lunes, 24 de septiembre de 2012





La noche del viernes veintiuno de septiembre fue una de las (si no la que más) extrañas de mi vida.

Tuvo un comienzo aparentemente normal, ordinario, sencillo. A las 4pm terminaba yo mi clase de Japonés y me iba corriendo al otro lado del campus a asistir a una Japanese Gathering organizada precísamente por mi profesora para estudiantes de lengua japonesa y estudiantes japoneses de intercambio aquí en Edimburgo.

Se celebraba en un aula demasiado pequeña para tantísima gente (la sociedad japonesa aquí en Edimburgo es muy activa, por lo visto). Nada más llegar, agotada como estaba de un día entero de clases, corri a servirme un delicioso (y fresco) zumo de piña. Luego me fui a charlar con las chicas japonesas de mi residencia (españolas o españoles, ni uno he encontrado, pero japoneses... ¡japoneses he conocido en una semana los que no he conocido en toda mi vida!). Estaban Y., M., y E. entre otras. Conocí a una chica de Tokyo que quería ir a España en navidades (le sugerí, como no, Madrid) y una muchacha medio francesa medio japonesa de nombre impronunciable que (esto lo supe más tarde) es, por lo visto, una modelo bastante famoso allá en Japón, donde consideran exóticas a las personas con rasgos occidentales.

También me encontré a T., mi compañera china de clase de japonés (que aprende japonés pero al mismo tiempo desprecia, ideologicamente hablando, a los japoneses). Es sorprendente cuan diferentes pueden ser las visiones de unos y otros a ambos lados del mundo, pues la escuché defender el régimen Norcoreano, aunque no voy a meterme en política ahora porque no soy ducha en la materia.

A eso de las 6pm (el tiempo se me había pasado volando entre una conversación y otra) la profesora, F.-sensei, nos avisó de que tendríamos que dar por terminada la reunión porque iban a cerrar el aula. Aunque, eso sí (estamos en Escocia, no lo olvidemos) iba a haber una segunda fiesta. nijikai, en un pub cercano a la universidad, The Blind Poet.

Yo no tenía muy claro si ir o no. Llevaba la mochila a cuestas, estaba cansada tras una semana de intensas y nuevas experiencias, y además, tenía sueño. Fui a hablar con mi compañera japonesa M. que vive en la misma residencia que yo para preguntarle qué iba a hacer y así volvernos juntas. Me dijo que pensaba pasarse un rato pero que también quería volver pronto. Fuimos hacia allá juntas comentando las películas de Hayao Miyazaki que tanto nos gustan... Pero en la puerta del pub, ¡oh, infortunio! el dueño nos cortó el paso. Nos exigía una identificación válida, y no le valían los carnets de estudiante internacional, quería el pasaporte, pasaporte que, por cierto, ninguna de las dos llevaba. Les sucedió lo mismo a dos chicas italianas de mi clase de japonés y otras dos estudiantes japonesas. Qué triste era verlos a todos dentro, ocupando ya las mesas en el cálido establecimiento mientras nosotras aguardabamos fuera, en una lluviosa intemperie... La profesora, F.-sensei nos alcanzó y preguntó qué sucedia. Le contamos la cuestión y ella mandó a H. P., la profesora de japonés escocesa a convencer al dueño del pub 'in proper english' para que nos dejara, si no consumir bebidas alcohólicas, por lo menos estar dentro.

Nada, fue inútil. Ese caballero tenía un mal día y no pensaba dar su brazo a torcer. M. y yo queríamos irnos (creo que las dos nos sentíamos igual de cansadas, y todo el incidente nos proporcionaba una excusa para desaparecer) pero la profesora se sentía quizá en deuda con nosotras, así que mandó a ML, un estudiante de último curso, a que nos llevara a una cafetería junto a todos los que no habían podido pasar.

El local que eligió M. era muy agradable y no excesívamente caro. Como ya eran casi las 7pm casi todos pedimos algo de cenar. Estuvimos charlando sobre temas diversos: la vida en japón, los lugares que nos gustaría visitar allí, la vida en Edimburgo, Londres (ML., el estudiante de último curso, era de allí) y cosas similares. Todo grato, apacible, tranquilo.

Finalmente, a eso de las ocho y media de la tarde, decidimos marcharnos. Y entonces, cuando salíamos de la cafetería, ML. nos propuso un plan. Nos contó que compartía piso con un amigo en la New Town que tenía unas maravillosas vistas a Calton Hill. Seguidamente, nos invitó a todas a ir un momento para disfrutarlas, iba a ser un paseillo, solo a diez minutos de dónde estábamos.

Aceptamos.

Empezamos a caminar. La ciudad estaba oscura, y las luces brillaban por doquier. Hacia frío y llovía, pero hacia tanto viento que haber llevado paraguas habría sido completamente inútil. Yo iba de nuevo charlando con M., esta vez de mangas y libros que nos gustaban. Los diez minutos pasaron y luego se hicieron quince, y veinte, y yo empecé a pensar que ML nos había engañado ligeramente, pero aún no estaba preocupada.

Pasamos delante de la tumba de Hume (sí, Hume, que no deseaba otra cosa que ser enterrado en una lápida en la que solo figurara su nombre, ocupa un enorme mausoleo en las faldas de la colina de Calton Hill) y finalmente llegamos a un silencioso barrio residencial.

ML. se dirigió al portal de uno de los pisos y nos invitó a pasar. Sin embargo, no pudimos subir las escaleras que llevaban a la puerta de su apartamento, pues nos dijo que tenía que arreglar antes algunas cosas, y nos dejó allí, en el portal.

Pero qué portal. Permitid que os lo describa. El elegante suelo de madera estaba cubierto por ricas alfombras de ribetes dorados y patrones de flores. Las enormes paredes, adornadas con estatuas y columnas de escayola. Las paredes forradas con un elegante patrón y ante nosotras una impresionante escalera de caracol de mármol blanco con barandilla de cobre también alfombrada. En los techos abovevados se podían ver diferentes dibujos, que imitaban cielos crepusculares...

Todas nos quedamos boquiabiertas, porque, como he dicho antes, ML. se nos había presentado como un estudiante londinense de último curso que compartía piso con un amigo. De hecho, nos había contado que él ni siquiera tenía que pagar nada puesto que el tal amigo era el que corría con todos los gastos del alquiler. Se puede entender eso de un apartamento normal, ¿pero de aquello?

Una de las chicas italianas le dijo, entre risas, a la otra.

-Esto es increíble... ML. debe de ser su amante como mínimo...

Ahora bien, lo dijo en italiano para que nadie más pudiera enterarse. Claro que no contaban con que el italiano se parece mucho al español... y pronto las tres nos estuvimos riendo, tan divertidas como un poco asustadas, pues lo insólito del asunto había empezado a inquietarnos.

Y eso que aún no habíamos visto la casa.

Cuando ML. al final nos invitó a pasar, supe que, definitivamente, este chico no era alguien normal. Claro que el piso tenía buenas vistas a Calton Hill, ¿cómo no tenerlas con aquellos enormes ventanales de tres metros de altura enmarcados en pesadas cortinas de terciopelo? Los techos eran también altísimos, casi de unos cinco metros. Los suelos estaban enmoquetados, pero no con la moqueta sucia y polvorienta de mi residencia, si no con una suave capa granate de algo similar al terciopelo, tan cómodo como el tapizado de un sillón. Había, en el centro de la estancia, una enorme chimenea de mármol con todos sus accesorios. Sobre la repisa, una colección de botellas de whisky, entre ellas, una de los años treinta sin abrir, según pude comprobar. El mobiliario también era exiquisito: muebles antiguos pero harmoniosos, probablemente caras antiguedades. Sillones de un estilo dieciochesco tapizados en colores que contrastaban con la moqueta. Un viejo piano de semi cola que parecía tener al menos trescientos años (la madera tenía unos brillos dorados) descansaba, como un animal dormido, en un rincón. Un enorme arcón hacia las veces de mesita de café, y había una silla de diseño junto a la ventana que más que un mueble parecía una pieza de arte abstracto.

ML se marchó a preparar té y nos dejó a todas contemplando la estancia. Recuerdo que, aunque mirábamos los sillones, no nos atrevíamos a sentarnos en ninguno (se veían tan relucientes, tan caros...) Finalmente acabamos todas sentadas en la cómoda moqueta alrededor del enorme arcón, al estilo japonés. Recuerdo que cuando vi a ML aparecer con las humeantes tazas de té recién hecho pensé que no bebería ni una gota. Quiero decir, imaginad la escena. Una lujosa y solitaria casa en un silencioso barrio señorial junto a una colina donde siete jovencitas, todas ellas extranjeras, son convidadas por un misterioso caballero... ¿Qué podría haber puesto en nuestros tés mientras estaba en la cocina? ¿Algún tipo de droga, quizá? ¿No habría sido realmente fácil hacerlo? Quiero decir, las mentes malvadas pueden, en tantísimas ocasiones, llevar a cabo sus más siniestros planes... Porque si lo pensamos bien, ¡es tan fácil! ¡Confiamos tanto en otros, incluso en los que acabamos de conocer!

Por si fuera poco, para terminar de arreglar el ambiente, ML apagó todas las luces y puso en su lugar dos solitarias velas sobre la mesa. En el reproductor sonaba Tchaikovsky, mientras los rostros de mis compañera se desdibujaban en las tinieblas y con el titilar de las velas. ¿Os imagináis ahora el ambiente? Era tan sobrecogedor, que cuando ML se marchó a buscar unos dulces con los que acompañar el té una de las chicas japonesas, U., aprovechó para encender una pequeña lamparita de pie.

En cuanto ML llegó, la apagó y volvimos a las tinieblas.

-Perdona, hay poca luz -dijo U.-. ¿No podrías dejar esa lámpara encendida, por favor?

-Sí, sí -murmuramos todas para apoyarla.

-Y aquí traigo estos dulces típicos escoceses, ¡tomad, probadlos, están deliciosos!

ML. hizo como si no nos escuchara, mientras las luces cambiantes hacían afilados y amenazadores los rasgos de su rostro...

Todas, un poco nerviosas, empezaron a beber. Yo no toqué mi taza, siempre precavida, pensando ya en como largarme de aquella siniestra reunión en la que nadie -de repente- se atrevía a abrir la boca.

-¿Es que no te gusta el té? -había rezado para que la oscuridad me amparase y ML no se diera cuenta, pero no fue así-. Puedo hacerte un café, si quieres. También tengo una máquina de expresso.

-No, no, si así está bien... -me apresuré a añadir yo mientras agarraba la taza y hacía como si bebía -aunque en realidad solo me mojé un poco los labios-.

Por su puesto, los dulces escoceses tampoco los toqué. ¡Quién sabe si estaban envenenados...!

La conversación, por más que ML. se empeñaba, no fluía. Cada comentario suyo era, si acaso, secundado por una risita nerviosa. En un momento de la velada, nos contó que su padre era pianista (era, según dijo, tres cosas y por ese orden, abogado, pianista y padre). Como M. y yo sabíamos tocar también el piano, nos permitió deslizar, por un rato, nuestros dedos por las viejas y polvorientas teclas del que tenía en el salón. Estaban casi tan duras como yo había esperado, y sonaba ligeramente desafinado. Probablemente solo era un elemento más de decoración en la sala...

Finalmente, no sé como, logramos convencer a ML de que teníamos que marcharnos. Aunque eso sí, antes se empeñó en sacarnos una foto. Yo intenté no salir en ella, y me deslicé en una esquina (¡quién sabe para qué la querría luego!)

Salimos a la calle. ML propuso llamar a un taxi, pero todas rehusamos (los taxis cuestan un órgano en estos lares) pero, oh cruel destino, esto hizo que se empeñara en acompañarnos al menos parte del camino.

Lideró la marcha desde que salimos del portal, y en vez de llevarnos por las calles conocidas, se metió en plena Calton Hill, que a esas horas de la noche era solo una masa húmeda y oscura de árboles y hierbas altas. Mi corazón latía a toda velocidad. Habíamos logrado salir de la siniestra casa de ML, pero ahora, para rematar, no solo seguíamos estando con él sino que además en un parque vacío, el escenario perfecto para quién sabe qué clase de crímenes horrendos. Por mi mente desfilaban diversas imágenes, como los extraños rituales de religiones basadas en el sacrificio y la sangre que necesitan, quizá, de siete doncellas en la flor de la vida para invocar a sus primitivos dioses...

Pero aunque el miedo me helaba los huesos, en ningún momento de tan larga noche me atreví a salir pitando o a demostrarlo. Esto quizá os parezca extraño, pero yo recordaba perfectamente una película sobre un psicópata precisamente, American Psycho, que habla de un atractivo ejecutivo que por las noches se dedica a perpetrar sangrientos asesinatos. Hay una escena particularmente interesante en la que invita a su secretaria (que está enamorada de él) a cenar a su casa con la idea de (como no) matarla. Ella está tranquilamente sentada en el sofá, sin sospechar nada, tratando de seducirle, mientras él finge escucharla y afila un cuchillo al mismo tiempo. Intenta matarla varias veces (y ella habla que te habla, siempre sin notarlo, sin imaginarlo si quiera) pero nunca encuentra el momento adecuado y al final ella simplemente se va. Esa escena me dio que pensar en su día (y también esa noche) porque la secretaria se salva por una sencilla (pero fundamental) razón: no cede al pánico. Si se hubiera dado cuenta, probablemente habría gritado, o echado a correr, y entonces él, cual letal depredador, se habría avalanzado sobre ella y cosido su cuerpo a cuchilladas. Pero como no se da cuenta, su ignorancia la salva, mientras que el metodismo de él (tan perfeccionista) le impide lograr su objetivo.

Así que yo intentaba sonreír, al menos mientras ML estuviera cerca. Sin embargo, para intentar calmar mis nervios, me puse a hablar con una de las chicas italianas, F. Le conté que me gustaba mucho escribir y que de esa extraña noche iba a sacar, desde luego, una buena historia. Entonces ella me dijo que había algo que yo aún no sabía. Le pregunté de qué se trataba... Y entonces me dijo... bueno, me dijo algo que, en un primer momento, no me creí en absoluto.

Me dijo que M., mi compañera japonesa de la residencia (de hecho la primera persona que conocí al llegar allí) estaba estudiando de incógnito en Edimburgo pero que realmente era la hija de alguien... digamos prominente en Japón. Tan prominente como para ser considerado tradicionalmente una deidad entre sus habitantes, por ejemplo.

Pensé que bromeaba, que se estaba quedando conmigo. Y justo entonces salimos del parque y llegamos a un cruce de caminos. Todos se fueron por el de la derecha menos M. y yo, que como he dicho, somos de la misma residencia. Las dos solas con ML, el siempre amabilísimo ML. Echamos a andar, pero al menos yo conocía esas calles. Y ya estábamos cerca, cuando de repente ML nos llevó por otras rutas, callejones estrechos, alejados, y yo temblando, porque aquello era rarísimo. Un joven que vivía en la casa más lujosa que yo jamás había visto, una chica que decían que era también mucho más que una estudiante ordinaria... ¡¿Pero cómo había terminado yo en semejante compañía?!

Y de repente las callejuelas se terminaron y empezamos a andar monte a través (sí, de la ciudad habíamos pasado al monte) muy cerca ya de Arthur's Seat pero completamente en el campo. La hierba húmeda a mis pies y un cielo estrellado sobre mi cabeza... A esas alturas del viaje yo ya rezaba, y que ML nos hubiera dicho que eso era un atajo me daba igual, porque yo tenía clara una cosa, si allí me sucedía algo nadie podría socorrerme y además era casi imposible escapar porque desconocía donde me encontraba y en el monte todos los rincones parecen iguales... Mi único consuelo era aferrarme a la idea de que si M. era realmente quien me habían dicho que era, entonces nada podría sucederme estando con ella, ¿pues no esta muy protegida y vigilada esta clase de gente?

Pero incluso esa idea en un monte oscuro, frío a quién sabe qué horas ya de la noche, me daba poco o ningún consuelo.

Vimos un zorro.

Finalmente llegamos a mi residencia, y yo nunca me había alegrado tanto de contemplar mi habitación con sus muebles sencillos, con su pequeña ventana al campo. ¡Sana y salva! A penas podía creerlo. Y entonces corrí a buscar en el ordenador el nombre de M., solo para ver si era cierto... Y de repente me sale su foto en Wikipedia, y la miro, y es ella...  definitivamente es cierto.

Todo cuadra por unos segundos en mi cabeza, los pequeños detalles que antes simplemente me parecieron extraños, como que los estudiantes se dirigieran a ella siempre usando keigo, que es la forma más formal de lenguaje japonés y que solo se usa en casos excepcionales... hasta la extraña velada en casa de ML empezaba a tener algún sentido.Y yo tengo su número de móvil y su correo, y he bromeado con ella, y hasta le dije que se viniera a España... y todo sin enterarme de nada.

Increíble.

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