lunes, 17 de enero de 2011







DIENTES

Cap. I


¿Alguien les ha contado alguna vez que no hay dolor peor que un dolor de muelas?

Esa fue la razón por la que tuve que regresar a mi dentista.

Caminé por las calles de la ciudad. Los edificios eran tan altos que hacían el cielo inalcanzable. Se respiraba cierta humedad en el ambiente, los adoquines brillaban, y había en el aire algo festivo: un redoble de tambores lejano, música de organillo, risas de niños... Sin embargo no había ni un alma por aquella zona.

Lejos quedaba ya aquel tugurio, esos callejones profundos y oscuros con olor a orina en una de las avenidas menos recomendables de la ciudad, donde mi dentista tenía su consulta. Lejos, evidentemente, puesto que ahora me encontraba ante una alta mansión de cuatro pisos, contraventanas verdes, flores en los balcones y etéreas cortinas que flotaban en el aire como alas de ángel.

Vaya. Parecía que había pasado de curar malas infecciones a colocar dientes de oro.

Como de costumbre llamé. Pero esta vez no vino la enfermera malhumorada que yo recordaba, aquella mujer alta y hermosa pero de rostro siempre contraído en una mueca de desagrado y gafas de pasta blanca. Podría tener treinta años, pero las arrugas de su entrecejo la arrastraban irremediablemente hacia los cincuenta.

En lugar de aquella mujer que llevaba la bata blanca como quien lleva el traje rayado de los presos, me encontraba ante un hombre joven y vestido con un elegante frac negro. Pase, por favor, me dijo con una sonrisa perfecta, que probablemente fuera la mejor propaganda que mi dentista pudiera hacerse. Atravesamos largos pasillos y escaleras de caracol que parecían conformar una espiral infinita. Cuando tuve la sensación de haber perdido todo sentido de la orientación, nos detuvimos en una enorme sala circular.

Había ventanas en todo su perímetro, de tal manera que podíamos contemplar una vista privilegiada de los tejados pardos de la ciudad y el reflejo dorado y rojizo que producía en ellos un atardecer del color de las naranjas. Una balconada de mármol fuera invitaba a realizar costosas y elegantes fiestas en una noche de verano. Aquella estatua griega de brillante mármol que representaba a un joven tocando la lira en una esquina, y en el techo el dibujo de las constelaciones. Jarrones llenos de flores, libros, espejos. Frescura en el aire y erudición. No podría definirlo de otra manera.

-Disculpe. -le dije al hombre que me acompañaba. Y casi al instante me avergoncé de mi voz débil y perpleja, que a todas luces desentonaba con el equilibrio casi imperativo de la estancia.- Yo realmente he venido a ver a mi dentista, pero este lugar me hace pensar que quizá ha habido algún tipo de confusi...

-Esta usted en el lugar adecuado, señorita. -el joven, de cabello engominado hacia atrás, tenía los ojos pequeños y amables brillantes, como dos brasas de carbón ardiendo. Detrás de sus orejas discretas y bien formadas se adivinaban unos rizos rebeldes-. Pero él ya no es un dentista. -me explicó- ahora es un maestro, un genio capaz de cincelar la belleza que es imperecedera. Porque unos ojos hermosos, una piel tersa, una cabellera brillante se consumen con el paso del tiempo... pero la dentadura... -y sonrío, mostrándome una vez más su excelsa obra de arte-. pervive milenios, es el recuerdo de la perfección, el tributo más exquisito que nosotros, meros seres mortales, podemos dejar al tiempo.

-Pero... -confundida por sus palabras e inquieta por la misteriosa tranquilidad de aquella casa enorme en la que no se escuchaba ningún sonido, quise contestar.- Yo sólo he venido a ver a mi dentista...

-Maestro de la belleza imperecedera, cincelador de la eternidad, señorita. -me corrigió mi acompañante. Y entonces sacó de su bolsillo una especie de busca, probablemente el objeto más moderno de toda aquella mansión, y, apretando un enorme botón verde, se lo acercó a la boca, pronunciando suavemente estas palabras:

-¿Maestro? Su nueva musa ya está aquí.

1 comentario:

Annell dijo...

Jo, si mi dentista hubiera sido así de guay, yo no habría perdido mis aparatos cuando era pequeña!

Aunque a mí me daría un poco de mal rollo que mi dentista habitual de pronto se hubiera transformado en un fetichista ricachón de las sonrisas, ¿eh?

:3 We're waiting for the next chap!