Hoy he quedado con N., la chica (una de las muchas) japonesa que conocí en Edimburgo. N. es el prototipo de japonesa kawaii que uno deduce de los anime/doramas/manga (los prototipos no son más que un atajo de la mente, que le gusta catalogar las cosas y ponerlas en cajitas para hacerlo todo más fácil, pero huelga decir que si se tiene algo de astucia una no se va a fiar de ellos). Alta, ropita adorable -de esa que se ponen las japonesas, siempre colores claros y discretos, si acaso un rosita, pero eso sí, el toque femenino y sexy en los tacones- pelo negro ultraliso con flequillo perfecto. Ojos de almendra y sonrisa tímida. Lo que más me gusta de ella es su nombre (La primera parte (kanji) de su nombre significa vegetal, y la segunda luna... lo cual me lleva a deducir: ¿vegetal lunar?). Y, también, su manera de usar la palabra really, como muletilla al final de todas las frases. Cómo me costó entenderlo al principio, porque claro, como pronunciaba ráreri... (Y luego los hay que se quejan del spanglish... pues los japoneses anda que no están sordos).
Pero afinando más en el carácter de N., no es oro todo lo que reluce -ni todas las japonesas tan modositas como parecen-. Resulta que un día habíamos quedado delante de la biblioteca de universidad. Según me voy acercando al edificio, veo a una pareja que se está dando el lote de una manera que -creedme- solo se ve en España. Recuerdo que me sorprendí al ver que eran orientales -por mi experiencia esto es aún más raro- y ya no puedo explicaros mi estupor al ver que la chica que se fundía en un apasionado beso con lengua no era otra sino nuestro legado de virtudes, cortesía y comedimiento, mi querida N.
Y el caso es que luego la chica -que sabe que lo sé, claro- siempre me habla de su friend. Con el que también se ha ido a París estas navidades, por cierto. Ay, N, yo quiero amigos como los tuyos, no estos japoneses que conozco, que son más fríos que la hoja de una katana clavada sobre la nieve el día más inhóspito del invierno en Hokkaidou,,,
Así que, volviendo al orígen de este post, me he encontrado con N. y su amiga Y. A Y. no la conocía, pero me contó N, que estudiaba español en una universidad de Málaga. Mi primera conversación con Y.
-So, do you speak Spanish, do you? (Así que hablas español, ¿no?)
-Oh, yes, but just a bit, you know, I have only been studying it for one year and a half... (Ah, sí, pero solo un poco, ¿sabes? Solo llevo estudiándolo un año y medio),
(Acto seguido se pone a hablar conmigo en un español cuasi perfecto, vamos, que ya querría yo tener ese dominio del japonés. Lección: la humildad japonesa se basa en las patrañas más viles.)
Tras aclarar este punto, las he estado llevando por Madrid, enseñándoles lugares que me gustan y destrozando sus pobres pies, como es mi grata costumbre con todo aquel que se atreve a acompañarme en mis legendarios paseos. (Pero reconoced al menos que llevar tacones para hacer turismo no es una buena idea).
Eso sí, la anécdota final ha sido en una cafetería de Chueca. Entramos a pedir unos tés y nos ponen de acompañamiento unas galletitas envueltas cada una en su paquetito rojo. (Que ya podian ponérnoslas, ya, por dos euros y medio el té, jolines). Estábamos tomándolas tan contentas cuando de repente S., una grata compañera española de aventuras:
-Oye, ¿habéis visto la fecha de caducidad?
Todas la comprobamos y resulta que...
Sí, diez de octubre del año pasado, vamos, que nos hace dos semanas que se diga.
-Pues voy a ver si hablo con el chico para que no las cambie (Esto lo dijo A., mi otra acompañante española y camarera en sus ratos libres, que claro, es entrar en una cafetería y ya se siente "como en casa".
-¡Eso, eso, a ver si nos invita a los tés! (Entusiasmo popular de fondo por parte del frente español).
Total, que A, espera a hablar con el chico de la barra, pero es casi imposible. Resulta que la maravillosa ley de Murphy quiso que cuando entráramos en la cafetería esta estuviera tan vacía que por no haber no había ni camarero en la barra (tuvimos que esperarle hasta que surgió de entre las profundidades de la cocina) pero ahora que requeríamos su atención no dejaba de entrar gente nueva...
Al final A. se cansó y se volvió a sentar. Las galletas (o lo que quedaba de ellas) seguían, como cadáveres a medio mutilar, esperando en la mesa. Finalmente el chico se acercó a nuestra esquina (pero a arrebatarnos los menús, no os penséis que le importábamos lo más mínimo).
Y en estas A,, camarera en sus ratos libres y portadora oficial de nuestro descontento:
-Oye, ¿esto es la fecha de caducidad? (Con vocecilla inocente, enseñando el envoltorio).
-(Camarero a toda velocidad, sin mirarnos si quiera). Nah, eso es consumo preferente. Ya sé que igual no está en su mejor momento, pero... (Y desaparece a atender a otros).
En serio. Ya sé que te regalan la puñetera galletita, pero no sé, a veces me repatea mucho este pasotismo español. Si vas a hacer algo, por lo menos hazlo bien, y si no, pues no lo hagas. Y yo no he montado aún ningún negocio, pero por lógica y todas estas cosas que no parecen abundar hoy en día... ¿No es la primera regla la de mantener al cliente contento?
Así que entre risas -y un pelín de vergüenza ajena por eso de que estábamos con las japonesas- nos hemos acabado el té y nos hemos marchado del local. Por cierto, que al salir todas nos hemos fijado en lo mismo: había muchos incautos comiendo las galletitas caducadas desde hace tres meses con su té. Ay, pobrecicos... Así que, movida por la empatía humana, os dejo esta pequeña pista. Ya sabéis si vais por el local: el té esta muy rico (nota: el té NO caduca).
Si es que como decía A., que ya está curada de espanto.
-Jolines, yo es que sacarlas pues vale, las habría sacado, pero al menos les habría quitado los envoltorios y las habría puesto en un platito o algo así... ¿Qué le costaba al tío ese? ¡Que solo éramos cinco, no treinta! Es que es inadmisible...
Pues eso.
Pese a lo que pueda parecer juro que estaba rico... Apple Pie Tea, para más señas. (Ahora que lo pienso, cualquiera diría que me han metido un cacho de tarta de manzana en agua hirviendo, jajaja...) |
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