jueves, 28 de febrero de 2013



Hoy he visto una de esas películas que te marcan. Una de esas que te pensarías seriamente volver a ver otra vez, porque el hecho de que no pudiers apartar los ojos de la pantalla se debía al horror, a la incredulidad...


Es gracioso. Me gustan las películas de Tarantino (ya lo dejé claro en otra entrada). Mucha gente se queja de que son violentas. Yo no voy a negar eso, está claro que hay litros de sangre en ella. Y sin embargo esa violencia no me ha llegado a desagradar tanto como si lo han hecho escenas de esta obra, en las que se me revolvía no el estómago, pero algo mucho más profundo, al mirarlas.



La mujer insecto es una película rodada en 1964. No tengo prejuicios contra las películas en blanco y negro, más bien todo lo contrario, pues recientemente estoy descubriendo algunas muy interesantes. Sin embargo, una piensa -o por lo menos yo lo hacía- que por ser antiguas van a ser más pudorosas, van a prescindir de la violencia y el sexo al que nos tiene acostumbrados Hollywood (aunque violencia y sexo plastificado, de alguna manera, por usar un adjetivo). Sin embargo esta película tenía ciertas escenas que... bueno, que nunca había visto antes en el cine, pero que, desde luego no han sido agradables. Imagino que no es la clase de película que Hollywood hubiera permitido enseñar en su tiempo -y ya no hablemos en España-. Los japoneses no dejan de sorprenderme, definitivamente. Porque, ¿hay cuento más crudo que este que se ha atrevido a narrarnos su director, Shohei Imamura?



Hablando del diredctor, no lo conocía hasta el día de hoy (y que gloriosa entrada ha hecho en mi vida). Pero he estado buscando información sobre él en la red y he encontrado una cita que desde luego me hace entender un poco mejor su particular manera de hacer cine. Dice: 'Estoy interesado en la relación de la parte baja del cuerpo humano así como de la parte baja de la sociedad... Me pregunto qué nos diferencia a los humanos de los otros animales. ¿Qué es el ser humano? Hago películas para buscar la respuesta.'

Pero hablemos de la película en sí. El argumento es sencillo: narra la vida de Tome, una mujer, desde la noche de su nacimiento, un frío invierno de 1918 hasta sus cuarenta y cinco años en 1962. Durante todo ese tiempo la vida en Japón también cambia radicalmente. Se termina el imperialismo, la guerra, la posguerra, los comienzos de la recuperación económica... Sin embargo la vida de Tome es fragmentaria. Un conjunto de crueles anécdotas de las que muchas veces quieres reírte aunque sea para distanciarte un poco, porque verlo todo tan de cerca resulta a veces insoportable. Tome es hija bastarda de unos campesinos rurales pobres como ratas. Ya desde que es una niña pequeña es abusada sexualmente por su presunto padrastro -que también sufre una ligera deficiencia mental-. El resto de la familia, en lugar de condenarlo -que sería lo normal, al menos desde mis ojos occidentales- no solo lo acepta sino que incluso se permiten bromear con ello. Desde ese punto, la vida de Tome irá de mal en peor. Tratada como un objeto sexual literalmente  por todos los que se cruzan en su camino, hombres y mujeres, al final ella misma acabará tomando ventaja de su penosa situación y no perderá la ocasión de hacer con otros lo que ella misma ha sufrido...



Dicen que la película se llama La mujer insecto para referirse metafóricamente al caracter de Tome que, como los insectos, es capaz de adaptarse a cualquier ambiente, por duro que este sea. También quizá porque el mensaje final, terriblemente desalentador, sugiere que la vida es cíclica, y los errores de los padres se transmiten por generaciones, una y otra vez... La histora termina prácticamente igual que como empezó, con un diálogo calcado, y eso es terrible.

¿Qué lugar el concepto de mujer en Imamura? No lo tengo muy claro, pero desde luego nos ofrece el retrato dolorosamente realista de una mujer real. Tan alejado del edulcorado prototipo de Sayuri en Memorias de una Geisha, que es, por otro lado, el prototipo que se suele tener de las mujeres japonesas: bellas, silenciosas, educadas, cultas, delicadas, elegantes... Tome no es nada de eso, aunque la actriz que la interpreta me haya parecido muy atractiva. Y sin embargo, me ha llegado mil veces más, porque he podido empatizar con ella, aunque su personaje llegue a ser ciertamente grotesco en algunas partes.



En definitiva, La mujer insecto es una mirada a Japón que nadie interesado realmente en la cultura del país del sol naciente debería perderse. Honestamente, hay más cosas que Naruto y Memorias de una Geisha para aquellos que quieran saber más... cosas no muy agradables, pero cosas que también están ahí, al fin y al cabo. Cosas que nos echan por tierra todos los estereotipos que nos formamos de aquello que no conocemos.

Además, mientras veía esta película, a la par que horrorizada, no podía dejar de sentirme afortunada y terriblemente feliz de tener la familia que tengo. Quéimportante es aterrizar bien, qué importante...

http://www.youtube.com/watch?v=Ym7Hkvgpw-w

miércoles, 27 de febrero de 2013



A veces es bueno recordar que las cosas que no se pueden controlar no deberían preocuparnos. Digo que no deberían preocuparnos porque no hay nada que se pueda hacer si no controlamos algo. Es como cuando te gusta alguien pero esa otra persona no te corresponde. Si noy chispa, como quien dice, no hay nada que hacer. No puedes forzar al otro para gustarle. Está fuera de tu alcance. Entonces, ¿para qué preocuparse? O como cuando sale un día gris en Edimburgo. A veces desearía tener un ancla que flotara y fuera agarrando las nubes para apartarlas del sol... Pero las nubes están demasiado lejanas para mis manos (y para todas las anclas que pueda imaginar). Así que, ¿qué sentido tiene lamentarse si no es ni siquiera mi culpa?

Claro que, de decirlo a hacerlo hay no un trecho, pero un océano que se me hace, de tanto en tanto insalvable. Recuerdo ahora que no sé en qué sitio leí sobre la 'higiene mental'. El autor de esta articulo resaltaba una paradoja interesante. Hoy en día la higiene física es algo bastante extendido. A todos nos han enseñado a ducharnos practicamente cada día para no oler a sudor, a lavarnos el pelo, llevar la ropa sin mancha... etc. Las personas que se olvidan de estas pequeñas reglas por lo general sufren un rechazo general... como el que pueden inspirar, por ejemplo, los mendigos que piden, con sus barbas largas y ropas siempre grises, marrones o verdosas.

Sin embargo, lo de la 'higiene mental', nadie nos lo enseña. ¿Qué es la 'higiene mental'? Pues precisamente igual que la física pero en el plano psíquico. Algo así como tener una cabeza limpia. Un mente bien ordenada. En la que los pensamientos últiles relucen como recién lavados, y los que ensucían tan impoluto espacio son desechados sin más. Pero claro, cuando éramos pequeños, aunque nos repetían una y mil veces lo de lavarnos los dientes tres veces al día, no nos explicaban nada sobre el optimismo. Las pèrsonas optimistas tienen un porcentaje de éxito más alto que las pesimistas (en general todos los índices psicológicos son más positivos). Basicamente porque cuando crees que algo te va a salir te esfuerzas y pones todo de tu parte para que se haga realidad. Mientras que, si ya vas pensando que no va a salir bien, tus esfuerzos se reducen (aunque sea a un nivel inconsciente) porque total, quién quiere apostar por el caballo perdedor...

O la molesta vocecita que siempre nos está susurrando. Cuando nos miramos al espejo, cuando alguien nos critica, cuando comemos un pastel estando de dieta. Esa vocecita que resalta (o exagera) nuestros defectos, que nos recuerda lo lejanos que estamos a ese prototipo de perfección que se tiene siempre como modelo a seguir. (Y eso que alguien ya dijo que la perfección no existía...) La 'higiene mental' también consiste en acallar a ese molesto moscardón, entre otras cosas.

Pero por lo general, esto no se enseña en los colegios. Al menos en ninguno de los que yo he ido. Solo puedes acceder a través de los típicos libros de autoayuda, quizá (y entre estos hay que escarvar mucho para encontrar algo decente). O puedes pagarte un curso carísimo con algún profesional de estos que, como una especie de gurúes, han venido a sustituír al viejo cura confesor de los pueblos que antaño se dedicaba a escuchar y aconsejar ante los problemas de sus conciudadanos.

No obstante, pienso que sería interesante que aprendiéramos y practicáramos esa 'higiene mental'. Al ponernos el desodorante por las mañanas, por ejemplo, ¿por qué no limpiar al mismo tiempo la cabeza de pensamientos molestos? Porque a cualquier que me diga que los pensamientos no son importantes... lo siento, me reiré en su cara, y eso que soy una chica bien educada. Los pensamientos son el orígen de la acción. Tanto los conscientes como los inconscientes. Ahí se origina todo. Quién pudiera controlarlos... o leerlos.

Así que voy a dejar de preocuparme por cosas que realmente no corren de mi cuenta. En lugar de eso, me centraré en mi momento alegre de hoy. Eran casi las seis de la tarde y el sol seguía brillando... ¿Puedo explicaros la felicidad que invadió mi espíritu al darme cuenta de algo así? Para quien ha estado viendo ocasos cada vez más precipitados, días muriendo más y más jóvenes desde hace casi seis meses (hasta alcanzar la oscuridad más completa a las tres y media de la tarde, y se dice pronto, pero hay que vivirlo) el hecho de que ahora oscurezca a las seis es casi un milagro. Si hasta los riscos de Arthur Seat han adquirido ahora un tono dorado-rojizo que les siente fenomenal... Les hace lucir... no sé, más amables. Será por las horas de luz y calor. Si es que la alegría del sol ablanda hasta a las piedras...

lunes, 25 de febrero de 2013





He tenido el privilegio de ver El Fantasma de la Ópera en uno de los mejores teatros de Londres. No es mi primera vez viendo el musical en directo, sino la tercera, pero, ¿qué puedo decir? Simplemente es una obra que me fascina en todos los aspectos.

No soy una persona que adore los musicales. Eso de que te estén contando una historia y que de repente se pongan a cantar… me suele hacer poca o ninguna gracia. Sí, yo era de las niñas que cuando en las películas de Disney se ponían empezaban las canciones miraba hacia otro lado. ¿Qué queréis que os diga? Me daban vergüenza ajena. Como ver a alguien en una reunión de té echando leche a su infusión de frutos rojos y mora. Sin embargo, de algunos musicales puedo decir que la música y la historia están entretejidas de una manera tan intensa y perfecta que no puedo menos que quitarme el sombrero. Este el caso de Los Miserables y Westside Story, los otros dos musicales que no me importaría ver una segunda vez.

Pero es que El Fasntasma de la Ópera aún lo vería una cuarta, sin dudarlo.
Me gustan todas y cada una de las canciones. La música es preciosa hasta el punto de emocionarme. Nunca lloro con las películas, no importa lo tristes que sean –aunque sufro, eh, que no soy de piedra-. Pero por alguna extraña razón la música consigue tocarme directamente en la fibra sensible y arrancarme alguna que otra lagrimilla.

Y la historia es de lo más interesante. Está basada en un libro –que no he leído, por cierto- pero que creo que en el musical, teniendo en cuenta que dura unas dos horas y pico, han sabido transmitir muy bien. Todos los personajes están bien definidos. Especialmente me gusta el Fantasma. No entiendo por qué al final Christine se queda con el vizconde. Que sí, era más joven y más guapo. Y tenía un título nobiliario y dinero. Sin embargo, el Fantasma representa algo más. Es el genio, el impulso creativo que todo artista necesita. Compositor y cantante, ¿qué más se puede pedir? El trabajo de escritora es solitario, pero no me importaría encontrar a mi alma gemela en, digamos, alguien que por ejemplo quisiera ilustrar mis palabras con imágenes. Por eso pienso que yo, en el lugar de Christine, si me sintiera de verdad una artista de esas que dedican la vida al arte (como Isadora Duncan y sus inspiradoras danzas) me lo habría pensado dos veces. El amor de Raoul, le vizconde, se transmite en todo caso como algo entrañable, un recuerdo de la niñez, y más tarde con un ardor típico de la juventud –ardor que es fruto del enamoramiento que, por cierto, se apaga rápido, siempre antes de lo que uno espera-. Pero la relación que une a Christine con el Fantasma es más apasionada, erótica. Si el hombre en cuestión tiene dos caras –casi en el sentido estricto de la palabra- es solo una pieza más del misterio. Y yo soy de esas personas a las que les encanta resolver rompecabezas, cuanto más complicados mejor. Pero claro, en las historias, por lo general, la chica tiene que quedarse con el hermoso rico que ha venido a salvarla. Que ella se fuera con el loco desfigurado que se dedica a componer música y matar gente cuando se enfada quedaría demasiado extraño, ¿controvertido, quizá? Y sin embargo algo me dice que el Fantasma al menos sí veía a Christine en su faceta más sublime, la de artista, mientras que Raoul se quedaba simplemente en lo banal: la belleza, la esposa.

Siempre me he quedado con la duda de, ¿qué hubiera pasado si Christine se hubiera quedado con el Fantasma? El personaje de ella es uno difícil de desentrañar, porque dependiendo de la actriz que la encarne puede tener desde un tono inocente y virginal hasta otro mucho más apasionado y seductor. ¿Es ella la víctima del Fantasma o juega con él? No se llega a saber muy bien de quién tiene miedo Christine, si de este hombre… o de sí misma, y las intensas pasiones que siente en su interior. Desde mi perspectiva, su dilema es uno al que todo artista se enfrenta. La elección entre el arte y la vida cotidiana, la que en teoría todos los seres humanos desean. Porque el camino del que busca la belleza (belleza entendida como algo capaz de contener cientos de matices y formas, no un mero estereotipo) es muchas veces incierto y lleno de desvíos y recovecos. Si elijes el arte elijes lo invisible, y se dice que el aire no alimenta. Ahora bien, la comida que se digiere mueve los engranajes del cuerpo pero no hace volar el alma. Entonces, ¿qué sufrimiento es más leve?

Christine se queda con Raoul porque la mujer bonita y pretendida tiene que acabar casada: y fueron felices y comieron perdices.

Sin embargo, yo no soy la única que se quedó pensando en que Christine bien podría haber seguido cantando en el teatro mientras se labraba un futuro ella misma. Hay una segunda parte de este musical –lo descubrí hace poco, y me quedé a cuadros-. Mucho me temo que nació de una mera estrategia comercial –el autor del primer musical quería aprovechar el tirón mundial que ha tenido su obra- y es cierto que el argumento tiene unos giros que calificar de surrealistas es quedarse corto… No obstante, en lo que al personaje de Raoul y su desarrollo respecta en esta secuela, la verdad es que no pude evitar sonreír. Te lo dije, Christine, te lo dije…

domingo, 24 de febrero de 2013






La nieve y el frío obligan a buscar refugio entre cuatro paredes y un techo. Pero en el caso de la capital Albión –que se note aquí que soy estudiante de Literatura Escocesa, faltaría más- esto más que una maldición es una bendición. Y es que hay tanto que descubrir dentro de esta ciudad…

Hoy le ha tocado el turno a un museo que nunca me había llamado la atención por tener un nombre real. Que los dioses me perdonen, no le tengo ninguna estima a la monarquía, provenga de provenga. No es que tenga un problema con el concepto en sí o las personalidades que lo encarnan. De hecho, me encanta por ejemplo la leyenda artúrica. Pero en pasado y fantasía, por favor, no en la realidad. No en un mundo regulado por ciertos derechos humanos (no los escribí yo, por cierto) que afirma que todo hombre y mujer es igual por nacimiento. Ahí lo dejo.

Pero el Albert Royal Museum poco recuerda al consorte de la hermosa (nótese la ironía) reina Victoria. El edificio es de una majestuosidad impresionante. Galerías con techos de madera tallada, caprichosas formas en cristal, mosaicos, bóvedas, pinturas, mármol y alabastro… hay para todos los gustos.

De alguna manera parece que compite con el archiconocido British Museum, porque lo que muestra es a grandes rasgos lo mismo: piezas pertenecientes a diferentes épocas y lugares. Pero –o me lo parece a mí- este que he visto hoy intenta ser más exclusivo. Menos impresionante, sí –porque la impresión que da ver a un hombre de hace miles de años muerto y conservado delante de una, con carne y pelo, y encima descuartizado salvajemente, es difícil de igualar- pero más selectivo. Más… ¿real?

Sin embargo, tras haber visitado la sección de Japón, China, Corea, y la época Medieval y Renacentista (todo piezas del Mediterráneo, Italia y España mayoritariamente, en ocasiones puertas o fachadas enteras… ya puedo imaginármelos en su tiempo esto me lo quedo, y ale, al barco y para las Islas Británicas) me ha dado por reflexionar.
¿Dónde está la cultura Inglesa? Que no Escocesa o Norirlandesa, que estos dos sitios los conozco y tienen una cultura y un sabor propios. En todos los museos que he visitado hasta ahora, en sus salas (las que me ha dado tiempo a ver, porque los grandes museos aquí son interminables) siempre brillan los objetos del expolio. Eso es precisamente lo que pienso cuando veo una estatua egipcia o una cerámica china. Expolio. O en el mejor de los casos, comercio. Pero de la cultura puramente inglesa solo recuerdo haber visto algunas piedras prehistóricas y poco más. Si hasta los artistas que pintaban a los Tudor eran italianos…

¿Vendrá de ahí la sed imperialista de los británicos? Anexionando Irlanda, Escocia y luego pedazos del mundo más lejano. Que no tendrán un Da Vinci, pero armada naval esa sí la tenían bien hermosa, España pudo comprobarlo de primera mano en la Batalla de Trafalgar, por ejemplo. Así que con esos enormes barcos atacaban naciones y luego se llevaban las fachadas de sus edificios. Para acabar exhibiéndolas en el Museo Británico. Porque eso sí, aquí el orgullo nacional es del tipo isleño, esto es, receloso de todo lo que venga de fuera, porque el Hogar es un pedacito de tierra flotando en un mar inmenso que hay que defender como sea. Los países isla son como los hijos únicos… poco acostumbrado a lidiar constantemente con la competencia de los hermanos, luego  se ponen a la defensiva ante cualquier acercamiento. Con lo bonito que es ser del género humano y poder considerar la Tierra como patria…

sábado, 23 de febrero de 2013



En la National Gallery las paredes no tienen ventanas, pero sí mil ojos; los de cientos de rostros que observan, desde otros tiempos, a los intrépidos -solo unos pocos, entre la intensa marea de turistas- que se atreven a mirarles con fijeza, sin miedo. Y si no son rostros, son entonces los paisajes imposibles de Turner o las naturalezas muertas desagradablemente reales de algún holandés de nombre improunciable.

El que visita la National Gallery  se siente quizán agobiado por la masa de gente que solo corre a ver los girasoles de Van Gogh (porque aparecían en el Top Ten de sus guías turísticas) y también sobrecogido ante esa otra gente -ya muerta, no lo olvidemos- que observa desde ese marco atemporal que es el lienzo.

Si pudiéramos ellos pudieran hablar -los de los cuadros- la National Gallery sería cientos de veces más ruidosa. Y ni el más imponente de los vigilantes podría acallar con su mirada severa e inglés educado todas las cosas que ellos tienen que decirnos...

viernes, 22 de febrero de 2013



Los budistas pretenden escapar del sufrimiento de la vida anulando el deseo. Pues es en el deseo donde ven ellos la fuente del sufrimiento mismo. Eso he leído hoy en la galería sobre Japón en el Museo Británico. Me he quedado parada delante del panel informativo, reflexionando.Yo misma he llegado a esa conclusión. Casi en la mayoría de mis acciones la motivación es el deseo, que, una vez satisfecho, deja de ser por importante. Hasta que llega otro nuevo para sustituírlo. A veces siento que esa fuerza invisible se come los minutos de mi existencia. O que es como un resfriado que me impide saborear a gusto la vida.

Los budistas y yo discrepamos en algunas cosas, he de decir, pero en esa, que he podido sentir en mis propias carnes, no podemos estar más de acuerdo.

Lenta pero concienzudamente, pienso seguir eliminando el deseo.

jueves, 21 de febrero de 2013






Un enorme panteón de estilo gótico medieval. Las aguas del Támesis se nutren de los huesos célebres que allí descansan. En la Iglesia Anglicana no hay otro paraíso que las frías piedras de este templo, entre las cuales reposan los que tuvieron el dinero suficiente para comprar un pasaje de primera clase a la Eternidad.

martes, 19 de febrero de 2013





En los días de sol, los secretos de Londres permanecen ciegos y entonces la metrópolis, capital del Imperio, se presenta brillante y lustrosa. Engalanada con un río Tamésis reluciente y el edificio enorme del Parlamento -en contraste con el pequeño y casi modesto Buckinham Palace y sus soldados de juguete- la ciudad te enreda entre sus calles. Primero se baja hasta Hyde Park. Luego por St James Street se llega hasta Trafalgar Square y desde alli hasta el exotismo de China Town y la lujuria del Soho. La nariz y las mejillas coloradas por el frío. Pero en el corazón permanecen grabadas las palabras de Wordsworth. Earth hath not anything to show more fair...

sábado, 16 de febrero de 2013




Corría el año 1945 cuando un sol más brillante que mil soles iluminó por primera vez las antiguas calles de la ciudad de Hiroshima.

De lo que allí aconteció se sabe poco. Los médicos estadounidenses que trataban a las víctimas mientras se volvían unos momentos para anotar en su libreta datos científicos, guardan silencio. Y a Hara Tamiki, el primer testigo, le aculsan de sensible, artista afeminado e hipocondriaco que no supo (o no quiso) sobrevivir al Apocalípsis.

En 1945, la Universidad de Edimburgo, conmovida, como el resto de Europa, realizó una donación a la Universidad de Hiroshima, de la que probablemente poco quedara entonces salvo el nombre y la idea abstracta de lo que una vez había sido el Japón todopoderoso e imperialista. Dicha donación consistía en seis libros (¿literatura escocesa?) y dos libras, que tenían como objetivo el servir de sustento para la plantación de un árbol.

Tamaño gesto conmovió tanto a los habitantes del país del sol naciente que hoy, sesenta y ocho años después, han enviado una carta de agradecimiento para la Universidad de Edimburgo... y unos presentes.

Dichos presentes nos los ha mostrado el profesor hoy en clase, con los ojos brillantes de la emoción. Son tres rocas. Pedazos de edificio. Procedentes del epicentro de lo que fue la primera bomba atómica que estalló en la historia. El profesor nos ha mostrado esa cara de la roca con un relieve extraño, antinatural, el efecto de un intenso calor, ese más abrasador que el de mil soles.

Yo las he sujetado la primera. Como os `podéis imaginar, no fue una sensación agradable. Dicen que las piedras están muertas, pero quien sabe si ni es que guardan recuerdos. Las pase enseguida a los compañeros.

-¿No serán radiactivas? -le pregunté, medio en broma al profesor.

-No, qué va, el efecto se habrá pasado ya hace tiempo -me respondió con una risita nerviosa. Y supe que, aun con todo, él no pensaba guárdarselas en su despacho.

Es un regalo curioso. ¿En respuesta, quizá, a la evidente tacañería de una universidad europea? Pues no hay árbol cuya sombra proteja de ese sol que brilla más que mil soles.

viernes, 8 de febrero de 2013




Fui a ver esta película el otro día. Había escuchado ya bastantes críticas, tanto de gente conocida como de los medios, y en su mayoría eran negativas. No obstante, eso no me echó para atrás, como tampoco la duración de la película en sí -rozando las tres horas- ni el viento helado que soplaba en Edimburgo aquella noche... (vale la pena destacar que entre el cine y mi casa hay unos cuarenta minutos de trayecto a pie, Meadows de por medio).


Y finalmente he de decir que me alegro de haber invertido mis buenas siete libras en esta historia. Aunque haya gente que me pregunte por qué demonios me gustó lo que ellos consideran 'la peor película que he visto nunca'. Eso precisamente clamaba el Autónomo Rubio esta tarde, al mismo tiempo que exigía saber mis razones.

Como si el arte necesitara de explicaciones.

En cualquier caso, tampoco tengo problema en responder a esa pregunta. ¿Que por qué me ha gustado Django Desencadenado?



Para empezar, soy una fan de Tarantino, lo confieso. No he visto todas sus películas habidas y por haber, pero las que sí, me han encantado todas. Considero que este director tiene un estilo muy personal que me encandila. La violencia extrema, los diálogos novelísticos, las escenas surrealistas, la música que elige y que pone la guinda a los mejores momentos de sus historias... Una de las primeras películas de Tarantino que vi fue Death Proof. Me pareció una obra maestra. La primera hora de la película es extraña en tanto que no parece seguir ningún objetivo definido, simplemente está llena de diálogos y una sucesión de escenas en las que el espectador se siente como un mero testigo. Pero la hora siguiente la cosa coge ritmo y el final... es tan gamberro como genial. Altamente recomendable. Luego vi Malditos Bastardos, que tiene momentos tan hilarantes como tensos. Oh, sí, recuerdo la tensión que sentí viendo esa película. En ese sentido, creo que Tarantino logró captar la atmósfera del nazismo, aunque su final fuera tan personal. Y finalmente, Pulp Fiction... ¿qué puedo decir de esta película? Sencillamente genial, una de las mejores qué he visto.


Por otro lado, me encantan los personajes de Tarantino y la manera que tiene de manejar a los actores. Me explico. Cristoph Waltz es un actor austriaco que hacía de nazi en Malditos Bastardos. Cualquiera que haya visto esa película estará -espero- de acuerdo conmigo en que su personaje es... dejémoslo en repugnante. Y como fue el primer papel que vi de este señor (el pobre Waltz) bastaba con ver su cara en cualquier otra pelicula para que el sentimiento de aversión regresara (sé que es injutso, pero...) Por otro lado, Samuel L. Jackson tiene un papel mítico en Pulp Fiction. Su personaje no es que sea la bondad personificada (de hecho, se dedica a matar gente), pero sí se puede empatizar con él y afirmar que tiene una suerte de carisma. Y sin embargo, en Django Desencadenado Tarantino logra -no sé cómo diablos, pero el caso es que lo consigue- que una termine amando amando a Cristoph Waltz y ciertamente odiando al pobre de Samuel L. Jackson... La clave está en los personajes de ambos, el Doctor Schultz y el mayordomo, ambos interpretados con total maestría por estos dos muchachos que la verdad, me han dejado sin palabras. Bravo por los dos. En especial la cara de asco que pone Samuel L. Jackson  cuando sale por primera vez. Dioses, casi podia sentir como emanaba esa energia de disgusto y repugnancia desde la pantalla... ¡Bravo!



En cuanto al Doctor Schultz, se merece un parafo aparte. Aparece bien al principio, y sus diáolgos reposados e irónicos ya indicaban que ahí iba a haber una masacre en cero coma (siempre es igual con Tarantino, y es algo que me chifla). Y del Doctor no solo me gusta el hecho de que conduzca el carro más elegante de todos los polvorientos caminos del oeste. Tambien me gusto las razones que le da a Django al explicarle su peculiar actitud (empatizé con el en ese momento, no pude evitarlo). Al ser tambien un extranjero (alemán) se entiende que sea capaz de atravesar barreras y prejuicios y llevarse bien con el protagonista, que de hecho, le debe la vida. La fraternidad internacional es algo que yo siempre he sentido desde que empece a viajar. Parece como si lo prejuicios, en la mayoria de los casos, no fueran cosa de razas, sino de localización. Me explico: uno puede sentirse racista en su casa, por asi decirlo, porque allí se encuentra respaldado por otros. Pero al estar fuera de lo conocido, es muy dificil seguir manteniendo esa actitud. Es por eso que las personas acostumbradas a viajar tienden a ser mas abiertas. En realidad, incialmente esa apertura suele ser una forma basica de supervivencia. Volviendo al Doctor Schultz, tambien me encantó su ultima escena. Si, lo sé, es horrible. Pero que quereis que os diga... yo, en su situación, tampoco habría podido evitarlo. Honestamente.



Ademas, también está la manera -gamberra, eso lo reconozco- que tiene Tarantino de ver el mundo. Sobre todo encuentro destacable su sentido de la justicia. En todas sus películas parece que el director tratara de purgar algún tipo de crímen. Esa clase de acontecimientos horribles en los que el lado más oscuro de la humanidad queda al descubierto...esa clase de acontecimientos son los que Tarantino nos presenta en medio de litros de sangre y violencia para que luego, ¡zas! una especie de justicia divina se encargue de poner a aquellos que han obrado mal en su sitio. (Lo que no quiere decir que los buenos vayan a salvarse y haya un happy end, Tarantino tampoco peca de cursi ni mucho menos). En Death Proof era un asesino misógino. En Malditos Bastardos, los nazis. Y ahora, en Django desencadenado, la esclavitud en Estados Unidos. Temas polémicos, a veces delicados, que Tarantino expone de manera peculiar pero sincera, obviando el melodrama y logrando que empaticemos con el al mostrar los sentimientos mas basicos y desgarradores del conflicto. Sin sacarina ni adulzantes, solo si a caso con un toque de pimienta estridente y surrealista. Poco importa que a veces se aleje de la verdad, pues, ¿quién sabe que paso realmente en ultima instancia? Al final todo se reduce a las historias que nos quieran contar.



Django desencadenado es un western atípico. No he visto muchas películas de vaqueros, pero me imagino que los que sí estén más versados en la materia serán capaces de pillar todos los guiños. Lo que es yo, aunque siento que hay cosas que me he perdido, me he reído de lo lindo con algunas escenas. Por otro lado, al ser una película de aventuras a mí me mantuvo el interés en las tres horas, sin que este decayera en ningún momento. El nivel de violencia no me pareció excesivo -en Tarantino, claro- aunque reconozco que hubo una escena -los dos hombres luchando en el salón junto a la chimenea- en la que tuve que apartar la mirada. Pero no me avergüenzo, porque estoy segura de que eso es precisamente lo que Tarantino pretende con tanto crujido de huesos al quebrarse.




Y una de las cosas que también me ha parecido todo un acierto ha sido la manera que el director ha elegido combinar música moderna (rap incluído) con las diferentes escenas de la película.

En resumidas cuentas, yo si la recomiendo. De la misma manera en la que pienso que Los Vengadores fue una de las mayores bazofias que mis ojos tuvieron la desgracia de contemplar (seguida de cerca por lo que para mi es otra aberracion, Capitán América) os recomiendo encarecidamente ir a ver Django Desencadenado. Estabos hablando de cine de Hollywood en ambos casos, pero para mí la diferencia esta mas que clara. Avisados quedais.