miércoles, 30 de enero de 2013



A veces las cosas son mucho más sencillas de lo que pensamos.

Por ejemplo: Edimburgo. Si no has estado nunca, lo primero que piensas es que tienes que llevarte un paraguas. No es difícil llegar a esta conclusión. Reino Unido es un país tan verde como lluvioso... y si subimos más al norte, a los misteriosos valles de Esocia que los romanos quisieron aislar con un imponente muro... ¿qué no puede caer del cielo en un lugar tan extraño como este?

Yo metí un paraguas en la maleta. Lo perdí a la primera semana -pero eso es otra historia- aunque luego me compré otros dos (uno de emergencia en el Pounland y otro más bonito transparente). Sin embargo, poco tarda una en darse cuenta de que los paraguas de poco sirven en Edimburgo. Y no es porque no llueva (porque oh, siento decepcionaros, llueve... y mucho) sino porque hace tanto viento que no solo acabas empapada hasta los tuétanos si no que o las ráfagas esquivan la precaria estructura del paraguas (y entonces es como si no lo llevaras) o directamente se lo cargan.

Hay gente a la que veo con un paraguas nuevo cada vez que empieza a llover. Es gracioso, porque empiezan con los típicos paraguas plegables que caben cómodamente en cualquier bolso o mochila, y acaban con unos enormes que venden en el Bargain Store y que se supone que son ultraresistentes. Sin embargo, todo esto poco importa. El viento de aquí no antiende a razones, y todi lo deshace. Pero ellos se niegan a creerlo y siguen haciendo ricos a los vendedores de paraguas que, en estas tierras, basan su negocio en la cabezonería de los extranjeros...

Y es que yo, al principio, cuando veía a los escoceses caminar estoicamente bajo la lluvia, pensaba que quizá la raza celta es impermeable. Incluso me entraba la risa... No obstante, y tras mis experiencias intentando usar paraguas (terribles batallas perdidas contra la innegable fuerza de los elementos) yo misma camino tranquilamente bajo la lluvia. ¿Y sabéis por qué? Pues porque no te queda otra. Si te empeñas en sacar el paraguas solo vas a acabar igual de mojada... y aún más agotada y enfadada, porque con el viento no se dialoga. Lo mejor que puedes hacer es dejarte llevar, y si sopla demasiado fuerte... bueno, entonces puedes confiar en que cuando salgas volando quizá eso te sirva para llegar antes a tu destino.

Caminar bajo la lluvia no está tan mal. Si llevas un buen impermeable (desde aquí doy las gracias a quien me lo prestó, porque no es mío) al menos mantienes el cuerpo y el ánimo a tono. Y para la cabeza (porque el pelo largo y empapado no es buena idea) me calo una gorra calentita de lana dentro de la cual me recojo la melena... y tan contenta. (Gracias también a la persona que me hizo tan valioso regalo... ¡en Edimburgo mantener las orejas calientes y el pelo seco es algo primordial!) El caso es que ahora ya no pienso que los escoceses estén locos o que sean impermeables. Simplemente me he dado cuenta de que algunas cosas son como son, de que en Edimburgo la lluvia viene con viento... y que muchas veces la mejor manera de resistirse es precisamente fluír.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Jeje, yo siempre he dicho que en Edimburgo llovía como a intermitentes. Yo fui testigo de ver a una compañero que se le rompió el paraguas, y eso al segundo día...

Pero como tú dices, es mejor dejarse fluir.

¡Mucho ánimo en Edimburgo!