sábado, 11 de diciembre de 2010





Irlanda.

Bajo el yugo de Gran Bretaña. Un pueblo oprimido que sufre terror y matanzas, que riega con su sangre las cosechas inglesas. Muerte. La única salvación es huir, lanzarse al mar y rezar para llegar vivo al Nuevo Continente.

Los rebeldes. Un cónclave secreto, conspira entre las sombras.

Kilpatrick, lider de los independentistas. De la sangre del mismísimo Cúchulainn, heredero de los antiguos celtas. Piadoso, fuerte, un pilar sobre el que se sustenta el pueblo. Insufla esperanza en sus corazones, transmite valor a sus almas. Los guiará hacia la independencia, les mostrará el camino de la libertad.

Sin embargo, llega la desgracia. Una noche en el teatro, tiene lugar una verdadera tragedia. Alguien dispara a muerte a Kilpatrick, quien fallece sin poder murmurar apenas una pocas palabras, entre sangre y angustia.

Nunca se descubre al asesino.

¿La policía, compinchada con Gran Bretaña, se niega a colaborar? ¿Fueron quizás ellos los asesinos? ¿Un fanático inglés?

El interrogante perdura durante siglos. Irlanda llora a su bienquerido mártir. Pero su muerte desencadena la rebelión que finalmente traería la ansiada independencia al país.


Siglos después.


El biógrafo de Kilpatrick inicia una investigación. El independentista irlandés ya es una leyenda. Sin embargo, hay piezas que no encajan en este puzle. Entre la muerte de Kilpatrick y la de Julio César hay muchos paralelismos. Ambos, por ejemplo, recibieron una carta avisándoles de su muerte que jamás, por vicisitudes del destino, llegaron a abrir. El rey Machbeth, por otro lado, tuvo una conversación reveladora con un  mendigo poco antes de su muerte. Lo mismo le sucedió a Kilpatrick. Ambos personajes (César y Machbeth) son protagonistas de sendas obras de Shakespeare.

¿Coincidencia?

Que la historia hubiera copiado a la historia ya era suficiente pasmoso; que la historia copie a la literatura es inconcebible...

Entonces el biógrafo hace un descubrimiento revelador. Poco antes del día funesto, Kilpatrick había firmado una sentencia de muerte, condenando a uno de los miembros de su cónclave por traición.

Esto no coincide con la apariencia piadosa del héroe.

¿Entonces...?



De repente la verdad se revela ante sus ojos. Uno de los miembros del cónclave. Traductor al irlandés de las famosas tragedias de Shakespeare. Ha descubierto al traidor. Presenta pruebas que son irrefutables contra él. Y el traidor en el cónclave independentista, el traidor a la patria madre Éire es...



El propio Kilpatrick.


Silencio. Terror. Alboroto. Como edificios que se desploman. Kilpatrick es un héroe para Irlanda, Kilpatrick es el aliento del pueblo. No pueden decir la verdad. Si se llegara a descubrir... la independencia, que cada día está más cerca, se alejaría como un sueño fugaz, un espejismo en medio de un ardiente desierto.


Entonces, el traductor de Shakespeare, tiene una idea. Obra. Pueden improvisar una gran obra. La mayor tragedia de todos los tiempos. Ellos serán los actores, el escenario será Irlanda, la humanidad entera el público... y Kilpatrick hará el papel protagonista.

Él acepta. Como redención a su crimen dará la vida y será recordado como un héroe. Eternamente.


Todo se prepara con cuidado: el encuentro con el mendigo, la carta que nunca llega a su destino, la velada en el teatro... a veces los intérpretes improvisan pequeños apuntes que dan un  toque de esplendorosa verdad a su representación. Incluso Kipatrick, cuando, ya herido de muerte, se desploma, aún intenta murmurar aquellas frases aprendidas de memoria... 





He aquí la extraña pero impresionante explicación a un misterio aparentemente indisoluble, que tiene su respuesta en la complicada naturaleza humana, que puede albergar a la vez el espíritu del traidor... y del héroe.


 




http://www.youtube.com/watch?v=LXp0v93ZRTs 









  







Cuento original de Jorge Luis Borges, Tema del héroe y el traidor, todos los derechos reservados... etc. No pretendo versionar ni retocar esta obra, simplemente animar a su lectura, breve pero impactante, mucho más perfecta que mis torpes palabras. 

 

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