lunes, 16 de enero de 2012


Decidimos huír. Huír de aquí, de la burbuja de cristal, no es nada fácil. Para hacerlo debes estar dispuesto a dejarlo todo: tu casa, tu familia, tus posesiones, tus amigos, tus aspiraciones, tus sueños, tus esperanzas... tu vida. Todas las posesiones materiales y logros acumulados con el esfuerzo de años. Abandonarlo como si fuera basura. ¿Entendéis lo que quiero deciros? Llegar a un  punto tal en el que solo se es el cuerpo, mente y un moneda que echar al aire: cara o cruz. Muerte... o no.

Pero lo hicimos. Muchos dirán que estábamos locas, y tal vez tengan razón. No queríamos nada de este mundo sino la pureza, la primera luz del alba. ¿Me entendéis? Una vida en el que cada segundo es único y se saborea como si fuera el último. Yo siempre creí que merecía la pena morir por un momento así. De verdad.

Así que salimos corriendo. A pie. En los páramos no hay nada: solo el sol ardiente y polvo. Corríamos. No sabíamos si huíamos de nuestros posibles perseguidores o de  aquellos peligros ocultos bajo las piedras y entre las grietas de aquella tierra estéril.

El final de nuestro viaje: la escalera. Y tuve miedo. El vértigo es mi única fobia, pero me paraliza como el veneno de una araña. Y aquella escalerilla de metal y cuerda pendía de una manera muy poco fiable sobre el abismo. Allá abajo estaba el Nuevo Mundo, la Ciudad de las Maravillas, nuestro Edén particular, el orígen y destino del viaje. Pero yo no podía, os lo juro, ver aquella débil estructura temblando en el aire era como contemplar la sombra de la muerte.

Los que, como nosotras, huían, no perdieron el tiempo en tonterías y descendieron de todas formas. Si llegaban a su destino o no, eso no podíamos saberlo: la escalera era larguísimas, kilómetros y kilómetros (o eso me parecía) que se perdían en brumas que tragaban hasta el sonido. Y yo seguía paralizada, observando aquel vacío sin nombre ni forma. Todo me daba vueltas en la cabeza. Ni el calor, ni la sed... nada había podido hasta entonces conmigo. Pero, ¿y esto...?

-Venga, vamos -me animó ella, colgada ya de los primeros travesaños- ¡no te detengas! Espera a que yo baje un trecho, y luego empiezas a descender tú también, ¿de acuerdo?

-Tengo miedo -musité, temblando como una hoja en otoño- no sé si podré hacerlo...

-¡Claro que sí, puedes hacerlo! ¡No lo pienses si quiera! ¡Simplemente muévete! -me instó, mientras descendía, y su voz se perdía para siempre en el silencio...

¿Queréis saber si lo hice? ¿Si logre vencer el peor de mis miedos y me colgué de aquella frágil escalera de metal y cuerdas deshilachadas que temblaba al viento suspendida sobre un abismo del que desconocía la profundidad...?

Pues sí. No sé cómo ni por qué, pero de repente me encontré a mí misma agarrada a los travesaños con tanta fuerza que mis nudillos estaban blancos. Bajé un pie y ahí estaba el primer escalón. Luego otro. Y otro.

Fue terriblemente sencillo. Como si yo hubiera nacido para ello.

Cuando llegué al final, estaba en un lugar completamente diferente. Lejos quedaba el páramo y sus leyendas oscuras, y mucho más allá la burbuja de cristal de la que venía. Estaba en la ciudad. Podía olerla, incluso desde ahí, un simple descampado a las afueras. El cielo era de color violáceo (anochecía) y en el horizonte se recortaban la suave forma de unas colinas y los postes de electricidad, árboles extraterrestres. Y más allá las primeras casas, los edificios de formas incomprensibles, el vibrar de sus calles, el color de sus mil esencias fundidas y moldeadas en piedra.

La Ciudad. Me habían hablado de ella como de un sueño, pero al fin podía contemplarla con mis propios ojos y os lo juro: era real.

Temblando como un recién nacido que siente por primera vez el aliento del mundo en su piel, eché a andar en dirección a los edificios. Sin ser consciente aún de lo que había perdido.

 No la volví a ver jamás. A ella. Seguramente cayó en algún momento del descenso y su cuerpo se perdió en las brumas. O fue devorada por los espíritus que dicen habitan en el páramo o en los agujeros O quizá aún anda por ahí, perdida, prisionera de esos monstruos.

Pero yo voy a ir a buscarla. Ahora que la ciudad no tiene secretos para mí, ahora que finalmente soy libre y renazco en cada amanecer, sé que volveré a arriesgarlo todo por una persona. Porque, ¿sabéis una cosa, hermanas, hermanos? Mi verdadero hogar estaba en ella. Y ahora que lo sé, voy a volver. 

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Oh god... i have no words, really. I´m not lying! And I´m not a ball xD

So, i can see it right now. Interesting! Only with few words you created a fabulous history! You feed my imagination, love u, mi favourite writer!!

And remember, i am still your fan number one! jusjus don´t forget it!

Kissus from your Koneko!

a dijo...

Lástima que se haya perdido por la inmensa escalera...
Esa escalera me recuerda mucho a un sueño muy raro que tuve xDD

Chorradas a parte tu sigues genial, like always :3

Zals dijo...

Salir de la matrix?
Llegar a Sangri-La?
que maraviila!

Para mi lo quisiera.
Guionista a tope!
En cuanto a quien es tu fan number one, tu sabrás...