martes, 3 de enero de 2012



Si los que lloran están solos, yo ahora soy la única habitante del mundo. Y camino, desolada, por parajes invernles. El cielo es de un color pesado y polvoriento, se confunde con la nieve. Los árboles desnudos tiritan a merced de un viento infernal, y sus ramas son como garras apuntando hacia el cielo, por qué, o por qué sentimos como si no fuera a regresar la primavera.

Las semillas duermen por mil años bajo una capa de escarcha tan dura como la desilusión. Y el único sonido posible es el ulular de un vendaval que no tiene nada de armónico. El frío, anestesiante, aniquila cualquier tipo de sensación, y cualquier otro sonido se pierde para siempre entre los copos de nieve.

Se puede caminar, torpemente, por ese paraje desierto, pero no es aconsejable. La ausencia de horizonte, de una izquierda o derecha, hace inútil la orientación y por consiguiente la esperanza de alcanzar un objetivo. Creo que lo mejor es sentarse, aguardar estoicamente la congelación y rezar por que la siguiente vida sea mejor.

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