Ayer, al acostarme, los de mi residencia estaban armando un buen jaleo. Esto es lo malo de vivir en comunidad. Por mucho que tenga una habitación preciosa y con baño para mi sola -lo cual es de agradecer- parece que, o aquí las paredes son de papel, o ellos gritan como si se hubieran tragado un altavoz entero.
El caso es que me pone nerviosa escuchar sus gritos, las patadas, las risas alocadas o los trotes pasillo arriba pasillo abajo a las once y media de la noche (tengo que levantarme a las siete todas las mañanas para entrar a las nueve a clase). Y ayer estaba especialmente cansada, porque entre fiestas, eventos, tai chi y conversaciones por skype hasta las tantas, hace bastante que no duermo unas ocho horas seguidas con todos sus minutos.
Al final, por cansancio, concilié el sueño. (Y también porque ellos se acabaron marchando a una supuesta fiesta).
A las dos y media de la mañana estaban de vuelta. Borrachos, colocados o qué sé yo... el caso es que había un chico que no hacía más que gritar el nombre de una chica y empezó a golpear todas las puertas del pasillo hasta que se puso a llorar a moco tendido, siempre aullando el dichoso nombre como de perro apaleado. Como os podéis imaginar, no fue el mejor de los despertares para una mente cansada. Y enseguida empecé a angustiarme -últimamente soy una experta en esas cosas- mientras daba vueltas y vueltas en la cama, deseando poder cerrar las orejas o al menos no percibir sonidos hasta la mañana siguiente, solo para poder descansar.
Me duele el estómago... pensé, oh, dioses, quizá estoy enferma. Sí, estoy enferma, me dije. ¡Estoy enferma! Y solo es la primera semana del curso. ¡No puedo ponerme enferma la primera semana del curso! Joder, vaya putada, y eso que he intentado cuidarme, y eso que intento comer bien y nutritivo, y abrigarme cuando frío, y aún así estoy enferma, también me duele la garganta... Me duele la garganta y el estómago... ¡Socorro!Estoy enferma y aquí no hay nadie para cuidarme. ¿Por qué no estaré en mi casita? ¿A cuento de qué me he marchado? Si ahora estuviera en casita podrían cuidarme... Aquí nadie me va a curar... ¡Horror! ¿Qué va a ser de mí? Ni siquiera sé a qué médico tengo que ir. Puede que ni siquiera tenga fuerzas para llegar hasta la consulta. Me voy a morír. ¡Esto es el final! ¡Adios mundo cruel!
La última frase parece una coña, lo sé.
El caso es que cuando estaba ya en las últimas, respiré hondo, me levanté, me fui al baño a lavarme la cara y fue como si me despertara de un mal sueño. Cuando los pensamientos obsesivos me atrapan por las noches es como si se me llevaran a un mundo de tinieblas y malos augurios, un mundo tan irreal como desagradable. Pero mientras sentía el frescor del agua humedeciendo mi rostro me di cuenta de que no me dolía realmente la garganta, y que los rugidos de mi estómago eran de hambre (había cenado a las cinco).
Así que me comí una galleta que me supo a gloria y me volví a meter en la cama. Y aunque tuve sueños extraños, relacionados con el fuego y los incendios, pude dormir al fin.
Y me he levantado a mi hora. Y todo el día ha ido muy bien, al margen de que no ha dejado de llover y por si fuera poco he perdido el paraguas, pero bueno, ya me he hecho con uno del Poundland que tiene topitos de colores y transmite extra dosis de optimismo perfectas para un día gris y sombrío.
Creo que esto significa que voy superando cosas.
1 comentario:
Lo que te sucedió en la cama es una crisis ansiosa (experta soy) y supiste controlarla. No podemos evitar sufrir ansiedad, pero si podemos aprender a controlar ese tipo de situaciones y sentirnos mejor.
A mí el tema de "ponerme enferma" me pone nerviosa cuando estoy trabajando en la escuela, empiezo a pensar: me voy a poner enferma aquí mismo, me siento mareada, seguro que me darán ganas de vomitar o me va a subir fiebre, ¿y si me desmayo?" etc. Pensamientos absurdos que a veces me invaden cuando atravieso etapa de ansiedad. Pero aprendí a controlarme.
Un abrazo bien fuerte hacia Edimburgo.
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