domingo, 24 de abril de 2011
Es que, cuando te disparan, sangras.
Debe correr la sangre. Debo afilar mi cuchillo y degollar un perro en alguna parte.
¿Verdad que sí?
Pues sí.
Estas líneas son un mensaje que me mando a mí misma. Parecen un bumerán. Cuando lo arrojo, rasga las tinieblas en la lejanía, asusta la pequeña alma de algún desdichado canguro y, pronto, vuelve a mi mano. Pero el bumerán que retorna no es el mismo bumerán que yo he arrojado. Lo sé. Bumerán, bumerán.
スプートニク の 愛人、 はるき むらかみ。
あなた は 私 の 何か が ほしい です か。 これ で です。捕らえ処 が あります。 私 は すみれ です。
http://www.youtube.com/watch?v=etLa1xipu0g
sábado, 23 de abril de 2011
I am just a worthless liar.
I am just an imbecile.
I will only complicate you.
Trust in me and fall as well.
I will find a center in you.
I will chew it up and leave,
I will work to elevate you
just enough to bring you down.
Sólo soy un mentiroso despreciable.
Sólo soy un imbécil.
Únicamente voy a complicarte.
Confía en mí y cae también.
Encontraré un centro en ti.
Lo masticaré y me iré.
Trabajaré para elevarte,
justo lo suficiente para derribarte.
Crueldad. La crueldad de los depredadores. Nunca había escuchado unos versos que expresaran de manera tan certera lo que es ser mordida. El desgarro, el veneno. Es lo que más temo. Los efectos secundarios son tan terribles que a veces pienso que merece la pena renunciar al mundo antes que agonizar así. Naturalmente, este pensamiento es estúpido y carece de toda base lógica. Basta con sonreír y ser indiferente. Muchas veces, con no mirar a alguien, podemos privarle de la existencia. Al menos en nuestro propio mundo, que es lo que realmente nos importa. (Los mundos de los demás están más lejanos que las galaxia remotas en los confines del universo).
Y ese sí que es el más cruel de los castigos.
viernes, 22 de abril de 2011
Esto es increíble. Ya van dos terribles conversaciones filosóficas con aparentes desconocidos en menos de una semana, aderezadas con agria incertidumbre y toques de ridícula buena suerte. El destino intenta decirme algo, está claro.
jueves, 21 de abril de 2011
La suerte se ríe de mí, pero yo digo, al menos me sonríe, ¿no? Un esfuerzo, un esfuerzo arduo se ha visto finalmente recompensado. El gobierno español me reconoce como una de sus fructíferas hijas por una vez, pese a que mis armas sean las palabras y no complicados saberes cifrados. Y no puedo por menos que reverenciar este regalo inesperado y reírme, reírme mucho. Londres, Londres primero y luego el resto del mundo... que esto sirva para emprender mi particular Odisea. Para llenar mis cuadernos con el aire de lugares desconocidos. Que estos ojos almacenen un amalgama infinito de paisajes, y esta cabeza pueda beber de sus saberes... y os devuelva historias jamás antes contadas.
Gracias.
miércoles, 20 de abril de 2011
Pero no. Esa que corre no soy yo. Yo soy la que permanece en silencio, mientras todo crece. Yo soy la que recorre el mundo, la sembradora.
Nunca más una simple observadora. Dejadme el pincel, yo escribiré la obra. ¿No veis como las palabras se funden entre mis dedos, no veis como moldeo este metal eterno e incorrosible...?
No más miedo. Ni siquiera a la muerte. Porque es el despertar del sueño. No más soledad. No más apego. Fuera todo. Sólo soy un pedazo de carne; cuidaré más pues la sustancia invisible que me forma y me ayuda a expandirme.
Gracias.
Y perdón. Perdón. Perdón.
martes, 19 de abril de 2011
Estábamos columpiándonos cerca del Templo de Debod.
Atardecía.
Yo llevaba un vestido rojo de cuadros, el pelo suelto, y zapatos nuevos.
Ella, la chica de Oriente y Occidente, mirada profunda y voz con un leve poso de exotismo.
Arriba, abajo. Yo ya había olvidado ese leve vértigo, esa sensación de abandono y de terror que se siente al despegar los pies de la tierra, junto con la liberación.
Charlamos, referí ciertos problemas que algunos saben, me han venido ocupando la cabeza esta semana.
-Tengo miedo de hacer el ridículo -confesé.
-¿Ridículo? -me dijo entre risas- ¿Pero no es todo lo que hacemos, en cierto sentido, ridículo?
Gracias.
domingo, 17 de abril de 2011
sábado, 16 de abril de 2011
Oscuridad.
CAPÍTULO 1
Camino por las enormes calles de la ciudad. La gente que se cruza con nosotros sonríe a mi niña, que camina cogida de la mano, a saltitos. Todo es impresionante para ella: cada instante un nuevo mundo, que se revela y transforma ante sus ojos infantiles, mostrándole un abanico de colores interminable. Las nubes que cruzan el cielo son como retazos de espuma en una enorme bañera. Las gaviotas sobrevuelan las azoteas de los impresionantes edificios, y sus chilldos salados huelen a mar.
Una señora de cabellos largos, rizados y coloreados de plata, que lleva una especie de turbante púrpura enredado en la cabeza, juega con una marioneta de madera en la calle. Mueve los hilos e insufla en su cuerpo el toque cálido de la vida. La mujer tiene unas enormes gafas de carey, y lleva al menos tres vestidos puestos, todos de colores, uno encima de otro. Mi niña se para, extasiada, mira mamá, mira, dice, en un grito que expresa la más sincera de las alegrías. Quiere detenerse, ver jugar a ese niño que, como ella, se mueve y baila, aunque sus miembros sean rígidos y su cara esté pintada. Ella es aún demasiado joven para percibir la sutil diferencia. La mujer le sonríe, charla con ella. Eres una niña especial, canturrea. Yo dejo caer unas monedas en el gorro de tela que hay al lado. La mujer alza los ojos, y me sonríe. Sus dientes están podridos.
CAPÍTULO 2
Llegamos al fin al edificio. Situado en la calle más concurrida de la ciudad, desafiando al mundo entero. Su fachada es acristalada pero engañosa. Una puede pensar que esas paredes azules y transparentes muestran el interior, como una persona sincera describe sus sentimientos sin el menor reparo. La luz juega, de hecho, con sus brillos, creando tal ilusión. Pero de fijarse más, seguramente una se diera cuenta de que, lo que creyó en un principio inocente cristal, no es más que un espejo que no hace sino reflejar habilmente lo que tiene delante, sin ofrecer nada de lo que realmente esconde. Sólo imágenes muertas, espejismos de un mundo que le es ajeno. Terrible truco.
No hay nadie custodiando su enorme puerta de acero negro; se diría que la entrada es libre a los curiosos. Pero aún así. yo llamo al interfono situado al lado. Silencio. Repentinamente la luz roja se enciende. Un carraspeo. Puedo sentir la cámara situada encima de nosotras moverse con la agilidad y el silencio de la serpiente cascabel en las arenas del desierto. Primero me enfoca a mí, con sorpresa mal disimulada. Pero es finalmente mi niña, quien, ajena a todo, ha caído en el cruel juego de los espejos, capta su atención. Unas palabras silenciosas. Unas indicaciones. Y las puertas se abren de nuevo, como tres años atrás, fauces enormes de la bestia, en las que me introduzco voluntariamente. Nadie sale a darme la bienvenida.
CAPÍTULO 3
Pasillos anónimos, de paredes blancas y brillantes, y fluorescentes insomnes en el techo. En cada uno de ellos puertas, que en hileras interminables, se pierden en la oscuridad de las esquinas. Los atravieso en silencio, sin cruzarme con nadie. Subo escaleras, las bajo. Giro a la derecha y a la izquierda. Las salas de espera de este particular hospital están abandonadas, y los cuadros de flores colgados de las paredes están marchitos por el tiempo. A mi niña no le gusta este lugar, puedo sentirlo en su mirada inquieta, en su manita que agarra con una fuerza desesperada la mía. Sé que está buscando la gente, el cielo, pero sobre todo los colores. Los colores. Pero sólo hay blanco. Y el negro de lo desconocido.
CAPÍTULO 4
En nuestro silencioso peregrinaje, se nos cruza una sombra. Bajo el gorro verde y la bata que oculta las formas de un cuerpo menudo reconozco ese cabello rubio con chispas grises, esos ojos verdes de reptil, aún así coronados por espesas pestañas negras. Me mira. No puedo evitar estremecerme, y agarrar con más fuerza a mi niña. Pero los labios pequeños y exquisitos de la mujer esbozan una tímida sonrisa, mientras con un gesto inperceptible me indica que la siga. Atravesamos nuevos pasillos, más arterias dentro del cuerpo de ese animal terrible que ya nos ha devorado. Finalmente, en una esquina particularmente oscura, que imagino inexistente para las cámaras de seguridad, esos labios húmedos y seductores se atreven a hablarme. Nunca quise hacerte daño, susurra con voz ligera, y a esa frase le siguen luego otra serie de instrucciones, aderezadas con palabras de dulce consuelo, de claustrofóbica esperanza.
Y mientras tanto sus ojos amarillentos siguen girando sin parar dentro de las órbitas, fríos y calculadores, sopesando, descomponiendo, extrayendo.
CAPÍTULO 5
Coloco nuestras escasa pertenencias en la austera habitación que nos han asignado. Una cama, un armario sin puertas, una bombilla que cuelga del techo. Y todo convenientemente pintado de blanco, de ese color que ciega, que da dolor de cabeza y produce angustia, y añoranza de noches tranquilas. Mi niña está asomada a la ventana, por la que se filtra el aire fresco de la calle, como un recuerdo de lo que tuvimos antes. Agobiada, como el corredor sediento ansía el agua fresca, me asomo con ella. Y entonces lo veo. Otra mujer, asomada a una de las ventanas del edificio de viviendas de enfrente, mira hipnotizada a mi pequeña. En sus ojos late el hechizo, la invasión, el encantamiento de lo desconocido. Está atrapada. Sacudo a mi niña, ¡eso no está bien, no lo hagas, detente! Mi niña tiembla, me mira aterrorizada, con lágrimas de susto. El cristal de la ventana desde la cual nuestra soñadora nos observa, estalla en mil pedazos en un segundo. ¡No, te has portado mal! Agarro a mi niña del brazo, cierro la ventana de golpe. La llevo a arrastras a la cama, mientras coloco delante de ella un papel y las ceras de colores. ¡Dibuja! le ordeno, ¡cuando tengas ganas de hacer eso, dibuja! ¡Ponlo todo en el papel, libérate así del mal! ¡Vamos! Extiendo el papel sobre la cana, y obligo a sus dedos regordetes a agarrar una pintura, mientras ella, entre lágrimas e hipidos me pide perdón. ¡Dibuja, dibújalo ahora! Grito, sin poder contenerme, aplastando su manita cálida entre la mía, clavando la cera en el papel hasta rasgarlo con violencia, mientras mi niña chilla, de dolor, de miedo. Pero sus lágrimas suenan aún demasiado lejanas para conmoverme.
CAPÍTULO 6
En la oscuridad de una noche imaginaria, sólo intuida tras las ventanas cerradas -pues la bombilla sigue encendida en el techo, y hace brillar las paredes, sin que exista interruptor capaz de sofocarla- abrazo a mi niña, intentando acallar sus sollozos. Tranquila, susurro, con las manos llenas de ceras derretidas, reventadas con mi calor, no pasa nada, cielo.... sé que no querías hacerlo, sé que no querías enfadar a mamá... Mamá te quiere, te quiere tal como eres. Eres especial, mi vida, ya lo sabes. Pero tienes que dejar de hacer esas cosas, porque esas cosas no están bien, y aunque mamá te quiera tiene que enseñarte, ¿comprendes? Enseñarte. Entre la humedad, y acurrucada en mi pecho, mi niña asiente, con los ojos brillantes y el rostro mudo. La incondicional entrega de esos deditos sangrantes que se aferran a mi cuello, es dolorosa.
-EPÍLOGO-
Avanzo por las calles de la ciudad, rauda y discreta. Intentando alejarme lo más posible de ese lugar maldito al que sé que no voy a volver jamás. Mis ojos buscan la libertad del horizonte, y mi mano aferra el aire. Mi niña no está. Tuve que dejarla allí. Era todo lo que ellos pedían. Lo que los ojos de reptil me ofrecieron a cambio de mi preciada libertad. Porque ellos ya no quieren un ejemplar mutilado, sino la pequeña. Mi hija. Engendrada en el dolor, nacida en el ocaso de mi espíritu. Un pedazo de carne que a penas si había empezado a vivir, a sentir. No está mal, me repito, a penas si llegó a saber lo que es esto. Sintió el calor del sol como un sueño, y las tinieblas que la van a devorar pronto se convertirán en su único recuerdo. Di una parte para salvar el todo. No importa que las lágrimas envenenen mi alma, y mi espíritu se extinga a cada paso.
Simplemente no podía atravesar de nuevo ese camino.
CAPÍTULO 4
En nuestro silencioso peregrinaje, se nos cruza una sombra. Bajo el gorro verde y la bata que oculta las formas de un cuerpo menudo reconozco ese cabello rubio con chispas grises, esos ojos verdes de reptil, aún así coronados por espesas pestañas negras. Me mira. No puedo evitar estremecerme, y agarrar con más fuerza a mi niña. Pero los labios pequeños y exquisitos de la mujer esbozan una tímida sonrisa, mientras con un gesto inperceptible me indica que la siga. Atravesamos nuevos pasillos, más arterias dentro del cuerpo de ese animal terrible que ya nos ha devorado. Finalmente, en una esquina particularmente oscura, que imagino inexistente para las cámaras de seguridad, esos labios húmedos y seductores se atreven a hablarme. Nunca quise hacerte daño, susurra con voz ligera, y a esa frase le siguen luego otra serie de instrucciones, aderezadas con palabras de dulce consuelo, de claustrofóbica esperanza.
Y mientras tanto sus ojos amarillentos siguen girando sin parar dentro de las órbitas, fríos y calculadores, sopesando, descomponiendo, extrayendo.
CAPÍTULO 5
Coloco nuestras escasa pertenencias en la austera habitación que nos han asignado. Una cama, un armario sin puertas, una bombilla que cuelga del techo. Y todo convenientemente pintado de blanco, de ese color que ciega, que da dolor de cabeza y produce angustia, y añoranza de noches tranquilas. Mi niña está asomada a la ventana, por la que se filtra el aire fresco de la calle, como un recuerdo de lo que tuvimos antes. Agobiada, como el corredor sediento ansía el agua fresca, me asomo con ella. Y entonces lo veo. Otra mujer, asomada a una de las ventanas del edificio de viviendas de enfrente, mira hipnotizada a mi pequeña. En sus ojos late el hechizo, la invasión, el encantamiento de lo desconocido. Está atrapada. Sacudo a mi niña, ¡eso no está bien, no lo hagas, detente! Mi niña tiembla, me mira aterrorizada, con lágrimas de susto. El cristal de la ventana desde la cual nuestra soñadora nos observa, estalla en mil pedazos en un segundo. ¡No, te has portado mal! Agarro a mi niña del brazo, cierro la ventana de golpe. La llevo a arrastras a la cama, mientras coloco delante de ella un papel y las ceras de colores. ¡Dibuja! le ordeno, ¡cuando tengas ganas de hacer eso, dibuja! ¡Ponlo todo en el papel, libérate así del mal! ¡Vamos! Extiendo el papel sobre la cana, y obligo a sus dedos regordetes a agarrar una pintura, mientras ella, entre lágrimas e hipidos me pide perdón. ¡Dibuja, dibújalo ahora! Grito, sin poder contenerme, aplastando su manita cálida entre la mía, clavando la cera en el papel hasta rasgarlo con violencia, mientras mi niña chilla, de dolor, de miedo. Pero sus lágrimas suenan aún demasiado lejanas para conmoverme.
CAPÍTULO 6
En la oscuridad de una noche imaginaria, sólo intuida tras las ventanas cerradas -pues la bombilla sigue encendida en el techo, y hace brillar las paredes, sin que exista interruptor capaz de sofocarla- abrazo a mi niña, intentando acallar sus sollozos. Tranquila, susurro, con las manos llenas de ceras derretidas, reventadas con mi calor, no pasa nada, cielo.... sé que no querías hacerlo, sé que no querías enfadar a mamá... Mamá te quiere, te quiere tal como eres. Eres especial, mi vida, ya lo sabes. Pero tienes que dejar de hacer esas cosas, porque esas cosas no están bien, y aunque mamá te quiera tiene que enseñarte, ¿comprendes? Enseñarte. Entre la humedad, y acurrucada en mi pecho, mi niña asiente, con los ojos brillantes y el rostro mudo. La incondicional entrega de esos deditos sangrantes que se aferran a mi cuello, es dolorosa.
-EPÍLOGO-
Avanzo por las calles de la ciudad, rauda y discreta. Intentando alejarme lo más posible de ese lugar maldito al que sé que no voy a volver jamás. Mis ojos buscan la libertad del horizonte, y mi mano aferra el aire. Mi niña no está. Tuve que dejarla allí. Era todo lo que ellos pedían. Lo que los ojos de reptil me ofrecieron a cambio de mi preciada libertad. Porque ellos ya no quieren un ejemplar mutilado, sino la pequeña. Mi hija. Engendrada en el dolor, nacida en el ocaso de mi espíritu. Un pedazo de carne que a penas si había empezado a vivir, a sentir. No está mal, me repito, a penas si llegó a saber lo que es esto. Sintió el calor del sol como un sueño, y las tinieblas que la van a devorar pronto se convertirán en su único recuerdo. Di una parte para salvar el todo. No importa que las lágrimas envenenen mi alma, y mi espíritu se extinga a cada paso.
Simplemente no podía atravesar de nuevo ese camino.
jueves, 14 de abril de 2011
¿Sabéis esa sensación cuando estáis....? Yo que sé, en cualquier sitio: caminando por la calle, sentados en una cafetería, leyendo en el parque... sí, tan a gusto, tan felices con lo vuestro que ni siquiera os dais cuenta de lo perfecto del momento. Y entonces ese sentimiento horrible empieza. Alguien os está mirando. No podríais asegurar con certeza quién es, si acaso esa mujer que pasea al perro-oveja lleno de lanas, las dos chicas adolescentes con mini-shorts que parecen bragas grandes o el chaval con la camisa negra y el pelo largo recogido en una coleta. Pero está claro que un par de ojos curiosos taladran vuestra espalda sin piedad, y siguen con fría certeza cada uno de vuestros movimientos. Entonces empezáis a actuar de forma extraña, porque os están mirando. Os recolocáis la ropa, tocáis el pelo... tal vez haya alguna variación en la manera de andar, procuréis mover un poco las caderas de una manera no habitual, cojáis la taza de café con sólo dos dedos -o Dios mío, seguro que es la primera vez que se os ocurre algo así- o sujetáis el libro de esa otra incómoda manera en la que ni siquiera alcanzáis a ver bien las letras.
Hablo de esos terribles segundos de incómoda tensión, en los que fingir que no os pasa nada, que sois tan normales como siempre, es, sencillamente, la tarea más jodida del mundo. Los observadores están ahí y son muchos, y en ese ansía, ese miedo de no querer que nos vean tal cual somos, cambiamos nuestro comportamiento de una manera en la que, ni muestra lo que realmente somos, ni, obviamente, interesa a nadie.
Puede que para entonces ya hayan perdido el interés, esos ojos curiosos.
O puede que vosotros, terriblemente cansados de fingir, hayáis decidido marcharos a otro sitio, buscando la intimidad, el anonimato. La tranquila felicidad.
Pero ese momento terriblemente desquiciante de vulnerabilidad consciente abruma.
¿A que sí?
miércoles, 13 de abril de 2011
Iba a escribir una entrada tristísima sobre cómo mis antiguos compañeros de instituto solían demostrarme su cariño incondicional, pero paso.
Hoy quiero decir que me siento feliz, plena, con ganas de ir al campo. Quiero llevar un vestido blanco, el pelo suelto y sandalias, y correr por entre las verdes praderas y las amapolas. Quiero hablar, cantar, tocar el piano, contar historias; quiero dibujar despacio lo que veo; quiero amar, dar, alegrar. Quiero celebrar una enorme fiesta aunque solo vaya yo sola, quiero bendecir la primavera y sus tardías puestas de sol. Quiero vivir esa tarde como si fuera el fin del mundo.
Quiero que alguien, al verse reflejado en mis ojos, se descubra sonriente...
martes, 12 de abril de 2011
Hoy he llenado y llenado páginas de mi diario. Hacía siglos que no hacía algo así. Pero es agradable poder gritar en letras todo lo que llevas dentro y jamás contarías. Todo lo que ni siquiera tú misma quieres escuchar. Depositarlo ahí, en el papel, y dejar que las páginas llenas de polvo de años se encarguen de devorarlo, de desmitificarlo. Una purificación laboriosa pero sanadora.
Nunca releo lo que escribo. Tengo la impresión que, de hacerlo, esos diarios acabarían lamidos por un fuego cruel, que yo misma me habría encargado de alimentar. Pero a la vez los guardo. Más que a nada, tengo miedo al olvido. Y al menos entre esas páginas quedan recogidas todas esas personas que fueron yo en algún tiempo. Espero, con la paciencia del que planta un árbol, que algún día pueda leer todos esos pensamientos y sucesos con una tranquila sonrisa de comprensión. Sin culpar ni avergonzarme de lo que un día fui, de las tonterías que llegué a creer y a hacer.
Espero. Esta es, al menos, una espera agradable y pacífica. Una promesa fiel al tiempo.
domingo, 10 de abril de 2011
Silencio.
No sé que decir.
Sé que prometí otra historia, hace tiempo, pero no tengo el momento para escribirla.
Demasiados fantasmas rondando por la casa, incorpóreos y húmedos como sábanas mojadas en invierno. Que no van a ninguna parte. Simplemente me rodean. Impidiéndome ver con claridad, y llenándome la cabeza de aullidos desesperados.
jueves, 7 de abril de 2011
Se tiró desde la ventana cuando discutía con su madre.
Tenía un año más que yo. No le conocí.
¿Por qué?
Es una pregunta vacía que no sé responder.
Esta mañana, mientras caminaba por el subterráneo de la estación para coger mi segundo transbordo, vi un anuncio en la pared. Decía "¿Qué hacer si te detectan cáncer de mama?" Y debajo aparecía un teléfono, con las palabras: "Llama e infórmate" o algo así. Y al ver eso, pensé en mis pechos, tan sanos ellos, y en la remota posibilidad de verme aquejada de esa dolencia. Pero no tenía miedo. Por mucho que trataba de imaginar, la posibilidad me parecía tan remota como la de ser devorada por un tiranosaurious rex en ese preciso instante.
Somos jóvenes, pensé, mientras caminaba por el subterráneo abarrotado de gente adulta que caminaba deprisa, hacia sus respectivos trabajos, somos jóvenes y somos poderosos, no tememos a nada porque somos la vida. Aunque nos ocurran las cosas más terribles, siempre estará ahí esa venda de inocencia, incredulidad y esperanza que es la pantalla que nos protege de las incisiones ajenas. Esa venda que nos van quitando con el paso del tiempo, y es sustituida por la que creemos una clarificadora mirada: la resignación.
Pero hoy me doy cuenta de que tal vez mis palabras hayan errado, como flechas lanzadas al aire sin ninguna diana a la que alcanzar. En este mundo en el que lo tenemos todo, en el que nada falta, y aún así hay jóvenes que deciden acabar.
Porque yo no podría. Una fuerza férrea mantiene mis pies pegados al suelo, quizá sea la gravedad, quizá la intuición de que lo que tengo que hacer a penas ha comenzado.
Yo nunca...
Aunque da igual. La verdad que se oculta en la aparente locura de un acto como ese, jamás nos será desvelada.
Suicidio.
Renegar de todo esto. De la luz del sol, los mañanas, ese abrir los ojos y tener el día recién nacido entre los puños aún cerrados por el sueño. Renegar de los lugares que podrías ver, de la gente que podrías conocer, renegar de las lágrimas amargas y de las risas contagiosas, de la plenitud y el dolor.
Abandonar los colores por un gris claro y uniforme. Al menos estable.
Y dejarnos aquí a los demás, pobres ilusos, tratando de dar un sentido a este rompecabezas que no se sabe muy bien si es un milagro o una maldición.
Ojalá haya al menos paz y serenidad tras todo eso. Ojalá sea entonces cuando despiertes del sueño a una realidad mil veces más tangible...
miércoles, 6 de abril de 2011
Es triste ver como una gran amistad queda reducida a banales conversaciones sobre los precios del restaurante chino de la esquina.
martes, 5 de abril de 2011
No me gustan las alcachofas. Es algo muy personal pero no puedo evitar.
Tampoco me gustan las parejitas-pack, esto es, cuando dos personas vienen en un 2x1 (oferta habitualmente engañosa) se necesitan constante y mutuamente en lo que se ha convertido en una relación de dependencia malsana, que ellos maquillan en un alegre: "es que no puedo vivir con él y por eso lo necesito hasta para bajar a la esquina a comprar el pan". Un cómodo acuerdo de dos personas de gustos similares que deciden hacerse mutua compañía porque están cagados de miedo (y perdonen la expresión) y es más fácil actuar en sociedad teniendo la complicidad de otro ya comprada. Pero eso sí, nada de sexo de por medio, para qué, si nunca hay tiempo ni ganas. Mejor irme a comer a su casa y jugar a la familia feliz que nunca tuve.
Vale. Tal vez he sido cruel y me he pasado. Y reconozco que yo soy la primera que tiene miedo, que no soy mejor que ellos.
Pero me sacan de quicio.
Por favor, espero no acabar atada en un pseudo-matrimonio de viejos frustrados antes de cumplir los veinte años.
Pero es que detesto hacer planes para lo que sea y escuchar esa incómoda petición siempre:
-¿Os importa que traiga a mi novi@?
Pero si sólo estamos ensayando una obra de teatro para la uni... un ensayo... un simple ensayo...
Me frustro. Es que ni entonces quieren estar solos.
Fuera misterio.
lunes, 4 de abril de 2011
Miun vaan liiti lentämään
muuta maata matkomaan
miun vaan heitti tälle puolel
tälle puloel pohjatuulta
Lensi lintu liikkuvainen...
I was born to soar on high,
To travel into distant lands,
But the wind carried me afar,
On this side of the north wind.
Flew the bird, its great wings beating...
domingo, 3 de abril de 2011
Escribo esta entrada desde el dolor. He bebido más de la cuenta, todo es difuso, pero no tanto como para no alcanzar las letras; ellas solas se forman en mi cabeza y mis dedos buscan teclas a una velocidad que desafía mi nivel de alcohol en sangre...
Vivíamos en los suburbios, ¿recuerdas? Y para llegar a un lugar iluminado teníamos que pasar muchas estaciones, páramos vacíos y desolados, urbanizaciones a medio construir, letreros de autopistas hacia regiones lejanas...
Yo me miro en el espejo y tengo esa cara infantil que no cambió cuando me vino la pubertad. Cara bondadosa, dulce, que promete muchas cosas. Inocencia y candor. Sólo que detrás de todo eso está la desolación que sólo tú conocías, la de ser nadie y corriendo huir ante las burlas, recreos en soledad, golpes, miedo e ignorancia. La de la crueldad buscada. La del miedo.
Me gusta revolcarme en las duchas públicas, el suelo está pegajoso y huele moho, cuando lo toco con la yema de mi dedo raspa, porque se traga el agua, toda el agua...
En esas duchas, yo mi cara infantil, mis vaqueros y la camiseta blanca, ¿quieres un poco? No quieres respirar la locura, ¿por qué no? Me encanta, es genial, porque así no veo los azulejos rotos, y las luces de arriba danzan en una espiral que recuerda a una galaxia... ¡mira el techo, se abre, y muestra el mundo fuera, un aire que revive! Una aspiración y puedo con todo, joder, saldré de todo esto y mañana mismo me iré, a tomar por culo, sin nada, sin objetos inútiles, ¿para qué quiero, ropa, accesorios, libros, libros y libros... libretas llenas de garabatos? Sólo yo y mi corazón, y una historia en mi cabeza cada noche. Andaré por las calles sombrías, no tendré miedo... aceptaré a mis compañeros de tinieblas, me fundiré en la noche, y de mi no quedarán sino unas palabras susurradas con reverencia en el amanecer, cuyos ecos serán eternos...
La camiseta se me adhiere a la piel pegajosa, sudor y agua sucia, ¡voy a ser libre! Manos que me agarran por todas partes, tres hombres me rodean, les gusta mi cara, mis ojitos tiernos, mis labios caprichosos... manos me agarran y me atrae, sé lo que quieren, ¡no debería dárselo! pero lo deseo... las luces moribundas son estrellas, la ducha pública es el fondo de un pantano en el que me encanta perderme... un lodazal de azulejos, de suelos absorbentes... venid... necesito nuevas experiencias si quiero escribir, necesito probarlo todo, todo, que me devoren tres depredadores, que me arranquen la piel y las entrañas si quieren, que me partan en dos, que entren en mí que no dejen más que despojos... con el último aliento contaré esa historia...
Pero tengo miedo, porque son tres, porque me aplastan, porque quieren hacerme daño, porque lo desean y yo... yo... Tú estabas allí y me salvaste, tú me arrancaste de sus manos y trajiste el aire fresco y liberador de la calle. Risas y corremos mientras nos alejamos, nunca volverán a pillarnos.
Íbamos a un colegio religioso en metro, nuestras madres se trabajaban por la noche hasta la extenuación mortal para pagarnos la salvación de nuestras almas inocentes.
El vestíbulo era amplio y silencioso, era obvio que no encajábamos allí. Tú llevabas el uniforme recién planchado pero tenías la piel sucia y yo, aunque de manos limpias para ellos, llevaba la camisa por fuera y la corbata mal anudada, cantando por el pasillo... Me río del profesor, sufro los castigos, golpeo y me golpean, y yo golpeo más hasta que caigo al suelo con el sabor de la sangre en la boca.
Hasta que tú, serenamente, me sacas, siempre me sacas de todos sitios, de allí, de allá, de mí. Y me preguntas por qué. Y yo te digo que lo necesito, que si no no siento la vida, que necesito experiencias, necesito experiencias...
Pero primero serás tú. Quiero que seas tú para no tener miedo después, para no arrepentirme. Para decir, ¡miradme, soy un objeto usado! Destrozadme si queréis, porque la perfección es ya imposible.
Y si no es perfecto no vale nada. ¡Nada! Soy un cable que conecta dos transmisores, soy el puente que une dos continentes, no tengo finalidad más que en lo transitorio. Soy cambio y nada quedará de mi cuando me vaya.
Te fuiste.
Crecimos.
Pero cuando escribo esto, recuerdo que realmente yo sentía esa urgencia, y que el mundo giraba muy rápido. Recuerdo que por muchos horarios que siga, por muchas cosas responsables que haga, lavarme los dientes antes de dormir y vestir recatadamente, no beber ni fumar, sigo siendo la misma criatura incontrolable de siempre. Salvaje. Que no es ajena al dolor y la crueldad. Que se devora a sí misma en un rincón oscuro y desangelado, que chorrea sangre propia entre los dientes y se ríe del resto que no pueden comprender la necesidad de alimentarse de uno mismo, de hacer que la pureza sea digerida antes de que se pudra irremediablemente al aire de otros...
Que apura el trago sin respirar.
Un trago por ti hoy.
http://www.youtube.com/watch?v=EJBsYcSFFB4
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