viernes, 20 de enero de 2012




Hoy vamos a hablar de metas.

Soy una experta poniéndome metas. De verdad. No es falsa modestia. No necesito de falsa modestia en un sitio así, como tampoco necesito estar vestida para deciros esto, o presentable, o lo que sea. Porque no me véis, existe cierta barrera que nos separa, lo cual me permite ir, por ejemplo, en pijama, y ponerme a contar cosas y que me toméis en serio. Las dos cosas a la vez, como ahora.

Puedo conseguirme cualquier cosa que me proponga. Hasta las más bizarras. Qué le vamos a hacer. A algunos los dioses les dieron belleza, a otros dinero... a mí me dieron un buen intelecto que permite que entienda las cosas tres veces más rápido que la mayoría.

Aunque en muchas ocasiones no me de la gana usarlo, pero eso es otra historia.

Por eso, cuano se trata de plantear retos, mi cerebro puede resolverlos. No soy de las que se desalienta fácilmente. Toco el piano desde los tres años. Y ahora diréis, perfecto, ¿y qué más nos da? Ah, no os riáis tan pronto...  Un instrumento, y más tan sacrificado como lo es esa enorme caja negra que a veces parece un ataúd, exige disciplina. Para que lo entendáis; un día tocas el piano, te sabes la lección, perfecto. Al día siguiente no tocas. Al día siguiente del siguiente vuelves a tocar. Te sabes la lección a medias. Al día siguiente del siguiente del siguiente no tocas. Ya no te sabes la leccíón. Esto es la disciplina. Saber que tienes que hacerlo todos los días, no importa si llueve, si nieva, si hace sol o un vendaval. Cada instante cuenta, te guste o no. Y si de verdad quieres tocar un nocturno de Chopen o una fuga de Bach, tienes que sacrificarte, sangrar. Y si no, tus padres seguirán pensando que eres Mozart, pero no pasarás del Cumpleaños Feliz y Brilla Brilla Pequeña Estrellita. Es triste, sí, pero no hay otra. Así de fácil.

Así que, como os iba contando, yo aprendí muy joven eso de la disciplina. Lo de sufrir para lograr cosas, sacrificarse. No me molesta. Es más, me parece justo. Lo bueno no viene de la nada, como tampoco lo malo. Simplemente es cuestió de prioridades.

Por otro lado, también aprendí un día lo que era... llamémoslo la compostura. Yo, cuando era un infante que no pasaba un palmo del suelo, era puro caos. Dicen que hasta las tres primaveras o así no empecé a ser consciente del mundo. Pero es que para mí todo era un juego. Hasta que me enseñaron a comportarme. No voy a explicaros aquí la historia entera ni el momento en concreto (que conste que lo recuerdo) porque sería aburrido. Pero fue necesaria violencia, paciencia y amenazas para que yo comprendiera el significado de esa palabra, compostura. No encuentro otra mejor.

Disciplina y compostura. Dos conceptos que, unidos, pueden llevarme a alcanzar cualquier meta que me proponga, o también a ahogar mi propio yo caótico y peligroso. Todo depende de cómo se mire.

Por eso yo puedo llegar a cualquier sitio. Aunque mis manos sangren, aunque esté destrozada o sufra, mi voluntad es más fuerte. No me rindo. Y cuando lo consigo, lo hago más difícil. Manipulo el tiempo y el espacio, estrechando la jaula. Buscando siempre la perfección. Porque, ¿sabéis? Si no es perfecto, no es nada. Siempre me ha gustado jugarme todo a una carta, soy una persona de extremos. O catorce wishkies o ninguno. La vida es más divertida en blanco y negro.

Así que pedidme lo que queráis, retadme. Nada está demasiado lejos de esta cabeza. Puedo tardar tiempo, vidas enteras si queréis, pero al final lo habré imaginado todo.

Sin embargo, os voy a contar un pequeño secreto. No tiene que ver con la sensación de angustia inexpresable que me invade a veces, como agujeros negros en una brillante constelación, ni siquiera sobre cómo voy desapariencido poco a poco sin darme si quiera cuenta.

 El caso es que he alcanzado la perfección. No una, sino varias veces. La he tenido entre mis manos, como una piedra preciosa hallada en las entrañas de la tierra. ¿Y sabéis que he sentido en el preciso instante en que mis manos sujetaban aquello que mi cuerpo ha abonado con sangre y sudor de mi esfuerzo propio?














Que no lo quiero para nada.


http://www.youtube.com/watch?v=hI5ZeC7vecM&feature=related

5 comentarios:

Adsi dijo...

Me siento identificado en un alto tanto por ciento con este texto. Disciplina y sacrificio. Mucha gente ya ni siquiera sabe identificar estos dos conceptos por separado. En mi caso, la gimnsaia me ha obligado a entenderlos.

Y hablando de retos...

Puclica algo.


Aunque no es un reto, es algo que vas a hacer. Punto.

Lucy Diamond dijo...

... Piano...
Acabas de ganar.. Nosecuántos puntos xD
Y coincido con Adsi. Yo soy una vaga como pocas, pero no creas que no me he esforzado nunca.. xDD

Buéh, un día iré por Madrid y te presentaré a mis galletas. Si gustas, sólo has de decirme día :3

Annell dijo...

Pues yo opino que las personas capaces de hablar de cosas serias y personales vistiendo el pijama son bastante imponentes.

Encuéntrame en la universidad un día xD! Si lo haces, te invitaré a comer una pizza o algo así :3

Zals dijo...

No lo quieres porque ya lo tienes.
No?
Bshsss

Anónimo dijo...

Simplemente... no sé que decir. Tanto el texto como la canción me producen sensaciones bastante conocidas en mi vida cuotidiana, por decirlo de algún modo. Mi día a día está elaborado básicamente con eso, disciplina y sacrificio… creo que todos los que te leemos entendemos esos dos conceptos, pero muy pocos se ven obligados a convivir directamente con ellos. Disciplina y sacrificio, eso también es la gimnasia, como también lo es tocar el piano. Y no me digáis que son cosas muy diferentes, hacer volteretas que tocar unas teclas de un instrumento, vale lo es, pero no tanto como pensamos, porqué sin disciplina ni esfuerzo no haces volteretas, no sabes tocar el piano, no aprendes un idioma… No sé, ese es mi punto de vista.

PD: Cuando sea mayor y tenga un poco más de tiempo en mi vida, aprenderé a tocar el piano, como también aprenderé japonés, las dos cosas me fascinan.

Besos :33