jueves, 14 de abril de 2011
¿Sabéis esa sensación cuando estáis....? Yo que sé, en cualquier sitio: caminando por la calle, sentados en una cafetería, leyendo en el parque... sí, tan a gusto, tan felices con lo vuestro que ni siquiera os dais cuenta de lo perfecto del momento. Y entonces ese sentimiento horrible empieza. Alguien os está mirando. No podríais asegurar con certeza quién es, si acaso esa mujer que pasea al perro-oveja lleno de lanas, las dos chicas adolescentes con mini-shorts que parecen bragas grandes o el chaval con la camisa negra y el pelo largo recogido en una coleta. Pero está claro que un par de ojos curiosos taladran vuestra espalda sin piedad, y siguen con fría certeza cada uno de vuestros movimientos. Entonces empezáis a actuar de forma extraña, porque os están mirando. Os recolocáis la ropa, tocáis el pelo... tal vez haya alguna variación en la manera de andar, procuréis mover un poco las caderas de una manera no habitual, cojáis la taza de café con sólo dos dedos -o Dios mío, seguro que es la primera vez que se os ocurre algo así- o sujetáis el libro de esa otra incómoda manera en la que ni siquiera alcanzáis a ver bien las letras.
Hablo de esos terribles segundos de incómoda tensión, en los que fingir que no os pasa nada, que sois tan normales como siempre, es, sencillamente, la tarea más jodida del mundo. Los observadores están ahí y son muchos, y en ese ansía, ese miedo de no querer que nos vean tal cual somos, cambiamos nuestro comportamiento de una manera en la que, ni muestra lo que realmente somos, ni, obviamente, interesa a nadie.
Puede que para entonces ya hayan perdido el interés, esos ojos curiosos.
O puede que vosotros, terriblemente cansados de fingir, hayáis decidido marcharos a otro sitio, buscando la intimidad, el anonimato. La tranquila felicidad.
Pero ese momento terriblemente desquiciante de vulnerabilidad consciente abruma.
¿A que sí?
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Bueno, depende. Normalmente, como hago un poco lo que me da la gana, me importa bien poco quién me observe y con qué objetivo. Pero a veces ocurre. Y a veces, también,(las que más) me gusta seguir el juego. La sensación no es incómoda, sino más bien todo lo contrario. Latigazos de expectación y todo un desfile de imagenes con banda sonora llenan entonces el tiempo entre segundo y segundo (que, realmente, es infinito). Porque entre dos números, sean los que sean, hay infinitos números, ¿lo sabías, cierto? Así que fíjate. A veces agradezco la ruptura monótona de los libros o la música o las páginas web que apenas puedo ver en la escuchimizada pantalla de mi móvil.
Lo malo es que, al final, nunca merecen la pena. Lástima...
Publicar un comentario