viernes, 14 de septiembre de 2012



Resulta que el otro día necesitaba comprarme un móvil. No quería el último modelo ni mucho menos, sino simplemente un aparatejo electrónico básico que me permitiera hacer y recibir llamadas a precios nacionales sin tener que vender un pulmón, que es lo que acabaría haciendo si abusara de las llamdas internacionales.

Así pues, decidí entrar en esta tienda, que tiene ese nombre tan gracioso que no se ve muy bien en la foro, "Cables & Chips". Pensé que sería buena idea porque tenía pinta de ser un establecimiento de barrio, con precios accesibles, y además, había un cartel en el escaparate que anunciaba que también hacían reparaciones. Y como una no es precísamente una manitas en cuanto aparatos electrónicos se refiere (no es mi culpa, son ellos, que se me rebelan porque soy una humanista alejada de los peligrosos caminos de la ciencia) pues me dije: "Mira, un dos en uno, si el móvil se te empieza a poner tonto ya sabes a dónde ir".

Sin embargo, cuando abrí la puerta me encontré en un reducto en penumbra, lleno de cajas de aparatos electrónicos apiladas de cualquier manera en los abarrotados estantes. Al fondo se veía a una mujer hindú teclear en un ordenador, pero ni siquiera se volvió para mirarme, como si fuera una persona ajena a la tienda. También había un hombretón rubio de músculos de acero que barría lancónicamente el mostrador. Tenía unas manos enormes, toscas, con las que intentaba sujetar el diminuto cepillito de mano y el recojedor, los dos de un plástico verdoso. Aunque sus movimientos pretendían ser lentos, casi desinteresados, se veía en su ceño fruncido, en el modo que apretaba los dientes, que la tarea en sí le estaba sacando de quicio y que en cualquier momento lanzaría por los aires los útiles de limpieza y partiría en dos ( sin mucho esfuerzo) el mostrador que tantos problemas le estaba dando.

Tuve que estar unos largos segundos ante él antes de (al fin) la mujer del ordenador alzara la vista hacia el hombretón rubio como esperando que reaccionase. Este dejó con  fastidio el cepillito y el recojerdor en suelo y cruzó los brazos llenos de tatuajes sobre el pecho antes de antenderme.

En voz temblorosa, algo intimidada por su presencia (he de reconocer) demandé lo que ya os he contado, un móvil barato, sencillo, solo para hacer llamadas.

-Yeah, but which network do you want? -me exigió saber el tosco dependiente.

-...network? What is a network? -pregunté yo, en mi inocencia de recién llegada.

En ese momento, él apoyó con violencia ambas manos en el mostrador, como si mi pregunta fuera la guinda del pastel, lo único que necesitaba ya en lo que debía ser (para él) una irritante mañana. Pero yo no atendí bien su charla sobre lo que eran las "networks" (que resultaron ser, por cierto, las compañías de telefonia móvil locales) sino que mi mirada había quedado clavada en los nudillos de este personaje, marcados con heridas que aún tenían sangre fresca.

¿El último cliente, tal vez?

No necesité mucho tiempo para decidir que de repente Tesco (mi muy querido super mercado de precios baratísimos y pasillos interminables) era un lugar más que perfecto para comprarme el móvil.

Aunque no tenga un cartel en la puerta que prometa reparaciones.


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