de musgo, hojas secas, tierra húmeda... el olor aromático de los pinos, la suave brisa en mis mejillas sofocadas, abrí los ojos en medio de aquella locura, y pude ver, a través de las copas de los árboles que se mecían con el viento, pedazos de cielo, cielo tan azul y brillante como tus ojos. Todo fue perfecto y equilibrado en ese momento. Las entrañas de la tierra se abrían para acogerme, el bosque entero era nuestro refugio mientras que tú, sobre mí, me llevabas cada vez más cerca, cada vez más cerca...

Yo ya no era dueño de nada, y si en ese momento hubiera podido abandonar el cuerpo y fundirme con el aire lo habría hecho, porque tras aquellas sensaciones ya no merecía la pena nada. Vagamente fue consciente de tus gritos mientras te desplomabas sobre mí sin dejar de moverte, tan rápido, tan rápido...

Cerré los ojos y me agarré a ti con las fuerzas me quedaban. Hundí mi cabeza en el hueco entre tu hombro y tu cuello, me enterré bajo tu cabello y tu olor mientras me corría, y fue como tener el mar entre las manos y de repente dejarlo ir, soltarlo, liberarlo en una ola inmensa y devastadora, que se llevó todo, el bosque, los árboles, el pueblo, el mundo, tú y yo.

Cuando recuperé parte del control, tú ya no estabas sobre mí, si no que te había sentado a un lado, y buscabas tu ropa. Con el corazón aún latiendo a toda velocidad, y la respiración entrecortada traté de moverme hacia ti, pero no tenía fuerzas. En ese momento yo sólo habría deseado una cosa: estrecharte entre mis brazos, tenerte acurrucada en mi pecho y poder abrazarte y dormirme arrullándote, cuidando de ti, protegiéndote. Quería intimidad, cariño, quería que te sintieras tan vulnerable como yo en ese momento y poder así darte algo de fortaleza demostrarte que... que... yo...

Yo estoy...

-Vamos. -dijiste entonces.- vamos, tenemos que irnos.

Desengañado, me incorporé, y volví a vestirme torpemente, con los miembros entumecidos y una sensación de placer entre las piernas, pese a que todo había pasado. Cuando quise ponerme en pie la tierra pareció temblar. Y tú ya estabas corriendo, internándote aún más en el bosque.

Te seguí. A distancia, porque mi cuerpo no me obedecía. Estaba adormecido, enfermo aún de deseo, débil. Mis pies se arrastraban por la foresta, y mis manos se quedaban enganchadas en las zarzas. Si aún no me había desplomado era porque mis ojos no habían perdido el rastro de tu vestido claro, que me guiaba a través de las tinieblas, Y cuya visión no habría dejado escapar por nada del mundo.

Bosque. ¿Qué hay más allá del bosque? Carretera. ¿Y más allá de la carretera? Otro pueblo. ¿Y más allá de ese otro pueblo? Otro, y otro, y otro, y si sigues por más carreteras, más pueblos, bosques y montañas, está la ciudad.

Tan lejos...

Di un mal paso, trastabillé y caí, rodando por una pequeña ladera. Cuando mis huesos sintieron la tierra, me encontraba, definitivamente, demasiado cansado par levantarme. Todo daba igual. De hecho, morir en ese momento, ya no me habría importado demasiado. ¿Para qué vivir? El bosque tenía algo de fúnebre, con sus árboles negros y altos que se elevaban hasta el cielo, el olor a tierra húmeda y el misterioso silencio. Y ya ni mis músculos me obedecían, como si ni un simple reducto de energía quedara en mi interior. Te lo habías llevado todo. Hasta los párpados me pesaban tanto, que tuve que cerrarlos. Puede, de hecho, que tú también hubieras acabado conmigo, que tú también te hubieras llevado mi calor, aunque de esa otra manera...

-¿Te encuentras bien? -volviste sobre tus pasos, porque de repente tu mano rozaba mi hombro.

-Estoy cansado. -susurré.- Y tengo sueño, mucho sueño.

-Tengo que seguir. -dijiste, preocupada.- No puedo detenerme ahora. Tengo que seguir...

-Lo sé. -musité, tratando de erguirme.- Pero es que siempre después de hacerlo tengo sueño... sueño y hambre. Ahora mismo tengo mucho hambre. -le dije, mientras agarraba la mano que me tendías para levantarme.

No podía quedarme atrás.


http://www.youtube.com/watch?v=OTvhWVTwRnM&feature=fvst

3 comentarios:

Mew dijo...

Y por un momento tuve la impresión de ser algo más que un espectador, de ser una especie de Dios omnipresente contemplando el desarrollo de los acontecimientos con especial atención. Punto para ti, el relato envuelve.

Creo haber mencionado mi falta de habilidad a la hora de hacer críticas literarias... pero qué coño, una vez más voy a ofender a esos libros de texto que, por otra parte, sólo consiguieron que me aprendiera una serie de pasos.

Joder, tiene fuerza. Es como una función con máximos relativos por todas partes. Zas, muerte. Zas, sexo. Zas, huída. Y, como en todas las funciones con máximos, entre cada uno de ellos se produce una bajada de ritmo para coger carrerilla.
Me gustan tus descripciones. La de la chica, al principio, en especial. Cuando el protagonista habla de esa otra forma de morir, cuando se acerca temeroso a ella, cuando expresa su vulnerabilidad al terminar de follar. Qué puedo decir, sabes escribir. Sabes escribir bien.

Bien, te he regalado los oídos. Ahora voy a coger el bate de béisbol. Sin embargo, es cierto que debo advertirte que esto tiene más que ver con gustos personales que con la escritura pura y dura.

El sexo que describes es un ideal. Es el "sexo tipo" que deriva de la necesidad de expresarlo mediante las palabras, de la necesidad de darle fuerza, gancho o lo que sea. No soy un tío, no estoy a punto de correrme a cada segundo, pero sí, me he metido en la piel de un tío y he tenido la sensación estar a punto de correrme a cada segundo. Supongo que es la manera más intuitiva de describir el sexo que conocemos. Yo soy la primera en describir un ideal, pero siempre me he preguntado si gente con más talento que yo podría llegar a dar forma a otra cosa distinta.
Mi segundo apunte será más breve. Por lo que deduzco, el protagonista está enamorado y/o al menos la chica le gusta. Es una cuestión de gustos personales, pero en este momento de mi existencia no puedo con la idea del amor que la población tiene en la cabeza. No sé en qué momento exacto se formó esa idea al leer, pero si sé que me ha dejado un regusto amargo al terminar. Esto no es algo que debas mejorar o cambiar (que me maten si es lo que piensas que he querido decir), sino simplemente mi deseo de... yo qué sé. De decir que no todos vivimos el amor de esa forma, quizá.

Enhorabuena por el relato. Aunque te haya zarandeado algunos aspectos de él, no quita que sea un buen trabajo muy bien hecho.

Mew dijo...

Exactamente, al referirme al sexo estaba diciendo que es muy poco real, que está muy idealizado.
Una de las cosas que más me gusta de escribir (ocasionalmente, como un hobby) es que puedes hacer que todo sea perfecto... ¡que nadie te lo echará en cara! Porque cuando alimentas la fantasía de la perfección en los corazones de la gente, muchos se enamorarán perdidamente de ella. Con todo lo que eso implica.
Pero a ver, tampoco quiero sacar esto de madre, más sabiendo que es la transcripción de un sueño, simplemente es para sentar una base sobre la que explicar.

He leído miles, millones de fanfictions, historias originales y una larga lista de bla-bla-bla-bla en las que, en algún punto, se tocaba el sexo y pasaban a contener escenas lemmon. Siempre es lo mismo. Llegas, follas y te vas. Aderezalo con preliminares y mil millones de sensaciones fantásticas y únicas... que seguirá siendo lo mismo. Y yo mejor que nadie sé que si escribes algo es porque quieres hacerlo o porque lo necesitas, y lo entiendo. Pero también sé que yo, o cualquier otra persona que escribe para desahogarse o divertirse, no somos como aquellos que (permíteme usar esta expresión por amor al dramatismo) han nacido para escribir. Sé que a estas alturas de la película pedir algo original es poco menos que imposible. ¿Cómo, después de tantas y tantas y tantas generaciones humanas que ya han tocado todos los temas habidos y por haber de mil y un maneras diferentes? Pues eso ya no lo sé... pero ¡eh!, soy de ciencias, ¿recuerdas? De las dos, la única que podría tener la solución para despejar esta incógnita serías tú.

Anónimo dijo...

¿Quién te ha dado permiso para publicar este relato? ¬¬