domingo, 3 de octubre de 2010








Detesto las etiquetas.

El libro de terror.

La película romántica.

La empollona de la clase de al lado.

La guarra que sale con tu ex-novio/el cabrón que se lo monta con tu ex-novia.

La buena gente.

La chusma.

El profesor chungo.








Me preguntan: ¿qué debo hacer con mi novela romántica?

Yo les digo: ¿por qué no pruebas con esto?

Y me responden: ¡Oh, no eso jamás! ¿No ves que estoy escribiendo una novela de romántica? Eso no puede ser en una novela romántica.




Sinceramente, empezamos bien, poniendo límites a una historia incluso antes de haberla terminado de escribir. Entonces deja de haber libertad, deja de sorprendernos. Y pasa lo mismo con cualquier etiqueta que queramos añadir.

Sí, lo sé, todos tenemos un vicio enorme: colocarle etiquetas a todo lo que se mueve, porque si no, no nos acabamos de sentir cómodos. Lo desconocido, lo incomprensible, asusta, ¿verdad?

Sin embargo, soy de las que piensa que poner etiquetas limita nuestra visión del mundo, y por tanto, nuestra libertad. Nadie es "eso y nada más" porque todos somos todo y nada a la vez. Cada persona es un mundo, un microcosmos perfecto e irrepetible, y si el universo es infinito, bueno... entonces jamás podremos llegar a conocer del todo a alguien... ¡pero es que muchas veces ni nos conocemos a nosotros mismos!



¿Y no es ahí dónde está la gracia?



Por favor, no os limitéis, dejad las etiquetas y aceptad las sorpresas.




Desde aquí reniego de los clichés, de los movimientos, las modas, y todo aquello que pone límites, al menos en cuanto creatividad se refiere. Cambio, totalidad, mezcla, ese es el truco. Y no lo digo sólo yo, leed a Nietzsche (en concreto el Gay saber, Gay hace referencia a Gaia, la tierra, nada de homosexuales, ehh??), y sabréis que etiquetar es momificar la realidad, y es el miedo lo que nos empuja a ello. Seamos valientes, celebremos la vida.












Y si encontráis demasiado complicado el no categorizar las cosas... bueno, entonces os dejo una frase que tal vez pueda ayudaros: acepta el misterio.










Y aquí algo con lo que empezar con ánimo el lunes: Rebellion (lies). 









Arigatou gozaimas you all. ;)

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Uhm, no podría estar más de acuerdo en todo lo que has escrito, creo que ni yo misma lo habría dicho mejor. Al parecer la única forma que tiene la gente de "entender" una persona es etiquetándola de "llámalo X". Curiósamente es otra forma de juzgarte. Así de tristes y patéticos son.
Definir es limitar... y limitar algo es privarlo de su propia superación.

"Creéis que todo tiene un límite. Así estáis todos: limitados"

Un saludo :)

Niwa dijo...

Yo también odio las etiquetas, detesto sentirme atrapada por una palabra que se supone me define y no poder salir de ahí.

Aún así, no puedo evitar poner y ponerme etiquetas. Da igual lo mucho que lo odie, muchas veces me descubro pensando esta persona es tal y tal. No lo hago conscientemente y da igual cuánto intente evitarlo, el proceso está ahi.
Sin embargo, sé que cuando le cualgo el cartel a una persona, no es de forma definitiva ni limitante. En mi caso al menos, me alivia saber que lo que pienso de alguien, las etiquetas que les pongo, están en continuo cambio, aceptan miles de matices y vienen tan pronto como desaparecen.
Me gusta encontrarme a una persona a la que ya conozco, a la que ya tengo "clasificada" y descubrir algo nuevo y desconcertante sobre ella. Creo que es lo mejor que puede pasar en una relación, seguir descubriendo cosas nuevas de la otra persona y de uno mismo.

Mystique dijo...

Vaya ¿Escribiendo una novela?
Eso suena genial.