viernes, 22 de junio de 2012
Hoy hablo de una película, sí, pero esto no va a ser uno de mis comentarios a los que os tengo acostumbrados, sino mis propias reflexiones, las que me ha suscitado.
He visto Kinsey por casualidad, en el canal de "Todo Cine" mientras planchaba esta mañana (sí, me resulta un coñazo increíble darle a la plancha si no es con un estímulo visual, y hoy tenía una buena montaña de ropa arrugada esperándome). El caso es que al principio iba a cambiar de canal, pero es que el principio era bastante raro: empieza con un matrimonio de recién casados. Él, un científico en ciernes que se dedica a identificar subclases de avispas con la intención de llegar hasta las mil (apasionante) ella la típica ama de casa pero con un brillo inteligente en la mirada en plan tengo carrera universitaria pero no voy a ejercer una profesión porque no es algo respetable (recordemos que estamos en los años 30 en EEUU). Total, que aparecen los dos en la cama, él venga a ponerse encima para ir al asunto pero ella nada, con unos lagrimones y unos grititos de dolor que al final él tiene que parar, porque ella prácticamente se lo arranca de encima y se aparta como si fuera un animal.
Estos problemas matrimoniales (que al parecer eran la tónica general en aquellos tiempos en los que el sexo era algo repugnante, un tema absolútamente tabú en la sociedad norteamericana) hacen que ambos se replanteen incluso su relación. Entonces él, que es científico, decide ponerse en manos de un médico. Y el hombre, que se ve que era bastante avanzado para su tiempo, llega a la conclusión (tras el examen preliminar) de que la herramienta de nuestro Kinsey es tan monstruosamente grande que normal que su mujer viera el sol, la luna y las estrellas cuando intentaba metérsela, y que si quieren pasarlo bien tienen que intentar nuevas posturas, además les habla de los preliminares, el sexo oral... Y los dos flipando en colores, ellos que se pensaban que simplemente era que él se pusiera encima y empezara a darle. Se les abre un mundo, vamos.
Años después y ya tres hijos en el matrimonio (y una vida sexual de lo más estimulante) este científico decide dejar el tema de las avispitas y ponerse a dar clases sobre sexo en la universidad, primero a alumnos casados (así eran en aquellos tiempos) y luego a todo aquel que quiera apuntarse. El asunto es tan interesante que Kinsey acaba por embarcarse en una empresa de lo más controvertida: averiguar los hábitos sexuales de los ciudadanos estadounidenses de su tiempo y también como funciona la cópula y el placer en general.
Los resultados son apabullantes. Porque, ¿sabéis que es lo primero que descubre? Pues que la homosexualidad, eso que se consideraba una enfermedad y algo, por supuesto, minoritario, está más extendida de lo que todos pensamos. De los sujetos entrevistados sobre sus prácticas sexuales, casi la mitad afirmaban haber tenido experiencias homosexuales a lo largo de su vida, generalmente en la adolescencia. De hecho, los homosexuales llamémosle "puros" son una rara expcepción, al igual que los heterosexuales "puros". La única diferencia significativa entre hombres y mujeres es que los primeros parecen ser mucho más promiscuos que sus compañeras en cuanto a parejas sexuales se refiere. Kinsey elaboró una escala del 1 al 6 sobre la homosexualidad/heterosexualidad, siendo el 1 la primera y el 6 la segunda, y acabó por situar a la mayoría de los individuos entre el 2 y el 3. Y eso en los años 40. Alucinante, ¿no?
De hecho, el propio Kinsey en la pelicula se enamora de su alumno y compañero en los experimentos -yo también me habría enamorado, ejem- llegando a mantener una relación con él que dura toda la película aunque atravesando diferentes fases...
Otro de los asuntos que trata es el tema de la fidelidad. Kinsey es muy pero que muy abierto para su época. Cuando se acuesta con su alumno -después de que este le sedujera, todo sea dicho- no duda en contárselo a su mujer, su primera compañera en esto del sexo. Como podemos imaginar, ella se lleva un disgusto grande al principio, pero él la convence para que se lo tome de otra manera. Tú serás siempre mi chica, le dice, te amo y el vínculo que tenemos nosotros es diferente... etc. Pero la frase fundamental, y la que más me gustó de esa íntima conversación que ambos comparten es la que él le dice al final:
"Tienes miedo de que me separe de tí, y por eso estás disgustada. Pero eso no va a pasar. Te quiero."
Y me parece intersante, porque lo que él intenta explicarle es que la relación con su alumno ha sido puramente sexual (si bien ambos también comparten una estrecha relación de amistad e intelectual en tanto que trabajan en el mismo proyecto) y no se puede comparar con la que tiene con su mujer, sintiéndose él, por las razones que sea, más leal a esta última.
De hecho, unas escenas más adelante el propio alumno hablando con la mujer de Kinsey le comenta que se alegra de lo bien que se lo ha tomado ella, a lo que la mujer responde que no hay ningún problema, ya que de hecho últimamente esa relación sexual ha hecho que su marido esté de lo más complaciente en la cama (¡¡) Semejante comentario parece poner cachondo al alumno en cuestión, que corre a pedirle a Kinsey permiso para acostarse con su mujer (también le van las chicas) permiso que él le concede sin dudar (aunque un poco mosca, jajaja, o esa impresión me dio). Total, que acaban los dos, mujer de Kinsey y alumno en el dormitorio, pasando un buen rato...
Por lo visto, en el proyecto este se daban muchas relaciones de ese tipo: todos se acostaban con todos sin tabúes ni venganzas, aunque al mismo tiempo mantenían sus parejas.
Sin embargo, como cabe esperar, la controversia llega cuando precisamente el alumno de Kinsey (ahora casado con una chica) se pone celoso de que su mujer se tire a otro y pretenda abandonarle por este, llegándose a armar un buen lío
Al final Kinsey acaba manteniendo que la fidelidad es, como la homosexualidad, un tabú puramente cultural que debe de ser erradicado en aras de una sociedad mejor, poniendo como ejemplo a los animales: por lo visto en muchos de ellos (especialmente mamíferos) el sexo es una manera de comunicación y cohesión social que mantiene a la comunidad unida y permite que los individuos se integren y arreglen disputas mediante una placentera descarga de tensión. Ahora bien, él mismo admite que solo habla de sexo, que es de lo que entiende. El amor es harina de otro costal, y ahí ni quiere meterse pues no está si quiera seguro de comprender la naturaleza y mecánica de este sentimiento.
En la película (y parece ser también en la realidad) Kinsey trató más temas controvertidos como la zoofilia (práctica más extendida de lo que al menos yo pensaba, y que parece ser también puede estar más o menos normalizada según la cultura) o la pederastia (esto es, la práctica sexual de adultos con preadolescentes).
Llegó a escribir dos libros. El primero, sobre la práctica sexual masculina, fue todo un éxito. El segundo, sobre la femenina (más elaborado y desarrollado) fue un fracaso que le ocasionó la pérdida de apoyo de sus principales financiadores, la condena de la opinión pública... etc. ¿Y queréis saber por qué? Pues porque, como se dice en la película, los estadounidenses se negaban a creer que sus esposas, madres y hermanas se masturbaban tanto o más que ellos y que mantenían relaciones con otras mujeres... ¡que tenían algo de vida sexual, vamos! Y es que Kinsey afirma que el orgasmo vaginal (al contrario que el que se experimenta con el clítoris) es raro y muchas veces imposible para las mujeres, de manera que anima a sus amantes y compañeros a estimularlas de otra manera que no sea el mete-saca de siempre, y por lo visto era demasiado para los pobrecitos hombres de esa época.
En fin, dice el alumno del protagonista, Martin (al fin he dicho su nombre, jeje) que el sexo lo es TODO. Yo no me atrevería a categorizar tanto, pero si diría que es una función más de nuestro cuerpo y nuestra mente, una de las primordiales y, como tal, merece ser tratada como algo natural.
¡Fuera barreras y prejuicios!
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