martes, 10 de enero de 2012




Íbamos caminando por las calles de la ciudad, calles silenciosas de domingo, todos en alegre algabaría. Mis padres estaban tras de mí, a unos pasos, pero eso no impidió que buscara su contacto y sus besos, que saltara a su brazos y dejara que hiciera más fácil para la mí la ascensión en aquellas calles en cuesta.

No había nadie a parte de nosotros: mis padres, sus padres.

-Una de las propuestas que deberían hacerse en política este año -dijo la madre, con esa voz que oculataba la prepotencia con argumentos lógicos y bien formados- es que los animales pudieran votar.

Mi mirada cayó, inevitablemente, en su perro, chucho que recordaba bastante a un labrador pero que era mucho más desgarbado, con el pelo largo y rizado. La madre tiraba de la correa roja con vehemencia mientras hablaba, y la cabezota del animal se enredaba entre sus piernas.

-Me refiero a los animales de compañía, naturalmente -prosiguió- aquellos que han vivido bajo el raciocinio humano toda su vida. Son un elemento más de la estructura familiar, como los hermanos o los hijos... entonces, ¿por qué negarles un derecho tan básico como el del voto? Estoy segura además de que cumplirían bien su papel y podemos confiar en ellos, como ya hacemos en otros aspectos de la vida diaria. Es probable que se vean influenciados por las ideas políticas de la familia a la que pertenecen, pero eso no es motivo para dudar de su inteligencia a la hora de apostar por el candidato adecuado, aquel que defienda sus intereses, por ejemplo. Sí, eso es -se dijo así misma satisfecha, siempre por delante de nosotros y el animal lamiéndole las pantorrilas desnudas, liberadas en unos pantalones cortos de verano.

No me sorprendió mucho su comentario.

Ya había oído que necesitaban hacer reformas en el partido.

1 comentario:

Annell dijo...

Si nos gobiernan perros, que les voten perros! Buena idea.