Sonido III: Tambor de guerra
Lo único bueno de que me duelan tanto los golpes es que Lluvia Hembra ha venido a curármelos.
-¡Coyote que juega con los huesos! –Dice enfadada, nada más verme. Aunque la demás gente de la tribu se refiere a mí simplemente como Coyote, ella y mi padre siguen utilizando el nombre entero.- ¿Qué has estado haciendo? ¡Todos están muy preocupados por ti!
Pero yo no presto mucha atención a sus palabras. Ella es tan guapa… Tiene los ojos negros y cálidos como dos brasas. Su voz es como el agua clara de un manantial puro. Su cabellera negra es larga, brillante y lustrosa, como las alas de un cuervo. No puedo evitar sonreír al verla tan cerca… y preocupada por mí.
-¿Y ahora por qué te ríes? –Frunce el ceño.- Estás lleno de golpes.
-Es que eran muchos demonios blancos. –Digo, procurando ponerme serio.- ¡Cientos de ellos me rodearon, y yo tenía que proteger a Luna de los espíritus a cualquier precio! –explico, muy emocionado de repente. ¡Acabo de darme cuenta de que mi hazaña es la de un gran guerrero!- ¡Ay! –me quejo, porque ella acaba de aplicar un empaste de hierbas donde me pegaron la pedrada, y me duele aún más.
-Ya está. –musita ella.
-No, si no me duele… -me maldigo a mí mismo por haber mostrado debilidad de esa forma tan vergonzosa.
-Tienes que descansar –me recomienda, mientras se pone en pie y se sacude el vestido antes de marcharse, pues ya ha terminado-. Tu padre ha dicho que por hoy puedes quedarte sin hacer tus tareas. ¡Ah! –De improviso se agacha y me da un fugaz beso en la mejilla.- Gracias por haber protegido a Luna de los espíritus. Sólo tú te preocupas de mi hermanita. Eres un verdadero valiente –y desaparece un poco avergonzada.
Yo… yo estoy en el cielo, tumbado entre la hierba, contemplando la blancura de un venado en las verdes praderas de Kitzihaiata… de puro placer. ¡Lluvia Hembra acaba de besarme! Siento que todos estos dolores han valido la pena.
* * *
En la tribu, la nube de la preocupación parece haber cubierto el potente sol de mediodía. Desde que vieron mis heridas, todos se pasean tensos, con las plumas de la cabeza hacia arriba, señal de que hay un problema y debe solucionarse pronto. Esa misma noche, Montaña Resplandeciente, el jefe, convoca una asamblea en el utinekane ceremonial. Todos estamos sentados en el interior, alrededor del fuego sagrado de Kitzihaiata. Todos menos Luna de los espíritus. Aunque sé que ella me estará esperando fuera, escondida entre los arbustos, y luego yo iré a contarle todo lo que se ha decidido.
Tras rezarle a Kitzihaiata para que ilumine nuestro camino y nos proteja, como sus hijos verdaderos que somos, Montaña Resplandeciente da por comenzada la asamblea. El primero en hablar es Hombre Roca, uno de sus cuatro consejeros.
-Los demonios blancos han vuelto a jugárnosla –ruge enfadado-. No debemos volver más a su campamento. Que Kitzihaiata se ocupe de ellos como merecen.
-Me parece correcto –asiente Yerba del medio, otro consejero, de rostro afilado parecido al de un zorro, que siempre apuesta por la solución más práctica-. No tienen ninguna consideración hacia nosotros, y encima nos maltratan como a perros. Debemos volver a ignorarlos, como hacíamos antes.
-Así que ya has oído, Tierra y Agua –vuelve a hablar Hombre Roca. Tiene el mentón pronunciado, y las cejas grises muy pobladas-. No vas a volver al campamento a vender hierbas otra vez.
Veo como mi padre suspira apesadumbrado, a pesar de ser el cuarto consejero de Montaña Resplandeciente. Es un hombre delgado, de cabellos finos y blancos, ya desde que era joven. Demasiado débil para ser un gran guerrero, sin embargo todos le respetan por sus amplios conocimientos sobre hierbas medicinales. Pero ahora él esta triste y marchito, como una planta sin agua. Mira alternativamente a los dos consejeros, luego al jefe… y finalmente afuera, en dirección a nuestro utinekane. Mi madre aún está tan débil que no ha podido moverse de allí, y unas ancianas de la tribu se han quedado a cuidarla.
-Debo regresar de nuevo al campamento de los blancos –confiesa en un susurro- o Rostro de Sombra se quedará sin su medicina mágica.
Mi madre contrajo extrañas fiebres la pasada Luna de la nieve cegadora*. Por muchas hierbas que mi padre preparó, nada lograba curarla. Hasta que desesperado, decidió aventurarse en el campamento de los blancos, donde consiguió una medicina mágica a cambio de sus remedios con hierbas. La medicina de los blancos no está hecha de plantas, es dura y extraña; pero desde que mi madre la toma parece mejorar.
-¿Regresar a su campamento? –Se escandaliza Hombre Nube, el cuarto consejero y el más viejo de todos.- ¡Estás loco, Tierra y Agua! ¿No has visto como han tratado al único hijo que te queda? ¿Volverás para hacer negocios con aquellos que han dañado tu propia sangre sin compasión? ¡Ofendes a Kitzihaiata con tus despreciables actos!
-¡Es cierto, Tierra y Agua! Siempre estás de parte de los demonios blancos. Los admiras, e incluso has aprendido a hablar su lengua, y se la enseñas a tu hijo. ¡Eres un traidor para la tribu! –se enfurece Hombre Roca.
Yo empiezo a sentirme angustiado. ¡Todo esto ha sido por mi culpa! Y mi padre parece tan vulnerable de repente…
-No entendéis nada –dice él al fin- . ¿Creéis que lo hago por gusto? ¡Los hombres blancos son demonios sin corazón, eso es más que cierto! ¡Y todos los golpes que le han dado a mi hijo me duelen a mí también! Pero nosotros no podemos seguir ignorándoles como antes, y tenemos que aceptar que dependemos de ellos. ¡Ya no somos un pueblo fuerte y poderoso! Cada Luna* que pasa, nuestra población desciende. Nuestros ancianos y niños caen sin remedio. Porque los blancos han traído también sus malos espíritus. En la Luna de la nieve cegadora murió casi la mitad de nuestra tribu. No hubo nadie que no perdiera a ningún ser querido. Cuatro de mis hijos partieron, y aún sigo dándole gracias a Kitzihaita por salvar a mi primogénito. Perecieron incluso familias enteras. Por eso fui a pedirles su medicina a los blancos. Estas enfermedades que ellos traen no tienen cura con nuestros remedios. ¡Sólo abandonando nuestro orgullo, y arrastrándonos ante los blancos, podremos salvar a aquellos a los que amamos…!
-¡Estás blasfemando! –Hombre Roca patalea en el suelo para hacerle callar. La gente grita también a mi padre. Todos están furiosos por su discurso.- ¡Eres un perro traidor! ¡No confías en Kitzihaiata, y prefieres la ayuda de los demonios blancos! ¡No mereces seguir llamándote Kickapú…!
-¡¡Silencio!! –Montaña Resplandeciente, nuestro jefe, golpea en el suelo con su hueso-medicina*, para hacerse oír. Inmediatamente todos se callan, incluso Hombre Roca. Y se disponen a escuchar sus sabias palabras, que serán las definitivas-. Es cierto que desde la oscura Luna de la nieve cegadora los malos espíritus parecen haberse aposentado en nuestro campamento y no quieren marchar. Pero debemos seguir confiando en Kitzihaiata, que sólo está poniendo a sus amados hijos a prueba. Y ésta será ya la última. Se acerca el día en que iremos a las praderas celestes a cazar venados blancos en su compañía. –Montaña Resplandeciente era de joven un importante guerrero. Pero tras una masacre a nuestra tribu hace ya cientos de Lunas, perdió su brazo derecho, y tuvo que dejar de combatir. Sin embargo, cuando habla, consigue acallar los temores de la gente y traer la cálida esperanza a sus inquietos corazones. Por eso, y por su bondad y sabiduría, es el admirado jefe de nuestra tribu.- Tierra y Agua –se dirige a mi padre, que aún sigue cabizbajo-, puedo sentir el dolor de tu corazón, magullado a causa de la larga enfermedad de tu hermosa mujer y las heridas de tu único hijo. Sé que si te prohíbo regresar al campamento de los blancos en busca de la medicina mágica, tú y Rostro de Sombra o consumiréis como un solo fuego entre las nieves. No puedo impedir que marches allí –veo como la gente comienza a inquietarse, ante esta inusual concesión-. Aún así, sólo podrás ir tú. Prohíbo que otras mujeres u hombres de la tribu te acompañen o te ayuden a recolectar las hierbas y preparar medicinas destinadas a tal uso. Te permito que negocies con los blancos, pero ahora deberás hacerlo tú solo –recalca.
Veo como mi pobre padre mira con ojos agradecidos al sabio Montaña Resplandeciente. Ahora nuestra tarea resultará mucho más difícil que antes, pues tendremos que hacerla los dos solos, y por tanto será mucho más lenta. Nadie se atreve a oponerse a nuestro jefe. Hombre Roca, que iba a hablar, acaba cerrando la boca. No hay objeciones ni quejas.
Tras un tiempo de silencio, Piedra Blanca, el joven guerrero más valiente de la tribu, que además es hijo de Montaña Resplandeciente, se levanta y pide la palabra. Su padre se la concede.
-Solicito permiso para ir a la caza de cuatro venados blancos –dice agachando humildemente la cabeza.
-Piedra Blanca, –dice entonces el anciano Hombre Nube- nadie de esta tribu duda de tu valentía. Pero la caza del venado blanco entraña cada vez más peligros.
-No temo que los malos espíritus se interpongan en mi camino –en su fuerte brazo aprieta el infalible arco que él mismo ha elaborado.
-Pero si te vas, en nuestra tribu quedarán aún menos guerreros jóvenes que puedan defendernos –objeta Hierba del medio.
-Yo defenderé la tribu con mi vida si Piedra Blanca parte –Oreja de Lobo, otro joven guerrero, se pone en pie.
-Y yo. Mi fuerza será como la de diez hombres –promete el guerrero Casi un Bisonte-. Apoyo su valiente decisión.
-La caza de estos cuatro venados es importante –prosigue Piedra Blanca-. Debo casarme cuanto antes con mi hermosa prometida, antes del comienzo de la Luna de las hojas pobres* –y sé que esto lo dice porque ninguno de los presentes sabemos con certeza si sobreviviremos a la próxima Luna de la nieve cegadora.
Aún así no puedo evitar sentir un pinchazo de rabia. Lluvia Hembra es la hermosa prometida del valiente Piedra Blanca. Ahora mismo no aparta la vista de él, y tiene los ojos brillantes.
-Es una decisión arriesgada –reconoce Montaña Resplandeciente-. Ahora no sólo los espíritus malignos te acechan, sino también el hombre blanco.
-Pero los cuatro venados deben cazarse para que la boda sea bendecida por Kitzihaita –apunta Hombre Roca-. Yo también estoy de acuerdo con su decisión, y creo que es digna de un valiente guerrero como él.
-Está bien –asiente Montaña Resplandeciente-. Desde que los padres de Lluvia Hembra fallecieron y yo la acogí en mi casa, ha sido la hija más cariñosa que un padre pueda desear. Ella y mi propio hijo, Piedra Blanca, son lo que más amo desde que mi mujer partió la pasada Luna de la nieve cegadora. Ver su unión bendecida por Kitzihaiata es mi único deseo –y en sus ojos percibo la felicidad-. Estoy seguro de que El que mora en los cielos te protegerá en tu arriesgada empresa. Parte, hijo mío, que nosotros aguardaremos con ansia tu victoriosa llegada.
* * *
Al siguiente amanecer tengo que ver como Piedra Blanca se marcha ante la silenciosa presencia de la tribu. Sólo resuena el sonido del tambor que sujeta entre las manos Lluvia Hembra. El sonido que produce, profundo y grave, otorga valor en el corazón de los guerreros, y aleja a los malos espíritus y a los manitúes bromistas.
Yo no estoy entre la muchedumbre. Me escondo entre los árboles, al lado de Luna de los espíritus. Me siento triste, porque Lluvia Hembra prefiere a Piedra Blanca. En vez de aprender hierbas medicinales con mi padre, o el lenguaje de los demonios blancos, debería saber manejar un arco. Entonces Lluvia Hembra se enamoraría de mí. Me siento furioso.
Luna de los espíritus parece entenderme. Repentinamente acurruca su cálido cuerpecillo junto a mí. No estés triste, yo estoy contigo, dice. Aunque no hable (nunca en su vida ha dicho una palabra) yo puedo entenderla. No sé como lo hago. Mi padre dice que desde que nací, los espíritus y manitúes me consideran su amigo. Y Luna de los espíritus no es de este mundo, eso lo sé. Aunque sea la hermana pequeña de Lluvia Hembra, sus padres no la querían. No habla, no ve. Y le gustaba estar siempre en el lado oeste de la casa*. La acabaron abandonando porque les daba miedo. Cuando murieron, tampoco Montaña Resplandeciente quiso hacerse cargo de Luna de los espíritus, aunque sí adoptó a su bella hermana. Sólo Lluvia Hembra le da comida a escondidas. Nosotros la cuidamos, y estamos con ella cuando vagabundea por las cercanías de la tribu. Pero siempre procurando que los demás no nos vean.
A mi me gusta Luna de los espíritus y no le tengo miedo. En su mundo no hay luz ni color. Sólo sonidos. Ella se dedica a recorrer el bosque buscando sonidos especiales. Cuando encuentra alguno, viene corriendo a decírmelo. Entonces yo cierro los ojos, ella me coge la mano y me permite entrar en su mundo. Sólo a mí. Jamás temo cuando ella me guía en medio de la oscuridad. Sé que es un espíritu bueno, y no va a dejar que nada malo nos ocurra.
Hace tiempo que Piedra Blanca se ha marchado. La gente de la tribu retorna a sus tareas. Pero en la linde del bosque, Lluvia hembra sigue tocando el tambor… mientras las lágrimas ruedan por sus mejillas, y en sus ojos brillan mezclados el dolor y la esperanza.
A pesar de la rabia y los celos, no puedo negar que los fuertes golpes en el tambor de guerra también estremecen mi cuerpo.
3 comentarios:
Una lectura deliciosa. La redacción hace que se levanten personajes y escenario sin necesidad de esfuerzo.
Esta vez no tengo nada de utilidad que aportar, sólo alabanzas y mi deseo de que continúes colgándolo cuanto antes.
Luna de los espíritus me encanta. Me resulta... ¿tierna? Adoro tu forma de escribir, Shika.
Y que sepas que odio Arte xD Desde esta madugada odio Notre Dame y todas sus jodidas reformas. Y odio el Pórtico de la Gloria y sus malditas historias enlazadas con las esculturas y los decorados! (en el fondo me gusta, vale xD...)
Well... I'm suppose to say "thank you" so thank you very much you all. Writing is a great experiencie for me, but when someone contact with me in that way... is wonderful.
:)
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