He tenido el privilegio de ver El Fantasma de la Ópera en uno de los mejores teatros de Londres.
No es mi primera vez viendo el musical en directo, sino la tercera, pero, ¿qué
puedo decir? Simplemente es una obra que me fascina en todos los aspectos.
No soy una persona que adore los musicales. Eso de que te
estén contando una historia y que de repente se pongan a cantar… me suele hacer
poca o ninguna gracia. Sí, yo era de las niñas que cuando en las películas de
Disney se ponían empezaban las canciones miraba hacia otro lado. ¿Qué queréis
que os diga? Me daban vergüenza ajena. Como ver a alguien en una reunión de té
echando leche a su infusión de frutos rojos y mora. Sin embargo, de algunos
musicales puedo decir que la música y la historia están entretejidas de una
manera tan intensa y perfecta que no puedo menos que quitarme el sombrero. Este
el caso de Los Miserables y Westside Story, los otros dos musicales
que no me importaría ver una segunda vez.
Pero es que El
Fasntasma de la Ópera aún lo vería una cuarta, sin dudarlo.
Me gustan todas y cada una de las canciones. La música es
preciosa hasta el punto de emocionarme. Nunca lloro con las películas, no
importa lo tristes que sean –aunque sufro, eh, que no soy de piedra-. Pero por
alguna extraña razón la música consigue tocarme directamente en la fibra
sensible y arrancarme alguna que otra lagrimilla.
Y la historia es de lo más interesante. Está basada en un
libro –que no he leído, por cierto- pero que creo que en el musical, teniendo
en cuenta que dura unas dos horas y pico, han sabido transmitir muy bien. Todos
los personajes están bien definidos. Especialmente me gusta el Fantasma. No
entiendo por qué al final Christine se queda con el vizconde. Que sí, era más
joven y más guapo. Y tenía un título nobiliario y dinero. Sin embargo, el
Fantasma representa algo más. Es el genio, el impulso creativo que todo artista
necesita. Compositor y cantante, ¿qué más se puede pedir? El trabajo de
escritora es solitario, pero no me importaría encontrar a mi alma gemela en,
digamos, alguien que por ejemplo quisiera ilustrar mis palabras con imágenes.
Por eso pienso que yo, en el lugar de Christine, si me sintiera de verdad una
artista de esas que dedican la vida al arte (como Isadora Duncan y sus
inspiradoras danzas) me lo habría pensado dos veces. El amor de Raoul, le
vizconde, se transmite en todo caso como algo entrañable, un recuerdo de la
niñez, y más tarde con un ardor típico de la juventud –ardor que es fruto del
enamoramiento que, por cierto, se apaga rápido, siempre antes de lo que uno
espera-. Pero la relación que une a Christine con el Fantasma es más
apasionada, erótica. Si el hombre en cuestión tiene dos caras –casi en el
sentido estricto de la palabra- es solo una pieza más del misterio. Y yo soy de
esas personas a las que les encanta resolver rompecabezas, cuanto más
complicados mejor. Pero claro, en las historias, por lo general, la chica tiene
que quedarse con el hermoso rico que ha venido a salvarla. Que ella se fuera
con el loco desfigurado que se dedica a componer música y matar gente cuando se
enfada quedaría demasiado extraño, ¿controvertido, quizá? Y sin embargo algo me
dice que el Fantasma al menos sí veía a Christine en su faceta más sublime, la
de artista, mientras que Raoul se quedaba simplemente en lo banal: la belleza,
la esposa.
Siempre me he quedado con la duda de, ¿qué hubiera pasado si
Christine se hubiera quedado con el Fantasma? El personaje de ella es uno
difícil de desentrañar, porque dependiendo de la actriz que la encarne puede
tener desde un tono inocente y virginal hasta otro mucho más apasionado y
seductor. ¿Es ella la víctima del Fantasma o juega con él? No se llega a saber
muy bien de quién tiene miedo Christine, si de este hombre… o de sí misma, y
las intensas pasiones que siente en su interior. Desde mi perspectiva, su
dilema es uno al que todo artista se enfrenta. La elección entre el arte y la
vida cotidiana, la que en teoría todos los seres humanos desean. Porque el
camino del que busca la belleza (belleza entendida como algo capaz de contener
cientos de matices y formas, no un mero estereotipo) es muchas veces incierto y
lleno de desvíos y recovecos. Si elijes el arte elijes lo invisible, y se dice
que el aire no alimenta. Ahora bien, la comida que se digiere mueve los
engranajes del cuerpo pero no hace volar el alma. Entonces, ¿qué sufrimiento es
más leve?
Christine se queda con Raoul porque la mujer bonita y
pretendida tiene que acabar casada: y
fueron felices y comieron perdices.
Sin embargo, yo no soy la única que se quedó pensando en que
Christine bien podría haber seguido cantando en el teatro mientras se labraba
un futuro ella misma. Hay una segunda parte de este musical –lo descubrí hace
poco, y me quedé a cuadros-. Mucho me temo que nació de una mera estrategia
comercial –el autor del primer musical quería aprovechar el tirón mundial que
ha tenido su obra- y es cierto que el argumento tiene unos giros que calificar
de surrealistas es quedarse corto… No obstante, en lo que al personaje de Raoul
y su desarrollo respecta en esta secuela, la verdad es que no pude evitar
sonreír. Te lo dije, Christine, te lo
dije…
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